
		ISSN 2448- 7317
		Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317
		REVISTA DE LA SOCIEDAD MEXICANA  DE PSICOLOGÍA SOCIAL
		El objetivo de esta revista es fomentar la  reflexión, el debate y el diálogo al interior de  la disciplina y fuera de ella al abordar  diversos fenómenos sociales  contemporáneos desde una postura crítica  sobre la articulación entre los diferentes  dominios de la actividad humana.
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		ÍNDICE
		Presentación 4- 11
		AngelMagos Pérez
		Artículos
		Reflexiones en torno a la psicología discursiva: problemas, contradicciones y posibilidades
		12- 40
		AlexisIbarra Martínez
		Entre la filosofía moral y la epistemología: la vigilancia epistemológica en el quehacer  del investigador cualitativo
		41- 64
		NicoleOré Kovacs
		Contaminación en y a través de memes de internet
		65- 90
		AdrianaMoreno Carrasco
		Disertaciones
		Deporte y sociedad. Contrastes: cuerpo, protesta y dignidad
		91- 120
		CarlosLabastida Salinas
		Futuro(s) y modernidades múltiples
		121- 132
		GustavoSerrano Padilla
		Reseñas
		Psicología de las masas en las campañas políticas de México, 2006, 2012 y 2018
		133- 137
		JavierRincón Salazar
		Psicología cultural, narración y educación
		138- 142
		Ma.DelCarmenJaimes Ruiz
		El mito de las sectas. Ciencia y religión en el imaginario social
		143- 146
		EloyPérez Maya
		Normas de publicación
		147- 150
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		Presentación
		Angel Magos Pérez 1
		Publicado: 04/12/2020
		Esta es quizá la mejor y la peor época para el trabajo académico, como Michael  Billig (2012) ha advertido. La mejor porque hoy hay más publicaciones que nunca.  La peor porque parte de esas publicaciones sobra. Hoy la Revista Somepso publica  su noveno número. No es un número especial, como no lo ha sido ninguno de esta  revista. Al menos no según lo acostumbrado por las revistas académicas. No se  centra en un sólo tema. No reúne plumas similares. A nadie rinde honor. No
		obstante, creo que tampoco es cualquier número (ninguno lo ha sido). El número  que usted tiene en sus manos parece ser la continuidad de un proyecto editorial  que ha tenido bien presente la advertencia de Billig. Misma advertencia que, a falta  de ingenio para escribir presentaciones, me he tomado la libertad de tomar  prestada para señalar brevemente por qué considero oportuno leer una revista  como ésta en una época como la nuestra, en la que el capitalismo académico ha  alcanzado una fuerza sin precedentes.
		Hoy el espíritu empresarial y la competitividad son parte de la vida académica.  Para tener éxito en sus carreras, los académicos tienen que desarrollar una
		habilidad que a los académicos de antaño no se les exigía. Esta es la habilidad de  seguir publicando y, en particular, la habilidad para poder publicar, especialmente  cuando se tiene nada por decir. Esto para nadie es una sorpresa. Además de  estatus, la investigación en las universidades atrae recursos. No es extraño que los  académicos hoy estén investigando más que en otros tiempos y, en consecuencia,  que están publicando más que nunca (dignidad de por medio). Pero este intenso  ritmo de las publicaciones, además de advertir que una parte de éstas está vacía,  también afecta de manera considerable nuestras maneras de trabajar y nuestras  formaciones. Podría pensarse que si las publicaciones se han disparado
		seguramente hoy debemos encontrarnos leyendo mucho y variado,  lamentablemente esto no parece estar sucediendo. El exceso de la escritura hoy se
		1Estudiante del doctorado en Psicología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad  Iztapalapa, Ciudad de México. Correo: angelmagosp@xanum.uam.mx
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		traduce en el acotamiento de la lectura. Hace décadas era posible leer si no todo,  de menos gran parte de lo que se estaba publicando en nuestras disciplinas. Hoy la  vida no da para leer todo lo que se publica. Los académicos, igual que han tenido  que encontrar la forma de publicar aunque tengan nada por decir, hoy deben  aprender a discriminar publicaciones, acotando cada vez más sus líneas de trabajo.  Nos encontramos en lo que parece ser la era de los especialistas. La curiosidad de  antaño por visitar la historia, la filosofía, la sociología o la antropología  (independientemente de dónde se ubicara uno), se ha ido desvaneciendo. Hoy las  universidades se han convertido en fábricas de expertos. Los posgrados, en los que
		los estudiantes se forman casi exclusivamente en un sólo tema o enfoque, son el  vivo ejemplo. Los psicólogos sociales de antes sabían de psicología social, los de  hoy saben de representaciones sociales, de identidad social o de psicología  discursiva.
		Por si fuera poco, al trabajar bajo las condiciones del capitalismo académico no  sólo se tiene que publicar cada vez más, también se debe escribir de la manera  adecuada. Los académicos hoy se parecen un poco a las personas que, sonriendo a  fuerza, charola en mano y mesita detrás, uno se encuentra en los supermercados  promocionando salchichas, quesos o yogurt. Para vender sus ideas, estos utilizan
		un lenguaje promocional y eligen formulaciones lingüísticas que se asemejan a las  utilizadas por los anunciantes (Billig, 2012). Tome usted una revista, lea el resumen  de uno de los artículos y no le será difícil darse una idea de la marca académica  que está en venta. No es casualidad que, por ejemplo, entre las convenciones
		académicas contemporáneas se encuentre una propensión en la escritura por el  uso de siglas para referirnos a posturas teóricas y metodológicas. Representaciones  Sociales (RS). Análisis Crítico del Discurso (ACD). Psicología Discursiva (PD). Es  desde la(s) primera(s) página(s) de sus textos que los académicos advierten  explícitamente la sustitución de sus posicionamientos teóricos o metodológicos
		por el de unas siglas. Existe incluso un guion para realizar tal advertencia: “Este  texto discute los principios de la Psicología Discursiva (PD en adelante)”. Tal es la  propensión y frecuencia de la escritura mediante siglas que incluso se puede borrar  del paréntesis “en adelante” (o sus variantes) y nada pasa, sin necesidad de  explicaciones se entiende que las siglas son un reemplazo de aquello que las  precede. Ciertamente, esta inclinación por el uso de siglas en ciencias sociales,  psicología social de por medio, no necesita justificación. Nadie escribe al principio  de sus investigaciones, tesis o artículos un apartado sobre lo que implica la forma  en que desliza la pluma. Damos por sentado que el uso de abreviaturas o siglas es
		parte de los pactos académicos que, por ejemplo, apunta a la comodidad de la  lectura. El uso de siglas podría parecer hasta pedagógico. Uno avanza por la  discusión en un texto y, al encontrarse nuevamente con las siglas, de pronto puede  verificar si está poniendo la atención suficiente como para ser capaz de leer el
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		Angel Magos Pérez
		significado de las siglas (psicología discursiva) en lugar de las siglas (pe-de) o, en el  peor de los casos, para no tener que volver a la página uno para revisar de nueva  cuenta a lo que las siglas se refieren (cosa que siempre resulta lamentable). Pero l a  escritura académica nunca es inocente. El uso de abreviaturas o siglas tampoco. Las  abreviaturas o siglas suelen aparecer cuando de teorías y metodologías  consolidadas (que han alcanzado el éxito académico) se trata. De modo que, antes  de ser un gesto de amabilidad hacia los lectores, el uso de siglas forma parte del  arsenal con el que cuentan los académicos para apuntar a la mercantilización de  sus ideas. Billig (2003), no se equivoca al argüir que las ideas por sí mismas no
		bastan, pero se comercializan como productos intelectuales identificables y de  marca en el mundo académico actual. Uno de los ejemplos que sirven a Billig para  argüir es el de la Teoría de la Identidad Social (SIT, por sus siglas en inglés). Aunque  ésta se deriva del trabajo de Henri Tajfel, Tajfel nunca etiquetó sus ideas  precisamente como Teoría de la Identidad Social, menos como SIT. No le  preocupaba la marca de sus ideas como sí les preocupó a los académicos que  reprodujeron o dieron continuidad a su trabajo. Las siglas son así el distintivo de la  marca académica (teoría) que se está vendiendo y a través del cual las ideas  pueden lograr establecerse en el mercado. Los académicos empaquetan sus
		productos como parte de una gama emitida por una perspectiva teórica y, al  hacerlo, los clientes y los beneficios pueden aparecer, por ejemplo en forma de  tesistas o de recursos.
		En el mercado académico actual, en el que se debe publicar aunque las ideas  se hayan agotado, en el que los especialistas abundan y en el que al escribir hay  que vender, las revistas resultan ser los puestos ambulantes de las universidades.  Éstas condensan el espíritu empresarial y la competitividad de la vida académica de  nuestros tiempos. No obstante, creo que, por lo que venden, hoy resulta oportuno  seguirles la pista a proyectos editoriales como el de la Revista Somepso. Creo que
		si este y los anteriores números no incluyeran al inicio de cada trabajo un pie de  página que da cuenta de quién escribe, a más de uno no le resultaría sencillo  adivinar el campo de conocimiento en el que los autores se ubican. Qué envidia.  Creo que esto hay que reconocérselo tanto a los autores como a la propia revista,  porque pareciera como si uno de los criterios a evaluar en los artículos fuera  “mostrar incomodidad por los espacios de trabajo secuestrados”. Que el grueso de  los trabajos (de éste y los otros números) exponga un arsenal bibliográfico de  calibres provenientes de diversos espacios disciplinares, sugiere que a esta revista  no le caen mal los autores que transgreden las fronteras ni aquellos que todavía no
		se establecen en un sitio. Aunado a ello, me parece que las publicaciones de esta  revista gozan de una escritura más (o tan) preocupada por la inteligibilidad que por  la mercantilización de las ideas. La mayoría de los autores prescinde del impulso  por hacer de sus trabajos meros terrenos conceptuales y, en su lugar, parece
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		Presentación
		preocuparse por darse a entender. Resulta lamentable tener que agradecer esto. Es  cierto que usted encontrará términos propios del marco académico, ciertos  conceptos que sirven a los autores para pensar y discutir, pero también es cierto  que no se puede prescindir totalmente de ellos. A pesar de ello en este número se  elucida un esfuerzo por establecer un equilibrio entre palabras ordinarias y  términos académ icos.
		Es cierto que tiene sus pecados académicos, como toda revista, con todo y  ellos creo que el proyecto editorial de la Revista Somepso no es afín a la  especialización ni a las discusiones entre la nada y lo de siempre (publicaciones
		vacías de contenido). Además, creo que el interés principal de la Revista Somepso  no es el de vender, al menos no lo que uno puede comprar en cualquier otro  puesto ambulante. Y aquí la que creo es la razón de mayor peso para seguirle la  pista a esta revista. Trabajar bajo las condiciones del capitalismo académico hace  que hoy sea más difícil encontrar el tiempo y la confianza para ir contra la  corriente, para enojarse o estar en desacuerdo. Sabemos que la dignidad va a paso  lento, pero para sobrevivir hoy, hay que volar. No todas las psicologías sociales se  publican en la misma medida, no a todas las sociologías o filosofías les va bien.  Tengo la impresión de que la Revista Somepso publica, en su mayoría, argumentos
		de segunda fila. Esto es que no pueden ser considerados como pertenecientes a la  gama de teorías, metodologías o epistemologías dominantes, esas marcas  académicas que no sólo han logrado ser ampliamente difundidas, sino que son  vistas como versiones “más válidas” sobre lo real y lo bueno. Creo que si algo
		comparte la mayoría de los textos que dan forma a este número y a los anteriores  es cierta inconformidad con las versiones dominantes sobre la realidad y el mundo.  Como que el grueso de los autores notó que algo no andaba bien o no bastaba y  decidió construir rutas alternas para pensar y hablar. No estoy seguro de que esas  rutas sean más prudentes o interesantes, pero sí de que no militan en las filas de
		las marcas imperantes. Así pues, creo que resulta oportuno seguirle la pista a  revistas como ésta, porque en tiempos como los nuestros, en los que el éxito  académico de algún modo depende de la (adecuada) mercantilización de las ideas,  vender contraargumentos no lo hace cualquiera.
		***
		Dicho esto, debo confesar que me siento infortunado. Creo que este es uno de los
		números de la Revista Somepso más difíciles de presentar. Los trabajos vertidos en
		él presentan discusiones intensas, diversas y, por si fuera poco, interesantes que,  independientemente del campo de conocimiento en el que se ubique el lector  (mejor aún si no se ubica en alguno), sirven para repensar y cuestionarse sobre  asuntos que no se limitan a los temas centrales de los textos. No imagino el trabajo  que debió costarles a los autores escribir sus textos como para que todo lo que
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		pensaron y argumentaron en ellos vaya a parar a un párrafo a modo de síntesis.  Pido disculpas adelantadas. A pesar de que resulta imposible decir algo que haga  justicia a lo que usted encontrará adelante, pasemos pues a traicionar a los autores  que colaboran en este número, como dicta la tradición de las presentaciones.
		Este número está compuesto por tres artículos, dos disertaciones y tres  reseñas. En la primera sección se encuentra Reflexionesentornoala psicología  discursiva:problemas,contradiccionesyposibilidades, un trabajo de Alexis Ibarra  que, hay que decirlo, no es una síntesis más u otra apología disfrazada de crítica  sobre psicología discursiva (así, en minúsculas). Advertir al lector lo que el autor  ofrece es imposible. Cabe señalar que, pese al título del trabajo, el autor nos  recuerda que la psicología discursiva no es una, sino que depende de cómo se le  escriba. De tal modo, lo que se discute en este trabajo son al menos dos  psicologías discursivas: la psicología discursiva de hoy, ya consolidada como marca  académica, y la psicología discursiva echada a andar por Derek Edwards y Jonathan  Potter hace casi tres décadas. Una de las ideas centrales del trabajo es que la  primera de ellas, al irse consolidando como subespecialidad, fue perdiendo el  espíritu de la segunda. Esto es que, como le suele suceder a las marcas académicas,  el éxito académico de la psicología discursiva le costó una reducción del enfoque.  Es importante señalar que el texto no apunta a la descalificación de la psicología
		discursiva, éste no es un examen avasallante sino una problematización localizada  en el tiempo presente que nos permite entender que, aunque consolidada, la  psicología discursiva hoy demanda un arduo trabajo por parte de quienes la
		escriben y platican. Y es que, como diría el autor, es habitual pensar desde la  psicología discursiva, pero no sobrela psicología discursiva. El segundo trabajo que  usted encontrará lleva por título Entrelafilosofíamoralylaepistemología: la  vigilanciaepistemológicaenelquehacerdelinvestigadorcualitativo. En éste Nicole  Oré Kovacs presenta otra discusión sobre epistemologías y sus consecuencias en la  investigación. Pero no es “otra discusión” porque sea una más, sino porque el  modelo epistemológico que se defiende no es el canónico, ese para el que el único  conocimiento válido es el que se da en vías de la razón instrumental. La autora  defiende una epistemología de carácter fenomenológico-hermenéutico, en la que  el investigador no es más un sujeto desvinculado de la investigación, sino un  agente de producción de conocimiento que, junto con otros agentes, participa de  ella. En la defensa la noción de crisis epistemológica será clave, no como situación  accidental sino como parte constitutiva de la investigación cualitativa, como  posibilidad idónea para que el investigador dude y reconfigure sus marcos  comprensivos en función de la experiencia. Como el título del trabajo advierte, la  propuesta central será que la investigación cualitativa se funde en una ética  orientada a la (permanente) vigilancia epistemológica. Y aquí cabe una advertencia:  aunque pueda parecer que la propuesta está más que gastada, igual que Bourdieu,
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		Presentación
		la autora no se limita a dibujar el camino a seguir para dicha vigilancia, sino que  pasa revista a algunos tropiezos que se suelen dar al caminar. Así pues, el texto  alberga algunas preguntas explícitas y otras implícitas. Mientras las explícitas  pueden ser tomadas como invitaciones a la vigilancia epistemológica; las implícitas  parecen más provocaciones, aguijoneos a nuestras formas de pensar y hacer el  mundo al investigar (implicaciones éticas y políticas de por medio). Las primeras  estimularán el pensamiento, las segundas para más de uno serán golpes al
		corazón. La sección de artículos termina con Contaminaciónenyatravés de  memesdeinternet,texto en el que Adriana Moreno sugiere que los memes de  internet no son simples objetos humorísticos, sino imágenes que objetivan tanto
		relaciones sociales como resistencias a éstas. En vías del concepto “contaminación”  y principalmente a partir del trabajo de la antropóloga británica Mary Douglas, la  autora advierte que los memes están cargados de atributos contaminantes, pues  atentan contra los sistemas clasificatorios sobre lo puro y lo impuro de las culturas  en las que se producen. Es decir, son objetos que desafían el orden. A través de  una exposición de ejemplos que involucran a secretarías de gobierno, cantantes y  niños dioses bailarines, se arguye que estudiar los memes de internet es estudiar  aspectos profundos de la vida cotidiana y, creo, se sugiere que pensar los memes
		como objetos disruptivos de los sistemas clasificatorios abre posibilidades  ontológicas para nosotros. El texto no sólo será una lectura estimulante para los  interesados en los memes de internet, lo será también para quienes gustan de  ensuciar todo aquello que produce o promueve relaciones de dominación.
		En la sección Disertaciones se encuentra DeporteySociedad. Contrastes:
		cuerpo,protestaydignidad, un trabajo de Carlos Labastida que advierte cómo en  el deporte se objetiva el pensamiento de la sociedad, sus contradicciones,  desigualdades, abusos y resistencias. La primera parte del trabajo expone algunos  casos del mundo del deporte que elucidan relaciones de dominación. Por un lado,
		las empresas, las instituciones y los directivos, por el otro, los atletas. Cuerpo,  género y poder conforman la triada en donde el acento es puesto. Desde una  corredora sudafricana que, al ser acusada de no parecer completamente mujer, fue  sometida a pruebas de verificación de sexo; hasta una velocista estadounidense a  la que Nike, su patrocinador, decidió cobrarle caro su embarazo. Se da cuenta del  poder y control que ejercen ciertas instituciones sobre los cuerpos y vidas de las o  los atletas, y de cómo ese poder y control objetivan valores y formas de  pensamiento hegemónicas en un tiempo histórico determinado. La segunda parte  discute la protesta en el deporte. Labastida señala que, al entrar en un recinto
		deportivo, pareciera que los atletas y deportistas tuvieran que dejar su condición  de ciudadanos en los vestidores. En el campo no hay espacio para expresar o hacer  referencias a cuestiones políticas, religiosas y étnicas que atañen a los atletas y  deportistas de manera directa. Así pues, como en el deporte la protesta, la crítica y
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		la disidencia están prohibidas, éste se propone como un escenario idóneo para  realizarlas. El trabajo pone en evidencia la supuesta neutralidad política del  deporte, sugiriendo que si éste ha sido y es utilizado como un espacio a favor de  una agenda política particular de grupos y personajes dominantes, también  debería ser un espacio de reivindicación y de resistencia para quienes sufren el  embate de la dominación. Gustavo Serrano es el responsable del segundo y último
		texto de este apartado:Futuro(s)ymodernidadesmúltiples. En este trabajo el autor  se vale del pensamiento del sociólogo S. N. Eisenstadt para advertir que la  modernidad no es ni puede ser sin considerar la experiencia histórica de cada
		sociedad. Desde esta línea y con una argumentación digna de reconocer, Serrano  señala que la expansión de la modernidad en gran parte del globo terráqueo da  lugar no a una sino a varias modernidades. La idea central será que antes de la  modernidad va la sociedad y su forma de vida, no al revés, apuntando así a la  importancia de situar histórica y culturalmente el tiempo futuro. Aunque las  modernidades múltiples parecen ser tan sólo un trozo de una propuesta más  amplia sobre el tiempo, lo que cabe destacar es que el autor no bosqueja la  propuesta de Eisenstadt, sino que se sirve de ella para argüir que la realidad se  hace de irla conociendo y, en consecuencia, que las modernidades múltiples bien
		dan cuenta de que el tiempo se fabrica en espacios particulares de significados.  Nos encontramos con un trabajo en el que se defiende la idea de que el futuro no  es ni puede ser uno. Como se verá: desde las modernidades múltiples se avistan  futuros diversos e, incluso, en disputa. Y aquí cabe una advertencia: este es uno de
		esos textos que, en vías de la potencia argumentativa y la claridad expositiva,  abordan cuestiones que transgreden el tema del que se ocupan. Es decir, en el  trabajo no sólo hay futuros y modernidades.
		Este número incluye tres reseñas de libros de las que poco puede decirse.  Presentar la reseña de un libro es una tarea peligrosa. El peligro radica en que,  aunque se espera que el lector lea la presentación, la reseña y el libro, el tiempo no  siempre alcanza, como vimos atrás. Y los libros que se presentan y reseñan, pero  no se leen, corren el riesgo de volverse mitos que más tarde pasan a formar parte  de un sentido común académico. Nadie sabe quién lo dijo, pero todos lo sabemos.  Los psicólogos sociales saben de esto. Así como Kurt Lewin no tendría a quien  culpar de que se le reconozca como el padre de la psicología social (a veces con el  agregado experimental/moderna), ni G.H. Mead podría emprender un juicio contra  quien resulte responsable de que se le señale como el fundador del  interaccionismo simbólico, porque tanto a Lewin como a Mead se les adjudican  títulos sin citar a quien se los otorgó, los autores de los libros que en este número  se reseñan no podrían encontrar justicia. Si algo sale mal cúlpese a Javier Rincón,  responsable de reseñar el libro Psicologíadelasmasasenlascampañas políticas  deMéxico,2006,2012y2018, de Manuel González Navarro; a Ma. del Carmen
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		Presentación
		Jaimes Ruiz, a cargo de la reseña dePsicologíacultural,narraciónyeducación, libro  coordinado por José Simón Sánchez Hernández y Salvador Arciga Bernal; y, por  último, a Eloy Maya, quien reseña Elmitodelassectas.Cienciayreligiónen el  imaginariosocial, de Saúl Sánchez.
		Hasta aquí la traición. Avance y decida usted si alguno de los trabajos que  conforman este número está de más. Si cree que le han vendido lo de siempre,  pero revolcado, enróstreselo al editor. Dígale que la Revista Somepso es otra  revista que hace de ésta la peor época para el trabajo académico. De lo contrario  esté tranquilo sabiendo que la Revista Somepso no le ha arrebatado medio día de
		vida ni de carrera.
		REFERENCIAS
		Billig, M. (2003). Critical Discourse Analysis and the Rhetoric of Critique. In G. Weiss  y R. Wodak (eds.), CriticalDiscourseAnalysis(pp. 35-56). Londres: Palgrave  Macmillan
		Billig, M. (2013). Academic Words and Academic Capitalism. AtheneaDigital, 13(1),  7- 12.
		Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional .
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		Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020)
		Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317
		REFLEXIONES EN TORNO A LA PSICOLOGÍA DISCURSIVA:  PROBLEMAS, CONTRADICCIONES Y POSIBILIDADES
		* * *
		REFLECTIONS ON DISCURSIVE PSYCHOLOGY: PROBLEMS,  CONTRADICTIONS AND POSSIBILITIES
		Alexis Ibarra Martínez 1
		Sección: Artículos  Recibido: 02/07/2020  Aceptado: 14/08/2020  Publicado: 04/12/2020
		Resumen
		La psicología discursiva parte de la noción de discurso, habla y texto como prácticas  sociales, estudia cómo se construyen versiones de lo psicológico dentro de la  interacción. El objetivo de este artículo es hacer una revisión crítica de esta  perspectiva que en la actualidad se enfoca en el crecimiento y la sobrespecialización.  Busco examinar las premisas de fondo de las cuales emana el proceso de producción  de conocimiento: su definición, objeto de estudio y campo de acción. Marco una  distinción entre dos comprensiones que se entremezclan en la literatura, una de  carácter abierto interesada en todos los aspectos de la vida social, otra de carácter
		restringido centrada en construcciones discursivas de la cognición. Busco criticar la  idea tácita de que lo psicológico y lo cognitivo son términos equivalentes, esta  premisa excluye la posibilidad de estudiar otros vocabularios que las personas  emplean en su vida cotidiana. El argumento central es que la práctica de  investigación contradice el espíritu original de la perspectiva discursiva y limita su  potencial.
		Palabras Clave: análisis del discurso; construccionismo social; investigación  cualitativa; interacción; acción social .
		1 Profesor e investigador de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la  UNAM.Correo electrónico: alexisaim@hotmail.com
		Reflexiones en torno a la psicología discursiva…
		Abstract
		Discursive psychology starts from the notion of discourse, talk and text as social  practices, to study how versions of the psychological are constructed within  interaction. The goal of this article is to critically review a perspective that currently  focuses on growth and overspecialization. I seek to examine the underlying premises  of discursive psychology and from which the entire process of knowledge production  emanates: its definition, its object of study and its field of action. I make a distinction  between two different understandings that appear intertwined in literature, one of an
		open nature interested in all aspects of social life, the other of a restricted nature  focused on discursive constructions of cognition. I seek to criticize the implicit notion  that the psychological and the cognitive are synonymous, this understanding of the  psychological excludes the possibility of studying other vocabularies that people use  in their daily lives. The central argument is that the actual research practice  contradicts the original spirit of the discursive perspective and limits its potential.
		Key words: discourse analysis; social constructionism; qualitative research;  interaction; social action.
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		Alexis Ibarra Martínez
		Este trabajo tiene como objetivo realizar un examen crítico de la psicología  discursiva, busca explorar cuál es la naturaleza de sus preguntas de  investigación y de qué manera dichas preguntas delimitan un campo de acción.  Para realizar un ejercicio de este tipo es necesario proporcionar coordenadas  elementales para guiar a las lectoras no familiarizadas con esta perspectiva. No  se trata de una reseña exhaustiva en tanto que ya hay textos que abordan los  orígenes históricos, fuentes de inspiración y pormenores de la investigación  (Edwards, 2003; Garay, Íñiguez y Martínez, 2005; Hepburn y Potter, 2003; Ibarra,  2014; Potter, 2012; Wiggins, 2017).
		La psicología discursiva parte de la noción de discurso, habla y texto como  parte de prácticas sociales, para estudiar a las personas construyendo versiones
		y descripciones de lo psicológico (Potter, 2004a).
		Abandona una noción encorsetada de la psicología como entidad  individual, en su lugar adopta un marco de comprensión social y lingüístico que  sostiene que lo psicológico tiene una vida pública y colectiva. De este modo  dibuja una imagen distinta de la persona, cuestiona el tipo de preguntas a  formular, e incluso, trastoca la definición misma de psicología.
		Esta perspectiva inició en los márgenes de la psicología social como crítica,
		más tarde evolucionó hacia un núcleo de inteligibilidad propio que establece
		principios teóricos sobre el funcionamiento del discurso. A lo largo de su  desarrollo se ha decantado por una exploración de la realidad social de carácter
		empírico y naturalista que enfatiza el análisis de datos y la inspección detallada  de los escenarios en que las personas se desenvuelven (Potter, 2012).
		La psicología discursiva asume una posición construccionista, parte de la  metáfora del lenguaje como taller o sitio de construcción que se opone a la  imagen dominante del lenguaje como espejo de la realidad. Sostiene que las  descripciones construyen versiones del mundo, simultáneamente estas  descripciones están construidas, han sido fabricadas a partir de un conjunto de
		materiales: “el mundo no está categorizado de antemano por dios o por la  naturaleza en formas que estamos obligadas a aceptar”. Las personas hablan,  escriben y crean argumentos, en ese proceso constituyen maneras particulares  de entender lo que les rodea (Potter, 1996b, p. 98).
		Esta versión del construccionismo es antirrealista y antiesencialista. No  niega la existencia de una realidad objetiva ni sostiene que todo está hecho de  discurso. Simplemente invita a mantenernos escépticas ante cualquier forma de  representación que pretende hablar en nombre de la realidad (Rorty, 1979). Se  trata de un construccionismo no fundacional, epistémico (más no ontológico),  discursivo (más no lingüístico) y pragmático (Edwards, Ashmore y Potter, 1995;
		Potter, 1996a; Potter y Hepburn, 2008).
		El centro de atención es lo que “están haciendo las personas y cómo en el  transcurso de sus prácticas discursivas producen versiones de la realidad  externa y de estados psicológicos” (Edwards y Potter, 2001, p. 15).
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		Reflexiones en torno a la psicología discursiva…
		Esta comprensión del construccionismo da forma a una teoría del discurso y  condiciona un modo de acercarse a los fenómenos. El primer principio teórico  es que el discurso está construido y es constructivo. Se edifica a partir de  distintas fuentes y recursos lingüísticos: palabras, categorías, tópicos del sentido  común. A la vez, el discurso construye: las versiones de eventos, de acciones, del  mundo o las personas se generan y solidifican a través del uso del lenguaje  (Potter, 2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).
		El segundo principio es que el discurso es acción, hacemos cosas con  palabras y nuestras palabras tienen efectos; al hablar justificamos, culpa mos,
		negamos. Estas acciones fortalecen o debilitan ciertas formas de describir los  hechos o los estados mentales de las personas. Con este principio se rompe con
		la noción tradicional de que habla y acción son dominios separados (Potter,  2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).
		El tercer principio es que el discurso está situado, no emerge en el vacío ni  aleatoriamente. Una versión busca encajar en un escenario y al mismo tiempo  está parcialmente condicionada por él. Luego entonces, se puede considerar al  discurso dentro de secuencias de interacción, condicionado por la cadena de  expresiones antecedentes; se puede situar en un contexto retórico,  condicionado por argumentos alternativos; también se puede situar en espacios
		institucionales, condicionado por las tareas y roles que la institución delimita  (Potter, 2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).
		Al desplazarse del ámbito de lo mental hacia el terreno del discurso, la
		perspectiva discursiva ha desmantelado el supuesto de que el estudio de lo  psicológico procede buscando fenómenos alojados en el interior de la cabeza.  En vez de ello ha redefinido lo psicológico como proceso que se da en la  intersubjetividad y se sostiene en las prácticas de las actrices sociales.
		Las líneas de investigación se dirigen a los procesos de construcción, el foco  específico son las versiones y descripciones que apuntan hacia lo psicológico.
		Dado el carácter construccionista de este proyecto, habla y texto se abordan  desde una posición de relativismo metodológico: no es necesario averiguar si lo  que dicen las personas es verdadero o falso, si refleja una realidad externa o una  vivencia subjetiva. Se trata de una indiferencia ontológica que permite investigar  cómo las personas gestionan dilemas tales como cuáles son los hechos, qué  descripciones reflejan la realidad o cuáles son las motivaciones de una persona.  La psicología discursiva busca hacer visibles los procesos de negociación y  definición colectiva que llevan a solventar estas cuestiones dentro de  actividades y contextos específicos (Potter, 1996b; Edwards, 199 7).
		Las preguntas de investigación están centradas en la acción, qué tipo de
		acciones realizan las personas al describir las cosas de un modo u otro; también  están centradas en procesos, de qué manera y a partir de qué recursos las  personas producen ciertas versiones de la realidad o de la mente (Hepburn y  Potter, 2003; Wiggins y Potter, 2007).
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		Los temas que ha explorado son variados aunque de forma mayoritaria sus  esfuerzos se han dirigido a trabajar con los temas centrales de la cognición para  desplazarlos de lo mental hacia las prácticas en la interacción. Este trabajo  incluye tres ámbitos, el primero es de crítica y re-especificación, parte de  planteamientos de las ciencias cognitivas para demostrar sus limitaciones y  ofrecer lecturas de los mismos fenómenos en términos discursivos, como  formas de acción situada. El segundo ámbito investiga el “diccionario” de la  psicología, todo el vocabulario y las categorías de sentido común que las  personas emplean en su habla y que ellas definen como pertenecientes a lo
		mental. El tercer ámbito corresponde al manejo de asuntos psicológicos, los  aspectos de la interacción que apuntan hacia estados mentales de los
		participantes por vía indirecta a través de descripciones de eventos, hechos y  circunstancias (Edwards, 2005; Potter y Edwards, 2003; Potter, 2006).
		Prácticamente todos los fenómenos que las ciencias cognitivas explicaban  en términos mentales, computacionales y mecanicistas han sido criticados,  reinterpretados y analizados de forma empírica. Se ha puesto particular  atención en los temas clásicos que definían el proyecto cognitivista: actitudes,  guiones, memoria y atribución (Edwards, 1994; Edwards y Potter, 1992; Potter,  1998).
		De forma paralela se han generado líneas de investigación que buscan  apuntalar el argumento de que los usos del lenguaje forman versiones
		contingentes y locales tanto de la objetividad como de la subjetividad, es decir,
		la realidad y la mente no hablan por sí mismas, sino que las participantes  definen que cuenta como objetivo o subjetivo en el flujo de actividad. Aquí se  puede incluir la influencia mutua que ejercen las versiones del mundo sobre la  atribución de estados subjetivos y viceversa; los procesos discursivos que llevan  a definir hechos, verdad y objetividad; las formas de describir y atribuir  emociones; así como el estudio empírico de los métodos de investigación de la
		psicología. También se ha explorado de qué manera las construcciones de lo  psicológico moldean y son moldeadas por contextos institucionales (Childs y  Hepburn, 2015; Edwards, 2007; Edwards y Potter, 2017; Potter y Hepburn, 2007;  Potter y Puchta, 2007; Puchta, Potter y Wolf, 2004; Wiggins y Hepburn, 2007).
		Para delimitar el campo de reflexión
		En las líneas anteriores he usado la expresión “psicología discursiva” como si  fuera un todo uniforme y coherente sin matices ni diferencias, en donde todas  las investigadoras que producen conocimiento bajo esta etiqueta asumen las
		mismas posiciones. Si este fuera el caso, la misión a cumplir en este escrito sería  mucho más sencilla. Si logro producir un retrato fiel de la psicología discursiva,  será sencillo para las lectoras juzgar qué tan certera es mi crítica. Sin embargo,  este no es el caso por varias razones.
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		La primera razón es que psicología discursiva no es un objeto en la  naturaleza que está esperando a ser descubierto, observado y representado.  Existe en la medida en que las personas hablan y escriben sobre ella en  artículos, libros, conferencias; adquiere vida a través del lenguaje y depende de  él para ser conocida. Entonces la psicología discursiva está sujeta a sus vaivenes  y variaciones: las palabras, las formas gramaticales, las metáforas y las  estrategias retóricas que se usan para hablar o escribir sobre ella (Billig, 2009,  2013).
		La segunda razón es que distintas autoras han usado la misma
		denominación “psicología discursiva” para referirse a proyectos diferentes, que,  si bien comparten un interés generalizado por la incorporación del discurso a la
		psicología social, no coinciden en posiciones epistémicas, teóricas o  metodológicas (por ejemplo: Harré y Gillet, 1994).
		Ante estas circunstancias, es necesario delimitar el campo de reflexión. En  este texto, psicología discursiva se refiere al programa de investigación que  tiene sus orígenes en el Grupo de Discurso y Retórica (DARG) de la Universidad  de Loughborough en Inglaterra. En este grupo confluyen un importante número  de investigadoras, sus representantes más destacados son Jonathan Potter y  Derek Edwards. La denominación psicología discursiva aparece por primera vez
		en el libro del mismo título que ellos publicaron en 1992.
		Ni siquiera esta reducción del campo de observación da como resultado  uniformidad en posiciones. Incluso dentro de esta misma constelación se puede  hablar de distintas versiones. Queda en duda hasta qué punto el trabajo de
		Michael Billig en torno a la argumentación, la retórica y los dilemas ideológicos  puede considerarse como parte del proyecto que promueven Edwards y Potter  (Billig, 1997; Billig, Condor, Edwards, Gane, Middleton y Radley, 1988). Ambas  versiones se han nutrido mutuamente, sin embargo, Billig mantiene una  distancia crítica con respecto a muchos modos de pensar e investigar en
		psicología discursiva (Billig, 1999; 2007; 2009; 2013).
		De igual forma, Margaret Wetherell ha desarrollado su propia interpretación  de la psicología discursiva de influencia postestructuralista y de carácter  ecléctico, que incorpora nociones teóricas diversas como el psicoanálisis, la  teoría de identidad social, la noción de posicionamiento y los repertorios  interpretativos (Wetherell, 2007; 2015).
		Otra cuestión problemática es la demarcación de fronteras. ¿Quién  establece dónde empieza y termina la psicología discursiva? Si aceptamos el  argumento de que esta perspectiva admite versiones e interpretaciones  distintas; sus límites se vuelven porosos y maleables. Esto dificulta tomar una
		posición crítica, ya que algunas presentaciones de la psicología discursiva la  retratan como perspectiva capaz de abarcarlo todo, sin que haya una clara  distinción entre este proyecto y otros afines.
		En lugar de pretender abarcar todas las variaciones, mi reflexión se enfoca  en la línea desarrollada por Edwards y Potter. La posición que aquí adopto es
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		tratar a cualquier interpretación de la psicología discursiva como un artefacto  lingüístico y por tanto construido, posición que también abarca a este texto y  sus argumentos.
		El extraño affairede la psicología discursiva y la cognición
		En este apartado quiero desentrañar los vínculos entre cognición y psicología
		discursiva; se trata de una relación compleja que de no explicitarse  adecuadamente puede generar confusiones. Antes de señalar debilidades, es
		necesario mostrar y valorar las contribuciones que ha realizado la perspectiva  discursiva derivadas de un cuidadoso escudriñar la cognición.
		En la actualidad, las llamadas ciencias cognitivas conforman un campo  heterogéneo que atraviesa disciplinas tales como la psicología, la antropología,  la lingüística y las neurociencias. Sus orígenes pueden encontrarse en la  tradición racionalista de pensamiento que Descartes inauguró, dicha tradición  se sostiene en la imagen de la mente como espejo del mundo. A partir de la  segunda mitad del siglo XX esta tradición cristalizó en la analogía del ser  humano como computadora: un ente que procesa información (Potter y Te  Molder, 2005).
		Las explicaciones cognitivas parten de una distinción entre performance y  competencia, separan lo que las personas hacen de las estructuras internas que
		determinan su actividad. Dentro de esta distinción se establece que la cognición
		es el fenómeno primario por analizar, mientras que el lenguaje es secundario, es  la superficie visible de un mecanismo profundo (Edwards, 1997).
		En el ámbito de la psicología, el espíritu original de la revolución cognitiva  no buscaba añadir una dosis de mentalismo al paradigma dominante (el  conductismo) sino que pretendía dar cabida a la dimensión simbólica de la  actividad humana. Pero la idea inicial de pensar en procesos de construcción de
		significado se desvirtuó hasta convertirse en mecanismos de procesamiento de  información a partir de un modelo computacional (Bruner, 1990).
		Durante el periodo de crisis de la psicología social emergió una plétora de  voces que urgía a examinar los pilares epistemológicos del edificio cognitivo.  Las líneas de crítica iban dirigidas a una concepción individualista y  descontextualizada del sujeto, a la precariedad teórica y a la artificialidad de la  metodología (Hepburn, 2003). Muchas voces críticas se pronunciaron en contra  de una descripción mecanicisista y mentalista de la vida social. Todas coincidían  en que esta descripción tiene fallas en postulados, elecciones metodológicas y  la imagen que dibujan del sujeto (Billig, 1997; Gergen, 1994; Sampson, 1993;
		Shotter, 1993).
		El trabajo de Wetherell y Potter, antecedente directo de la psicología  discursiva, hacía planteamientos análogos al mismo tiempo que bosquejaba una  alternativa, proponía que el discurso es el elemento central para comprender los  procesos psicosociales. En esta propuesta emergente el lenguaje en uso
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		(performance), dejaba de ser una cuestión que no merecía atención, para  convertirse en el fenómeno sustancial (Potter y Wetherell, 1987).
		El periodo que siguió a la crisis de la psicología social vio el florecimiento de
		perspectivas hasta entonces marginales; o invisibles para las corrientes  centradas en la cognición, el laboratorio y la cuantificación. Aquí se pueden  mencionar la psicología crítica, los distintos construccionismos, las  metodologías cualitativas, el análisis del discurso, etcétera. Todas ellas  navegaban a contracorriente de las formas dominantes de pensamiento  (Íñiguez, 2003a).
		Con frecuencia la psicología discursiva se agrupa y se confunde con esas  perspectivas alternativas; éstas comparten mucho más cuando solo se considera  a qué se oponen. Cuando se considera la propuesta específica las similitudes  entre perspectivas se diluyen. Estas diferencias abarcan cuestione s  epistemológicas, teóricas y de método (O’Reilly, Kiyimba, Lester y Edwards,  2020).
		No todas abordan la cognición en los mismos términos, es indispensable  marcar diferencias y ahondar en los matices. La primera separación conceptual  por establecer es entre cognición y cognitivismo. El cognitivismo asume una  imagen perceptual, mecánica e individual, es reduccionista porque explica el  lenguaje, la acción y la vida social a partir de entidades mentales dentro de la  cabeza. La psicología discursiva se posiciona tajantemente en contra del
		cognitivismo y sugiere un modelo centrado en la acción, el discurso y la
		intersubjetividad. Abandona la metateoría cognitivista-perceptual, pero  mantieneelinterésenlacognicióncomo tema de investigación (Edwards,  1997).
		La psicología discursiva coincide con otras posiciones en su rechazo al  cognitivismo. En el ámbito de la propuesta, voces construccionistas dejaro n  atrás el tema de “la mente” (lo que sucede dentro de las personas) para dar  cuenta y visibilizar lo que sucede entre personas. Se abrió paso a una  teorización de la relacionalidad que abarca procesos de respuesta y  suplementación, acción conjunta, así como una concepción alternativa del yo.  Estas teorizaciones se nutren de distintos marcos y herramientas, hablan de  narración, significado, interpretación, diálogo, etcétera (Gergen, 1999, 2009;  Shotter, 1993; Sampson, 1993).
		Si bien hay áreas de interés común, la psicología discursiva tiene directrices  teóricas y metodológicas propias que difieren e incluso contradicen a otras  vertientes del construccionismo, estas diferencias se han explicitado en diversos  textos (Kent y Potter, 2014; Potter, 1996a, 2010, 2012; Potter y Hepburn, 2008).
		Su visión del discurso (habla y texto como parte de prácticas sociales) se aparta  de nociones de narración, significado e interpretación. Mientras que algunas  voces dejaron atrás la crítica a la mente para desplazarse hacia la relacionalidad;  la columna vertebral del proyecto de la psicología discursiva ha sido la crítica, el  intercambio con y la reconfiguración de las ciencias cognitivas.
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		El sello distintivo de la psicología discursiva es un construccionismo  epistémico que no hace afirmaciones sobre qué tipos de cosas existen y cuáles  no, esto incluye la existencia de entidades dentro de la cabeza. No rechaza ni  apoya la posibilidad de que haya un mundo interno privado o que éste posea  algún sustrato material. Sus inquietudes no giran en torno a la supuesta  realidad de la mente, no es algo que se busque comprobar o refutar. En vez de
		ello se prefiere trabajar con las versionesde la mente y estados psicológicos  que aparecen y se negocian en la interacción.
		La psicología discursiva evolucionó a partir de un debate intenso contra las
		ciencias cognitivas y la psicología social colonizada por modelos biológicos,  perceptuales y computacionales. Pero siempre ha buscado ir más allá de una  simple declaración de rechazo. Ha elegido “demostrar en detalle específico  cómo afirmaciones particulares en estudios particulares son fallidas”. En esta  línea, hay análisis que desarman el carácter neutral de ciertas metodologías, hay  críticas a los métodos cualitativos que incorporan preceptos cognitivistas al  tratar las palabras de las personas como reporte de estados subjetivos, y  también, hay estudios que demuestran que los escenarios de investigación
		están hechos para producircognicionesestables (Potter, 2003b, p. 785; Potter,  2010).
		Otra veta retoma estudios basados en explicaciones cognitivistas y ofrece  una lectura discursiva de los mismos. Cuando hay datos disponibles se busca
		demostrar, a partir del análisis del mismo corpus, las deficiencias de
		interpretaciones mentalistas y la superioridad de una lectura pragmática e  interaccional. Una tercera veta opera en un acto de traducción, inicia con un  fenómeno que supuestamente reside en el ámbito mental para desplazarlo  hacia el ámbito de los usos sociales del lenguaje.
		En la medida en que el programa crece y se extiende, mantiene la  exploración de los temas clásicos: memoria, guiones, actitudes, además de que  incorpora cualquier asunto que entra en el amplio rubro de “características  psicológicas” o “estados mentales” ya sean disposiciones, intenciones,  motivaciones, atribuciones o emociones. Dicho programa parte de una versión  del construccionismo que prioriza lo local y contingente, subraya el detalle de la  interacción, incluyendo qué dicen las personas, cómo lo dicen, en respuesta a  qué, cómo arman versiones y dentro de qué contextos. El interés está en las  construcciones de lo psicológico como práctica situada en escenarios  específicos .
		De ahí que el crecimiento y extensión del programa amplía la variedad de  escenarios observados para dar cuenta de la actividad cotidiana de las personas
		en espacios ordinarios e institucionales. Con ello se muestra la compleja  interrelación entre contexto y versiones de lo psicológico. En la actualidad el  interés por la cognición se mantiene y toma distintas formas, hay un énfasis  particular en la mutua influencia que ejercen las versiones de la mente y del  mundo, esto es, la forma en que las personas ensamblan descripciones objetivas
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		para implicar estados subjetivos y viceversa (Edwards y Potter, 2017; Potter,  Hepburn y Edwards, 2020).
		En síntesis, la psicología discursiva opera simultáneamente en dirección  crítica y generativa, desmantela los pilares epistemológicos del edificio  cognitivista, revela la forma en que operan los métodos de investigación para  producir datos y rechaza lecturas mentalistas. Mientras que algunas autoras  abandonaron la cognición por considerarla irremediablemente atada a modelos  mecánicos, las psicólogas discursivas rescataronalacogniciónde su prisión  mentalista. Así afirman que las versiones que construyen estados mentales son  una forma de acción y son observablescomoprácticasdiscursivas .
		El vínculo que la psicología discursiva establece con la cognición es único y  no está presente en marcos de pensamiento similares que se muestran  dispuestos a abandonarla y moverse a otros territorios. La perspectiva discursiva  problematiza las definiciones tradicionales de las ciencias cognitivas para  reconfigurarlasen términos de usos del lenguaje en la interacción. Se trata de  una práctica teórica y metodológica de re-especificación que proviene de la  etnometodología; no se busca reemplazar ni sustituir a la psicología científica  (cognitiva o de cualquier otra índole) ni a la psicología de sentido común, lo que  se busca es convertir temas de la ortodoxia cognitivista en una observación  directa de acciones y juegos de lenguaje dentro de actividades y circunstancias
		específicas, dentro de los nichos ecológicos de las personas (Huma, Alexander,  Stokoe y Tileaga; 2020).
		En esta sección espero haber mostrado la pasión de la psicología discursiva  hacia la cognición en términos que hacen justicia a sus logros y aportaciones.  Esta línea de trabajo no puede ni debe menospreciarse, no solo por la cantidad  de hallazgos empíricos que ha arrojado, sino también porque ha contribuido a  mostrar que lo que llegamos a definir como “la mente” y “el mundo” es  resultado de procesos de construcción que ocurren en el flujo del intercambio
		social. Ahí donde algunas se contentan con señalar “esto es una construcción”,  las psicólogas discursivas muestran el cómo de los procesos de construcción en  vivo y con lujo de detalle.
		Ahora bien, me preocupa que la parte se confunda con el todo. Hay una  tendencia a asumir que trabajar con la cognición en términos pragmáticos es la  razón de ser del proyecto discursivo. El peligro está en que una línea de  exploración se convierte en la definición de la totalidad.
		Si ya se estableció que la cognición es práctica situada y discursiva con  numerosos análisis empíricos que dan sustancia y evidencia a este argumento,  cabe preguntar para qué aumentar la cantidad de estudios de los mismos  fenómenos. El peligro es tener un proyecto que se sostiene en “ ilustraciones  repetidasdel argumento clave de que los conceptos cognitivos se realizan y se  despliegan en el discurso de los participantes” (Kitzinger, 2006, p. 69).
		En las líneas siguientes espero justificar la necesidad de interrogar la  definición del proyecto discursivo, entender cómo una cierta definición abre
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		posibilidades e impone fronteras. El argumento al que quiero llegar es que la  psicología discursiva ha asumido tácitamente que estudiar construcciones de la  cognición es equivalente a estudiar construcciones de lo psicológico. Esta  suposición elimina la posibilidad de que pueda haber otros vocabularios de lo  psicológico que están presentes en el habla y las actividades de las personas.  Dichos vocabularios se ignoran porque los presupuestos de partida no les dan  lugar, por lo tanto no se vuelven observables ni dignos de atención o  exploración empírica.
		Psicología discursiva: examinar la naturaleza de sus preguntas
		En la actualidad, la psicología discursiva se ha convertido en una perspectiva  consolidada; se ha instaurado como programa de investigación con un cuerpo  teórico sólido y herramientas metodológicas precisas; ha probado su capac idad  para realizar estudios empíricos de una variedad de temas y escenarios que han  derivado en la acumulación de un considerable cuerpo de datos.
		Se ha trasladado de la crítica a la propuesta hasta configurar un núcleo de  comprensión autónomo claramente diferenciado de otros (Gergen, 1994).  Además, cuenta con las condiciones adecuadas para su crecimiento. El
		crecimiento no puede suceder sin consensos: acuerdos sobre los problemas  relevantes, los medios para resolverlos, qué cuenta como dato y qué tipo de
		afirmaciones sobre la realidad son factibles. Este telón de fondo representa la
		condición de posibilidad del pensamiento, sin el cual, investigadoras no podrían  producir conocimiento (Kuhn, 1962/2000).
		En tanto proyecto afianzado, la psicología discursiva opera bajo acuerdos en  torno a cuestiones básicas: su definición, su alcance y su relevancia. Y también,  en torno a la teoría, la metodología y temas clave de investigación. Nada de  esto sería posible sin una demarcacióndelobjetodeestudio, solo en la medida  que las investigadoras tienen una idea compartida y consensuada de qué  estudia la psicología discursiva pueden interrogar a la realidad.
		La fundación, crecimiento y prestigio de una subespecialidad dentro de una  disciplina (en este caso la perspectiva discursiva dentro de la psicología social)  involucra procesos complejos que se dan dentro de contextos socioeconómicos  específicos, el conocimiento científico no es independiente de ellos. De modo  que el progreso y el éxito requieren mucho más que pensamiento innovador,  una teoría sólida o acumulación de hallazgos. Una subespecialidad necesita un  nombre propio para ser identificada y para que funcione como marca  reconocible para el exterior. También necesita reclutar un ejército de adeptas
		que reúnen hallazgos susceptibles de ser convertidos en productos para  promover sus ideas. En la medida en que se acumulan publicaciones que se  identifican con la misma marca, la perspectiva emergente adquiere fuerza (Billig,  2007).
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		Todo núcleo de comprensión se origina a partir de la crítica y  desestabilización de otro (Gergen, 1994). Sin embargo, una perspectiva que  inicia con la ruptura de convenciones cambia sus modos de operar una vez  consolidada. Cuando la naturaleza de las preguntas de investigación es tá  definida, el marco de pensamiento y acción se reduce. Las cuestiones teóricas o  filosóficas se convierten en asuntos técnicos y de procedimiento, en  consecuencia dan un giro hacia la sobrespecialización (Billig 2007; Moscovici y  Markova, 2006)
		La pregunta es si estos planteamientos en torno a la gestación, crecimiento
		y éxito de una subespecialidad pueden describir el estado actual de la  psicología discursiva. Desde la posición de algunas autoras, efectivamente la
		psicología discursiva ha conquistado el éxito y es parte de lo que se denomina
		mainstream2: la corriente dominante de actividad o influencia (Abell y Walton,  2010; Parker, 2012; Stokoe, Hepburn y Antaki, 2012). Otras advierten que la  perspectiva discursiva puede terminar como ortodoxia que se instala en el  conformismo con sus propias reglas; así corre el riesgo de dejar de ver sus  modos de operar y cosificarse (Billlig, 2007; Íñiguez, 2003b; Sisto, 2012;  Wetherell, 2015).
		Estos argumentos nos invitan a hacer una pausa en el camino para
		reflexionar sobre la psicología discursiva: destacar sus contribuciones, pero  sobre todo pensar en sus limitaciones. En este texto me interesa examinar las
		premisas de fondo de la psicología discursiva y de las cuales emana todo el
		proceso de producción de conocimiento. Busco empezar por sus supuestos  fundacionales y que pueden expresarse en preguntas clave: cuál es la definición  de psicología discursiva, cuál es su objeto de estudio y cuál es su campo de  acción.
		Estas tres cuestiones representan el telón de fondo que da forma a la  práctica investigativa, pero se mantiene invisible para las investigadoras. Son
		acuerdos implícitos que ya no ocupan el primer plano porque se asume que es  una perspectiva afianzada y no es necesario examinar la naturaleza de sus  preguntas de investigación. De este modo se crean diques, lo que no es  debatible, lo que no se puede o no se debe poner en entredicho.
		El ejercicio de pensamiento que aquí planteo no se dirige entonces a  particularidades de la psicología discursiva como procedimientos, temas o  estudios puntuales. Tampoco busco hacer una crítica desde una posición  externa y supuestamente más aventajada, ni contraponer a la psicología  discursiva con otras vertientes de análisis del discurso u otras formas de hacer  psicología social. Este texto no es un argumento en contra, ni un llamado a
		moverse hacia nuevos paradigmas.
		2Aunque debe matizarse que esta afirmación aparentemente universal es válida para la  psicología social de geografías específicas y producida en inglés. No necesariamente es el caso  de la psicología social que se produce en español ni en Latinoamérica.
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		Por el contrario, entiendo este escrito como ejercicio inicial de autocrítica,  que busca sopesar las contribuciones y limitaciones de la psicología discursiva  desde las mismas herramientas conceptuales que ella provee. Antes que  desmantelar supuestos, busco pensar si es posible extender su campo de  pensamiento y acción.
		La propuesta es iniciar un diálogo en torno a los modos de producción de  conocimiento de la psicología discursiva. Sostenida en su éxito y  reconocimiento público, la etiqueta “psicología discursiva” se trata como si su  objeto de estudio resultara evidente con solo escuchar el nombre, como si la
		marca delimitará en automático un campo de acción.
		Al plantear que la perspectiva discursiva emplea el análisis del discurso para  estudiar fenómenos psicológicos, sus representantes parecen dar por sentado  cuál es el rango de temas que ahí tienen cabida. De este modo es posible  investigar y generar conocimiento sin tener respuesta a la pregunta de cómo se  delimitaelámbitodelopsicológico .
		Si pensamos en su desarrollo histórico, la psicología discursiva inició
		señalando las limitaciones de las posiciones realistas y mentalistas de la  psicología social. Con ello redefinió a lacognicióncomoprácticadiscursiva y
		social. El nuevo proyecto se configuró en una extraña relación simbiótica con el  cognitivismo, derribó sus pilares conceptuales, pero simultáneamente retomó su
		agenda y sus temas de investigación. Absorbió la idea de que la psicología  investiga la cognición, por tanto, todos sus esfuerzos se dirigieron a llevar los  distintos fenómenos cognitivos al espacio de la acción social (Kitzinger, 2006).
		Las psicólogas discursivas se enorgullecen al señalar que su proyecto abarca  el amplio espectro de temas, fenómenos y vocabularios de lo psicológico; pero  en realidad su foco de observación ha sido la cognición. Con ello han  construido una asociación indisoluble entre lo cognitivo y lo psicológico,  suponen que ambos términos son equivalentes e intercambiables.
		Las lectoras no encontrarán esta idea como afirmación tajante en la  literatura puesto que nunca se establece una definición específica de psicología,  sino que se deja abierta, ya que las mismas premisas teóricas indican que las  personas estudiadas (y no las investigadoras) emplean, reproducen y construyen  suspropiasdefinicionesdelopsicológico. La ausencia de definición queda  justificada porque idealmente permitiría observar y analizar todos los  vocabularios de lo psicológico que usan las personas en su vida cotidiana. La  desventaja es que la intención inicial no se cumple, porque en la práctica  predomina un foco de observación y análisis mucho más restringido y cerrado.  Para demostrar este argumento, será necesario recuperar las distintas
		descripciones de la psicología discursiva y analizar de qué manera delimitan un  terreno de exploración. En esta revisión propongo establecer una separación  entre dos concepciones de psicología discursiva que coexisten en la literatura:  una de carácter abierto y otra de carácter cerrado. La primera busca explorar la  acción social en sus distintas facetas y escenarios para ampliar las posibilidades
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		de la psicología social; mientras que la última se ha limitado a explorar las  versiones de lo psicológico, entendidas siempre como construcciones de la  cognición.
		A lo largo de este texto exploro el sentido de la marca “psicología  discursiva” para problematizar cómo se establecen los vínculos entre psicología  y discurso. El planteamiento central es que en la práctica ha predominado una  concepción cerrada del proyecto discursivo que reduce lo psicológico a lo  cognitivo, y ha excluido la posibilidad de estudiar otros vocabularios o  comprensiones de la psicología que circulan en la vida cotidiana y están
		presentes en la interacción social.
		Sobre el vínculo entre psicología y discurso
		En la actualidad, “psicología discursiva” se ha convertido en una marca bien  establecida. Su éxito es tal que ya no genera ninguna sorpresa escuchar la  anomalía que produce la unión de dos palabras tan disímiles como psicología y  discurso. Es necesario pensar cuál es el vínculo que aglutina dos palabras que  apuntan a ámbitos del conocimiento sin lazos aparentes (teóricos,  metodológicos o temáticos). Una persona que escucha la expresión por primera
		vez probablemente pensaría que se trata de una de las tantas parcelas en que  se continúa fragmentando la psicología.
		Los autores de esta perspectiva proporcionan razones de carácter práctico
		para acuñar dicha expresión: contar con una etiqueta identificable que la  distinguiera de otras vertientes del análisis del discurso (Edwards, 2012).
		En este punto una definición mínima puede ser de ayuda: “El análisis del  discurso es el estudio de la forma en que el habla y los textos son empleados  para realizar acciones. La psicología discursiva es la aplicación de las ideas del  análisis del discurso a los asuntos de la psicología.” Los autores señalan la
		capacidad del programa para abarcar “casi todo el espectro de los fenómenos  psicológicos” (Potter, 2003ª, p. 73).
		Es aquí en donde la bisagra discurso/psicología se vuelve problemática.  ¿Cuáles son los asuntos de la psicología? ¿Quién y cómo define estos asuntos?  ¿Cuál es ese espectro de fenómenos? Tal como se plantea, la definición parece  presuponer un ámbito de lo psicológico bien delimitado que no necesita ser  consensuado o interrogado.
		Olvidamos que la relación entre discurso y psicología está llena de  tensiones. Es necesario entender cómo se sitúa un proyecto de esta índole  frente a lo que tradicionalmente se ha identificado como conocimiento
		psicológico.
		Aquí surgen dos cuestiones: cómo especificamos el objeto de estudio y  cómo delimitamos “lo psicológico” dentro del territorio del discurso. De inicio  existe una contradicción aparentemente insoluble, el ámbito de lo psicológico y  de lo discursivo se han ubicado en planos desconectados y distantes; el primero
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		se asocia al espacio mental privado e inaccesible, el segundo a los usos sociales  del lenguaje.
		Como ya señalé antes, la etiqueta “psicología discursiva” fue creada para  delimitar una concepción propia del discurso. El lenguaje se entiende como el  medio principal para la acción y la interacción, el análisis del discurso sería
		entonces “un análisis de lo que laspersonashacen” (Potter 2004b, p. 201 el  subrayado es mío).
		Una manera de entender el vínculo que aglutina dos ámbitos del  conocimiento sin lazos aparentes (discurso y psicología) es que se trata de
		aplicar, transferir conocimientos de un campo a otro, resolver los problemas de  siempre con herramientas nuevas. Sin embargo, al habitar un marco discursivo  la definición misma de lo psicológico queda trastocada, luego entonces la  noción de aplicación es insuficiente.
		Si imaginamos al discurso como un territorio extenso ¿cómo demarcar cuál  es la parcela que corresponde a la psicología? Al trazar fronteras, las psicólo gas  discursivas pueden adueñarse de una marca (en el sentido de una cualidad que  las distingue de los demás) para plantear problemas de investigación propios y  defender la superioridad de sus recursos. Así se establece que hay un rango de  temas o fenómenos que corresponden a las psicólogas discursivas y no a
		cualquier otro analista del discurso.
		Con independencia del argumento de la superioridad técnica, trazar esta  frontera plantea limitaciones. Si pensamos que el giro discursivo desdibuja los  límites disciplinarios y abre un marco más amplio para comprender los
		fenómenos en su contexto, la idea de un territorio propio resulta  contraproducente. Aunque cada investigadora puede adueñarse de una parcela,  eso no quiere decir que el discurso (el medio que las personas usan para hacer  inteligibles sus actividades e interacciones) sea igualmente cuadriculable, nos  enfrentamos al peligro del reduccionismo.
		Aislar construcciones de lo psicológico acarrea el riesgo de extirparlas de un  nicho de origen más amplio: la acción situada que se da en el flujo de actividad.  Y con ello suponer que al estudiar lo psicológico se abarca toda la acción social.  Una de las influencias centrales para la psicología discursiva es el  pensamiento etnometodológico, que puede sintetizarse como la observación de  los métodos de razonamiento práctico que las actrices despliegan en la  interacción (Coulon, 1988). Es una forma de interrogar la realidad social que  empieza “desde abajo”, busca aquello que emerge en el flujo de actividad.  Como tal no está estructurada en torno al edificio conceptual o a la agenda de  una disciplina específica (Lynch y Bogen, 2005).
		Es aquí donde la perspectiva discursiva entra en contradicción con sus  influencias teóricas. Este proyecto se interesa por lo emergente en la  interacción, pero siempre desde una agenda y un edificio conceptual  previamente establecido. La agenda es desmantelar al cognitivismo; el edificio  conceptual son los fenómenos propuestos por las ciencias cognitivas.
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		Aunque hay autoras que subrayan las aportaciones del pensamiento  etnometodológico para la psicología discursiva (Martínez, Stecher y Íñiguez,  2016). Otras ponen el acento en las inconsistencias del proyecto discursivo:  observar la actividad situada desde una mirada selectiva para encontrar a quello  que previamente se ha fijado como relevante (Housley y Fitzgerald, 2008, 2009;  Schegloff, 2005).
		Dos comprensiones del proyecto discursivo
		Partir de un marco de pensamiento discursivo, abre un horizonte nuevo para las  interesadas en el estudio de los fenómenos psicosociales porque invita a un
		análisis comprometido de las acciones de los sujetos inmersos en sus contextos  ecológicos. El peligro está en que ese amplio paisaje se vuelve estrecho cuando  se convierte en una concepción de lo psicológico que abarca un rango limitado  de fenómenos.
		Si hacemos una revisión de las formas en que las adeptas de la psicología  discursiva presentan su proyecto, podemos encontrar versiones que parten de  un vasto marco de referencia y apuntan a una psicología social interesada en las  actividades de las personas en el sentido más amplio. Pero también, versiones  que constriñen este proyecto a las construccionesde la mente y la cognición.
		En las siguientes líneas espero mostrar que dentro del mismo proyecto (en  voz de distintas autoras que siguen la estela de Edwards y Potter) coexisten dos  concepciones de la finalidad y el campo de acción de la psicología discursiva.
		Se trata de algo más que ramificaciones de un mismo conjunto de  principios teóricos. Y aunque no son versiones incompatibles acarrean el peligro  del reduccionismo. Como ya he señalado antes, hay una versión de la psicología  discursiva con posibilidades infinitas, que no se limita a una misma línea  temática, sino que está articulada en torno a una concepción del discurso. A la
		par, hay otra versión que se limita a estudiar las construcciones discursivas de la  mente y la cognición.
		La línea central de exploración de la psicología discursiva ha sido la  cognición y los estados mentales como práctica interaccional, situada y  enraizada en los usos del lenguaje. De acuerdo con los planteamientos de sus  representantes, esta línea solo puede existir si se sostiene una concepción del  discurso que se interesa por el amplio abanico de actividades que las personas  realizan en una variedad de escenarios a través del lenguaje.
		Es decir, en el espíritu original de la perspectiva discursiva, un mismo  proyecto no debería escindirse en dos versiones distintas. En la práctica, sin  embargo, predomina el estudio de los estados mentales acostadesu propia  concepción del discurso. Entre más se restringe las líneas de exploración más se  contradice el principio básico de estudiar lo que realmentehacen las personas  al usar el lenguaje cuando están inmersas en sus nichos ecológicos. La promesa  original de la psicología discursiva queda sin cumplirse.
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		El riesgo mayor es el reduccionismo. Recortar el ámbito de lo psicológico y  definirlo como sinónimo de lo cognitivo ¿Quién establece que lo psicológico es  equivalente a lo cognitivo? ¿Qué estamos excluyendo de la reflexión al entender  ambos términos como intercambiables?
		En términos generales la psicología discursiva suele presentarse como un  proyecto que indaga en la organización de las prácticas sociales en que  aparecen determinadas formas de nombrar, describir o aludir (implícita y  explícitamente) a lo psicológico. A su vez, estudia los efectos que las  construcciones de lo psicológico ejercen en secuencias de interacción, así como
		en las prácticas sociales y los contextos institucionales de las que forman parte  (Potter, 2010).
		En los textos de psicología discursiva, la tendencia general es hablar de  estados o procesos psicológicos como si fueran términos transparentes que no  requieren clarificación alguna, así la definición de lo psicológico se da por  sobrentendida, aparece como algo que no necesita ser explicado o justificado.  Para dar sustento a esta argumentación, a continuación, presento dos  grupos de citas textuales que aparecen en la literatura. El primer grupo de citas  habla de una versión abierta de este proyecto que busca ampliar las  posibilidades de acción de la psicología:
		[La perspectiva discursiva] inicia con la psicología de cara a las personas  viviendo sus vidas… (Potter y Wiggins, 2007, p. 73).
		[La psicología discursiva] parte de una visión de las personas como sociales  y relacionales, y con la psicología como un dominiodeprácticamás que de  contemplación abstracta. (Wiggins, 2007, p. 73, el subrayado es mío).
		[La psicología] se vuelve más centrada en la interacción, dinámica y  culturalmenteespecífica(Hepburn y Wiggins, 2007, p. 8, el subrayado es  mío)
		[La psicología discursiva] ha ofrecido una forma alternativa de concebir las  relaciones mutuas entre personas, prácticas e instituciones… Investiga de  forma cercana y sistemática cómo los individuos producen, debaten,  resisten e implican versiones de mundos, mentes, personas y relaciones  sociales (Augoustinos y Tileaga, 2012, p. 40 6).
		[La psicología discursiva es] una aproximación sistemática a todas las cosas
		sociales, desde encuentros interaccionales cotidianos hasta el análisis de  asuntos y problemas sociales más amplios (Tileaga y Stokoe, 2016)
		El discurso es el medio vital para la acción. Es el medio a través del cual las  versiones del mundo son construidas y producidas como relevantes o
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		insignificantes. Para las científicas sociales el estudio del discurso se vuelve  una forma poderosa de estudiar la mente, los procesos sociales, las  organizaciones, los eventos, tal comosonvividas dentrolos asuntos  humanos(Potter 2003b, p. 791).
		Este conjunto de definiciones muestra una psicología discursiva con un  potencial ilimitado dada la forma en que redefine a la disciplina y concibe la  participación de las actrices en la constitución de la realidad social. Además,  incita a hacer investigación partiendo de la observación de personas viviendo
		sus vidas, una alternativa al conocimiento producido en escenarios artificiales  que convierten a los sujetos en figuras de cartón (Billig, 1994).
		Desde esta visión extensa, parecería que las líneas de exploración pueden  bifurcarse y multiplicarse. Después de todo, psicología discursiva no tendría por  qué ser un programa determinado por un tema o problema particular puesto  que, si las preguntas de investigación se construyen a partir de su concepción  del discurso, puede investigarse cualquier tema y responderse a cualquier  pregunta.
		A pesar de ello, podemos encontrar un conjunto distinto de formas de  presentar la psicología discursiva, en donde ya no parece un proyecto abierto  pues solo incluye las representaciones y prácticas que construyen estados  psicológicos o mentales. No se delimita explícitamente cuáles son los asuntos
		de la psicología incluidos dentro del campo de observación. Sin embargo, las
		citas que presentó establecen conexiones y hacen uso de ejemplos, de modo tal  que lanocióndelopsicológicosiemprequedaatadaalocognitivo. Antes de  ahondar en este argumento presentó una muestra de fragmentos textuales que  apuntan en esta línea:
		[La psicología discursiva] …ofreció lo que ahora puede ser visto como una  relaboración… de la naturaleza de la psicología y en particular del estatus de  lacognición(Hepburn y Wiggins, 2007, p. 6, el subrayado es mío).
		[La psicología discursiva] …re-especifica los temas de investigación centrales  de lacogniciónsocial,lapsicologíacognitivaylacienciacognitiva (Potter,  2006, p. 132, el subrayado es mío)
		[Desde una perspectiva discursiva] …la cognición no es la entidad que  explica la interacción, más bien podemos ver de qué forma lasversiones de  la mente (recuerdos, rasgos, actitudes) llegan a ser producidos para  propósitos de la acción. (Hepburn y Wiggins, 2007, p. 7, el subrayado es  mío)
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		… las psicólogas discursivas analizan sistemáticamente la cognición como  parte del aparato interaccional de las participantes… observan cómose lleva  lacogniciónalaacción. (Te Molder, 2015, p. 5, el subrayado es mío)
		… estudia la participación de lacognición como una cuestión de los  participantes. Esto es, trata a la mente, la experiencia, la emoción, la  intención, en términos de cómo son construidas y enfrentadas en la  interacción. (Wiggins y Potter , 2007, p. 79, el subrayado es mío)
		La psicología discursiva se acerca a los temas de cognición, estados  mentales y características psicológicas como asuntos que están en  negociación activa en el habla y el texto (Edwards, 2006, p. 41, el subrayado  es mío).
		Los ejemplos de ambos conjuntos de citas no intentan ser una muestra  representativa. Mi elección es sesgada en tanto que busca subrayar dos lecturas  distintas del mismo proyecto, una de carácter amplio, otra de carácter más  cerrado. Si ubicamos la perspectiva discursiva en el contexto histórico de su  gestación, tiene sentido el énfasis en la cognición como objeto de crítica y su
		traducción hacia la pragmática social. En el presente, es necesario preguntarnos  si la atención exclusiva en la cognición es relevante, o si el riesgo es tener una
		perspectiva teórica limitada y “definida por aquello a lo que se opone” (Kitzinger  2006, p. 69).
		Si volvemos a revisar estas definiciones, en el primer grupo se hace  referencia a la psicología en términos amplios: como parte de la vida de las  personas, como dominio de práctica, como algo dinámico, culturalmente  específico, como parte de las relaciones entre actores sociales, prácticas e  instituciones.
		En el segundo grupo, la palabra psicología adquiere un sentido mucho más  restringido, asociado a términos específicos: cognición, mente y características  psicológicas. Una de las citas señala una relaboración de la naturaleza de la  psicología y en particular del estatus de la cognición. En estas descripciones lo  mental, lo cognitivo y lo psicológico se usan como términos intercambiables. En  este proceso la cognición se vuelve sinónimo de psicología.
		Las dos concepciones de la psicología discursiva no necesariamente son  mutuamente excluyentes. Abordar las prácticas sociales no elimina la  posibilidad de estudiar la cognición (siempre y cuando se defina en términos de  actividad situada).
		En cambio, si asumimos que la línea primordial de exploración es la  cognición se descarta la inclusión de otros temas y por tanto la posibilidad de  un marco que realmente abarca “un análisis de lo que las personas hacen” “a las  personas viviendo sus vidas” o “todas las cosas sociales”. Puesto que ni todo lo
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		que las personas hacen, ni las vidas de las personas, ni todos los asuntos  sociales giran en torno a los discursos de la cognición.
		Potter sostiene que “en última instancia el tema de la psicología discursiva  es la psicología desde la perspectiva de los participantes” (Potter y Puchta, 2007,  p. 104). A primera vista parece que la perspectiva discursiva da cabida a “una  gran población de entidades y procesos psicológicos” (Potter, 2000, p. 36). Sus  representantes prometen estudiar a la psicología en acción, el universo que  ofrecen es complejo e inagotable.
		Sin embargo, en la práctica parecen trabajar con una definición de lo
		psicológico mucho más restringida y que nunca se explicita. Si el objeto de  estudio es la psicología desde la perspectiva de los participantes, la implicación
		es que el único vocabulario que forma parte de las prácticas de los actores  sociales es el de la cognición. Y si la apuesta es explorar cuáles son las versiones  y comprensiones de lo psicológico que aparecen en las prácticas sociales de los  sujetos, entonces el foco de observación tendría que ser más amplio.
		Suponer que lo cognitivo abarca todo lo psicológico es confundir a la parte  con el todo, se da por hecho que la psicología que está presente en las  descripciones, construcciones y prácticas de las personas es irremediablemente  de naturaleza cognitiva. Las personas no solo hablan el idioma del mentalismo y
		la cognición.
		En otras palabras: hay vocabularios, descripciones, formas de articular la  experiencia y narrar a las personas que no están vinculadas a lo mental o  cognitivo, que permean la vida cotidiana y las actividades de las personas.
		Otros vocabularios de lo psicológico
		La psicología discursiva se ha mantenido en intercambio fructífero con las  ciencias cognitivas desde una postura de oposición y de propuesta. Algunos  textos emplean la etiqueta “psicología postcognitiva” para referirse a esta  perspectiva (Potter, 2000; Te Molder, 2016). El término apunta hacia un proyecto  que supera las limitaciones de nociones mentalistas y computacionales, al  mismo tiempo que señala una continuacióndel trabajo con la cognición.
		Puede argumentarse que producir conocimiento desde esta línea conserva  la misma capacidad generativa que en sus inicios, sin embargo, también  podemos pensar cómo ampliar el campo de acción. Una opción es recuperar el  principio clave de analizar aquellas construcciones discursivas de lo psicológico  que se filtran en la interacción y en la vida cotidiana. Al mismo tiempo debe  romperse con la noción de que lo cognitivo abarca todo lo psicológico:
		“…lapsicologíaesalgomásquesolocognición. Tal vez es obvio, pero tal ha  sido la fuerza de la psicología cognitiva que las dos palabras se usan  frecuentemente como si fueran sinónimos.” (Wiggins, 2020, p. 4, el  subrayado es mío).
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		Este es el único texto que he localizado donde una autora que se ubica dentro  de la galaxia discursiva traza una diferencia explícita y contundente entre  cognición y psicología. Su reflexión no llega más lejos, no indaga si esta fusión  de términos puede ser problemática, ni tampoco que líneas de investigación se  inauguran si se toma seriamente esta separación.
		Proponer ramificaciones en las líneas de exploración de la psicología  discursiva no significa abandonar su marco teórico, todo lo contrario, implica  considerar de qué modo su concepción del discurso permite analizar otras
		versiones de lo psicológico presentes en la vida cotidiana.
		Un soporte teórico para abrir el campo de acción de la psicología discursiva  puede encontrarse en un principio clave del construccionismo: nuestras formas  de dar cuenta del mundo o del yo se mantienen y transforman en función de las  vicisitudes del proceso social (Gergen, 1999). Nuestros modos de articular lo  psicológico en el lenguaje son contingentes y están atados a comunidades  específicas y procesos históricos más amplios. Entonces, lo psicológico no  puede ser un lenguaje monolítico, muta de comunidad a comunidad y a lo largo  de la historia.
		El carácter dinámico y mutable de los vocabularios de lo psicológico
		también tiene soporte teórico en la noción de variabilidad en el discurso. El  habla de las personas no forma una totalidad unificada y coherente, está
		poblada de contradicciones y versiones antagónicas (Billig, 1986; Potter y
		Wetherell, 1987). Las personas recurren a distintos repertorios para dar cuenta  de acciones, eventos y personas, en ese sentido siempre echan mano de las  construcciones disponibles en su entorno. El vocabulario cognitivo no tendría  por qué ser la única fuente que tienen las personas para dar inteligibilidad a lo  que les sucede.
		Los argumentos anteriores señalan que el discurso de las participantes
		puede estar poblado por otras comprensiones de lo psicológico. Falta  establecer cuáles podrían ser esos vocabularios, aquí recurro a fuentes que no  provienen directamente de la psicología discursiva para fortalecer este  argumento.
		Los lenguajes de lo psicológico subsisten gracias a su circulación y  diseminación; representan formas de dar cuenta que adquieren estatus de  verdad en la medida en que se instauran en instituciones y se manifiestan en  todos los espacios de la vida cotidiana (Rose, 1998). El lenguaje de la psicología  no forma una totalidad coherente, está compuesto de una “familia de  vocabularios divergentes” que operan ofreciendo recursos para interpretar y
		nombrarlo todo (Rose, s/f).
		Como ejemplos concretos de vocabularios de lo psicológico que circulan en  la vida cotidiana se puede mencionar: los lenguajes del diagnóstico y la  psicopatología (Gergen, Hoffman y Anderson, 1996); el psicoanálisis (Moscovici
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		citado en Billig, 2008); los lenguajes del bienestar y la felicidad (Davies, 2015);  los lenguajes de la intimidad y la confesión (Atkinson y Silverman, 1997).
		El modo de indagación propio de la psicología discursiva ofrece  herramientas para estudiar qué vocabularios de lo psicológico se emplean, de  qué manera y con qué consecuencias. Extender el marco de observación, no  obliga a cambiar los supuestos teóricos, ni el enfoque metodológico. Después  de todo, se conserva el principio de que lo psicológico puede estudiarse como  versión construida y constructiva que realiza acciones. De igual modo se  mantiene el compromiso con las actividades de las personas en sus contextos
		naturales.
		Reflexiones finales
		La perspectiva discursiva representa un punto de inflexión en psicología social  puesto que generó una revolución en los modos de conceptualizar y producir  conocimiento en la disciplina. Para muchas, hoy representa el marco que  permite pensar e interrogar a la realidad psicosocial. Al convertirse en un fondo  invisible que da forma al pensamiento, no necesariamente se convierte en  objeto de reflexión. Está bien pensar desdela psicología discursiva, pero eso no  debería eliminar la posibilidad de pensar sobrela psicología discursiva.
		Se trata de un tipo de reflexión que solo puede tener espacio, si se  suspende (al menos temporalmente) la preocupación por el crecimiento, por  esa razón, en este texto no me inclino por una visión tecnificada que persigue la
		superespecialización.
		Aquí buscaba examinar las premisas de fondo de la psicología discursiva y  de las cuales emana todo el proceso de producción de conocimiento: su  definición, su objeto de estudio y su campo de acción. Cuando se exploran  estos elementos hay cuestiones que pasan desapercibidas y que pueden
		problematizarse.
		En primer lugar, dos formas de aproximarse a la psicología discursiva que  abren distintos rangos de acción, una de carácter abierto, centrada en la acción  social que no está ceñida a un tema. Otra de carácter restringido que coloca su  atención en las construcciones de la cognición. Hay dos maneras de evaluar la  pertinencia de esta distinción; la primera es si la distinción es realmente  existente o se sostiene al revisar la literatura original. La segunda pertenece al  futuro, donde la pregunta ya no es qué tipo de psicología discursiva existe en la  literatura, sino qué tipo de conocimiento puede construirse y a partir de qué  marco de comprensión. Aquí es donde la visión amplia de una psicología
		discursiva interesada en las actividades de las personas en sus nichos ecológicos  tiene mucho más potencial, visión que puede perseguirse si se deja de lado la  tecnificación y superespecialización.
		En segundo lugar, puede problematizarse la forma en que la perspectiva  discursiva enmarca e investiga la cuestión de “lo psicológico”. Aquí quisiera
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		recuperar y puntualizar los argumentos que me llevan a sostener que dicho  entendimiento resulta limitante.
		La postura que marca cómo se exploran los fenómenos psicosociales se  establece a partir de la distinción que en inglés se expresa con los términos  emicy etic. La perspectiva discursiva adopta una posición emic“inicia con  conceptos y comprensiones de las participantes tal como son desplegadas en  prácticas de interacción” (Potter y Edwards, 1992, p. 100).
		De esto se deriva que la perspectiva discursiva no debería proporcionar a  priori una definición de lo psicológico, puesto que su interés central está en l as  versiones, comprensiones de la psicología que se muestran y se negocian en el  flujo de la interacción. Si se toma la noción de emic como directriz  metodológica, entonces se busca observar las definiciones de lo psicológico  que son relevantesparalaspersonasen su actividad cotidiana.
		La ausencia de una definición teórica de psicología es un elemento  necesario para poder estudiar definicionesemergentesysituadasque aparecen  en boca de las personas. Esta sería la posición ideal por alcanzar para respetar  los planteamientos teóricos y metodológicos de la propia perspectiva discursiva.  Pero dicho ideal no siempre se respeta, en la práctica de investigación  predomina la exploración de los vocabularios relacionados a la cognición.
		Como ya señalé antes la psicología discursiva ha establecido una relación  extraña y simbiótica con la cognición. Otros autores han hecho críticas al
		respecto que atacan otros problemas. Se ha señalado que la psicología
		discursiva no ha logrado desembarazarse de concepciones mentalistas y  cognitivistas (Coulter, 1999), pero esta crítica ya ha sido rebatida (Potter y  Edwards, 2003). También se ha señalado que la investigación empírica puede  caer en la repetición de una misma premisa (Kitzinger, 2006), mientras que la  psicología discursiva sostiene que esta línea de trabajo sigue siendo productiva  (Huma, Alexander, Stokoe y Tileaga; 2020; Potter, Hepburn y Edwards, 2020).
		La tercera línea de crítica es si la psicología discursiva obedece a la  localización local de los fenómenos u obedece a una agenda académica  previamente establecida. Aceptar esta crítica significa que la perspectiva  discursiva no respeta integralmente una posición emicporque históricamente  surgió y se fortaleció a partir de la agenda de desmantelar al cognitivismo  (Housley y Fitzgerald, 2008, 2009; Schegloff, 2005).
		El mayor peligro es que la psicología discursiva solo pueda observar aquello  que ya existe dentro de sus preconcepciones, y no todos los vocabularios de lo  psicológico que están presentes en las conversaciones y en las vidas de las  personas. Comete el error de asumir que psicología y cognición son sinónimos,
		al hacerlo reduce el campo de observación y teorización. Por tanto, deja sin  cumplir la promesa de abandonar una psicología académica y encorsetada,  cuando debería centrarse en la psicología en acción, la que está presente en la  perspectiva y las actividades de los participantes.
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		Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020)
		Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317
		ENTRE LA FILOSOFÍA MORAL Y LA EPISTEMOLOGÍA: LA VIGILANCIA  EPISTEMOLÓGICA EN EL QUEHACER DEL INVESTIGADOR  CUALITATIVO 1
		* * *
		BETWEEN MORAL PHILOSOPHY AND EPISTEMOLOGY:  EPISTEMOLOGICAL VIGILANCE IN THE QUALITATIVE RESEARCHER´S
		PRACTICE
		Nicole Oré Kovacs 2
		Sección: Artículos  Recibido: 28/06/2020  Aceptado: 12/09/2020  Publicado: 04/12/2020
		Resumen
		En la práctica de la investigación cualitativa no buscamos lo enteramente  desconocido, sino más bien lo inasible, lo que emerge de las relaciones humanas.  Para ello, recogemos el discurso del otro y pretendemos comprenderlo, pues solo así
		podremos dar cuenta del fenómeno ante nuestra comunidad académica. Sin  embargo, paradójicamente, lo hacemos dentro de una cultura que privilegia un  modelo epistemológico que desestima el saber práctico y promueve la asunción de  una posición neutral, desvinculada. A la luz de este sesgo, por la investigación misma  y por todos los que se comprometen con ella, nuestro propósito de recuperar el valor  del saber encarnado —aquel que emerge de la experiencia— debe imponerse. Ahora  bien, para cumplir con este objetivo, primero es preciso reflexionar sobre nuestra  posición epistemológica y sus implicancias éticas. En otras palabras, como  investigadores debemos adoptar una actitud fenomenológico-hermenéutica y del
		1 Agradezco al filósofo Gonzalo Gamio Gehri por su atenta y cuidadosa orientación a mi trabajo
		intelectual
		2 Profesora de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y de la Universidad Antonio Ruiz de  Montoya (UARM), Lima Perú. Correos electrónicos: pcpsnore@upc.edu.pe ; nicole.ore@uarm.pe
		Entre la filosofía moral y la epistemología…
		ejercicio de la racionalidad práctica, es decir, fomentar el hábito de la vigilancia  epistemológica.
		Palabras Clave: ética; teoría de la ciencia; investigación cualitativa; ruptura  epistemológica; autorreflexión
		Abstract
		In the practice of qualitative research, we do not look for the absolute unknown, but
		for the ungraspable, the one that emerges from human relations. Therefore, we  collect the other’s discourse and pretend to comprehend it, to then give an account  of the phenomenon to our academic community. Yet, paradoxically, researchers do it  within a culture that privileges not only an epistemological model that dismisses  practical knowledge but also one that favors the assumption of a neutral and  disengaged position. In light of this bias, for the sake of our work and of the parties  committed to the study, our goal of recovering the value of incarnated knowledge —  the one that emerges from the experience— should be our top priority. Hence to  achieve this objective, we need to reflect on our epistemological stance and its ethical
		implications first. In other words, as researchers, we need to adopt a hermeneutic -  phenomenological approach and the exercise of practical reasoning as well, that is, to
		promote the habit of epistemological vigilance.
		Key words: ethics; theory of science; qualitative research; epistemological rupture;  self- reflection.
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		1. Crisis epistemológica y construcción narrativa. La crítica de la  epistemología moderna.
		No cabe duda de que la pasión por la producción de conocimientos rigurosos y  válidos nos caracteriza como investigadores. Ahora bien, para cumplir con tal  aspiración, este acto productivo deberá sostenerse en un modelo científico en el  que gravitan paradigmas tan variados como distintos entre sí. Así pues,  positivismo, neopositivismo y la fenomenología-hermenéutica son algunos de
		los paradigmas a partir de los cuales el investigador podrá situarse para diseñar  el estudio que le permitirá posteriormente articular un saber significativo.  Naturalmente, ante tan diverso panorama, este deberá asumir y defender  aquella teoría que mejor le permita explorar la realidad social a estudiar. No  obstante, a fin de prevenir la aplicación acrítica y cómoda de los planteamientos  que esta pluralidad de perspectivas le proporciona, el investigador ha de  disponerse a examinar las condiciones y límites de validez de su postura y  procedimientos. En este sentido, le conviene atender la propuesta de Bourdieu,
		Chamboredon y Passeron (2002) de mantener una actitud de vigilancia  epistemológica, es decir, aquella disposición en la que el investigador se implica  en la revisión de los conceptos de ciencia, así como los estándares de
		argumentación y verificación que sustentan sus producciones.
		Como ya hemos precisado, puesto que el quehacer del investigador se
		realiza en el contexto de la cultura moderna y el modelo epistemológico de  orientación positivista que ella defiende, el punto de partida exige una actitud  vigilante frente a las cualidades del mismo. Como se sabe, la epistemología  moderna, en tanto pretende constituirse como una disciplina de alto rigor  metodológico que establece con certeza y validez sus pretensiones de verdad,
		ha sido descrita como fundacionalista. Por ello, sus argumentos se constituyen  como las formulaciones clave y fundacionales de los modelos teóricos  hegemónicos. Así pues, una de las características de la epistemología moderna  “canónica” es que traslada la matematización del mundo, la experiencia humana  de la filosofía cartesiana y los descubrimientos de la física a la formulación de  argumentos naturalistas, reduccionistas —tanto no empíricos como  experimentales— en apariencia, sólidos. Precisamente, la cualidad “canónica” de  la epistemología moderna radica en el tipo de razonamientos utilizados para tal  fundamentación. Taylor (1997a) los describe como apodícticos, pues expresan  verdades concluyentes que no son sometidas a crítica ni a revisión.
		Dicho esto, cabe preguntarse sobre la relación entre la cultura moderna y la  epistemología, pues es evidente que la primacía de lo epistemológico y su  método se ha extendido a tal punto que es posible notar su influencia en  aquellas dimensiones de la vida humana aparentemente incompatibles con la  ciencia positivista, entre ellas la moral y el consecuente uso de la racionalidad
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		Entre la filosofía moral y la epistemología…
		práctica3 para formular cuestiones morales de largo alcance. Ahora bien, si la  moral es entendida como aquella disciplina que se ocupa del discernimiento de  cuestiones éticas y políticas de agentes profundamente implicados en sus  experiencias de vida, entonces es natural que la cultura moderna desestime este  tipo de racionalidad práctica. Para el modelo epistemológico “canónico”, la  única razón válida es la que procura medidas de control y uso de los objetos  para obtener el mayor beneficio posible, es decir, el cuidado de la razón  instrumental.
		En efecto, podemos describir la epistemología moderna como aquella que
		establece teorías que explican el orden del mundo y la vida humana sobre la  base de argumentos que no se cuestionan porque se asumen como evidentes,
		como objetos de “certeza”. En consecuencia, impera un modelo de razón  procedimental e instrumental interesada únicamente en describir y aplicar la  mejor metodología o estrategia heurística que permita decir algo certero y  válido sobre el mundo, aunque, curiosamente, desde la perspectiva de un único  sujeto. En otras palabras, para que el sujeto pueda hacer uso de su razón y darle  sentido a su experiencia, solo deberá centrar la mirada en sí mismo y en los  procedimientos que utiliza. Concebido así, para este modelo instrumental las  explicaciones producidas por la razón no son más que proyecciones en un
		mundo “neutral”, en términos de Taylor (1997a), una reducción naturalista.
		Si la clave para entender el vínculo entre la moral y la epistemología radica  en la conexión entre los modos de conocer el mundo y actuar en él, entonces a l  instrumentalizar su razón el sujeto moderno tendrá que explicar el mundo de tal
		forma que los principales postulados teóricos respecto de su experiencia  deberán ser, necesariamente, una explicación de estos procedimientos (ídem).  Ahora bien, la única pretensión del sujeto no será solo revisar y difundir el mejor  procedimiento posible para hallar “certezas” en el mundo, sino que además  pretenderá generalizarlo de modo que otros campos puedan beneficiarse de él.
		Con este objetivo en mente, resulta esperable que la actitud del sujeto moderno  esté marcada por la constante necesidad de abstraerse de su posición, liberarse  de sesgos y alejarse de la perspectiva antropocéntrica de comprensión del  mundo.
		Cuando se traslada esta actitud epistémica a la teoría de la ciencia y la  explicación sobre el desarrollo y avance de las teorías científicas, el investigador  se enfrenta a modelos teóricos que poseen un vasto cuerpo de explicaciones  procedimentales; una lista de problemas ya determinados y sus  correspondientes metodologías; una lista de anomalías identificadas, forzadas a  ajustarse a la teoría vigente y, cómo no, un grupo de investigadores que
		3 La racionalidad práctica debe sus orígenes a la teoría ética de Aristóteles, a partir de la idea de  noúspraktikós(i.e. intelecto práctico o razón práctica) elaborada en la Ética Nicomáquea y que  Taylor (1997a, 2018) retoma en los mismos términos. El presente artículo mantiene la misma  línea argumentativa que Taylor (2018) quien la define como “un razonamiento que procede por  transiciones” (p. 113) realizadas a partir de la comprensión encarnada de los agentes.
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		trasladan este cuerpo paradigmático a sus respectivas disciplinas. Precisamente,  a razón de esta multiplicidad de características es que las teorías convergen en  el concepto de inconmensurabilidad planteado por Kuhn (2004). El autor  sostiene que, puesto que estas defienden puntos de vista heterogéneos, es  decir, distintos modos de ver el mundo y practicar la ciencia, la  inconmensurabilidad es una condición común a todas las teorías científicas. En  concreto, Kuhn (2004) afirma que no es posible determinar si una teoría es  verdadera o falsa a partir de un criterio neutral ni tampoco a partir de la  apelación a los hechos. Dicho de otro modo, la posibilidad de dirimirse entre
		estas narrativas rivales es inexistente, pues sus diferencias teóricas son tan  radicalmente opuestas que sus planteamientos de normas y definiciones de
		ciencia dependerán de la tradición científica en la que se sostengan (p. 230). Por  supuesto, las consecuencias de esta aparente incompatibilidad se manifiestan  en la dificultad de hacer debatir a las teorías A y B, dadas sus naturalezas  distintas. Pese a ello, en un escenario de debate y a fin de tomar una decisión  respecto a la mejor teoría explicativa del mundo, cada bando deberá formular  argumentos que convenzan al bando contrario de la efectividad de su teoría  para reducir el error4 .
		Al respecto, Taylor (1997a) es claro al destacar que este debate deviene en
		el establecimiento de una serie de criterios que demuestran que la teoría B es  verdadera y la teoría A es falsa. Por su parte, (Kuhn, 2004) señala que una de las
		partes deberá convencerse de su equívoco y, en consecuencia, asumir la postu ra
		considerada como buena o correcta. Sin embargo, convenir aceptar o no una  teoría no dependerá de la experiencia individual de los sujetos integrantes de  los bandos en debate, sino más bien se supeditará a las razones formuladas  ante la comunidad de investigadores. En realidad, son ellos quienes construyen  una serie de valores formales que interactúan con los miembros de manera que  estos sean persuadidos de mantenerse fieles a los principios de la ciencia
		normal. Es por esta razón que podemos afirmar que una de las cualidades más  destacadas de la epistemología moderna es la existencia de debates  irresolubles, precisamente porque la fundamentación a partir de argumentos  apodícticos desdeña la posibilidad de cuestionamiento y procura más bien su  ciega aceptación (Taylor, 1997a, p. 69).
		Las consecuencias éticas de este modelo de ciencia se materializan en la  actitud del investigador, a quien podemos describir sobre la base de las tres  nociones del sujeto moderno propuestas por Taylor (1997b) íntimamente  vinculadas a la interpretación moderna de la epistemología. No obstante, antes  de profundizar en la descripción de tales nociones, primero resulta pertinente
		4 A nivel epistémico, la reducción del error se contempla a partir de la profundidad explicativa  de una teoría en comparación con la primera teoría, de carácter fundacional y compuesta por  argumentos apodícticos. Esto se realiza a partir de la formulación de explicaciones  comprehensivas a través de un lenguaje de contrastes transparentes (Taylor, 2005) que permitan  entender de manera más profunda las dimensiones de la vida humana.
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		abordar el giro reflexivo que supuso la filosofía cartesiana. Este giro concibe a la  certeza como consecuencia de la claridad reflexiva, claridad en la cual el sujeto  descubre que a partir del examen de los procedimientos que le permiten  generar representaciones sobre el mundo puede establecer sus propios criterios  para dar cuenta de la realidad externa. El fundamento subyacente a esta  operación es la presuposición de que “la certeza es algo que podemos generar  por nosotros mismos al ordenar correctamente nuestros pensamientos”  (ibídem., p.24), lo cual además se establece como uno de los ideales centrales  de la modernidad. Así pues, el ideal de certeza autogenerada se constituye
		como un incentivo para interpretar el propio conocimiento a partir de la  distinción entre el pensamiento acerca de lo real y los objetos del mundo. Dicho
		esto, es posible asumir a este ideal como un propósito moral, además de un  objetivo epistémico.
		Abordado este punto, ahora es posible definir la posición del investigador a  partir de las tres nociones de sujeto moderno que plantea Taylor (1997b), a  saber, (1) la imagen de sujeto desvinculado, (2) la concepción puntual del yo y  (3) la interpretación atomista de la sociedad. Como veremos, estas nociones se  articulan en un modelo que distingue a un “sujeto” que evalúa el rigor de su  pensamiento de un “agente” que procura comprender epistemológicamente el
		mundo, pero que también integra la organización social y la vida cotidiana. En  primer lugar, la imagen de sujeto desvinculado describe el movimiento de
		abstracción y distinción que realiza el sujeto del mundo natural y social, de
		modo que su identidad no pueda definirse a partir de aquellos contenidos. A  nivel de la investigación, esto supone la asunción de una postura alejada del  fenómeno que se pretende estudiar, a modo de observador imparcial. En ese  sentido, el investigador debe desvincularse completamente del fenómeno, para  así purificarse de sesgos que pudieran contaminar sus mediciones y hallazgos.  Como consecuencia, el investigador cosifica la realidad social a estudiar y
		organiza el campo de estudio en un conjunto de objetos susceptibles de ser  medidos y utilizados. Evidentemente, a nivel ético, desde la perspectiva  moderna, la desvinculación requiere situarse fuera del mundo para describirlo,  por lo que no podrá ser definido fuera de lo que el investigador pueda decir de  sí mismo y de lo que observa.
		En segundo lugar, la noción de la concepción puntual del yo es aquella en la  que el sujeto es capaz de vincularse instrumentalmente con el mundo, pero solo  para cambiarlo y reorganizarlo y así poder asegurar su bienestar. Como se  observa, el yo puntual conecta al sujeto desvinculado y su pretensión de control  racional, puesto que dicho control se obtiene a través de la desvinculación, la
		cual como mencionamos anteriormente, objetiviza el mundo privandolo de la  fuerza normativa que ejerce sobre él (Taylor, 2018). Desde el punto de vista  epistemológico, el yo puntual pretende poner entre paréntesis las ideas  tradicionales y someter a discusión sus fundamentos. Para cumplir tal fin, el  sujeto debe liberarse de la influencia de la pasión, la costumbre e incluso de la
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		educación, pues solo así construirá una conciencia autónoma que le permita  reconstruir su mundo y reconstruirse a sí mismo. En otras palabras, en este  proceso el sujeto, en tanto puntual, se separa de sí mismo para objetivizarse y  objetivizar al mundo. En esta misma línea, según Taylor (2018) la desvinculación  radical propuesta por Locke reitera la explicación respecto de la asunción de  una actitud reflexiva como ideal moderno en la que:
		Hemos de volvernos hacia el interior, hacernos conscientes de nuestra  actividad y de los procesos que nos configuran. Hemos de hacernos cargo de la  construcción de nuestra representación del mundo, que de otra manera
		progresaría sin orden y, por consiguiente, sin ciencia; hemos de hacernos cargo  de los procesos por los cuales las asociaciones forman y configuran nuestro
		carácter y perspectiva (ibídem. p. 243).
		Por último, de acuerdo con Taylor (1997b), la tercera noción de sujeto es la  consecuencia social de las dos nociones previas. Así, el sujeto “atómico”  representa una interpretación de la sociedad como constituida a partir de  propósitos individuales, es decir, una sociedad atomista. En términos generales,  esta noción explica la conformación del orden social moderno como producto  de la integración voluntaria de miembros abocados a la búsqueda de su propio  bienestar. Asimismo, esta concepción de sujeto parte de las teorías
		contractualistas y se manifiesta socialmente en lo que Taylor (1991) denomina  individualismo, uno de los malestares de la modernidad que paradójicamente es
		considerado también uno de sus grandes logros. El individualismo destaca la
		facultad de cada persona de seguir sus convicciones de manera consciente y  establecer patrones de vida propios en un escenario de permanente  competencia entre agentes privados. Para alcanzar sus propósitos y  consolidarse en esta sociedad atomista, el sujeto debe desestimar las aparentes  restricciones provenientes de la tradición y los horizontes morales.  Precisamente, de este ideal atomista es que la epistemología formula teorías
		que señalan el error e incompatibilidad de las explicaciones previas, pues la  tradición no es más que la formulación de marcos de acción restrictivos para la  libertad individual. No obstante, si bien este enfoque individualista dio paso a  una aparente sensación de libertad, no cabe duda de que al mismo tiempo
		devino en una completa pérdida de aquellos marcos de referencia que otrora  otorgaban sentido a la actividad humana y a su posición en el orden cósmico.  Dicho de otro modo, puesto que todo lo que rodea al individuo no es más que  materia prima o el instrumento para sus propósitos (ibídem. p. 3), en su  búsqueda de libertad el sujeto atómico perderá el sentido orientador del  mundo y las prácticas sociales.
		En términos del campo de la investigación moderna, estas tres nociones  pueden ser comprendidas desde distintas aristas. Desde la que atañe al rol del  investigador, es posible afirmar que para poder dar cuenta del mundo a través  de los procedimientos planteados por la razón, su desvinculación se constituye  como necesaria. Como resultado, el mundo, el “otro” e incluso él mismo se
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		objetivizan. Además, como señala Heidegger (1994) en Lapreguntapor la  técnica, los recursos del investigador estarán orientados a no develar la esencia  o “hacer salir lo oculto”. Al pretender ajustar el fenómeno a sus pretensiones,  este ocultará la verdad y en consecuencia acabará objetivizando el método  también. En efecto, comprendida bajo esos términos, la investigación en sí  misma se constituye como un dispositivo que vela la emergencia espontánea de  las esencias y, por lo tanto, desvirtúa el potencial de acción de todas las partes  involucradas y comprometidas con ella, a saber, investigador, participantes y el  fenómeno a estu diar.
		A partir de lo anterior, podríamos describir el campo de la epistemología  moderna como un espacio en el que el conocimiento es la representación  interna de aquello que ocurre en la realidad externa (Taylor, 1997b). Estas  representaciones, así como los procedimientos que permitieron su formulación  se organizan en teorías, las cuales solo serán aceptadas en tanto pongan de  manifiesto una mayor certeza para explicar el mundo. Por lo tanto, cada teoría  formará parte de un paradigma de comprensión que, en el curso de las  revoluciones científicas, desplazará a la anterior erigiéndose como “punto de  referencia básica para la explicación científica de la naturaleza” (Taylor, 1997a, p.  73). Frente a esta situación, las dos alternativas posibles serán evitar el debate
		entre teorías o declararlo irresoluble. Incluso, se desestima la posibilidad de  adquirir un tipo de conocimiento distinto de las categorías de entendimiento
		del investigador aunque se verifique que corresponden a la emergencia
		espontánea y natural de un saber en el cual tanto el investigador como los  participantes se encuentran profundamente involucrados.
		Lo que esta lectura permite entrever es que, en términos de la adquisición y  la construcción de conocimiento, es necesario dar cuenta del tipo de  explicaciones que se intentan formular y las consecuencias de tal proceso en el  desarrollo de una investigación. Ahora bien, las explicaciones que se privilegian
		no son más que descripciones abstractas que confirman argument os  apodícticos. Al tratarse de datos despojados de la riqueza de su contenido y  significado se encuentran desvinculados de la realidad que estudian y al mismo  tiempo se constituyen como meras evidencias que sostienen el argumento. Por
		lo tanto, la explicaciónse constituye como la aspiración a captar las cualidades  del mundo con total independencia o desconexión de la experiencia del  investigador en el mundo mismo (Taylor, 1997a). Sin embargo, al fijar la  atención en lo descriptivo, este modo de describir la explicación olvida que es  imposible formular cualquier explicación abstrayendo todo aquel contenido que  le otorga sentido. En otras palabras, lo que se olvida aquí es la dimensión
		comprensiva de la expl icación.
		Ahora, cabe preguntarse qué ocurre con el investigador cuando por alguna  razón se da cuenta de que aquellas inferencias que daba por sentado dejaron  de serle útiles y justificables racionalmente. MacIntyre (1977) afirma que lo que
		le acontece al investigador es una crisisepistemológica,es decir, aquella
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		situación en la que el agente descubre que las interpretaciones que formaban  parte de sus recursos para dar cuenta del mundo han perdido su utilidad.  Asimismo, el agente descubre que existen esquemas interpretativos nuevos,  distintos e incluso rivales que producen visiones incompatibles de la realidad.
		Cabe señalar que esta crisis le sucede a un agente, no a un sujetodesvinculado ,  pues MacIntyre (1977) reconoce que esta situación ocurre necesariamente en el  mundo, en la experiencia de un agente encarnado, por lo que la explicación  epistemológica abstracta, característica de la cultura moderna, es más bien una  comprensión narrativa de los eventos pasados a la luz de la experiencia
		presente.
		Precisamente, esta crisis ocurre cuando del fenómeno emerge un saber  antes velado por la técnica. El impacto de este hallazgo será tan evidente que a  pesar de que el investigador utilizará todos sus recursos para poder explicarlo,  se percatará de la insuficiencia de sus marcos explicativos y; por ello, se verá  forzado a revisar y reconstruir la narrativa de su comprensión “(…) a la luz de las  respuestas actuales a su indagación” (ibídem. p. 85). En ese sentido, resulta  pertinente señalar que la indagación del investigador se encuentra mediada por  dos ideales no necesariamente conciliables, a saber, la verdad y la inteligibilidad.  Efectivamente, en estas crisis atravesadas por el investigador, dichos ideales
		podrían ser cuestionados cuando el descubrimiento de una verdad  insospechada pone en tela de juicio aquello que en un primer momento se
		consideró inteligible tanto para él mismo como para los otros. Así pues, a partir
		de este ideal de inteligibilidad, MacIntyre (1997) entiende a las crisis  epistemológicas como crisis en las relaciones humanas.
		En consonancia con lo anterior, nos atreveríamos incluso a señalar que la  aproximación cualitativa a la investigación pretende generar tales crisis. Por esta  razón, la investigación cualitativa se establece a partir de un enfoque  metodológico que recupera el lugar de las relaciones humanas como núcleo del
		cual emerge el saber en sí mismo. Por supuesto, este saber es el producto del  vínculo entre agentes que se reconocen situados en una realidad y se  comprometen genuinamente con sus experiencias5. Por ello, la figura  conceptual de este “otro modo” de ejecutar la investigación aparece como  respuesta crítica a las pretensiones de la epistemología moderna.
		La atención hacia lo cualitativo irrumpe en la tradición epistemológica  señalando sus fallas y olvidos, promulgando nuevas narrativas. Su enfoque  interpela al investigador en su posición desvinculada y le exige, además, el  reconocimiento de su lugar de agente en el escenario de la investigación.  Asimismo, le demanda la revisión de la historia de la epistemología como una
		narrativa moral (MacIntyre, 1997). Por último, lo invita a reconstruir los marcos  comprensivos del progreso epistemológico a la luz de narrativas cada vez más
		5 Se considera como agente a todo aquel que participa en la investigación, incluido el  investigador, quien asume la cualidad de agente desde una perspectiva encarnada en el mundo.
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		ajustadas a la experiencia y, precisamente, por ello valora la situación de crisis  epistemológica como la ocasión idónea para tal reconstrucción.
		El agente en situación de crisis epistemológica reconoce de sí mismo algo  muy valioso: que el esquema de interpretación en el que hasta el momento  confiaba ciegamente, se ha derrumbado (MacIntyre, 1997). En este sentido,  reconoce que el trasfondo desde el cual interpretaba la realidad ya no es el más  apropiado; lo hace a tal punto que empieza a dudar de él y de las creencias  provenientes de este. Sin embargo, en contraste con la duda cartesiana que  requiere “liberarse” de las cadenas de la tradición, esta se trata más bien de una
		duda necesariamente contextualizada en ella. En resumen, en una crisis  epistemológica el agente cuestiona; por un lado, la tradición teórica imperante y
		sus pretensiones de validez y; por otro lado, la actitud que asumió en su  momento a partir de ella.
		Al comprometerse con el cuidado de una investigación cualitativa, el  investigador deja de contemplarse a sí mismo como sujeto desvinculado y  comienza a reconocerse como un agente encarnado en el mundo. De esta  manera, habiendo asumido esta nueva identidad, se siente preparado para la  posibilidad de atravesar una crisis epistemológica, pues de antemano sabe que  será interpelado por la presencia e historia de otros agentes. En esa medida,
		dado que admite que sus experiencias y conocimientos del fenómeno  constituyen aquella “otra narrativa” de la realidad, es decir, otra teoría que
		emerge del fenómeno mismo, valida sus historias. En consecuencia, podemos
		afirmar que el investigador cualitativo se hace responsable de la construcción  de un escenario de investigación que, en palabras de González (2008), rompe  con la estructura instrumental dominante y centra el enfoque en los agentes y  contextos en los que estos interactúan.
		Como hemos visto hasta el momento, el proceso de la investigación  cualitativa nos insta a construir un escenario de investigación entendido como
		el espacio social en el cual cada uno de los actores (i.e. participantes del estudio  e investigador) recupera su condición de agente. Naturalmente, para que esto  ocurra se requiere la adhesión como producto de una decisión personal  consciente y profundamente interesada de cada agente involucrado. Cabe  señalar que esta decisión facilita la emergencia del sentido subjetivo de los  participantes en correspondencia al tema de investigación (González, 2008, p.  111). En otras palabras, el escenario de investigación ha de establecerse como  un espacio reflexivo y dialógico que promueva el compromiso auténtico y la  participación genuina de todas sus partes. Ahora bien, lo que emana de esto es  la necesidad de crear y sostener un vínculo entre el investigador, los
		participantes y el contexto de la investigación como condición de posibilidad  para su realización. Como se aprecia, lo cualitativo despoja al investigador del  rol de observador imparcial, de su certeza autogenerada y, por el contrario, lo  encarna en una realidad social en la cual podrá reconstruir una narrativa más  inteligible producto de esta reflexión colectiva.
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