ISSN 2448- 7317

Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317

REVISTA DE LA SOCIEDAD MEXICANA DE PSICOLOGÍA SOCIAL

El objetivo de esta revista es fomentar la reflexión, el debate y el diálogo al interior de la disciplina y fuera de ella al abordar diversos fenómenos sociales contemporáneos desde una postura crítica sobre la articulación entre los diferentes dominios de la actividad humana.

SOCIEDAD MEXICANA DE

PSICOLOGÍA SOCIAL

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ÍNDICE

Presentación 4- 11

AngelMagos Pérez

Artículos

Reflexiones en torno a la psicología discursiva: problemas, contradicciones y posibilidades

12- 40

AlexisIbarra Martínez

Entre la filosofía moral y la epistemología: la vigilancia epistemológica en el quehacer del investigador cualitativo

41- 64

NicoleOré Kovacs

Contaminación en y a través de memes de internet

65- 90

AdrianaMoreno Carrasco

Disertaciones

Deporte y sociedad. Contrastes: cuerpo, protesta y dignidad

91- 120

CarlosLabastida Salinas

Futuro(s) y modernidades múltiples

121- 132

GustavoSerrano Padilla

Reseñas

Psicología de las masas en las campañas políticas de México, 2006, 2012 y 2018

133- 137

JavierRincón Salazar

Psicología cultural, narración y educación

138- 142

Ma.DelCarmenJaimes Ruiz

El mito de las sectas. Ciencia y religión en el imaginario social

143- 146

EloyPérez Maya

Normas de publicación

147- 150

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Presentación

Angel Magos Pérez 1

Publicado: 04/12/2020

Esta es quizá la mejor y la peor época para el trabajo académico, como Michael Billig (2012) ha advertido. La mejor porque hoy hay más publicaciones que nunca. La peor porque parte de esas publicaciones sobra. Hoy la Revista Somepso publica su noveno número. No es un número especial, como no lo ha sido ninguno de esta revista. Al menos no según lo acostumbrado por las revistas académicas. No se centra en un sólo tema. No reúne plumas similares. A nadie rinde honor. No

obstante, creo que tampoco es cualquier número (ninguno lo ha sido). El número que usted tiene en sus manos parece ser la continuidad de un proyecto editorial que ha tenido bien presente la advertencia de Billig. Misma advertencia que, a falta de ingenio para escribir presentaciones, me he tomado la libertad de tomar prestada para señalar brevemente por qué considero oportuno leer una revista como ésta en una época como la nuestra, en la que el capitalismo académico ha alcanzado una fuerza sin precedentes.

Hoy el espíritu empresarial y la competitividad son parte de la vida académica. Para tener éxito en sus carreras, los académicos tienen que desarrollar una

habilidad que a los académicos de antaño no se les exigía. Esta es la habilidad de seguir publicando y, en particular, la habilidad para poder publicar, especialmente cuando se tiene nada por decir. Esto para nadie es una sorpresa. Además de estatus, la investigación en las universidades atrae recursos. No es extraño que los académicos hoy estén investigando más que en otros tiempos y, en consecuencia, que están publicando más que nunca (dignidad de por medio). Pero este intenso ritmo de las publicaciones, además de advertir que una parte de éstas está vacía, también afecta de manera considerable nuestras maneras de trabajar y nuestras formaciones. Podría pensarse que si las publicaciones se han disparado

seguramente hoy debemos encontrarnos leyendo mucho y variado, lamentablemente esto no parece estar sucediendo. El exceso de la escritura hoy se

1Estudiante del doctorado en Psicología Social de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Ciudad de México. Correo: angelmagosp@xanum.uam.mx

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Presentación

traduce en el acotamiento de la lectura. Hace décadas era posible leer si no todo, de menos gran parte de lo que se estaba publicando en nuestras disciplinas. Hoy la vida no da para leer todo lo que se publica. Los académicos, igual que han tenido que encontrar la forma de publicar aunque tengan nada por decir, hoy deben aprender a discriminar publicaciones, acotando cada vez más sus líneas de trabajo. Nos encontramos en lo que parece ser la era de los especialistas. La curiosidad de antaño por visitar la historia, la filosofía, la sociología o la antropología (independientemente de dónde se ubicara uno), se ha ido desvaneciendo. Hoy las universidades se han convertido en fábricas de expertos. Los posgrados, en los que

los estudiantes se forman casi exclusivamente en un sólo tema o enfoque, son el vivo ejemplo. Los psicólogos sociales de antes sabían de psicología social, los de hoy saben de representaciones sociales, de identidad social o de psicología discursiva.

Por si fuera poco, al trabajar bajo las condiciones del capitalismo académico no sólo se tiene que publicar cada vez más, también se debe escribir de la manera adecuada. Los académicos hoy se parecen un poco a las personas que, sonriendo a fuerza, charola en mano y mesita detrás, uno se encuentra en los supermercados promocionando salchichas, quesos o yogurt. Para vender sus ideas, estos utilizan

un lenguaje promocional y eligen formulaciones lingüísticas que se asemejan a las utilizadas por los anunciantes (Billig, 2012). Tome usted una revista, lea el resumen de uno de los artículos y no le será difícil darse una idea de la marca académica que está en venta. No es casualidad que, por ejemplo, entre las convenciones

académicas contemporáneas se encuentre una propensión en la escritura por el uso de siglas para referirnos a posturas teóricas y metodológicas. Representaciones Sociales (RS). Análisis Crítico del Discurso (ACD). Psicología Discursiva (PD). Es desde la(s) primera(s) página(s) de sus textos que los académicos advierten explícitamente la sustitución de sus posicionamientos teóricos o metodológicos

por el de unas siglas. Existe incluso un guion para realizar tal advertencia: “Este texto discute los principios de la Psicología Discursiva (PD en adelante)”. Tal es la propensión y frecuencia de la escritura mediante siglas que incluso se puede borrar del paréntesis “en adelante” (o sus variantes) y nada pasa, sin necesidad de explicaciones se entiende que las siglas son un reemplazo de aquello que las precede. Ciertamente, esta inclinación por el uso de siglas en ciencias sociales, psicología social de por medio, no necesita justificación. Nadie escribe al principio de sus investigaciones, tesis o artículos un apartado sobre lo que implica la forma en que desliza la pluma. Damos por sentado que el uso de abreviaturas o siglas es

parte de los pactos académicos que, por ejemplo, apunta a la comodidad de la lectura. El uso de siglas podría parecer hasta pedagógico. Uno avanza por la discusión en un texto y, al encontrarse nuevamente con las siglas, de pronto puede verificar si está poniendo la atención suficiente como para ser capaz de leer el

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significado de las siglas (psicología discursiva) en lugar de las siglas (pe-de) o, en el peor de los casos, para no tener que volver a la página uno para revisar de nueva cuenta a lo que las siglas se refieren (cosa que siempre resulta lamentable). Pero l a escritura académica nunca es inocente. El uso de abreviaturas o siglas tampoco. Las abreviaturas o siglas suelen aparecer cuando de teorías y metodologías consolidadas (que han alcanzado el éxito académico) se trata. De modo que, antes de ser un gesto de amabilidad hacia los lectores, el uso de siglas forma parte del arsenal con el que cuentan los académicos para apuntar a la mercantilización de sus ideas. Billig (2003), no se equivoca al argüir que las ideas por sí mismas no

bastan, pero se comercializan como productos intelectuales identificables y de marca en el mundo académico actual. Uno de los ejemplos que sirven a Billig para argüir es el de la Teoría de la Identidad Social (SIT, por sus siglas en inglés). Aunque ésta se deriva del trabajo de Henri Tajfel, Tajfel nunca etiquetó sus ideas precisamente como Teoría de la Identidad Social, menos como SIT. No le preocupaba la marca de sus ideas como sí les preocupó a los académicos que reprodujeron o dieron continuidad a su trabajo. Las siglas son así el distintivo de la marca académica (teoría) que se está vendiendo y a través del cual las ideas pueden lograr establecerse en el mercado. Los académicos empaquetan sus

productos como parte de una gama emitida por una perspectiva teórica y, al hacerlo, los clientes y los beneficios pueden aparecer, por ejemplo en forma de tesistas o de recursos.

En el mercado académico actual, en el que se debe publicar aunque las ideas se hayan agotado, en el que los especialistas abundan y en el que al escribir hay que vender, las revistas resultan ser los puestos ambulantes de las universidades. Éstas condensan el espíritu empresarial y la competitividad de la vida académica de nuestros tiempos. No obstante, creo que, por lo que venden, hoy resulta oportuno seguirles la pista a proyectos editoriales como el de la Revista Somepso. Creo que

si este y los anteriores números no incluyeran al inicio de cada trabajo un pie de página que da cuenta de quién escribe, a más de uno no le resultaría sencillo adivinar el campo de conocimiento en el que los autores se ubican. Qué envidia. Creo que esto hay que reconocérselo tanto a los autores como a la propia revista, porque pareciera como si uno de los criterios a evaluar en los artículos fuera “mostrar incomodidad por los espacios de trabajo secuestrados”. Que el grueso de los trabajos (de éste y los otros números) exponga un arsenal bibliográfico de calibres provenientes de diversos espacios disciplinares, sugiere que a esta revista no le caen mal los autores que transgreden las fronteras ni aquellos que todavía no

se establecen en un sitio. Aunado a ello, me parece que las publicaciones de esta revista gozan de una escritura más (o tan) preocupada por la inteligibilidad que por la mercantilización de las ideas. La mayoría de los autores prescinde del impulso por hacer de sus trabajos meros terrenos conceptuales y, en su lugar, parece

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Presentación

preocuparse por darse a entender. Resulta lamentable tener que agradecer esto. Es cierto que usted encontrará términos propios del marco académico, ciertos conceptos que sirven a los autores para pensar y discutir, pero también es cierto que no se puede prescindir totalmente de ellos. A pesar de ello en este número se elucida un esfuerzo por establecer un equilibrio entre palabras ordinarias y términos académ icos.

Es cierto que tiene sus pecados académicos, como toda revista, con todo y ellos creo que el proyecto editorial de la Revista Somepso no es afín a la especialización ni a las discusiones entre la nada y lo de siempre (publicaciones

vacías de contenido). Además, creo que el interés principal de la Revista Somepso no es el de vender, al menos no lo que uno puede comprar en cualquier otro puesto ambulante. Y aquí la que creo es la razón de mayor peso para seguirle la pista a esta revista. Trabajar bajo las condiciones del capitalismo académico hace que hoy sea más difícil encontrar el tiempo y la confianza para ir contra la corriente, para enojarse o estar en desacuerdo. Sabemos que la dignidad va a paso lento, pero para sobrevivir hoy, hay que volar. No todas las psicologías sociales se publican en la misma medida, no a todas las sociologías o filosofías les va bien. Tengo la impresión de que la Revista Somepso publica, en su mayoría, argumentos

de segunda fila. Esto es que no pueden ser considerados como pertenecientes a la gama de teorías, metodologías o epistemologías dominantes, esas marcas académicas que no sólo han logrado ser ampliamente difundidas, sino que son vistas como versiones “más válidas” sobre lo real y lo bueno. Creo que si algo

comparte la mayoría de los textos que dan forma a este número y a los anteriores es cierta inconformidad con las versiones dominantes sobre la realidad y el mundo. Como que el grueso de los autores notó que algo no andaba bien o no bastaba y decidió construir rutas alternas para pensar y hablar. No estoy seguro de que esas rutas sean más prudentes o interesantes, pero sí de que no militan en las filas de

las marcas imperantes. Así pues, creo que resulta oportuno seguirle la pista a revistas como ésta, porque en tiempos como los nuestros, en los que el éxito académico de algún modo depende de la (adecuada) mercantilización de las ideas, vender contraargumentos no lo hace cualquiera.

***

Dicho esto, debo confesar que me siento infortunado. Creo que este es uno de los

números de la Revista Somepso más difíciles de presentar. Los trabajos vertidos en

él presentan discusiones intensas, diversas y, por si fuera poco, interesantes que, independientemente del campo de conocimiento en el que se ubique el lector (mejor aún si no se ubica en alguno), sirven para repensar y cuestionarse sobre asuntos que no se limitan a los temas centrales de los textos. No imagino el trabajo que debió costarles a los autores escribir sus textos como para que todo lo que

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pensaron y argumentaron en ellos vaya a parar a un párrafo a modo de síntesis. Pido disculpas adelantadas. A pesar de que resulta imposible decir algo que haga justicia a lo que usted encontrará adelante, pasemos pues a traicionar a los autores que colaboran en este número, como dicta la tradición de las presentaciones.

Este número está compuesto por tres artículos, dos disertaciones y tres reseñas. En la primera sección se encuentra Reflexionesentornoala psicología discursiva:problemas,contradiccionesyposibilidades, un trabajo de Alexis Ibarra que, hay que decirlo, no es una síntesis más u otra apología disfrazada de crítica sobre psicología discursiva (así, en minúsculas). Advertir al lector lo que el autor ofrece es imposible. Cabe señalar que, pese al título del trabajo, el autor nos recuerda que la psicología discursiva no es una, sino que depende de cómo se le escriba. De tal modo, lo que se discute en este trabajo son al menos dos psicologías discursivas: la psicología discursiva de hoy, ya consolidada como marca académica, y la psicología discursiva echada a andar por Derek Edwards y Jonathan Potter hace casi tres décadas. Una de las ideas centrales del trabajo es que la primera de ellas, al irse consolidando como subespecialidad, fue perdiendo el espíritu de la segunda. Esto es que, como le suele suceder a las marcas académicas, el éxito académico de la psicología discursiva le costó una reducción del enfoque. Es importante señalar que el texto no apunta a la descalificación de la psicología

discursiva, éste no es un examen avasallante sino una problematización localizada en el tiempo presente que nos permite entender que, aunque consolidada, la psicología discursiva hoy demanda un arduo trabajo por parte de quienes la

escriben y platican. Y es que, como diría el autor, es habitual pensar desde la psicología discursiva, pero no sobrela psicología discursiva. El segundo trabajo que usted encontrará lleva por título Entrelafilosofíamoralylaepistemología: la vigilanciaepistemológicaenelquehacerdelinvestigadorcualitativo. En éste Nicole Oré Kovacs presenta otra discusión sobre epistemologías y sus consecuencias en la investigación. Pero no es “otra discusión” porque sea una más, sino porque el modelo epistemológico que se defiende no es el canónico, ese para el que el único conocimiento válido es el que se da en vías de la razón instrumental. La autora defiende una epistemología de carácter fenomenológico-hermenéutico, en la que el investigador no es más un sujeto desvinculado de la investigación, sino un agente de producción de conocimiento que, junto con otros agentes, participa de ella. En la defensa la noción de crisis epistemológica será clave, no como situación accidental sino como parte constitutiva de la investigación cualitativa, como posibilidad idónea para que el investigador dude y reconfigure sus marcos comprensivos en función de la experiencia. Como el título del trabajo advierte, la propuesta central será que la investigación cualitativa se funde en una ética orientada a la (permanente) vigilancia epistemológica. Y aquí cabe una advertencia: aunque pueda parecer que la propuesta está más que gastada, igual que Bourdieu,

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la autora no se limita a dibujar el camino a seguir para dicha vigilancia, sino que pasa revista a algunos tropiezos que se suelen dar al caminar. Así pues, el texto alberga algunas preguntas explícitas y otras implícitas. Mientras las explícitas pueden ser tomadas como invitaciones a la vigilancia epistemológica; las implícitas parecen más provocaciones, aguijoneos a nuestras formas de pensar y hacer el mundo al investigar (implicaciones éticas y políticas de por medio). Las primeras estimularán el pensamiento, las segundas para más de uno serán golpes al

corazón. La sección de artículos termina con Contaminaciónenyatravés de memesdeinternet,texto en el que Adriana Moreno sugiere que los memes de internet no son simples objetos humorísticos, sino imágenes que objetivan tanto

relaciones sociales como resistencias a éstas. En vías del concepto “contaminación” y principalmente a partir del trabajo de la antropóloga británica Mary Douglas, la autora advierte que los memes están cargados de atributos contaminantes, pues atentan contra los sistemas clasificatorios sobre lo puro y lo impuro de las culturas en las que se producen. Es decir, son objetos que desafían el orden. A través de una exposición de ejemplos que involucran a secretarías de gobierno, cantantes y niños dioses bailarines, se arguye que estudiar los memes de internet es estudiar aspectos profundos de la vida cotidiana y, creo, se sugiere que pensar los memes

como objetos disruptivos de los sistemas clasificatorios abre posibilidades ontológicas para nosotros. El texto no sólo será una lectura estimulante para los interesados en los memes de internet, lo será también para quienes gustan de ensuciar todo aquello que produce o promueve relaciones de dominación.

En la sección Disertaciones se encuentra DeporteySociedad. Contrastes:

cuerpo,protestaydignidad, un trabajo de Carlos Labastida que advierte cómo en el deporte se objetiva el pensamiento de la sociedad, sus contradicciones, desigualdades, abusos y resistencias. La primera parte del trabajo expone algunos casos del mundo del deporte que elucidan relaciones de dominación. Por un lado,

las empresas, las instituciones y los directivos, por el otro, los atletas. Cuerpo, género y poder conforman la triada en donde el acento es puesto. Desde una corredora sudafricana que, al ser acusada de no parecer completamente mujer, fue sometida a pruebas de verificación de sexo; hasta una velocista estadounidense a la que Nike, su patrocinador, decidió cobrarle caro su embarazo. Se da cuenta del poder y control que ejercen ciertas instituciones sobre los cuerpos y vidas de las o los atletas, y de cómo ese poder y control objetivan valores y formas de pensamiento hegemónicas en un tiempo histórico determinado. La segunda parte discute la protesta en el deporte. Labastida señala que, al entrar en un recinto

deportivo, pareciera que los atletas y deportistas tuvieran que dejar su condición de ciudadanos en los vestidores. En el campo no hay espacio para expresar o hacer referencias a cuestiones políticas, religiosas y étnicas que atañen a los atletas y deportistas de manera directa. Así pues, como en el deporte la protesta, la crítica y

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la disidencia están prohibidas, éste se propone como un escenario idóneo para realizarlas. El trabajo pone en evidencia la supuesta neutralidad política del deporte, sugiriendo que si éste ha sido y es utilizado como un espacio a favor de una agenda política particular de grupos y personajes dominantes, también debería ser un espacio de reivindicación y de resistencia para quienes sufren el embate de la dominación. Gustavo Serrano es el responsable del segundo y último

texto de este apartado:Futuro(s)ymodernidadesmúltiples. En este trabajo el autor se vale del pensamiento del sociólogo S. N. Eisenstadt para advertir que la modernidad no es ni puede ser sin considerar la experiencia histórica de cada

sociedad. Desde esta línea y con una argumentación digna de reconocer, Serrano señala que la expansión de la modernidad en gran parte del globo terráqueo da lugar no a una sino a varias modernidades. La idea central será que antes de la modernidad va la sociedad y su forma de vida, no al revés, apuntando así a la importancia de situar histórica y culturalmente el tiempo futuro. Aunque las modernidades múltiples parecen ser tan sólo un trozo de una propuesta más amplia sobre el tiempo, lo que cabe destacar es que el autor no bosqueja la propuesta de Eisenstadt, sino que se sirve de ella para argüir que la realidad se hace de irla conociendo y, en consecuencia, que las modernidades múltiples bien

dan cuenta de que el tiempo se fabrica en espacios particulares de significados. Nos encontramos con un trabajo en el que se defiende la idea de que el futuro no es ni puede ser uno. Como se verá: desde las modernidades múltiples se avistan futuros diversos e, incluso, en disputa. Y aquí cabe una advertencia: este es uno de

esos textos que, en vías de la potencia argumentativa y la claridad expositiva, abordan cuestiones que transgreden el tema del que se ocupan. Es decir, en el trabajo no sólo hay futuros y modernidades.

Este número incluye tres reseñas de libros de las que poco puede decirse. Presentar la reseña de un libro es una tarea peligrosa. El peligro radica en que, aunque se espera que el lector lea la presentación, la reseña y el libro, el tiempo no siempre alcanza, como vimos atrás. Y los libros que se presentan y reseñan, pero no se leen, corren el riesgo de volverse mitos que más tarde pasan a formar parte de un sentido común académico. Nadie sabe quién lo dijo, pero todos lo sabemos. Los psicólogos sociales saben de esto. Así como Kurt Lewin no tendría a quien culpar de que se le reconozca como el padre de la psicología social (a veces con el agregado experimental/moderna), ni G.H. Mead podría emprender un juicio contra quien resulte responsable de que se le señale como el fundador del interaccionismo simbólico, porque tanto a Lewin como a Mead se les adjudican títulos sin citar a quien se los otorgó, los autores de los libros que en este número se reseñan no podrían encontrar justicia. Si algo sale mal cúlpese a Javier Rincón, responsable de reseñar el libro Psicologíadelasmasasenlascampañas políticas deMéxico,2006,2012y2018, de Manuel González Navarro; a Ma. del Carmen

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Presentación

Jaimes Ruiz, a cargo de la reseña dePsicologíacultural,narraciónyeducación, libro coordinado por José Simón Sánchez Hernández y Salvador Arciga Bernal; y, por último, a Eloy Maya, quien reseña Elmitodelassectas.Cienciayreligiónen el imaginariosocial, de Saúl Sánchez.

Hasta aquí la traición. Avance y decida usted si alguno de los trabajos que conforman este número está de más. Si cree que le han vendido lo de siempre, pero revolcado, enróstreselo al editor. Dígale que la Revista Somepso es otra revista que hace de ésta la peor época para el trabajo académico. De lo contrario esté tranquilo sabiendo que la Revista Somepso no le ha arrebatado medio día de

vida ni de carrera.

REFERENCIAS

Billig, M. (2003). Critical Discourse Analysis and the Rhetoric of Critique. In G. Weiss y R. Wodak (eds.), CriticalDiscourseAnalysis(pp. 35-56). Londres: Palgrave Macmillan

Billig, M. (2013). Academic Words and Academic Capitalism. AtheneaDigital, 13(1), 7- 12.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional .

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REFLEXIONES EN TORNO A LA PSICOLOGÍA DISCURSIVA: PROBLEMAS, CONTRADICCIONES Y POSIBILIDADES

* * *

REFLECTIONS ON DISCURSIVE PSYCHOLOGY: PROBLEMS, CONTRADICTIONS AND POSSIBILITIES

Alexis Ibarra Martínez 1

Sección: Artículos Recibido: 02/07/2020 Aceptado: 14/08/2020 Publicado: 04/12/2020

Resumen

La psicología discursiva parte de la noción de discurso, habla y texto como prácticas sociales, estudia cómo se construyen versiones de lo psicológico dentro de la interacción. El objetivo de este artículo es hacer una revisión crítica de esta perspectiva que en la actualidad se enfoca en el crecimiento y la sobrespecialización. Busco examinar las premisas de fondo de las cuales emana el proceso de producción de conocimiento: su definición, objeto de estudio y campo de acción. Marco una distinción entre dos comprensiones que se entremezclan en la literatura, una de carácter abierto interesada en todos los aspectos de la vida social, otra de carácter

restringido centrada en construcciones discursivas de la cognición. Busco criticar la idea tácita de que lo psicológico y lo cognitivo son términos equivalentes, esta premisa excluye la posibilidad de estudiar otros vocabularios que las personas emplean en su vida cotidiana. El argumento central es que la práctica de investigación contradice el espíritu original de la perspectiva discursiva y limita su potencial.

Palabras Clave: análisis del discurso; construccionismo social; investigación cualitativa; interacción; acción social .

1 Profesor e investigador de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM.Correo electrónico: alexisaim@hotmail.com

Reflexiones en torno a la psicología discursiva…

Abstract

Discursive psychology starts from the notion of discourse, talk and text as social practices, to study how versions of the psychological are constructed within interaction. The goal of this article is to critically review a perspective that currently focuses on growth and overspecialization. I seek to examine the underlying premises of discursive psychology and from which the entire process of knowledge production emanates: its definition, its object of study and its field of action. I make a distinction between two different understandings that appear intertwined in literature, one of an

open nature interested in all aspects of social life, the other of a restricted nature focused on discursive constructions of cognition. I seek to criticize the implicit notion that the psychological and the cognitive are synonymous, this understanding of the psychological excludes the possibility of studying other vocabularies that people use in their daily lives. The central argument is that the actual research practice contradicts the original spirit of the discursive perspective and limits its potential.

Key words: discourse analysis; social constructionism; qualitative research; interaction; social action.

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Alexis Ibarra Martínez

Este trabajo tiene como objetivo realizar un examen crítico de la psicología discursiva, busca explorar cuál es la naturaleza de sus preguntas de investigación y de qué manera dichas preguntas delimitan un campo de acción. Para realizar un ejercicio de este tipo es necesario proporcionar coordenadas elementales para guiar a las lectoras no familiarizadas con esta perspectiva. No se trata de una reseña exhaustiva en tanto que ya hay textos que abordan los orígenes históricos, fuentes de inspiración y pormenores de la investigación (Edwards, 2003; Garay, Íñiguez y Martínez, 2005; Hepburn y Potter, 2003; Ibarra, 2014; Potter, 2012; Wiggins, 2017).

La psicología discursiva parte de la noción de discurso, habla y texto como parte de prácticas sociales, para estudiar a las personas construyendo versiones

y descripciones de lo psicológico (Potter, 2004a).

Abandona una noción encorsetada de la psicología como entidad individual, en su lugar adopta un marco de comprensión social y lingüístico que sostiene que lo psicológico tiene una vida pública y colectiva. De este modo dibuja una imagen distinta de la persona, cuestiona el tipo de preguntas a formular, e incluso, trastoca la definición misma de psicología.

Esta perspectiva inició en los márgenes de la psicología social como crítica,

más tarde evolucionó hacia un núcleo de inteligibilidad propio que establece

principios teóricos sobre el funcionamiento del discurso. A lo largo de su desarrollo se ha decantado por una exploración de la realidad social de carácter

empírico y naturalista que enfatiza el análisis de datos y la inspección detallada de los escenarios en que las personas se desenvuelven (Potter, 2012).

La psicología discursiva asume una posición construccionista, parte de la metáfora del lenguaje como taller o sitio de construcción que se opone a la imagen dominante del lenguaje como espejo de la realidad. Sostiene que las descripciones construyen versiones del mundo, simultáneamente estas descripciones están construidas, han sido fabricadas a partir de un conjunto de

materiales: “el mundo no está categorizado de antemano por dios o por la naturaleza en formas que estamos obligadas a aceptar”. Las personas hablan, escriben y crean argumentos, en ese proceso constituyen maneras particulares de entender lo que les rodea (Potter, 1996b, p. 98).

Esta versión del construccionismo es antirrealista y antiesencialista. No niega la existencia de una realidad objetiva ni sostiene que todo está hecho de discurso. Simplemente invita a mantenernos escépticas ante cualquier forma de representación que pretende hablar en nombre de la realidad (Rorty, 1979). Se trata de un construccionismo no fundacional, epistémico (más no ontológico), discursivo (más no lingüístico) y pragmático (Edwards, Ashmore y Potter, 1995;

Potter, 1996a; Potter y Hepburn, 2008).

El centro de atención es lo que “están haciendo las personas y cómo en el transcurso de sus prácticas discursivas producen versiones de la realidad externa y de estados psicológicos” (Edwards y Potter, 2001, p. 15).

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Reflexiones en torno a la psicología discursiva…

Esta comprensión del construccionismo da forma a una teoría del discurso y condiciona un modo de acercarse a los fenómenos. El primer principio teórico es que el discurso está construido y es constructivo. Se edifica a partir de distintas fuentes y recursos lingüísticos: palabras, categorías, tópicos del sentido común. A la vez, el discurso construye: las versiones de eventos, de acciones, del mundo o las personas se generan y solidifican a través del uso del lenguaje (Potter, 2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).

El segundo principio es que el discurso es acción, hacemos cosas con palabras y nuestras palabras tienen efectos; al hablar justificamos, culpa mos,

negamos. Estas acciones fortalecen o debilitan ciertas formas de describir los hechos o los estados mentales de las personas. Con este principio se rompe con

la noción tradicional de que habla y acción son dominios separados (Potter, 2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).

El tercer principio es que el discurso está situado, no emerge en el vacío ni aleatoriamente. Una versión busca encajar en un escenario y al mismo tiempo está parcialmente condicionada por él. Luego entonces, se puede considerar al discurso dentro de secuencias de interacción, condicionado por la cadena de expresiones antecedentes; se puede situar en un contexto retórico, condicionado por argumentos alternativos; también se puede situar en espacios

institucionales, condicionado por las tareas y roles que la institución delimita (Potter, 2003a, 2004a; Wiggins y Potter, 2007).

Al desplazarse del ámbito de lo mental hacia el terreno del discurso, la

perspectiva discursiva ha desmantelado el supuesto de que el estudio de lo psicológico procede buscando fenómenos alojados en el interior de la cabeza. En vez de ello ha redefinido lo psicológico como proceso que se da en la intersubjetividad y se sostiene en las prácticas de las actrices sociales.

Las líneas de investigación se dirigen a los procesos de construcción, el foco específico son las versiones y descripciones que apuntan hacia lo psicológico.

Dado el carácter construccionista de este proyecto, habla y texto se abordan desde una posición de relativismo metodológico: no es necesario averiguar si lo que dicen las personas es verdadero o falso, si refleja una realidad externa o una vivencia subjetiva. Se trata de una indiferencia ontológica que permite investigar cómo las personas gestionan dilemas tales como cuáles son los hechos, qué descripciones reflejan la realidad o cuáles son las motivaciones de una persona. La psicología discursiva busca hacer visibles los procesos de negociación y definición colectiva que llevan a solventar estas cuestiones dentro de actividades y contextos específicos (Potter, 1996b; Edwards, 199 7).

Las preguntas de investigación están centradas en la acción, qué tipo de

acciones realizan las personas al describir las cosas de un modo u otro; también están centradas en procesos, de qué manera y a partir de qué recursos las personas producen ciertas versiones de la realidad o de la mente (Hepburn y Potter, 2003; Wiggins y Potter, 2007).

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Los temas que ha explorado son variados aunque de forma mayoritaria sus esfuerzos se han dirigido a trabajar con los temas centrales de la cognición para desplazarlos de lo mental hacia las prácticas en la interacción. Este trabajo incluye tres ámbitos, el primero es de crítica y re-especificación, parte de planteamientos de las ciencias cognitivas para demostrar sus limitaciones y ofrecer lecturas de los mismos fenómenos en términos discursivos, como formas de acción situada. El segundo ámbito investiga el “diccionario” de la psicología, todo el vocabulario y las categorías de sentido común que las personas emplean en su habla y que ellas definen como pertenecientes a lo

mental. El tercer ámbito corresponde al manejo de asuntos psicológicos, los aspectos de la interacción que apuntan hacia estados mentales de los

participantes por vía indirecta a través de descripciones de eventos, hechos y circunstancias (Edwards, 2005; Potter y Edwards, 2003; Potter, 2006).

Prácticamente todos los fenómenos que las ciencias cognitivas explicaban en términos mentales, computacionales y mecanicistas han sido criticados, reinterpretados y analizados de forma empírica. Se ha puesto particular atención en los temas clásicos que definían el proyecto cognitivista: actitudes, guiones, memoria y atribución (Edwards, 1994; Edwards y Potter, 1992; Potter, 1998).

De forma paralela se han generado líneas de investigación que buscan apuntalar el argumento de que los usos del lenguaje forman versiones

contingentes y locales tanto de la objetividad como de la subjetividad, es decir,

la realidad y la mente no hablan por sí mismas, sino que las participantes definen que cuenta como objetivo o subjetivo en el flujo de actividad. Aquí se puede incluir la influencia mutua que ejercen las versiones del mundo sobre la atribución de estados subjetivos y viceversa; los procesos discursivos que llevan a definir hechos, verdad y objetividad; las formas de describir y atribuir emociones; así como el estudio empírico de los métodos de investigación de la

psicología. También se ha explorado de qué manera las construcciones de lo psicológico moldean y son moldeadas por contextos institucionales (Childs y Hepburn, 2015; Edwards, 2007; Edwards y Potter, 2017; Potter y Hepburn, 2007; Potter y Puchta, 2007; Puchta, Potter y Wolf, 2004; Wiggins y Hepburn, 2007).

Para delimitar el campo de reflexión

En las líneas anteriores he usado la expresión “psicología discursiva” como si fuera un todo uniforme y coherente sin matices ni diferencias, en donde todas las investigadoras que producen conocimiento bajo esta etiqueta asumen las

mismas posiciones. Si este fuera el caso, la misión a cumplir en este escrito sería mucho más sencilla. Si logro producir un retrato fiel de la psicología discursiva, será sencillo para las lectoras juzgar qué tan certera es mi crítica. Sin embargo, este no es el caso por varias razones.

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La primera razón es que psicología discursiva no es un objeto en la naturaleza que está esperando a ser descubierto, observado y representado. Existe en la medida en que las personas hablan y escriben sobre ella en artículos, libros, conferencias; adquiere vida a través del lenguaje y depende de él para ser conocida. Entonces la psicología discursiva está sujeta a sus vaivenes y variaciones: las palabras, las formas gramaticales, las metáforas y las estrategias retóricas que se usan para hablar o escribir sobre ella (Billig, 2009, 2013).

La segunda razón es que distintas autoras han usado la misma

denominación “psicología discursiva” para referirse a proyectos diferentes, que, si bien comparten un interés generalizado por la incorporación del discurso a la

psicología social, no coinciden en posiciones epistémicas, teóricas o metodológicas (por ejemplo: Harré y Gillet, 1994).

Ante estas circunstancias, es necesario delimitar el campo de reflexión. En este texto, psicología discursiva se refiere al programa de investigación que tiene sus orígenes en el Grupo de Discurso y Retórica (DARG) de la Universidad de Loughborough en Inglaterra. En este grupo confluyen un importante número de investigadoras, sus representantes más destacados son Jonathan Potter y Derek Edwards. La denominación psicología discursiva aparece por primera vez

en el libro del mismo título que ellos publicaron en 1992.

Ni siquiera esta reducción del campo de observación da como resultado uniformidad en posiciones. Incluso dentro de esta misma constelación se puede hablar de distintas versiones. Queda en duda hasta qué punto el trabajo de

Michael Billig en torno a la argumentación, la retórica y los dilemas ideológicos puede considerarse como parte del proyecto que promueven Edwards y Potter (Billig, 1997; Billig, Condor, Edwards, Gane, Middleton y Radley, 1988). Ambas versiones se han nutrido mutuamente, sin embargo, Billig mantiene una distancia crítica con respecto a muchos modos de pensar e investigar en

psicología discursiva (Billig, 1999; 2007; 2009; 2013).

De igual forma, Margaret Wetherell ha desarrollado su propia interpretación de la psicología discursiva de influencia postestructuralista y de carácter ecléctico, que incorpora nociones teóricas diversas como el psicoanálisis, la teoría de identidad social, la noción de posicionamiento y los repertorios interpretativos (Wetherell, 2007; 2015).

Otra cuestión problemática es la demarcación de fronteras. ¿Quién establece dónde empieza y termina la psicología discursiva? Si aceptamos el argumento de que esta perspectiva admite versiones e interpretaciones distintas; sus límites se vuelven porosos y maleables. Esto dificulta tomar una

posición crítica, ya que algunas presentaciones de la psicología discursiva la retratan como perspectiva capaz de abarcarlo todo, sin que haya una clara distinción entre este proyecto y otros afines.

En lugar de pretender abarcar todas las variaciones, mi reflexión se enfoca en la línea desarrollada por Edwards y Potter. La posición que aquí adopto es

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tratar a cualquier interpretación de la psicología discursiva como un artefacto lingüístico y por tanto construido, posición que también abarca a este texto y sus argumentos.

El extraño affairede la psicología discursiva y la cognición

En este apartado quiero desentrañar los vínculos entre cognición y psicología

discursiva; se trata de una relación compleja que de no explicitarse adecuadamente puede generar confusiones. Antes de señalar debilidades, es

necesario mostrar y valorar las contribuciones que ha realizado la perspectiva discursiva derivadas de un cuidadoso escudriñar la cognición.

En la actualidad, las llamadas ciencias cognitivas conforman un campo heterogéneo que atraviesa disciplinas tales como la psicología, la antropología, la lingüística y las neurociencias. Sus orígenes pueden encontrarse en la tradición racionalista de pensamiento que Descartes inauguró, dicha tradición se sostiene en la imagen de la mente como espejo del mundo. A partir de la segunda mitad del siglo XX esta tradición cristalizó en la analogía del ser humano como computadora: un ente que procesa información (Potter y Te Molder, 2005).

Las explicaciones cognitivas parten de una distinción entre performance y competencia, separan lo que las personas hacen de las estructuras internas que

determinan su actividad. Dentro de esta distinción se establece que la cognición

es el fenómeno primario por analizar, mientras que el lenguaje es secundario, es la superficie visible de un mecanismo profundo (Edwards, 1997).

En el ámbito de la psicología, el espíritu original de la revolución cognitiva no buscaba añadir una dosis de mentalismo al paradigma dominante (el conductismo) sino que pretendía dar cabida a la dimensión simbólica de la actividad humana. Pero la idea inicial de pensar en procesos de construcción de

significado se desvirtuó hasta convertirse en mecanismos de procesamiento de información a partir de un modelo computacional (Bruner, 1990).

Durante el periodo de crisis de la psicología social emergió una plétora de voces que urgía a examinar los pilares epistemológicos del edificio cognitivo. Las líneas de crítica iban dirigidas a una concepción individualista y descontextualizada del sujeto, a la precariedad teórica y a la artificialidad de la metodología (Hepburn, 2003). Muchas voces críticas se pronunciaron en contra de una descripción mecanicisista y mentalista de la vida social. Todas coincidían en que esta descripción tiene fallas en postulados, elecciones metodológicas y la imagen que dibujan del sujeto (Billig, 1997; Gergen, 1994; Sampson, 1993;

Shotter, 1993).

El trabajo de Wetherell y Potter, antecedente directo de la psicología discursiva, hacía planteamientos análogos al mismo tiempo que bosquejaba una alternativa, proponía que el discurso es el elemento central para comprender los procesos psicosociales. En esta propuesta emergente el lenguaje en uso

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(performance), dejaba de ser una cuestión que no merecía atención, para convertirse en el fenómeno sustancial (Potter y Wetherell, 1987).

El periodo que siguió a la crisis de la psicología social vio el florecimiento de

perspectivas hasta entonces marginales; o invisibles para las corrientes centradas en la cognición, el laboratorio y la cuantificación. Aquí se pueden mencionar la psicología crítica, los distintos construccionismos, las metodologías cualitativas, el análisis del discurso, etcétera. Todas ellas navegaban a contracorriente de las formas dominantes de pensamiento (Íñiguez, 2003a).

Con frecuencia la psicología discursiva se agrupa y se confunde con esas perspectivas alternativas; éstas comparten mucho más cuando solo se considera a qué se oponen. Cuando se considera la propuesta específica las similitudes entre perspectivas se diluyen. Estas diferencias abarcan cuestione s epistemológicas, teóricas y de método (O’Reilly, Kiyimba, Lester y Edwards, 2020).

No todas abordan la cognición en los mismos términos, es indispensable marcar diferencias y ahondar en los matices. La primera separación conceptual por establecer es entre cognición y cognitivismo. El cognitivismo asume una imagen perceptual, mecánica e individual, es reduccionista porque explica el lenguaje, la acción y la vida social a partir de entidades mentales dentro de la cabeza. La psicología discursiva se posiciona tajantemente en contra del

cognitivismo y sugiere un modelo centrado en la acción, el discurso y la

intersubjetividad. Abandona la metateoría cognitivista-perceptual, pero mantieneelinterésenlacognicióncomo tema de investigación (Edwards, 1997).

La psicología discursiva coincide con otras posiciones en su rechazo al cognitivismo. En el ámbito de la propuesta, voces construccionistas dejaro n atrás el tema de “la mente” (lo que sucede dentro de las personas) para dar cuenta y visibilizar lo que sucede entre personas. Se abrió paso a una teorización de la relacionalidad que abarca procesos de respuesta y suplementación, acción conjunta, así como una concepción alternativa del yo. Estas teorizaciones se nutren de distintos marcos y herramientas, hablan de narración, significado, interpretación, diálogo, etcétera (Gergen, 1999, 2009; Shotter, 1993; Sampson, 1993).

Si bien hay áreas de interés común, la psicología discursiva tiene directrices teóricas y metodológicas propias que difieren e incluso contradicen a otras vertientes del construccionismo, estas diferencias se han explicitado en diversos textos (Kent y Potter, 2014; Potter, 1996a, 2010, 2012; Potter y Hepburn, 2008).

Su visión del discurso (habla y texto como parte de prácticas sociales) se aparta de nociones de narración, significado e interpretación. Mientras que algunas voces dejaron atrás la crítica a la mente para desplazarse hacia la relacionalidad; la columna vertebral del proyecto de la psicología discursiva ha sido la crítica, el intercambio con y la reconfiguración de las ciencias cognitivas.

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El sello distintivo de la psicología discursiva es un construccionismo epistémico que no hace afirmaciones sobre qué tipos de cosas existen y cuáles no, esto incluye la existencia de entidades dentro de la cabeza. No rechaza ni apoya la posibilidad de que haya un mundo interno privado o que éste posea algún sustrato material. Sus inquietudes no giran en torno a la supuesta realidad de la mente, no es algo que se busque comprobar o refutar. En vez de

ello se prefiere trabajar con las versionesde la mente y estados psicológicos que aparecen y se negocian en la interacción.

La psicología discursiva evolucionó a partir de un debate intenso contra las

ciencias cognitivas y la psicología social colonizada por modelos biológicos, perceptuales y computacionales. Pero siempre ha buscado ir más allá de una simple declaración de rechazo. Ha elegido “demostrar en detalle específico cómo afirmaciones particulares en estudios particulares son fallidas”. En esta línea, hay análisis que desarman el carácter neutral de ciertas metodologías, hay críticas a los métodos cualitativos que incorporan preceptos cognitivistas al tratar las palabras de las personas como reporte de estados subjetivos, y también, hay estudios que demuestran que los escenarios de investigación

están hechos para producircognicionesestables (Potter, 2003b, p. 785; Potter, 2010).

Otra veta retoma estudios basados en explicaciones cognitivistas y ofrece una lectura discursiva de los mismos. Cuando hay datos disponibles se busca

demostrar, a partir del análisis del mismo corpus, las deficiencias de

interpretaciones mentalistas y la superioridad de una lectura pragmática e interaccional. Una tercera veta opera en un acto de traducción, inicia con un fenómeno que supuestamente reside en el ámbito mental para desplazarlo hacia el ámbito de los usos sociales del lenguaje.

En la medida en que el programa crece y se extiende, mantiene la exploración de los temas clásicos: memoria, guiones, actitudes, además de que incorpora cualquier asunto que entra en el amplio rubro de “características psicológicas” o “estados mentales” ya sean disposiciones, intenciones, motivaciones, atribuciones o emociones. Dicho programa parte de una versión del construccionismo que prioriza lo local y contingente, subraya el detalle de la interacción, incluyendo qué dicen las personas, cómo lo dicen, en respuesta a qué, cómo arman versiones y dentro de qué contextos. El interés está en las construcciones de lo psicológico como práctica situada en escenarios específicos .

De ahí que el crecimiento y extensión del programa amplía la variedad de escenarios observados para dar cuenta de la actividad cotidiana de las personas

en espacios ordinarios e institucionales. Con ello se muestra la compleja interrelación entre contexto y versiones de lo psicológico. En la actualidad el interés por la cognición se mantiene y toma distintas formas, hay un énfasis particular en la mutua influencia que ejercen las versiones de la mente y del mundo, esto es, la forma en que las personas ensamblan descripciones objetivas

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para implicar estados subjetivos y viceversa (Edwards y Potter, 2017; Potter, Hepburn y Edwards, 2020).

En síntesis, la psicología discursiva opera simultáneamente en dirección crítica y generativa, desmantela los pilares epistemológicos del edificio cognitivista, revela la forma en que operan los métodos de investigación para producir datos y rechaza lecturas mentalistas. Mientras que algunas autoras abandonaron la cognición por considerarla irremediablemente atada a modelos mecánicos, las psicólogas discursivas rescataronalacogniciónde su prisión mentalista. Así afirman que las versiones que construyen estados mentales son una forma de acción y son observablescomoprácticasdiscursivas .

El vínculo que la psicología discursiva establece con la cognición es único y no está presente en marcos de pensamiento similares que se muestran dispuestos a abandonarla y moverse a otros territorios. La perspectiva discursiva problematiza las definiciones tradicionales de las ciencias cognitivas para reconfigurarlasen términos de usos del lenguaje en la interacción. Se trata de una práctica teórica y metodológica de re-especificación que proviene de la etnometodología; no se busca reemplazar ni sustituir a la psicología científica (cognitiva o de cualquier otra índole) ni a la psicología de sentido común, lo que se busca es convertir temas de la ortodoxia cognitivista en una observación directa de acciones y juegos de lenguaje dentro de actividades y circunstancias

específicas, dentro de los nichos ecológicos de las personas (Huma, Alexander, Stokoe y Tileaga; 2020).

En esta sección espero haber mostrado la pasión de la psicología discursiva hacia la cognición en términos que hacen justicia a sus logros y aportaciones. Esta línea de trabajo no puede ni debe menospreciarse, no solo por la cantidad de hallazgos empíricos que ha arrojado, sino también porque ha contribuido a mostrar que lo que llegamos a definir como “la mente” y “el mundo” es resultado de procesos de construcción que ocurren en el flujo del intercambio

social. Ahí donde algunas se contentan con señalar “esto es una construcción”, las psicólogas discursivas muestran el cómo de los procesos de construcción en vivo y con lujo de detalle.

Ahora bien, me preocupa que la parte se confunda con el todo. Hay una tendencia a asumir que trabajar con la cognición en términos pragmáticos es la razón de ser del proyecto discursivo. El peligro está en que una línea de exploración se convierte en la definición de la totalidad.

Si ya se estableció que la cognición es práctica situada y discursiva con numerosos análisis empíricos que dan sustancia y evidencia a este argumento, cabe preguntar para qué aumentar la cantidad de estudios de los mismos fenómenos. El peligro es tener un proyecto que se sostiene en “ ilustraciones repetidasdel argumento clave de que los conceptos cognitivos se realizan y se despliegan en el discurso de los participantes” (Kitzinger, 2006, p. 69).

En las líneas siguientes espero justificar la necesidad de interrogar la definición del proyecto discursivo, entender cómo una cierta definición abre

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posibilidades e impone fronteras. El argumento al que quiero llegar es que la psicología discursiva ha asumido tácitamente que estudiar construcciones de la cognición es equivalente a estudiar construcciones de lo psicológico. Esta suposición elimina la posibilidad de que pueda haber otros vocabularios de lo psicológico que están presentes en el habla y las actividades de las personas. Dichos vocabularios se ignoran porque los presupuestos de partida no les dan lugar, por lo tanto no se vuelven observables ni dignos de atención o exploración empírica.

Psicología discursiva: examinar la naturaleza de sus preguntas

En la actualidad, la psicología discursiva se ha convertido en una perspectiva consolidada; se ha instaurado como programa de investigación con un cuerpo teórico sólido y herramientas metodológicas precisas; ha probado su capac idad para realizar estudios empíricos de una variedad de temas y escenarios que han derivado en la acumulación de un considerable cuerpo de datos.

Se ha trasladado de la crítica a la propuesta hasta configurar un núcleo de comprensión autónomo claramente diferenciado de otros (Gergen, 1994). Además, cuenta con las condiciones adecuadas para su crecimiento. El

crecimiento no puede suceder sin consensos: acuerdos sobre los problemas relevantes, los medios para resolverlos, qué cuenta como dato y qué tipo de

afirmaciones sobre la realidad son factibles. Este telón de fondo representa la

condición de posibilidad del pensamiento, sin el cual, investigadoras no podrían producir conocimiento (Kuhn, 1962/2000).

En tanto proyecto afianzado, la psicología discursiva opera bajo acuerdos en torno a cuestiones básicas: su definición, su alcance y su relevancia. Y también, en torno a la teoría, la metodología y temas clave de investigación. Nada de esto sería posible sin una demarcacióndelobjetodeestudio, solo en la medida que las investigadoras tienen una idea compartida y consensuada de qué estudia la psicología discursiva pueden interrogar a la realidad.

La fundación, crecimiento y prestigio de una subespecialidad dentro de una disciplina (en este caso la perspectiva discursiva dentro de la psicología social) involucra procesos complejos que se dan dentro de contextos socioeconómicos específicos, el conocimiento científico no es independiente de ellos. De modo que el progreso y el éxito requieren mucho más que pensamiento innovador, una teoría sólida o acumulación de hallazgos. Una subespecialidad necesita un nombre propio para ser identificada y para que funcione como marca reconocible para el exterior. También necesita reclutar un ejército de adeptas

que reúnen hallazgos susceptibles de ser convertidos en productos para promover sus ideas. En la medida en que se acumulan publicaciones que se identifican con la misma marca, la perspectiva emergente adquiere fuerza (Billig, 2007).

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Todo núcleo de comprensión se origina a partir de la crítica y desestabilización de otro (Gergen, 1994). Sin embargo, una perspectiva que inicia con la ruptura de convenciones cambia sus modos de operar una vez consolidada. Cuando la naturaleza de las preguntas de investigación es tá definida, el marco de pensamiento y acción se reduce. Las cuestiones teóricas o filosóficas se convierten en asuntos técnicos y de procedimiento, en consecuencia dan un giro hacia la sobrespecialización (Billig 2007; Moscovici y Markova, 2006)

La pregunta es si estos planteamientos en torno a la gestación, crecimiento

y éxito de una subespecialidad pueden describir el estado actual de la psicología discursiva. Desde la posición de algunas autoras, efectivamente la

psicología discursiva ha conquistado el éxito y es parte de lo que se denomina

mainstream2: la corriente dominante de actividad o influencia (Abell y Walton, 2010; Parker, 2012; Stokoe, Hepburn y Antaki, 2012). Otras advierten que la perspectiva discursiva puede terminar como ortodoxia que se instala en el conformismo con sus propias reglas; así corre el riesgo de dejar de ver sus modos de operar y cosificarse (Billlig, 2007; Íñiguez, 2003b; Sisto, 2012; Wetherell, 2015).

Estos argumentos nos invitan a hacer una pausa en el camino para

reflexionar sobre la psicología discursiva: destacar sus contribuciones, pero sobre todo pensar en sus limitaciones. En este texto me interesa examinar las

premisas de fondo de la psicología discursiva y de las cuales emana todo el

proceso de producción de conocimiento. Busco empezar por sus supuestos fundacionales y que pueden expresarse en preguntas clave: cuál es la definición de psicología discursiva, cuál es su objeto de estudio y cuál es su campo de acción.

Estas tres cuestiones representan el telón de fondo que da forma a la práctica investigativa, pero se mantiene invisible para las investigadoras. Son

acuerdos implícitos que ya no ocupan el primer plano porque se asume que es una perspectiva afianzada y no es necesario examinar la naturaleza de sus preguntas de investigación. De este modo se crean diques, lo que no es debatible, lo que no se puede o no se debe poner en entredicho.

El ejercicio de pensamiento que aquí planteo no se dirige entonces a particularidades de la psicología discursiva como procedimientos, temas o estudios puntuales. Tampoco busco hacer una crítica desde una posición externa y supuestamente más aventajada, ni contraponer a la psicología discursiva con otras vertientes de análisis del discurso u otras formas de hacer psicología social. Este texto no es un argumento en contra, ni un llamado a

moverse hacia nuevos paradigmas.

2Aunque debe matizarse que esta afirmación aparentemente universal es válida para la psicología social de geografías específicas y producida en inglés. No necesariamente es el caso de la psicología social que se produce en español ni en Latinoamérica.

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Por el contrario, entiendo este escrito como ejercicio inicial de autocrítica, que busca sopesar las contribuciones y limitaciones de la psicología discursiva desde las mismas herramientas conceptuales que ella provee. Antes que desmantelar supuestos, busco pensar si es posible extender su campo de pensamiento y acción.

La propuesta es iniciar un diálogo en torno a los modos de producción de conocimiento de la psicología discursiva. Sostenida en su éxito y reconocimiento público, la etiqueta “psicología discursiva” se trata como si su objeto de estudio resultara evidente con solo escuchar el nombre, como si la

marca delimitará en automático un campo de acción.

Al plantear que la perspectiva discursiva emplea el análisis del discurso para estudiar fenómenos psicológicos, sus representantes parecen dar por sentado cuál es el rango de temas que ahí tienen cabida. De este modo es posible investigar y generar conocimiento sin tener respuesta a la pregunta de cómo se delimitaelámbitodelopsicológico .

Si pensamos en su desarrollo histórico, la psicología discursiva inició

señalando las limitaciones de las posiciones realistas y mentalistas de la psicología social. Con ello redefinió a lacognicióncomoprácticadiscursiva y

social. El nuevo proyecto se configuró en una extraña relación simbiótica con el cognitivismo, derribó sus pilares conceptuales, pero simultáneamente retomó su

agenda y sus temas de investigación. Absorbió la idea de que la psicología investiga la cognición, por tanto, todos sus esfuerzos se dirigieron a llevar los distintos fenómenos cognitivos al espacio de la acción social (Kitzinger, 2006).

Las psicólogas discursivas se enorgullecen al señalar que su proyecto abarca el amplio espectro de temas, fenómenos y vocabularios de lo psicológico; pero en realidad su foco de observación ha sido la cognición. Con ello han construido una asociación indisoluble entre lo cognitivo y lo psicológico, suponen que ambos términos son equivalentes e intercambiables.

Las lectoras no encontrarán esta idea como afirmación tajante en la literatura puesto que nunca se establece una definición específica de psicología, sino que se deja abierta, ya que las mismas premisas teóricas indican que las personas estudiadas (y no las investigadoras) emplean, reproducen y construyen suspropiasdefinicionesdelopsicológico. La ausencia de definición queda justificada porque idealmente permitiría observar y analizar todos los vocabularios de lo psicológico que usan las personas en su vida cotidiana. La desventaja es que la intención inicial no se cumple, porque en la práctica predomina un foco de observación y análisis mucho más restringido y cerrado. Para demostrar este argumento, será necesario recuperar las distintas

descripciones de la psicología discursiva y analizar de qué manera delimitan un terreno de exploración. En esta revisión propongo establecer una separación entre dos concepciones de psicología discursiva que coexisten en la literatura: una de carácter abierto y otra de carácter cerrado. La primera busca explorar la acción social en sus distintas facetas y escenarios para ampliar las posibilidades

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de la psicología social; mientras que la última se ha limitado a explorar las versiones de lo psicológico, entendidas siempre como construcciones de la cognición.

A lo largo de este texto exploro el sentido de la marca “psicología discursiva” para problematizar cómo se establecen los vínculos entre psicología y discurso. El planteamiento central es que en la práctica ha predominado una concepción cerrada del proyecto discursivo que reduce lo psicológico a lo cognitivo, y ha excluido la posibilidad de estudiar otros vocabularios o comprensiones de la psicología que circulan en la vida cotidiana y están

presentes en la interacción social.

Sobre el vínculo entre psicología y discurso

En la actualidad, “psicología discursiva” se ha convertido en una marca bien establecida. Su éxito es tal que ya no genera ninguna sorpresa escuchar la anomalía que produce la unión de dos palabras tan disímiles como psicología y discurso. Es necesario pensar cuál es el vínculo que aglutina dos palabras que apuntan a ámbitos del conocimiento sin lazos aparentes (teóricos, metodológicos o temáticos). Una persona que escucha la expresión por primera

vez probablemente pensaría que se trata de una de las tantas parcelas en que se continúa fragmentando la psicología.

Los autores de esta perspectiva proporcionan razones de carácter práctico

para acuñar dicha expresión: contar con una etiqueta identificable que la distinguiera de otras vertientes del análisis del discurso (Edwards, 2012).

En este punto una definición mínima puede ser de ayuda: “El análisis del discurso es el estudio de la forma en que el habla y los textos son empleados para realizar acciones. La psicología discursiva es la aplicación de las ideas del análisis del discurso a los asuntos de la psicología.” Los autores señalan la

capacidad del programa para abarcar “casi todo el espectro de los fenómenos psicológicos” (Potter, 2003ª, p. 73).

Es aquí en donde la bisagra discurso/psicología se vuelve problemática. ¿Cuáles son los asuntos de la psicología? ¿Quién y cómo define estos asuntos? ¿Cuál es ese espectro de fenómenos? Tal como se plantea, la definición parece presuponer un ámbito de lo psicológico bien delimitado que no necesita ser consensuado o interrogado.

Olvidamos que la relación entre discurso y psicología está llena de tensiones. Es necesario entender cómo se sitúa un proyecto de esta índole frente a lo que tradicionalmente se ha identificado como conocimiento

psicológico.

Aquí surgen dos cuestiones: cómo especificamos el objeto de estudio y cómo delimitamos “lo psicológico” dentro del territorio del discurso. De inicio existe una contradicción aparentemente insoluble, el ámbito de lo psicológico y de lo discursivo se han ubicado en planos desconectados y distantes; el primero

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se asocia al espacio mental privado e inaccesible, el segundo a los usos sociales del lenguaje.

Como ya señalé antes, la etiqueta “psicología discursiva” fue creada para delimitar una concepción propia del discurso. El lenguaje se entiende como el medio principal para la acción y la interacción, el análisis del discurso sería

entonces “un análisis de lo que laspersonashacen” (Potter 2004b, p. 201 el subrayado es mío).

Una manera de entender el vínculo que aglutina dos ámbitos del conocimiento sin lazos aparentes (discurso y psicología) es que se trata de

aplicar, transferir conocimientos de un campo a otro, resolver los problemas de siempre con herramientas nuevas. Sin embargo, al habitar un marco discursivo la definición misma de lo psicológico queda trastocada, luego entonces la noción de aplicación es insuficiente.

Si imaginamos al discurso como un territorio extenso ¿cómo demarcar cuál es la parcela que corresponde a la psicología? Al trazar fronteras, las psicólo gas discursivas pueden adueñarse de una marca (en el sentido de una cualidad que las distingue de los demás) para plantear problemas de investigación propios y defender la superioridad de sus recursos. Así se establece que hay un rango de temas o fenómenos que corresponden a las psicólogas discursivas y no a

cualquier otro analista del discurso.

Con independencia del argumento de la superioridad técnica, trazar esta frontera plantea limitaciones. Si pensamos que el giro discursivo desdibuja los límites disciplinarios y abre un marco más amplio para comprender los

fenómenos en su contexto, la idea de un territorio propio resulta contraproducente. Aunque cada investigadora puede adueñarse de una parcela, eso no quiere decir que el discurso (el medio que las personas usan para hacer inteligibles sus actividades e interacciones) sea igualmente cuadriculable, nos enfrentamos al peligro del reduccionismo.

Aislar construcciones de lo psicológico acarrea el riesgo de extirparlas de un nicho de origen más amplio: la acción situada que se da en el flujo de actividad. Y con ello suponer que al estudiar lo psicológico se abarca toda la acción social. Una de las influencias centrales para la psicología discursiva es el pensamiento etnometodológico, que puede sintetizarse como la observación de los métodos de razonamiento práctico que las actrices despliegan en la interacción (Coulon, 1988). Es una forma de interrogar la realidad social que empieza “desde abajo”, busca aquello que emerge en el flujo de actividad. Como tal no está estructurada en torno al edificio conceptual o a la agenda de una disciplina específica (Lynch y Bogen, 2005).

Es aquí donde la perspectiva discursiva entra en contradicción con sus influencias teóricas. Este proyecto se interesa por lo emergente en la interacción, pero siempre desde una agenda y un edificio conceptual previamente establecido. La agenda es desmantelar al cognitivismo; el edificio conceptual son los fenómenos propuestos por las ciencias cognitivas.

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Aunque hay autoras que subrayan las aportaciones del pensamiento etnometodológico para la psicología discursiva (Martínez, Stecher y Íñiguez, 2016). Otras ponen el acento en las inconsistencias del proyecto discursivo: observar la actividad situada desde una mirada selectiva para encontrar a quello que previamente se ha fijado como relevante (Housley y Fitzgerald, 2008, 2009; Schegloff, 2005).

Dos comprensiones del proyecto discursivo

Partir de un marco de pensamiento discursivo, abre un horizonte nuevo para las interesadas en el estudio de los fenómenos psicosociales porque invita a un

análisis comprometido de las acciones de los sujetos inmersos en sus contextos ecológicos. El peligro está en que ese amplio paisaje se vuelve estrecho cuando se convierte en una concepción de lo psicológico que abarca un rango limitado de fenómenos.

Si hacemos una revisión de las formas en que las adeptas de la psicología discursiva presentan su proyecto, podemos encontrar versiones que parten de un vasto marco de referencia y apuntan a una psicología social interesada en las actividades de las personas en el sentido más amplio. Pero también, versiones que constriñen este proyecto a las construccionesde la mente y la cognición.

En las siguientes líneas espero mostrar que dentro del mismo proyecto (en voz de distintas autoras que siguen la estela de Edwards y Potter) coexisten dos concepciones de la finalidad y el campo de acción de la psicología discursiva.

Se trata de algo más que ramificaciones de un mismo conjunto de principios teóricos. Y aunque no son versiones incompatibles acarrean el peligro del reduccionismo. Como ya he señalado antes, hay una versión de la psicología discursiva con posibilidades infinitas, que no se limita a una misma línea temática, sino que está articulada en torno a una concepción del discurso. A la

par, hay otra versión que se limita a estudiar las construcciones discursivas de la mente y la cognición.

La línea central de exploración de la psicología discursiva ha sido la cognición y los estados mentales como práctica interaccional, situada y enraizada en los usos del lenguaje. De acuerdo con los planteamientos de sus representantes, esta línea solo puede existir si se sostiene una concepción del discurso que se interesa por el amplio abanico de actividades que las personas realizan en una variedad de escenarios a través del lenguaje.

Es decir, en el espíritu original de la perspectiva discursiva, un mismo proyecto no debería escindirse en dos versiones distintas. En la práctica, sin embargo, predomina el estudio de los estados mentales acostadesu propia concepción del discurso. Entre más se restringe las líneas de exploración más se contradice el principio básico de estudiar lo que realmentehacen las personas al usar el lenguaje cuando están inmersas en sus nichos ecológicos. La promesa original de la psicología discursiva queda sin cumplirse.

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El riesgo mayor es el reduccionismo. Recortar el ámbito de lo psicológico y definirlo como sinónimo de lo cognitivo ¿Quién establece que lo psicológico es equivalente a lo cognitivo? ¿Qué estamos excluyendo de la reflexión al entender ambos términos como intercambiables?

En términos generales la psicología discursiva suele presentarse como un proyecto que indaga en la organización de las prácticas sociales en que aparecen determinadas formas de nombrar, describir o aludir (implícita y explícitamente) a lo psicológico. A su vez, estudia los efectos que las construcciones de lo psicológico ejercen en secuencias de interacción, así como

en las prácticas sociales y los contextos institucionales de las que forman parte (Potter, 2010).

En los textos de psicología discursiva, la tendencia general es hablar de estados o procesos psicológicos como si fueran términos transparentes que no requieren clarificación alguna, así la definición de lo psicológico se da por sobrentendida, aparece como algo que no necesita ser explicado o justificado. Para dar sustento a esta argumentación, a continuación, presento dos grupos de citas textuales que aparecen en la literatura. El primer grupo de citas habla de una versión abierta de este proyecto que busca ampliar las posibilidades de acción de la psicología:

[La perspectiva discursiva] inicia con la psicología de cara a las personas viviendo sus vidas… (Potter y Wiggins, 2007, p. 73).

[La psicología discursiva] parte de una visión de las personas como sociales y relacionales, y con la psicología como un dominiodeprácticamás que de contemplación abstracta. (Wiggins, 2007, p. 73, el subrayado es mío).

[La psicología] se vuelve más centrada en la interacción, dinámica y culturalmenteespecífica(Hepburn y Wiggins, 2007, p. 8, el subrayado es mío)

[La psicología discursiva] ha ofrecido una forma alternativa de concebir las relaciones mutuas entre personas, prácticas e instituciones… Investiga de forma cercana y sistemática cómo los individuos producen, debaten, resisten e implican versiones de mundos, mentes, personas y relaciones sociales (Augoustinos y Tileaga, 2012, p. 40 6).

[La psicología discursiva es] una aproximación sistemática a todas las cosas

sociales, desde encuentros interaccionales cotidianos hasta el análisis de asuntos y problemas sociales más amplios (Tileaga y Stokoe, 2016)

El discurso es el medio vital para la acción. Es el medio a través del cual las versiones del mundo son construidas y producidas como relevantes o

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insignificantes. Para las científicas sociales el estudio del discurso se vuelve una forma poderosa de estudiar la mente, los procesos sociales, las organizaciones, los eventos, tal comosonvividas dentrolos asuntos humanos(Potter 2003b, p. 791).

Este conjunto de definiciones muestra una psicología discursiva con un potencial ilimitado dada la forma en que redefine a la disciplina y concibe la participación de las actrices en la constitución de la realidad social. Además, incita a hacer investigación partiendo de la observación de personas viviendo

sus vidas, una alternativa al conocimiento producido en escenarios artificiales que convierten a los sujetos en figuras de cartón (Billig, 1994).

Desde esta visión extensa, parecería que las líneas de exploración pueden bifurcarse y multiplicarse. Después de todo, psicología discursiva no tendría por qué ser un programa determinado por un tema o problema particular puesto que, si las preguntas de investigación se construyen a partir de su concepción del discurso, puede investigarse cualquier tema y responderse a cualquier pregunta.

A pesar de ello, podemos encontrar un conjunto distinto de formas de presentar la psicología discursiva, en donde ya no parece un proyecto abierto pues solo incluye las representaciones y prácticas que construyen estados psicológicos o mentales. No se delimita explícitamente cuáles son los asuntos

de la psicología incluidos dentro del campo de observación. Sin embargo, las

citas que presentó establecen conexiones y hacen uso de ejemplos, de modo tal que lanocióndelopsicológicosiemprequedaatadaalocognitivo. Antes de ahondar en este argumento presentó una muestra de fragmentos textuales que apuntan en esta línea:

[La psicología discursiva] …ofreció lo que ahora puede ser visto como una relaboración… de la naturaleza de la psicología y en particular del estatus de lacognición(Hepburn y Wiggins, 2007, p. 6, el subrayado es mío).

[La psicología discursiva] …re-especifica los temas de investigación centrales de lacogniciónsocial,lapsicologíacognitivaylacienciacognitiva (Potter, 2006, p. 132, el subrayado es mío)

[Desde una perspectiva discursiva] …la cognición no es la entidad que explica la interacción, más bien podemos ver de qué forma lasversiones de la mente (recuerdos, rasgos, actitudes) llegan a ser producidos para propósitos de la acción. (Hepburn y Wiggins, 2007, p. 7, el subrayado es mío)

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… las psicólogas discursivas analizan sistemáticamente la cognición como parte del aparato interaccional de las participantes… observan cómose lleva lacogniciónalaacción. (Te Molder, 2015, p. 5, el subrayado es mío)

… estudia la participación de lacognición como una cuestión de los participantes. Esto es, trata a la mente, la experiencia, la emoción, la intención, en términos de cómo son construidas y enfrentadas en la interacción. (Wiggins y Potter , 2007, p. 79, el subrayado es mío)

La psicología discursiva se acerca a los temas de cognición, estados mentales y características psicológicas como asuntos que están en negociación activa en el habla y el texto (Edwards, 2006, p. 41, el subrayado es mío).

Los ejemplos de ambos conjuntos de citas no intentan ser una muestra representativa. Mi elección es sesgada en tanto que busca subrayar dos lecturas distintas del mismo proyecto, una de carácter amplio, otra de carácter más cerrado. Si ubicamos la perspectiva discursiva en el contexto histórico de su gestación, tiene sentido el énfasis en la cognición como objeto de crítica y su

traducción hacia la pragmática social. En el presente, es necesario preguntarnos si la atención exclusiva en la cognición es relevante, o si el riesgo es tener una

perspectiva teórica limitada y “definida por aquello a lo que se opone” (Kitzinger 2006, p. 69).

Si volvemos a revisar estas definiciones, en el primer grupo se hace referencia a la psicología en términos amplios: como parte de la vida de las personas, como dominio de práctica, como algo dinámico, culturalmente específico, como parte de las relaciones entre actores sociales, prácticas e instituciones.

En el segundo grupo, la palabra psicología adquiere un sentido mucho más restringido, asociado a términos específicos: cognición, mente y características psicológicas. Una de las citas señala una relaboración de la naturaleza de la psicología y en particular del estatus de la cognición. En estas descripciones lo mental, lo cognitivo y lo psicológico se usan como términos intercambiables. En este proceso la cognición se vuelve sinónimo de psicología.

Las dos concepciones de la psicología discursiva no necesariamente son mutuamente excluyentes. Abordar las prácticas sociales no elimina la posibilidad de estudiar la cognición (siempre y cuando se defina en términos de actividad situada).

En cambio, si asumimos que la línea primordial de exploración es la cognición se descarta la inclusión de otros temas y por tanto la posibilidad de un marco que realmente abarca “un análisis de lo que las personas hacen” “a las personas viviendo sus vidas” o “todas las cosas sociales”. Puesto que ni todo lo

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que las personas hacen, ni las vidas de las personas, ni todos los asuntos sociales giran en torno a los discursos de la cognición.

Potter sostiene que “en última instancia el tema de la psicología discursiva es la psicología desde la perspectiva de los participantes” (Potter y Puchta, 2007, p. 104). A primera vista parece que la perspectiva discursiva da cabida a “una gran población de entidades y procesos psicológicos” (Potter, 2000, p. 36). Sus representantes prometen estudiar a la psicología en acción, el universo que ofrecen es complejo e inagotable.

Sin embargo, en la práctica parecen trabajar con una definición de lo

psicológico mucho más restringida y que nunca se explicita. Si el objeto de estudio es la psicología desde la perspectiva de los participantes, la implicación

es que el único vocabulario que forma parte de las prácticas de los actores sociales es el de la cognición. Y si la apuesta es explorar cuáles son las versiones y comprensiones de lo psicológico que aparecen en las prácticas sociales de los sujetos, entonces el foco de observación tendría que ser más amplio.

Suponer que lo cognitivo abarca todo lo psicológico es confundir a la parte con el todo, se da por hecho que la psicología que está presente en las descripciones, construcciones y prácticas de las personas es irremediablemente de naturaleza cognitiva. Las personas no solo hablan el idioma del mentalismo y

la cognición.

En otras palabras: hay vocabularios, descripciones, formas de articular la experiencia y narrar a las personas que no están vinculadas a lo mental o cognitivo, que permean la vida cotidiana y las actividades de las personas.

Otros vocabularios de lo psicológico

La psicología discursiva se ha mantenido en intercambio fructífero con las ciencias cognitivas desde una postura de oposición y de propuesta. Algunos textos emplean la etiqueta “psicología postcognitiva” para referirse a esta perspectiva (Potter, 2000; Te Molder, 2016). El término apunta hacia un proyecto que supera las limitaciones de nociones mentalistas y computacionales, al mismo tiempo que señala una continuacióndel trabajo con la cognición.

Puede argumentarse que producir conocimiento desde esta línea conserva la misma capacidad generativa que en sus inicios, sin embargo, también podemos pensar cómo ampliar el campo de acción. Una opción es recuperar el principio clave de analizar aquellas construcciones discursivas de lo psicológico que se filtran en la interacción y en la vida cotidiana. Al mismo tiempo debe romperse con la noción de que lo cognitivo abarca todo lo psicológico:

“…lapsicologíaesalgomásquesolocognición. Tal vez es obvio, pero tal ha sido la fuerza de la psicología cognitiva que las dos palabras se usan frecuentemente como si fueran sinónimos.” (Wiggins, 2020, p. 4, el subrayado es mío).

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Este es el único texto que he localizado donde una autora que se ubica dentro de la galaxia discursiva traza una diferencia explícita y contundente entre cognición y psicología. Su reflexión no llega más lejos, no indaga si esta fusión de términos puede ser problemática, ni tampoco que líneas de investigación se inauguran si se toma seriamente esta separación.

Proponer ramificaciones en las líneas de exploración de la psicología discursiva no significa abandonar su marco teórico, todo lo contrario, implica considerar de qué modo su concepción del discurso permite analizar otras

versiones de lo psicológico presentes en la vida cotidiana.

Un soporte teórico para abrir el campo de acción de la psicología discursiva puede encontrarse en un principio clave del construccionismo: nuestras formas de dar cuenta del mundo o del yo se mantienen y transforman en función de las vicisitudes del proceso social (Gergen, 1999). Nuestros modos de articular lo psicológico en el lenguaje son contingentes y están atados a comunidades específicas y procesos históricos más amplios. Entonces, lo psicológico no puede ser un lenguaje monolítico, muta de comunidad a comunidad y a lo largo de la historia.

El carácter dinámico y mutable de los vocabularios de lo psicológico

también tiene soporte teórico en la noción de variabilidad en el discurso. El habla de las personas no forma una totalidad unificada y coherente, está

poblada de contradicciones y versiones antagónicas (Billig, 1986; Potter y

Wetherell, 1987). Las personas recurren a distintos repertorios para dar cuenta de acciones, eventos y personas, en ese sentido siempre echan mano de las construcciones disponibles en su entorno. El vocabulario cognitivo no tendría por qué ser la única fuente que tienen las personas para dar inteligibilidad a lo que les sucede.

Los argumentos anteriores señalan que el discurso de las participantes

puede estar poblado por otras comprensiones de lo psicológico. Falta establecer cuáles podrían ser esos vocabularios, aquí recurro a fuentes que no provienen directamente de la psicología discursiva para fortalecer este argumento.

Los lenguajes de lo psicológico subsisten gracias a su circulación y diseminación; representan formas de dar cuenta que adquieren estatus de verdad en la medida en que se instauran en instituciones y se manifiestan en todos los espacios de la vida cotidiana (Rose, 1998). El lenguaje de la psicología no forma una totalidad coherente, está compuesto de una “familia de vocabularios divergentes” que operan ofreciendo recursos para interpretar y

nombrarlo todo (Rose, s/f).

Como ejemplos concretos de vocabularios de lo psicológico que circulan en la vida cotidiana se puede mencionar: los lenguajes del diagnóstico y la psicopatología (Gergen, Hoffman y Anderson, 1996); el psicoanálisis (Moscovici

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citado en Billig, 2008); los lenguajes del bienestar y la felicidad (Davies, 2015); los lenguajes de la intimidad y la confesión (Atkinson y Silverman, 1997).

El modo de indagación propio de la psicología discursiva ofrece herramientas para estudiar qué vocabularios de lo psicológico se emplean, de qué manera y con qué consecuencias. Extender el marco de observación, no obliga a cambiar los supuestos teóricos, ni el enfoque metodológico. Después de todo, se conserva el principio de que lo psicológico puede estudiarse como versión construida y constructiva que realiza acciones. De igual modo se mantiene el compromiso con las actividades de las personas en sus contextos

naturales.

Reflexiones finales

La perspectiva discursiva representa un punto de inflexión en psicología social puesto que generó una revolución en los modos de conceptualizar y producir conocimiento en la disciplina. Para muchas, hoy representa el marco que permite pensar e interrogar a la realidad psicosocial. Al convertirse en un fondo invisible que da forma al pensamiento, no necesariamente se convierte en objeto de reflexión. Está bien pensar desdela psicología discursiva, pero eso no debería eliminar la posibilidad de pensar sobrela psicología discursiva.

Se trata de un tipo de reflexión que solo puede tener espacio, si se suspende (al menos temporalmente) la preocupación por el crecimiento, por esa razón, en este texto no me inclino por una visión tecnificada que persigue la

superespecialización.

Aquí buscaba examinar las premisas de fondo de la psicología discursiva y de las cuales emana todo el proceso de producción de conocimiento: su definición, su objeto de estudio y su campo de acción. Cuando se exploran estos elementos hay cuestiones que pasan desapercibidas y que pueden

problematizarse.

En primer lugar, dos formas de aproximarse a la psicología discursiva que abren distintos rangos de acción, una de carácter abierto, centrada en la acción social que no está ceñida a un tema. Otra de carácter restringido que coloca su atención en las construcciones de la cognición. Hay dos maneras de evaluar la pertinencia de esta distinción; la primera es si la distinción es realmente existente o se sostiene al revisar la literatura original. La segunda pertenece al futuro, donde la pregunta ya no es qué tipo de psicología discursiva existe en la literatura, sino qué tipo de conocimiento puede construirse y a partir de qué marco de comprensión. Aquí es donde la visión amplia de una psicología

discursiva interesada en las actividades de las personas en sus nichos ecológicos tiene mucho más potencial, visión que puede perseguirse si se deja de lado la tecnificación y superespecialización.

En segundo lugar, puede problematizarse la forma en que la perspectiva discursiva enmarca e investiga la cuestión de “lo psicológico”. Aquí quisiera

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recuperar y puntualizar los argumentos que me llevan a sostener que dicho entendimiento resulta limitante.

La postura que marca cómo se exploran los fenómenos psicosociales se establece a partir de la distinción que en inglés se expresa con los términos emicy etic. La perspectiva discursiva adopta una posición emic“inicia con conceptos y comprensiones de las participantes tal como son desplegadas en prácticas de interacción” (Potter y Edwards, 1992, p. 100).

De esto se deriva que la perspectiva discursiva no debería proporcionar a priori una definición de lo psicológico, puesto que su interés central está en l as versiones, comprensiones de la psicología que se muestran y se negocian en el flujo de la interacción. Si se toma la noción de emic como directriz metodológica, entonces se busca observar las definiciones de lo psicológico que son relevantesparalaspersonasen su actividad cotidiana.

La ausencia de una definición teórica de psicología es un elemento necesario para poder estudiar definicionesemergentesysituadasque aparecen en boca de las personas. Esta sería la posición ideal por alcanzar para respetar los planteamientos teóricos y metodológicos de la propia perspectiva discursiva. Pero dicho ideal no siempre se respeta, en la práctica de investigación predomina la exploración de los vocabularios relacionados a la cognición.

Como ya señalé antes la psicología discursiva ha establecido una relación extraña y simbiótica con la cognición. Otros autores han hecho críticas al

respecto que atacan otros problemas. Se ha señalado que la psicología

discursiva no ha logrado desembarazarse de concepciones mentalistas y cognitivistas (Coulter, 1999), pero esta crítica ya ha sido rebatida (Potter y Edwards, 2003). También se ha señalado que la investigación empírica puede caer en la repetición de una misma premisa (Kitzinger, 2006), mientras que la psicología discursiva sostiene que esta línea de trabajo sigue siendo productiva (Huma, Alexander, Stokoe y Tileaga; 2020; Potter, Hepburn y Edwards, 2020).

La tercera línea de crítica es si la psicología discursiva obedece a la localización local de los fenómenos u obedece a una agenda académica previamente establecida. Aceptar esta crítica significa que la perspectiva discursiva no respeta integralmente una posición emicporque históricamente surgió y se fortaleció a partir de la agenda de desmantelar al cognitivismo (Housley y Fitzgerald, 2008, 2009; Schegloff, 2005).

El mayor peligro es que la psicología discursiva solo pueda observar aquello que ya existe dentro de sus preconcepciones, y no todos los vocabularios de lo psicológico que están presentes en las conversaciones y en las vidas de las personas. Comete el error de asumir que psicología y cognición son sinónimos,

al hacerlo reduce el campo de observación y teorización. Por tanto, deja sin cumplir la promesa de abandonar una psicología académica y encorsetada, cuando debería centrarse en la psicología en acción, la que está presente en la perspectiva y las actividades de los participantes.

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Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317

ENTRE LA FILOSOFÍA MORAL Y LA EPISTEMOLOGÍA: LA VIGILANCIA EPISTEMOLÓGICA EN EL QUEHACER DEL INVESTIGADOR CUALITATIVO 1

* * *

BETWEEN MORAL PHILOSOPHY AND EPISTEMOLOGY: EPISTEMOLOGICAL VIGILANCE IN THE QUALITATIVE RESEARCHER´S

PRACTICE

Nicole Oré Kovacs 2

Sección: Artículos Recibido: 28/06/2020 Aceptado: 12/09/2020 Publicado: 04/12/2020

Resumen

En la práctica de la investigación cualitativa no buscamos lo enteramente desconocido, sino más bien lo inasible, lo que emerge de las relaciones humanas. Para ello, recogemos el discurso del otro y pretendemos comprenderlo, pues solo así

podremos dar cuenta del fenómeno ante nuestra comunidad académica. Sin embargo, paradójicamente, lo hacemos dentro de una cultura que privilegia un modelo epistemológico que desestima el saber práctico y promueve la asunción de una posición neutral, desvinculada. A la luz de este sesgo, por la investigación misma y por todos los que se comprometen con ella, nuestro propósito de recuperar el valor del saber encarnado —aquel que emerge de la experiencia— debe imponerse. Ahora bien, para cumplir con este objetivo, primero es preciso reflexionar sobre nuestra posición epistemológica y sus implicancias éticas. En otras palabras, como investigadores debemos adoptar una actitud fenomenológico-hermenéutica y del

1 Agradezco al filósofo Gonzalo Gamio Gehri por su atenta y cuidadosa orientación a mi trabajo

intelectual

2 Profesora de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM), Lima Perú. Correos electrónicos: pcpsnore@upc.edu.pe ; nicole.ore@uarm.pe

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ejercicio de la racionalidad práctica, es decir, fomentar el hábito de la vigilancia epistemológica.

Palabras Clave: ética; teoría de la ciencia; investigación cualitativa; ruptura epistemológica; autorreflexión

Abstract

In the practice of qualitative research, we do not look for the absolute unknown, but

for the ungraspable, the one that emerges from human relations. Therefore, we collect the other’s discourse and pretend to comprehend it, to then give an account of the phenomenon to our academic community. Yet, paradoxically, researchers do it within a culture that privileges not only an epistemological model that dismisses practical knowledge but also one that favors the assumption of a neutral and disengaged position. In light of this bias, for the sake of our work and of the parties committed to the study, our goal of recovering the value of incarnated knowledge — the one that emerges from the experience— should be our top priority. Hence to achieve this objective, we need to reflect on our epistemological stance and its ethical

implications first. In other words, as researchers, we need to adopt a hermeneutic - phenomenological approach and the exercise of practical reasoning as well, that is, to

promote the habit of epistemological vigilance.

Key words: ethics; theory of science; qualitative research; epistemological rupture; self- reflection.

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1. Crisis epistemológica y construcción narrativa. La crítica de la epistemología moderna.

No cabe duda de que la pasión por la producción de conocimientos rigurosos y válidos nos caracteriza como investigadores. Ahora bien, para cumplir con tal aspiración, este acto productivo deberá sostenerse en un modelo científico en el que gravitan paradigmas tan variados como distintos entre sí. Así pues, positivismo, neopositivismo y la fenomenología-hermenéutica son algunos de

los paradigmas a partir de los cuales el investigador podrá situarse para diseñar el estudio que le permitirá posteriormente articular un saber significativo. Naturalmente, ante tan diverso panorama, este deberá asumir y defender aquella teoría que mejor le permita explorar la realidad social a estudiar. No obstante, a fin de prevenir la aplicación acrítica y cómoda de los planteamientos que esta pluralidad de perspectivas le proporciona, el investigador ha de disponerse a examinar las condiciones y límites de validez de su postura y procedimientos. En este sentido, le conviene atender la propuesta de Bourdieu,

Chamboredon y Passeron (2002) de mantener una actitud de vigilancia epistemológica, es decir, aquella disposición en la que el investigador se implica en la revisión de los conceptos de ciencia, así como los estándares de

argumentación y verificación que sustentan sus producciones.

Como ya hemos precisado, puesto que el quehacer del investigador se

realiza en el contexto de la cultura moderna y el modelo epistemológico de orientación positivista que ella defiende, el punto de partida exige una actitud vigilante frente a las cualidades del mismo. Como se sabe, la epistemología moderna, en tanto pretende constituirse como una disciplina de alto rigor metodológico que establece con certeza y validez sus pretensiones de verdad,

ha sido descrita como fundacionalista. Por ello, sus argumentos se constituyen como las formulaciones clave y fundacionales de los modelos teóricos hegemónicos. Así pues, una de las características de la epistemología moderna “canónica” es que traslada la matematización del mundo, la experiencia humana de la filosofía cartesiana y los descubrimientos de la física a la formulación de argumentos naturalistas, reduccionistas —tanto no empíricos como experimentales— en apariencia, sólidos. Precisamente, la cualidad “canónica” de la epistemología moderna radica en el tipo de razonamientos utilizados para tal fundamentación. Taylor (1997a) los describe como apodícticos, pues expresan verdades concluyentes que no son sometidas a crítica ni a revisión.

Dicho esto, cabe preguntarse sobre la relación entre la cultura moderna y la epistemología, pues es evidente que la primacía de lo epistemológico y su método se ha extendido a tal punto que es posible notar su influencia en aquellas dimensiones de la vida humana aparentemente incompatibles con la ciencia positivista, entre ellas la moral y el consecuente uso de la racionalidad

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práctica3 para formular cuestiones morales de largo alcance. Ahora bien, si la moral es entendida como aquella disciplina que se ocupa del discernimiento de cuestiones éticas y políticas de agentes profundamente implicados en sus experiencias de vida, entonces es natural que la cultura moderna desestime este tipo de racionalidad práctica. Para el modelo epistemológico “canónico”, la única razón válida es la que procura medidas de control y uso de los objetos para obtener el mayor beneficio posible, es decir, el cuidado de la razón instrumental.

En efecto, podemos describir la epistemología moderna como aquella que

establece teorías que explican el orden del mundo y la vida humana sobre la base de argumentos que no se cuestionan porque se asumen como evidentes,

como objetos de “certeza”. En consecuencia, impera un modelo de razón procedimental e instrumental interesada únicamente en describir y aplicar la mejor metodología o estrategia heurística que permita decir algo certero y válido sobre el mundo, aunque, curiosamente, desde la perspectiva de un único sujeto. En otras palabras, para que el sujeto pueda hacer uso de su razón y darle sentido a su experiencia, solo deberá centrar la mirada en sí mismo y en los procedimientos que utiliza. Concebido así, para este modelo instrumental las explicaciones producidas por la razón no son más que proyecciones en un

mundo “neutral”, en términos de Taylor (1997a), una reducción naturalista.

Si la clave para entender el vínculo entre la moral y la epistemología radica en la conexión entre los modos de conocer el mundo y actuar en él, entonces a l instrumentalizar su razón el sujeto moderno tendrá que explicar el mundo de tal

forma que los principales postulados teóricos respecto de su experiencia deberán ser, necesariamente, una explicación de estos procedimientos (ídem). Ahora bien, la única pretensión del sujeto no será solo revisar y difundir el mejor procedimiento posible para hallar “certezas” en el mundo, sino que además pretenderá generalizarlo de modo que otros campos puedan beneficiarse de él.

Con este objetivo en mente, resulta esperable que la actitud del sujeto moderno esté marcada por la constante necesidad de abstraerse de su posición, liberarse de sesgos y alejarse de la perspectiva antropocéntrica de comprensión del mundo.

Cuando se traslada esta actitud epistémica a la teoría de la ciencia y la explicación sobre el desarrollo y avance de las teorías científicas, el investigador se enfrenta a modelos teóricos que poseen un vasto cuerpo de explicaciones procedimentales; una lista de problemas ya determinados y sus correspondientes metodologías; una lista de anomalías identificadas, forzadas a ajustarse a la teoría vigente y, cómo no, un grupo de investigadores que

3 La racionalidad práctica debe sus orígenes a la teoría ética de Aristóteles, a partir de la idea de noúspraktikós(i.e. intelecto práctico o razón práctica) elaborada en la Ética Nicomáquea y que Taylor (1997a, 2018) retoma en los mismos términos. El presente artículo mantiene la misma línea argumentativa que Taylor (2018) quien la define como “un razonamiento que procede por transiciones” (p. 113) realizadas a partir de la comprensión encarnada de los agentes.

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trasladan este cuerpo paradigmático a sus respectivas disciplinas. Precisamente, a razón de esta multiplicidad de características es que las teorías convergen en el concepto de inconmensurabilidad planteado por Kuhn (2004). El autor sostiene que, puesto que estas defienden puntos de vista heterogéneos, es decir, distintos modos de ver el mundo y practicar la ciencia, la inconmensurabilidad es una condición común a todas las teorías científicas. En concreto, Kuhn (2004) afirma que no es posible determinar si una teoría es verdadera o falsa a partir de un criterio neutral ni tampoco a partir de la apelación a los hechos. Dicho de otro modo, la posibilidad de dirimirse entre

estas narrativas rivales es inexistente, pues sus diferencias teóricas son tan radicalmente opuestas que sus planteamientos de normas y definiciones de

ciencia dependerán de la tradición científica en la que se sostengan (p. 230). Por supuesto, las consecuencias de esta aparente incompatibilidad se manifiestan en la dificultad de hacer debatir a las teorías A y B, dadas sus naturalezas distintas. Pese a ello, en un escenario de debate y a fin de tomar una decisión respecto a la mejor teoría explicativa del mundo, cada bando deberá formular argumentos que convenzan al bando contrario de la efectividad de su teoría para reducir el error4 .

Al respecto, Taylor (1997a) es claro al destacar que este debate deviene en

el establecimiento de una serie de criterios que demuestran que la teoría B es verdadera y la teoría A es falsa. Por su parte, (Kuhn, 2004) señala que una de las

partes deberá convencerse de su equívoco y, en consecuencia, asumir la postu ra

considerada como buena o correcta. Sin embargo, convenir aceptar o no una teoría no dependerá de la experiencia individual de los sujetos integrantes de los bandos en debate, sino más bien se supeditará a las razones formuladas ante la comunidad de investigadores. En realidad, son ellos quienes construyen una serie de valores formales que interactúan con los miembros de manera que estos sean persuadidos de mantenerse fieles a los principios de la ciencia

normal. Es por esta razón que podemos afirmar que una de las cualidades más destacadas de la epistemología moderna es la existencia de debates irresolubles, precisamente porque la fundamentación a partir de argumentos apodícticos desdeña la posibilidad de cuestionamiento y procura más bien su ciega aceptación (Taylor, 1997a, p. 69).

Las consecuencias éticas de este modelo de ciencia se materializan en la actitud del investigador, a quien podemos describir sobre la base de las tres nociones del sujeto moderno propuestas por Taylor (1997b) íntimamente vinculadas a la interpretación moderna de la epistemología. No obstante, antes de profundizar en la descripción de tales nociones, primero resulta pertinente

4 A nivel epistémico, la reducción del error se contempla a partir de la profundidad explicativa de una teoría en comparación con la primera teoría, de carácter fundacional y compuesta por argumentos apodícticos. Esto se realiza a partir de la formulación de explicaciones comprehensivas a través de un lenguaje de contrastes transparentes (Taylor, 2005) que permitan entender de manera más profunda las dimensiones de la vida humana.

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abordar el giro reflexivo que supuso la filosofía cartesiana. Este giro concibe a la certeza como consecuencia de la claridad reflexiva, claridad en la cual el sujeto descubre que a partir del examen de los procedimientos que le permiten generar representaciones sobre el mundo puede establecer sus propios criterios para dar cuenta de la realidad externa. El fundamento subyacente a esta operación es la presuposición de que “la certeza es algo que podemos generar por nosotros mismos al ordenar correctamente nuestros pensamientos” (ibídem., p.24), lo cual además se establece como uno de los ideales centrales de la modernidad. Así pues, el ideal de certeza autogenerada se constituye

como un incentivo para interpretar el propio conocimiento a partir de la distinción entre el pensamiento acerca de lo real y los objetos del mundo. Dicho

esto, es posible asumir a este ideal como un propósito moral, además de un objetivo epistémico.

Abordado este punto, ahora es posible definir la posición del investigador a partir de las tres nociones de sujeto moderno que plantea Taylor (1997b), a saber, (1) la imagen de sujeto desvinculado, (2) la concepción puntual del yo y (3) la interpretación atomista de la sociedad. Como veremos, estas nociones se articulan en un modelo que distingue a un “sujeto” que evalúa el rigor de su pensamiento de un “agente” que procura comprender epistemológicamente el

mundo, pero que también integra la organización social y la vida cotidiana. En primer lugar, la imagen de sujeto desvinculado describe el movimiento de

abstracción y distinción que realiza el sujeto del mundo natural y social, de

modo que su identidad no pueda definirse a partir de aquellos contenidos. A nivel de la investigación, esto supone la asunción de una postura alejada del fenómeno que se pretende estudiar, a modo de observador imparcial. En ese sentido, el investigador debe desvincularse completamente del fenómeno, para así purificarse de sesgos que pudieran contaminar sus mediciones y hallazgos. Como consecuencia, el investigador cosifica la realidad social a estudiar y

organiza el campo de estudio en un conjunto de objetos susceptibles de ser medidos y utilizados. Evidentemente, a nivel ético, desde la perspectiva moderna, la desvinculación requiere situarse fuera del mundo para describirlo, por lo que no podrá ser definido fuera de lo que el investigador pueda decir de sí mismo y de lo que observa.

En segundo lugar, la noción de la concepción puntual del yo es aquella en la que el sujeto es capaz de vincularse instrumentalmente con el mundo, pero solo para cambiarlo y reorganizarlo y así poder asegurar su bienestar. Como se observa, el yo puntual conecta al sujeto desvinculado y su pretensión de control racional, puesto que dicho control se obtiene a través de la desvinculación, la

cual como mencionamos anteriormente, objetiviza el mundo privandolo de la fuerza normativa que ejerce sobre él (Taylor, 2018). Desde el punto de vista epistemológico, el yo puntual pretende poner entre paréntesis las ideas tradicionales y someter a discusión sus fundamentos. Para cumplir tal fin, el sujeto debe liberarse de la influencia de la pasión, la costumbre e incluso de la

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educación, pues solo así construirá una conciencia autónoma que le permita reconstruir su mundo y reconstruirse a sí mismo. En otras palabras, en este proceso el sujeto, en tanto puntual, se separa de sí mismo para objetivizarse y objetivizar al mundo. En esta misma línea, según Taylor (2018) la desvinculación radical propuesta por Locke reitera la explicación respecto de la asunción de una actitud reflexiva como ideal moderno en la que:

Hemos de volvernos hacia el interior, hacernos conscientes de nuestra actividad y de los procesos que nos configuran. Hemos de hacernos cargo de la construcción de nuestra representación del mundo, que de otra manera

progresaría sin orden y, por consiguiente, sin ciencia; hemos de hacernos cargo de los procesos por los cuales las asociaciones forman y configuran nuestro

carácter y perspectiva (ibídem. p. 243).

Por último, de acuerdo con Taylor (1997b), la tercera noción de sujeto es la consecuencia social de las dos nociones previas. Así, el sujeto “atómico” representa una interpretación de la sociedad como constituida a partir de propósitos individuales, es decir, una sociedad atomista. En términos generales, esta noción explica la conformación del orden social moderno como producto de la integración voluntaria de miembros abocados a la búsqueda de su propio bienestar. Asimismo, esta concepción de sujeto parte de las teorías

contractualistas y se manifiesta socialmente en lo que Taylor (1991) denomina individualismo, uno de los malestares de la modernidad que paradójicamente es

considerado también uno de sus grandes logros. El individualismo destaca la

facultad de cada persona de seguir sus convicciones de manera consciente y establecer patrones de vida propios en un escenario de permanente competencia entre agentes privados. Para alcanzar sus propósitos y consolidarse en esta sociedad atomista, el sujeto debe desestimar las aparentes restricciones provenientes de la tradición y los horizontes morales. Precisamente, de este ideal atomista es que la epistemología formula teorías

que señalan el error e incompatibilidad de las explicaciones previas, pues la tradición no es más que la formulación de marcos de acción restrictivos para la libertad individual. No obstante, si bien este enfoque individualista dio paso a una aparente sensación de libertad, no cabe duda de que al mismo tiempo

devino en una completa pérdida de aquellos marcos de referencia que otrora otorgaban sentido a la actividad humana y a su posición en el orden cósmico. Dicho de otro modo, puesto que todo lo que rodea al individuo no es más que materia prima o el instrumento para sus propósitos (ibídem. p. 3), en su búsqueda de libertad el sujeto atómico perderá el sentido orientador del mundo y las prácticas sociales.

En términos del campo de la investigación moderna, estas tres nociones pueden ser comprendidas desde distintas aristas. Desde la que atañe al rol del investigador, es posible afirmar que para poder dar cuenta del mundo a través de los procedimientos planteados por la razón, su desvinculación se constituye como necesaria. Como resultado, el mundo, el “otro” e incluso él mismo se

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objetivizan. Además, como señala Heidegger (1994) en Lapreguntapor la técnica, los recursos del investigador estarán orientados a no develar la esencia o “hacer salir lo oculto”. Al pretender ajustar el fenómeno a sus pretensiones, este ocultará la verdad y en consecuencia acabará objetivizando el método también. En efecto, comprendida bajo esos términos, la investigación en sí misma se constituye como un dispositivo que vela la emergencia espontánea de las esencias y, por lo tanto, desvirtúa el potencial de acción de todas las partes involucradas y comprometidas con ella, a saber, investigador, participantes y el fenómeno a estu diar.

A partir de lo anterior, podríamos describir el campo de la epistemología moderna como un espacio en el que el conocimiento es la representación interna de aquello que ocurre en la realidad externa (Taylor, 1997b). Estas representaciones, así como los procedimientos que permitieron su formulación se organizan en teorías, las cuales solo serán aceptadas en tanto pongan de manifiesto una mayor certeza para explicar el mundo. Por lo tanto, cada teoría formará parte de un paradigma de comprensión que, en el curso de las revoluciones científicas, desplazará a la anterior erigiéndose como “punto de referencia básica para la explicación científica de la naturaleza” (Taylor, 1997a, p. 73). Frente a esta situación, las dos alternativas posibles serán evitar el debate

entre teorías o declararlo irresoluble. Incluso, se desestima la posibilidad de adquirir un tipo de conocimiento distinto de las categorías de entendimiento

del investigador aunque se verifique que corresponden a la emergencia

espontánea y natural de un saber en el cual tanto el investigador como los participantes se encuentran profundamente involucrados.

Lo que esta lectura permite entrever es que, en términos de la adquisición y la construcción de conocimiento, es necesario dar cuenta del tipo de explicaciones que se intentan formular y las consecuencias de tal proceso en el desarrollo de una investigación. Ahora bien, las explicaciones que se privilegian

no son más que descripciones abstractas que confirman argument os apodícticos. Al tratarse de datos despojados de la riqueza de su contenido y significado se encuentran desvinculados de la realidad que estudian y al mismo tiempo se constituyen como meras evidencias que sostienen el argumento. Por

lo tanto, la explicaciónse constituye como la aspiración a captar las cualidades del mundo con total independencia o desconexión de la experiencia del investigador en el mundo mismo (Taylor, 1997a). Sin embargo, al fijar la atención en lo descriptivo, este modo de describir la explicación olvida que es imposible formular cualquier explicación abstrayendo todo aquel contenido que le otorga sentido. En otras palabras, lo que se olvida aquí es la dimensión

comprensiva de la expl icación.

Ahora, cabe preguntarse qué ocurre con el investigador cuando por alguna razón se da cuenta de que aquellas inferencias que daba por sentado dejaron de serle útiles y justificables racionalmente. MacIntyre (1977) afirma que lo que

le acontece al investigador es una crisisepistemológica,es decir, aquella

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situación en la que el agente descubre que las interpretaciones que formaban parte de sus recursos para dar cuenta del mundo han perdido su utilidad. Asimismo, el agente descubre que existen esquemas interpretativos nuevos, distintos e incluso rivales que producen visiones incompatibles de la realidad.

Cabe señalar que esta crisis le sucede a un agente, no a un sujetodesvinculado , pues MacIntyre (1977) reconoce que esta situación ocurre necesariamente en el mundo, en la experiencia de un agente encarnado, por lo que la explicación epistemológica abstracta, característica de la cultura moderna, es más bien una comprensión narrativa de los eventos pasados a la luz de la experiencia

presente.

Precisamente, esta crisis ocurre cuando del fenómeno emerge un saber antes velado por la técnica. El impacto de este hallazgo será tan evidente que a pesar de que el investigador utilizará todos sus recursos para poder explicarlo, se percatará de la insuficiencia de sus marcos explicativos y; por ello, se verá forzado a revisar y reconstruir la narrativa de su comprensión “(…) a la luz de las respuestas actuales a su indagación” (ibídem. p. 85). En ese sentido, resulta pertinente señalar que la indagación del investigador se encuentra mediada por dos ideales no necesariamente conciliables, a saber, la verdad y la inteligibilidad. Efectivamente, en estas crisis atravesadas por el investigador, dichos ideales

podrían ser cuestionados cuando el descubrimiento de una verdad insospechada pone en tela de juicio aquello que en un primer momento se

consideró inteligible tanto para él mismo como para los otros. Así pues, a partir

de este ideal de inteligibilidad, MacIntyre (1997) entiende a las crisis epistemológicas como crisis en las relaciones humanas.

En consonancia con lo anterior, nos atreveríamos incluso a señalar que la aproximación cualitativa a la investigación pretende generar tales crisis. Por esta razón, la investigación cualitativa se establece a partir de un enfoque metodológico que recupera el lugar de las relaciones humanas como núcleo del

cual emerge el saber en sí mismo. Por supuesto, este saber es el producto del vínculo entre agentes que se reconocen situados en una realidad y se comprometen genuinamente con sus experiencias5. Por ello, la figura conceptual de este “otro modo” de ejecutar la investigación aparece como respuesta crítica a las pretensiones de la epistemología moderna.

La atención hacia lo cualitativo irrumpe en la tradición epistemológica señalando sus fallas y olvidos, promulgando nuevas narrativas. Su enfoque interpela al investigador en su posición desvinculada y le exige, además, el reconocimiento de su lugar de agente en el escenario de la investigación. Asimismo, le demanda la revisión de la historia de la epistemología como una

narrativa moral (MacIntyre, 1997). Por último, lo invita a reconstruir los marcos comprensivos del progreso epistemológico a la luz de narrativas cada vez más

5 Se considera como agente a todo aquel que participa en la investigación, incluido el investigador, quien asume la cualidad de agente desde una perspectiva encarnada en el mundo.

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ajustadas a la experiencia y, precisamente, por ello valora la situación de crisis epistemológica como la ocasión idónea para tal reconstrucción.

El agente en situación de crisis epistemológica reconoce de sí mismo algo muy valioso: que el esquema de interpretación en el que hasta el momento confiaba ciegamente, se ha derrumbado (MacIntyre, 1997). En este sentido, reconoce que el trasfondo desde el cual interpretaba la realidad ya no es el más apropiado; lo hace a tal punto que empieza a dudar de él y de las creencias provenientes de este. Sin embargo, en contraste con la duda cartesiana que requiere “liberarse” de las cadenas de la tradición, esta se trata más bien de una

duda necesariamente contextualizada en ella. En resumen, en una crisis epistemológica el agente cuestiona; por un lado, la tradición teórica imperante y

sus pretensiones de validez y; por otro lado, la actitud que asumió en su momento a partir de ella.

Al comprometerse con el cuidado de una investigación cualitativa, el investigador deja de contemplarse a sí mismo como sujeto desvinculado y comienza a reconocerse como un agente encarnado en el mundo. De esta manera, habiendo asumido esta nueva identidad, se siente preparado para la posibilidad de atravesar una crisis epistemológica, pues de antemano sabe que será interpelado por la presencia e historia de otros agentes. En esa medida,

dado que admite que sus experiencias y conocimientos del fenómeno constituyen aquella “otra narrativa” de la realidad, es decir, otra teoría que

emerge del fenómeno mismo, valida sus historias. En consecuencia, podemos

afirmar que el investigador cualitativo se hace responsable de la construcción de un escenario de investigación que, en palabras de González (2008), rompe con la estructura instrumental dominante y centra el enfoque en los agentes y contextos en los que estos interactúan.

Como hemos visto hasta el momento, el proceso de la investigación cualitativa nos insta a construir un escenario de investigación entendido como

el espacio social en el cual cada uno de los actores (i.e. participantes del estudio e investigador) recupera su condición de agente. Naturalmente, para que esto ocurra se requiere la adhesión como producto de una decisión personal consciente y profundamente interesada de cada agente involucrado. Cabe señalar que esta decisión facilita la emergencia del sentido subjetivo de los participantes en correspondencia al tema de investigación (González, 2008, p. 111). En otras palabras, el escenario de investigación ha de establecerse como un espacio reflexivo y dialógico que promueva el compromiso auténtico y la participación genuina de todas sus partes. Ahora bien, lo que emana de esto es la necesidad de crear y sostener un vínculo entre el investigador, los

participantes y el contexto de la investigación como condición de posibilidad para su realización. Como se aprecia, lo cualitativo despoja al investigador del rol de observador imparcial, de su certeza autogenerada y, por el contrario, lo encarna en una realidad social en la cual podrá reconstruir una narrativa más inteligible producto de esta reflexión colectiva.

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Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020)