Juan Carlos Huidobro Márquez
evolucionó tanto que era posible, así, descargar constructos virtuales
directamente al cerebro por medio de unosjacksneuronales que instauraban una alucinación consensual experimentada cotidianamente por miles de personas. Pero, una vez más, como este ciberespacio era imaginado, no existía, se le adjudicó, en consecuencia, un componente utópico.
La naturaleza de éste, así, sería no lineal, no local. Un espacio no euclidiano; un espacio extraño a las dimensiones, físicas, de Kaluza-Klein o de la Teoría de cuerdas, por ejemplo. Un espacio informativo, comunicacional, de modelado de realidades que ya no existen físicamente. La primera frase del Neuromante (Gibson, 1984) resume esta posibilidad o imposibilidad representacional: “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”.
Y, justamente, el ciberespacio, en sus múltiples formas, no tendría una medida real, empírica, física, a través de la cual fuera posible aprehenderlo. Quizá la mejor manera de poder hacerlo, ya decía, sea la internet, sin que estas dos realidades y/o conceptos sean sinónimos. Así que es admisible entender este ciberespacio, el más afamado de nuestros días, en términos de una red virtual de sitios, conexiones, situaciones, usuarios, objetos, informaciones, acontecimientos, relaciones, pensamientos. Un ciberespacio que implicaría todo y que además sería ilimitado. A éste se puede ingresar a través de una amplia gama de modalidades. Pero el punto no es ya si se ingresa o no, sino cómo se hace. Para
ello, por ejemplo en la internet, hay diversos protocolos en los cuales se aparece
el ciberespacio, o diversos ciberespacios accesados diferenciadamente: FTP, TELNET, POP3, HTTP, IRC, etc. Y arriba no sólo Case, el hacker, el vaquero
informático, sino, hoy en día, cualquiera, sin importar su statuseconómico, social, político y/o religioso. No obstante, el que se conecta no existe ahí adentro si no sólo como unuser, unavatar, y en su caso unavatarque acompaña unnickname . En este ciberespacio no hay identidad que pueda o deba ser homologada mediante un idcon la equivalencia real. No es necesario que aquél de afuera sea el mismo que viva adentro. No hay una INE ni un acta de nacimiento; no hay apellidos para equiparar tales identidades desarrollándose paralelamente a través de las cuales pueda darse un peso o legitimidad a las acciones desplegadas dentro de este espacio. Sólo hay users, avatars, nicknames. Y la tradicional interacción vis-à-vis, que tanto gusta a los sociólogos y psicólogos sociales, se transforma. Ésta se dirige preferentemente hacia lo visual, lo auditivo, a veces hacia lo quinestésico y, en muchos casos, sólo se produce por texto, o comandos
particulares. Y si existiera un cuerpo, éste sería virtual y sería tallado al gusto del usuario. Se puede ser hombre o mujer, bi o trans o todos ellos al mismo tiempo. Raza y género no serían ya satisfactorios; no colmarían lo virtual. Se puede ser joven, viejo, adolescente o, incluso no haber nacido, sin violentar alguna ley o precepto biológico y/o religioso. Tal virtualidad plantea, entonces, un esp acio absolutamente abierto, y complejo, con libertad de movimiento y posibilidades
incluso a quienes, por fuera, contaran con alguna discapacidad.
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Es posible, igualmente, vivir casi en cualquier región, o conquistar o inventar
una sin tramitar documentos notariales. O viajar a través de ellos sin presentar pasaportes o visas; aunque en algunos se debe acceder con un número de tarjeta de crédito, o PayPal. Es posible, también, casarse, divorciarse, descasarse, tener hijos, inventárselos y, además, casi como sueño, suprimirlos con una tecla. Existir, pues así, enteramente en el ciberespacio, mientras aguante la consola o mientras dure la conexión.
De modo sencillo, por tanto, se vive en plataformas como SecondLifeo en la versión para adultos RedLightCenter, una versión porno de una vida virtual, libertina, sado, que nunca, nunca, se termina. Pero, además de todo, se puede ser un objeto en el ciberespacio: éste, el ciberespacio, es morado no sólo por avatars o nicknames, sino también por cosas. Públicamente se conoce este espacio, este
ciberespacio, como la internetdelascosas, como hace pocos meses lo señalaba la gran pensadora Puri Carpinteyro. Lo que se conecta a este espacio virtual puede ser alguien con un chipen un marcapasos, un automóvil con cámaras y sensores de movimiento, un edificio inteligente, un televisor, una lavadora, un apagador, un juguete sexual, etc. Cualquier objeto natural o artificial, que viva en el espacio real, puede acceder a tal ciberespacio al asignársele una dirección IP y al contar con la posibilidad de transferir datos en red. Por ejemplo, la primera cosa en la internetfue una máquina de Coca-Colaen la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh, a principios de los años ochenta. Los usuarios podían
conectarse a la máquina en red, saber su estado y comprobar y decidir si ir o no
al pasillo por un refresco bien frío. Vale decir que en este ciberespacio todo es más vulnerable. Y como no hay suficiente seguridad aún, y no hay sentimientos
de algún userde por medio, las máquinas se hackean unas a otras sin mostrar siquiera culpa. Pero eso, por ahora, no importa mucho.
Entonces, un usuario puede, en el ciberespacio, alterar las condiciones que descubre dentro de los límites del mundo fáctico. Esto conduce a una realidad virtual más allá del espacio habitual, aunque conserve, a veces, y por pura didáctica, la forma del espacio tridimensional de la geometría tradicional. Pero incluso así, este ciberespacio no se puede mapear. A él no se le puede generar una vista de ojo de pájaro. Sólo hay una vista siempre móvil, densa y, de modo eterno, laberíntica. Espacio y tiempo, efectivamente, no existen como tal. Son estos dos reaprehendidos a través de flujos de información. No hay día/noche, por ejemplo. No hay forma de empatar completamente categorías que rigen lo real en lo virtual. Así, pues, incluirle unbuenosdíaso unbuenasnochesa un email
es una cuestión absurda.
Hubo un esfuerzo, hace algunos años, de instaurar el tiempo de la internet . Un esfuerzo totalmente fallido. De nuevo: es imposible reglar lo virtual a través de categorías de lo real; no es posible ya juzgar lo interior por lo exterior. Es un estado, opinan algunos, de latencia imposible de resolver, donde lo más importante sería la información, incluso más importante que la materialidad. De
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hecho, todo apunta a que este ciberespacio sería progresivamente más opaco y, al final, más ciego a lo real.
Y esta cuestión fue, desde un inicio, un caso evidente. El 8 de febrero de 1996, con motivo del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, y en respuesta a la aprobación de la TelecommunicationsActen los Estados Unidos, John Perry Barlow redactó un documento, titulado Declaración deIndependencia del Ciberespacio, y lo envió por correo electrónico a cerca de 600 de sus contactos. Ahí, Barlow (1996) declara, entre otras cosas:
Gobiernos del Mundo Industrial, viejos gigantes de carne y acero, vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No tiene n soberanía donde nos reunimos.
Y lo más importante:
Sus conceptos legales de propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no se aplican a nosotros. Están basados todos en la materia, y aquí no hay materia.
Teóricamente, este mundo se dirige de manera progresiva hacia lo que en la escala real se denomina futuro. Un futuro no asequible, pero posible. Y este aspecto mantiene esta realidad como contemporánea y plena de expectativas, a
pesar de la tendencia cyberpunka imaginar el futuro como un mundo desolado, como un mundo distópico. Utopías negativas, como la que describe, en 1516, Thomas More, LaNuevaIslaUtopía: un ideal en términos religiosos, sociales y
políticos. Pero la utopía negativa cyberpunkimplica el abuso de tecnologías por el ser humano, que proyectan mundos y universos con innovaciones que no existen en el presente, así como sociedades que han sido degradadas a regímenes represivos y totalmente controlados. Y tales sociedades serían, e ntonces, resultado de guerras, revoluciones y desastres. Y por supuesto que ahí aparece el arquetipo de héroe, que no cambia nada, pero que mantiene siempre la esperanza futura; o aparece el antihéroe, el cracker, Peter Riviera, del Neuromante; o simplemente aparece Rodriguito, quien se mete todas las madrugadas, a escondidas de sus papás, a navegar por la DeepWeb. Incluso en México, al final de los años noventa y principios de los dos mil, los héroes cyberpunk ya moraban el ciberespacio. Se autonombraban: X-ploit, Raza Mexicana, Pirataz- mex.
Otro elemento peculiar dentro de este espacio es el dinero. Éste es, ahí, virtual. Y se gasta virtualmente. El problema es que los asaltantes de bancos, y los adolescentes, no pueden siempre traducir la tensión entre lo virtual y lo real. Hay, aún, robos virtuales en los que se intenta materializar el dinero, para que parezca real, yendo al cajero o a la ventanilla a retirar los billetes. Error garrafal que se cuenta repetidamente en muchos reclusorios. O también hay adolescentes con
perfectas habilidades informáticas, pero que aún se caen bajando escaleras. O, en tono seco, matrimonios fallidos de aquéllos que en SecondLifese enamoran y
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que, para probar que su amor es eterno, se casan fuera del espacio virtual, con
juez, sacerdote y evento de Facebook, mismos testigos que certifican, dos semanas después, que los enamorados ya no se soportan más.
Pues así, con el progreso masivo de la virtualidad, ésta aparece ya en todos lados y se puede acceder a ella de muchas formas. Parece real, pero no lo es, en nuestros términos habituales. Implica un espacio accesible, por ejemplo, a través de la PC y del teléfono celular. Y siempre hay una región (inter)media, o precipicio, entre las dos realidades. No obstante, algunos piensan que se suprime tal mediación, que se elimina con ello la distancia entre el escenario y la sala, entre los protagonistas y la acción, entre el sujeto y el objeto, entre lo real y lo virtual. ¡Pero no! Aunque parezca esto una transparencia, como otros le llaman, no lo es. Notaciones y/o algoritmos siguen ahí mediando. Y no sólo eso: hay una opacidad
casi irresoluble entre tales dos mundos. Por eso, la imaginación cyberpunk se dirige hacia la independencia del mundo virtual respecto de lo real. Su aspir ación es hipostatizar el ciberespacio para que ya no se conozca lo real, para que ya no se le pueda vivir. Y la fuente de todo este despropósito referiría la interactividad de lo virtual, que es la que generaría la persistente confusión entre lo virtual y lo real. De ahí lo paradójico del término: realidad virtual. Pero, una vez más, unos insisten: transparencia .
Esta transparenciase ha conformado como una nueva narrativa por filósofos y pensadores posmodernos y profundamente conservadores. Aquéllos que
reavivan el pesimismo al que habían arribado trágicamente Theodor Adorno y
Max Horkheimer y se posicionan, panóptica y digitalmente, como dicen otros varios, como un Foucault versión 2.0. Pensadores que reatrapan al individuo,
solitario, aislado, alienado, disociado, desvitalizado, y lo posicionan en redes y enjambres, malignos, que los vigilan, los controlan y los mueven desde dentro mismo. Un espectáculo trágicamente afectivo y fugaz, dicen aquéllos: el Facebook como iglesia y el likecomo amén. Con ello, algo como la revolución es satirizada por estos filósofos (¿de la no-sospecha?) y, en consecuencia, ella es totalmente abolida.
¡Pero no! Para todos los casos, lo virtual desbordaría, o desbordará, lo real. Será la realidad por excelencia, y con ello terminará con la distinción virtual/real para forzar otra más radical. Esto, si se quiere ser cyberpunk; si se ansía la libertad, si se desea germinar la esperanza, si se anhela un mundo mejor, incluso si ese mundo es distópico, opaco y negativo.
Hay, pues, al menos, dos alternativas al respecto, mientras dure la tensión entre
el ciberespacio y el espacio físico: lo cyberpunky lo pesimista. Y es preciso elegir antes del reinado de cualquiera de ellas, ya que con la decisión, con esta decisión moral, desaparecerá uno de tales dos mundos. 3
3 Para saber más y mejor de cyberpunk, ciberespacio y realidad, teclee, simplemente, tales palabras en su search engine favorito de la interwebz .
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REFERENCIAS
Barlow, J. P. (1996). A Declaration of the Independence of Cyberspace. En
Wikisource. Recuperado de
https://en.wikisource.org/wiki/A_Declaration_of_the_Independence_of_Cyb erspace
Gibson, W. (1984). Neuromante. Recuperado de
https://kamita.com/misc/gibson/Neuromante.pdf
Gibson, W. (2011). William Gibson, The Art of Fiction No. 211 (Interviewed by David Wallace-Wells). The Paris Review, 197. Recuperado de
https://www.theparisreview.org/interviews/6089/william-gibson-the-art-of - fiction-no-211-william- gibson
“Cyberpunk, Ciberespacio & Realidad ”

por Juan Carlos Huidobro Márquez
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Hacia una Psicología Social más Prudente e Inteligible
Ángel Magos Pérez 1
Sección: Disertaciones Recibido: 11/10 /2018 Aceptado: 21/10/201 8 Publicado: 10/03/2019
Muchas han sido las adversidades que la psicología social ha enfrentado al intentar explicar el comportamiento, el pensar o el sentir de las personas. Una de ellas, por cierto que a tiempo enriquece a la disciplina, se halla anclada en la manera de aproximarse a la realidad social, pues a diferencia de las ciencias naturales que han establecido principios generales al hacer investigación (al menos eso es lo que su discurso señala), la psicología social se enfrenta a un ligero inconveniente: la inestabilidad de los eventos que surgen de las condiciones histórico-culturales; o sea que el sentir, el pensar y el gobierno de l a conducta desbordan del tiempo/época y de los significados en los que nos
insertamos. De tal modo, resulta sensato advertir lo prudente de un estudio de la psicología social edificado en la historia.
En buena parte de la investigación –no sólo en la psicología social- se recolecta y decodifica información que difícilmente llega a ser del dominio público, y es importante que esa decodificación sea comunicada a la poblaci ón para que ella escudriñe su utilidad. Aunque se “podría” advertir una comunicación simbólica entre el investigador y la sociedad, pues se publica, y se publica mucho, uno de los problemas medulares cuando la información sí alcanza a ser del dominio público es su escasa o nula inteligibilidad. En su obra Aprendaae scribir mal:cómotriunfarenlascienciassociales, Michael Billig da cuenta de que, prácticamente, al hacer investigación se prefiere quedar bien que darse a entender, pues las palabras o conceptos que hoy día se utilizan son más que
rebuscados y, en muchos casos, sólo accesibles para cierto grupo que estudia lo mismo. Habría que entender entonces que una de las tareas de la psicología social es ser digerible para el grueso de la sociedad, lo que no le quita seriedad,
1 Estudiante de la maestría en Psicología Social de la Universidad Autonoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Correo electrónico: internet_angel2014@hotmail.com
Ángel Magos Pérez
al contrario: le confiere sentido. A final de cuentas, entrando regularmente a la vida cotidiana, la psicología social debe también ser parte de ella.
Así, es importante tener precaución al realizar investigación, pues lo que se comunica es agente de cambio social, es decir: tiende a alterar el pensamiento y las relaciones sociales. La asignación de conceptos se da con frecuencia indiscriminadamente y muchas veces con poca responsabilidad o consideración a que la vida y el uso del concepto depende de la carga sígnica que se le otorga colectivamente. O sea que alguien puede estar loco en un espacio social y en otro no, y ser nombrado profesor o político tiene fuertes implicaciones en cada cultura. Ser buena o mala persona muchas veces depende de cómo le digan a uno. Pensemos en la diferencia al escuchar “mi papa es profesor” y “mi papá es político” .
Entendiendo que la naturaleza de las relaciones sociales se enmarca en un tiempo y en ciertos significados, y sosteniendo que dichas relaciones sociales construyen a las personas por medio del lenguaje, como lo argüía George Herbert Mead hace casi 100 años, habría que hurgar en esa carga simbólica de los conceptos y, de creerlo pertinente, trabajar en su resignificación, al menos así lo sugiere Kenneth Gergen en Reflexionessobrelaconstrucciónsocial: la narrativa es la vía que este último propone. Él mismo ha aseverado que el lenguaje técnico se vuelve evaluativo cada vez que la ciencia es usada como palanca para el cambio social, y no se equivoca al sostener con frecuencia que no hay verdades
universales, pues éstas dependen también de cada espacio social y cultural. Es en
ese sentido que Mead declaraba la importancia de dicho espacio y aseveraba que el pasado es un desborde del presente. Al parecer tenía razón: toda investigación
sobre cierta práctica se extingue al volver a investigar -o sea que la investigación que hoy es concienzuda mañana será obsoleta, mas no inútil-, entre tanto debido a condiciones económicas, sociales y políticas de cada colectividad. Por esto la investigación debe ser constante y debe tener como génesis la vida cotidiana presente, recurriendo a lo pasado no para edificar su trabajo, sí para entender las transformaciones culturales que nacen en nuestro tiempo.
Se ha señalado por algunos psicólogos sociales la impronta de teorías que atraviesen al tiempo y puedan representar las biblias de la psicología social para explicar diversos fenómenos, algo que al parecer resulta poco confiable por lo mismo que se ha expuesto aquí: todo aquello que quiera ser estudiado por la psicología social deberá tener una mirada enraizada en un tiempo y en unos significados específicos. Y ya que la tarea de la psicología social es (o debería ser )
principalmente una tarea histórica, como lo propuso Gergen, cabría recuperar también una propuesta de Billig: el psicólogo social debería tener un espíritu anticuario que le lleve a conocer cómo sentía y pensaba la gente hace tiempo. En suma, parece que la psicología social nos permitiría 1) entender mejor lo q ue ahora acontece y 2) proponer rutas para la construcción de relaciones s ociales más acordes a ello. Entonces, desde esta óptica, una psicología social más
prudente no es otra cosa que una psicología social de las situaciones; y una
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Ricardo Trujillo Correa y Magali López Lecona
psicología social más inteligible es aquella que no es sólo para psicólogos sociales.
“Hacia una Psicología Social más Prudente e Inteligible ”

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RESEÑA: González, M. y Mendoza, J. (2017). Memoria Colectiva de América Latina. México: Universidad Autónoma Metropolitana en coedición con Biblioteca Nueva.
Gustavo Serrano Padilla 1
Sección: Reseñas Recibido: 05/06 /2018 Aceptado: 14/10/201 8 Publicado: 10/03/2019
En uno de sus textos clásicos, el escritor mexicano Salvador Elizondo se cuestiona, a través de la voz de Farabeuf, si existe algo más tenaz que la memoria. Y efectivamente, se contesta que la única cosa más persistente que la memoria es el olvido. Aquí, a lo mejor valdría la pena reclamarle a Elizondo que todavía hay algo más persistente que la memoria y que el olvido, a saber, la gente que escribe de ellos.
El texto que aquí se pretende reseñar da cuenta de esta insistencia. Quienes lo suscriben demuestran que el olvido, pero sobre todo la memoria, es una de
esas cosas de las que siempre vale la pena seguir escribiendo y, de hecho, se hace. A través de diez capítulos cada uno de los autores intenta ofrecer una visión general y trabajada sobre aspectos propios de América Latina, eso sí, matizada con la noción de memoria colectiva. Dicha noción, según se explica en la introducción y en el primer capítulo del libro, puede ser rastreada hasta el pensamiento de Maurice Halbwachs, un psicólogo colectivo francés del siglo pasado. Alumno de Émile Durkheim y de Henri Bergson, ambos con puntos de encuentro y discusión lo suficientemente fuertes como para haber dejado que sea Maurice Halbwachs quien se haya encargado de reunir, entre la estructura y el acto, una mirada sobre la memoria colectiva que, todavía hoy, sigue pareciendo
la más acertada dentro de toda la literatura de Psicología Social.
El plan que esta breve reseña pretende seguir no tiene que ver con una descripción de todos y cada uno de los capítulos y decir que el primero y el último se comen al segundo y al quinto, porque para eso, a lo mejor, bastaría con que quien se lo encuentre en la biblioteca o en la librería se ponga a leer las primeras seis páginas del libro y entonces decida si algún capítulo le interesa, ya sea porque se siente inclinado a conocerlos procesos de lucha y democracia en
1 Estudiante de la maestría de Estudios Políticos y Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Correo electrónico: gustavosp94@outlook.com
Gustavo Serrano Padilla
América Latina o, por intereses mas teóricos, como aprenderse de memoria la
noción de marcosocialo de la tetradimensionalidaddelamemoria.En rigor, lo que esta breve reseña pretende exponer es la riqueza y los matices del libro tomado como una unidad compleja que articula, quiéralo o no, diferente s visiones de un mismo fenómeno aplicadas en diversos contextos.
Como quiera que sea, lo que este libro rescata es una tradición si no vie ja cronológicamente hablando, sí desechada por el canon académico oficial de la, tan mal llamada, psicología social. Esa psicología social, la del canon, se encargo de destruir su propio objeto de estudio, porque en rigor, ya no hablaba de las estructuras y mentalidades sociales, sino que presuponía erróneamente, que toda la realidad era reductible al individuo. Efectivamente, la psicología social de ese estilo se autodestruía porque pasaba a ser, nada más y nada menos que una de
las ramas de la psicología general que partía del individuo y que sólo en él encontraba las explicaciones pertinentes para diversos fenómenos. Es esa misma tradición la que dicta por ejemplo que la memoria puede ser localizada en el cerebro, que solamente se trata de conexiones sinápticas, que la base de todo es la biología y la química (o en el peor de los casos la física). Dicha presuposición argumentaba que, por ejemplo, la memoria era un mero contenedor de experiencias en el que se iban acumulando y que había otro mecanismo mediante el cual era posible extraerlas de la memoria para actuar en el presente. En efecto, dicha memoria no pasaba de estar más que muerta adentro de los cráneos de los
individuos.
Es en ese sentido que el primer capítulo del libro Lenguajey memoria colectiva,silencioyolvidosocialescrito por Jorge Mendoza resulta esclarecedor
al recuperar y proponer las dimensiones y categorías pertinentes que permiten pensar en la memoria colectiva. Además, resulta fundamental situar a la memoria colectiva no como un contenedor en el cual se van depositando los recuerdos del grupo, sino como parte fundamental de la tensión existente y poco dilucidada entre la propia memoria y su frío oponente: el olvido. Es a través del lenguaje – dice Jorge Mendoza—que los grupos dan continuidad a su memoria y entonces sí, si el lenguaje y la comunicación son los soportes del recuerdo y la memoria, el silencio es su destrucción. Por eso mismo es que se puede comprender perfectamente por qué los gobiernos autoritarios y demás personajes que suelen ostentar el poder se dedican a callar las voces de aquellos que no están de acuerdo con ellos (vagabundos, familiares de desaparecidos, periodistas incómodos, sobrevivientes de las múltiples masacres de México y demás países).
Lo que se pretende, a final de cuentas, es hacer que los asuntos que deberían estarse tratando en la esfera de lo público se queden en lo privado, que no aparezcan en las agendas de discusión, cuestión que ha sido abordada por Habermas en su texto Historiacríticadelaopiniónpública. El silencio, como se podrán dar cuenta aquellos que carecen de voz, es una forma del poder.
Pero el lenguaje no es el único medio posible para la memoria. En el siguiente capítulo, escrito por Aquiles Chihu Amparán se destaca la importancia de uno de
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Reseña: Memoria Colectiva de América Latina
los conceptos centrales del trabajo de Maurice Halbwachs: los marcos. La idea
puede parecer simple porque, además, se puede explicar a través de dos formas: la ventana y el cuadro de pintura. Ambos objetos delimitan un mundo, dirigen la mirada hacia el centro de sí mismos y sólo permiten recorrer lo que está permitido dentro de ellos mismos, lo que es otra forma de decir que, en rigor, organizan el mundo, permiten dotarlo de sentido y significado. Diferente del concepto de esquemaadoptado por la psicología cognitiva y sus derivados, el concepto de marcopermite, otra vez, pensar en clave colectiva. Los marcos son construidos por los diferentes grupos a fin de ser capaces de habitar y explicar el mundo que habitan y construyen. Una última anotación sobre este concepto: permite conjugar las tres dimensiones del tiempo (pasado-presente-futuro) porque generan una disposición hacia la acción que hunde sus raíces en las experiencias
y conocimientos previos, a la vez que prepara y visualiza los múltiples futuros posibles.
El tercer capítulo plantea una reflexión propia del llamado giro afectivo dentro de las ciencias sociales. Edwin Mayoral y Francisco Delgado se preguntan, como si del cuento del huevo y la gallina se tratase, sobre si existe la historia de lasemocioneso sólo hay emocionesenlahistoria.La pregunta no es, en ningún sentido, superficial; exige preguntarse, de nuevo, por un elemento que la psicología hegemónica ha tomado como profundamente individual sin atender a los elementos sociales y culturales que dan lugar no sólo a la expresión de las
emociones, sino también a su conceptualización. Es, para hablar claro, a través de
las emociones que es posible dotar de significado tanto al pasado como al futuro; a la memoria y al proyecto. Lo que resulta interesante no es precisar las
emociones para decir, alegremente, que la sonrisa es el correlato físico de la felicidad. Lo que interesa, pues, es saber cómo acontecieron en diversos periodos de la historia así como averiguar el devenir de las mismas a través del tiempo. Este tipo de reflexiones permitirán situar a las emociones como un foco central del pensamiento y abordaje de diversos fenómenos a lo largo de la historia. Esto, además, permite entablar puentes teóricos y metodológicos con otro tipo de estudios centrados, por ejemplo, en la vida cotidiana.
Hasta aquí, se podría pensar que se tienen los elementos básicos y suficient es para poder pasar algún examen de psicología social en el que venga el tema de la memoria colectiva. A partir del siguiente capítulo se comienzan a esbozar algunos abordajes empíricos que están atravesados por el concepto de memoria colectiva y que, a la manera de quien quiere encontrar un tesoro, se lanzan en su
búsqueda. José Luis Valencia, un antropólogo mexicano, inaugura esta “segunda parte” a través del ritual de la danza conchera. En su estudio, José Luis propone que la memoria tiene una tetradimensionalidad, lo que la convierte en un fenómeno de alta complejidad. Aquí, para no hacerle una injusticia al texto, se recomienda su lectura profunda.
México, Perú, Chile y Colombia son los países latinoamericanos de los que se habla en este libro. A lo mejor como comentario o como crítica valdría la pena
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Gustavo Serrano Padilla
señalar que estos cuatro países no son, ni de lejos, América Latina; o sea que, a lo
mejor, el título del libro anda medio errado, lo que resulta conveniente para vender, pero le queda a deber a otros 42 pa íses.
Cada uno de los artículos dedicados a estudios empíricos sobre la memoria cuenta, evidentemente, con sus particularidades. Está de más decir que no es lo mismo escribir sobre la relación de los mexicanos con sus “héroes patrios” como lo hacen Manuel Gonzales y Salvador Arciga al proceso de recuperación en Chile después de la dictadura como lo hace (magistralmente) Isabel Piper y mucho menos al proceso de violencia vivido en Perú el cual Yllich Escamilla se encarga de ir desvelando. Si uno se quiere enterar más de narraciones, significados y representaciones que, de fechas, “héroes”, buenos y malvados le conviene, entonces, leerse estos apartados en lugar de cualquier libro de historia oficial
porque, en rigor, la verdadera historia se cuenta de la gente, de boca en boca, de narración en narración. Eso sí, entre medias de estos capítulos —y para que los teóricos no se aburran con tanta aplicación— se presenta un texto colaborativo de Juan Carlos Arboleda, Pablo Hoyos y Milton Herrera intitulado La zombificación de la memoria del conflicto colombiano en tiempos del posconflicto;dicho texto, a pesar de que puede parecer muy aplicado por el título, presenta un análisis filosófico de la noción de memoria colectiva y cómo e sta puede convertirse, literalmente, en un zombi —versión Jorge Fernández, no George Romero— a través de los constantes esfuerzos de las instituciones
oficiales por apropiarse de ella.
Cerrando el libro y para redondear como si de la serpiente Ouroboros se
tratase —esa que se muerde la cola a sí misma—Jorge Mendoza se luce con su análisis y explicación respecto de la guerra sucia en el posconflicto de la guerrilla sucia en México. Es a través de estrategias como la ideologización y la criminalización que las instancias oficiales buscan cercenar el verdadero significado de la lucha en México (y, valga la anotación, en cualquier país). Estrategias de un poder hegemónico que busca legitimarse a sí mismo a través de la mala imagen de la Otredad que busca más tomar la palabra que el poder o, en otras palabras, alzar la voz que agarrar el micrófono.
En fin, como comentario general vale apuntar lo siguiente: todavía hay quienes dicen que escribir sobre memoria colectiva resulta un lugar cómodo para los académicos porque, según estos portentos de la crítica, resulta viable para
publicar, ganar puntos, asistir a congresos y hacerse ver como muy eruditos. La respuesta que vale dar a esa pseudo crítica es la que sigue: escribir de memoria colectiva todavía es importante —y quizás más importante en nuestros días — porque recupera y narra la verdadera historia, la de la gente que sufrió, como apuntaba Walter Benjamin, no la de los políticos y actores de primer circuito que, sentados en sus sillones re chonchos y con cigarro en la mano, se dedican a
generar historias fantásticas sobre lo que según ellos es la historia; ejemplos
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Reseña: Memoria Colectiva de América Latina
como la “verdad histórica” de Murillo Karam en México hacen que esta necesidad
de preferir la memoria sobre la historia se haga palpable no sólo en la cabeza de los académicos —que son los que menos importan— sino, sobre todo, en el terreno de la vida cotidiana, de la gente que todavía sigue siendo marginada en su propio país, que sigue viviendo los abusos constantes de un estado y unas instituciones obsoletas. Escribir sobre memoria colectiva es, hoy y siempre, una apuesta para la construcción de nuevas vías de acción política.
“RESEÑA: González, M. y Mendoza, J. (2017).MemoriaColectivadeAmérica Latina. México: Universidad Autónoma Metropolitana en coedición con Biblioteca Nueva” por Gustavo Serrano Padilla es un texto registrado bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional

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RESEÑA: Billig, M. (2014). Aprenda a escribir mal. Cómo triunfar en las Ciencias Sociales. México: Colegio de Postgraduados .
Juan Emilio Montiel Leyva 1
Sección: Reseñas Recibido: 12/11 /2018 Aceptado: 22/11/201 8 Publicado: 10/03/2019
El título del libro que aquí reseño, Aprenda a Escribir Mal. Cómo Triunfar en las Ciencias Sociales, podrá parecer una burla para los que toman más en serio su trabajo. Algunos más desfachatados, pero más acertados, confiarán en su tono satírico e irónico. No obstante, puede que haya unos más, los más cínicos, que tomarán el libro como un excelente manual para hacer carrera académica. Estos últimos decepcionarían por demás a Michael Billig, psicólogo inglés de la Universidad de Loughborough que ha dedicado buena parte de su trabajo a la psicología discursiva.
Ya desde el título Billig nos dice cuál es el problema que le preocupa: ¿Cómo es posible que los científicos sociales escriban tan mal y, aparentemente les importe tan poco? ¿Realmente escribimos con el sólo interés de comunicar
nuestras conclusiones y contribuir a la comprensión del mundo? ¿Qué tanto nos
acercamos al cumplimiento de ese supuesto? ¿Es que la escritura poco clara se debe a la falta de habilidades o tiene alguna utilidad en nuestro mundo l aboral? Al intentar responder estás preguntas, Billig elabora una crítica mordaz hacia el estilo de escritura del común de los científicos sociales y defiende que no es una cuestión trivial el preguntarse por la forma en que escribimos. Mientras desgrana su argumento, nos cuenta algunos de los vicios de escritura en los que incurren los académicos, así como algunas de sus consecuencias. Si obviamos la introducción del libro en el capítulo 1, podemos dividir el trabajo de Billig en 3 partes que a continuación resumiré:
1) La primera partea abarca el capítulo 2, Publicación Masiva y Vida
Académica. En ella el psicólogo se encarga de ofrecernos un análisis de las condiciones sociales en las que los científicos sociales trabajan y cómo ésta s influyen en su estilo de escritura. Billig no da rodeos y desde el principio nos pide aceptar que “en los tiempos que corren los académicos están escribiendo y publicando como parte de su empleo pagado” (p. 25). A partir de ese momento,
1 Egresado de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: kuactas.gjeml@gmail.com
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el autor se encargará de destruir la visión romántica del científico social que trabaja respondiendo al llamado de un principio filosófico o ético superior.
Los académicos llevan a cabo su trabajo en un entorno competitivo donde son recompensados de acuerdo con su tasa de producción académica. La misma estructura se repite a nivel institucional, pues las universidades necesitan puntear bien en los rankings para poder atraer la inversión de instituciones públicas y privadas, así como a más estudiantes. ¿Qué efectos tiene esto en la escritura académica? Un académico para quien producir investigación significa más beneficios económicos y profesionales, poco a poco aparta a un lado la calidad y la originalidad de su escritura y de sus reflexiones. El problema es tan grave que “no publicar es visto como una especie de muerte académica” (p.41). Por ello nos dice Billig que las universidades se han convertido en invernaderos cuyo ambiente
es perfecto para “el crecimiento, hasta donde alcanza la vista, maceta tras maceta, de grandes palabras y frases torpes” (p. 53).
Si bien la realidad que Billig nos presenta tiene matices que difieren respecto de nuestro propio contexto, sus reflexiones giran en torno a una forma de hacer las cosas que hoy en día es más o menos global. Las propuestas de Billig nos sirven para echar una mirada crítica a los programas de estímulos o las exigencias del Sistema Nacional de Investigadores, los cuales operan en un contexto de profesores mal pagados, ansiosos por dignificar sus ingresos. Es seguro que en casi cualquier revista mexicana encontraremos artículos con frases relacionando
conceptos sin que nos quede claro qué es lo que los escritores quieren decir. En
general mucho del trabajo se deja al lector, quien tiene que llenar los vacíos de sentido en el texto pues, los autores tienden a no explicar a qué se refieren con
los conceptos que usan, ni la forma en que los usan.
2) La segunda parte del libro abarca los capítulos 3. Aprendiendoa escribir mal; 4. Jerga,nombresyacrónimos; 5. Convirtiendoalaspersonasencosasy 6 . Cómoevitardecirquiénlohizo. A lo largo de estos capítulos Billig nos ofrece un análisis de los problemas lingüísticos y las prácticas de escritura de los científicos sociales. Podemos resumir los puntos más importantes del trabajo de Billig en este apartado de la siguiente manera:
a) Según el autor, los académicos tienen un estilo de escritura abundante en conceptos técnicos y frases nominales, pero carente de verbos y frases clausulares. En consecuencia, el mundo que retratan está lleno de abstracciones que se relacionan con otras abstracciones. Para complicar más las cosas, los académicos rara vez vinculan sus creaciones abstractas al mundo concreto de las
acciones humanas.
b) En sus textos, los investigadores usan abusivamente la voz pasiva que, en comparación con la voz activa, es menos rica respecto a la información que contiene. Una frase en voz pasiva no nos permite saber quién realiza las acciones. Al final, el mundo que los académicos retratan no es de gente, sino de conceptos que se presentan como cosas que se dan en la realidad por sí mismas.
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c) Los académicos escriben como si fueran agentes de mercado
promocionando sus productos. Con el estilo retorico de un publicista, promocionan sus abstracciones (enfoques, teorías y conceptos) resaltando las ventajas y beneficios que ofrecen frente a las creaciones de sus colegas.
Para ilustrar sus puntos Billig recurre a ejemplos de la sociología y la lingüística, así como del psicoanálisis. Así, nos muestra cómo incluso los científicos que han estudiado la escritura académica usan en sus textos el mismo lenguaje que suponen estar analizando y cuestionando sin siquiera darse cuenta. Billig nos dice que ni siquiera Pierre Bordieu, que se quejaba la oscuridad de este estilo, pudo evitar “pomposear” (p. 63) sus escritos. Otro de los muchos ejemplos que vale la pena mencionar es “La gloriosa metafunción ideacional” (p. 66), un concepto que fue usado por Prosser y Webb para referir a lo que normalmente
llamamos contenido de un ensayo. Aquí, como en muchos otros casos que el autor nos ofrece, las palabras ordinarias, mundanas y sencillas como son, resultan mucho menos confusas que el gran nombre técnico.
En el texto de Billig también encontraremos a personajes reconocidos como George Orwell, Ulrich Beck, Peter Berger, William James, Wilhelm Wundt y Sigmund Freud, a partir de cuyas historias y estilos de escritura, Billig hará que una y otra vez nos preguntemos de qué se trata la escritura en las ciencias sociales pues, si usar palabras ordinarias resulta más claro para describir los fenómenos sociales, no hay motivo para atiborrar con tecnicismos nuestros trabajos ¿Será
que estamos “usando un concepto apabullante, no para identificar un descubrimiento, sino para cubrir la carencia de él”? (p. 73).
Pero el problema no es sólo lingüístico y el autor no deja de señalar su arista
educativa: si los académicos que dan clases escriben mal, evalúan como adecuados los trabajos que imitan su estilo y los textos que usan para complementar la enseñanza no son realmente diferentes en su estructura, no podemos esperar grandes diferencias en el estilo de escritura de las futuras generaciones de académicos. Billig nos ofrece el triste panorama de un problema que empieza desde la enseñanza universitaria. Por otra parte, el autor nos muestra que el lenguaje no sólo es una cuestión de escritura, pues también marca diferencias identitarias —ser parte de una comunidad académica implica adoptar su enfoque, sus palabras y su forma de escribir— y es una herramienta de mercado. Por ello, Billig dirá que “hay buenas razones económicas para no ser modesto, o para confiar en que la virtud generará su propia recompensa” (p. 39). En este mundo los académicos deben presumir sus logros para ser alguien, así
sólo consistan en ser los creadores de otra gran palabra.
El análisis de Billig es amplio, no se le escapan los grandes conceptos que terminan con ificacióny con ización, los cuales llegan a ser en extremo abstractos (globalización, reificación, mediatización, masificación, nominalización son algunos de los que encontraremos en las páginas de este libro). Tampoco se le olvidan los acrónimos que, ya pertenezcan a instituciones, enfoques, teorías o
conceptos, no dejan de ser medios eficaces para empaquetar y comercializar
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ideas. Todos estos nombres no son para Billig, otra cosa que palabras que
“pretenden convocar profundidad y comprensión, sin conseguir lo uno ni lo otro” (p. 73) .
Billig terminará hablándonos de un estilo de escritura académica que es “despoblado” (p.127). Cuando las personas están presentes sucede una de dos cosas: o rápidamente se convierten en los objetos de la acción de algún tecnicismo; o sus acciones son transformadas en tecnicismos que nombran algún proceso general y abstracto. Con humor e ironía Billig nos dice que “Es como si existiera una fórmula matemática para crear conceptos académicos modernos: Verbo+Nombre = Nombre más largo” (p. 189). Al final pareciera como si las ciencias sociales se trataran de armar “rompecabezas” (p. 127) con cadenas de conceptos, antes que de entender el mundo social.
3) La parte final del libro de Billig corresponde a los capítulos 7 y 8, en los que el autor nos presenta estudios de caso sobre conceptos específicos. En el primero, Algunascosassociológicas:gubernamentalidad,cosmopolitizacióny análisis conversacional, Billig nos cuenta un poco de la historia de los grandes conceptos que dan título al capítulo, nos dice cómo han sido usados y no deja de resaltar su abstracción y carencia de vínculos con el mundo de las acciones humanas. No obstante, son conceptos que han servido para dar trabajo a muchos sociólogos: sobre la gubernamentalidad Billig dice que hoy día “Ha habido estudios sobre gubernamentalidad global; cívica, paternal, dietética, colonial, postcolonial ,
blanca, verde y cuál no.” (p.195). Uno no deja de pensar que el mercado de los estudios gubernamentales debe ser inagotable.
Billig termina este capítulo con un vistazo al tipo de vocabulario que usan los
analistas de la conversación, y nos muestra cómo, a pesar de analizar directamente las acciones de la gente y sus formas de hablar, al momento de realizar los análisis propiamente dichos, se olvidan de las personas y pueblan su discurso con palabras especializadas.
El otro capítulo, Psicologíasocialexperimental:ocultandoyexagerando, me parece de gran interés, sobre todo para los probables lectores de esta revista. Está dedicado en su totalidad a analizar las prácticas de escritura en el interior de la disciplina a la que el mismo Billig perteneció. El autor nos habla de la obstinación de los psicólogos sociales por elevar su disciplina al mismo estatus que el de una ciencia natural. El gran problema para Billig es que los psicólogos terminan estudiando variables y conceptos en vez de personas. Billig también señala el uso que hacen de la estadística y su “culto de la significancia” (p. 249),
pues los lleva a ocultar resultados importantes relacionados con las frecuencias individuales.
En cuanto a la forma de escribir, Billig nos dice que los psicólogos exageran sus resultados cuando escriben sobre “los participantes” como si fueran un todo homogéneo, en vez de utilizar modificadores de cantidad como “algunos” o “la mayoría”, en palabras de Billig, en los experimentos “nadie menciona a los
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participantes cuyas acciones pudieron haber evitado el resultado exitoso. Ellos se convierten en no-personas. Desaparecen.” (p. 260).
En suma, quienes hacen psicología social experimental, así como quienes no, encontrarán motivos para enojarse y hacerse los ofendidos, pero también para repensar su labor académica y la forma en la que escriben. Y es que desafortunadamente, parece que Billig no yerra al aseverar que, aunque su análisis es parcial, la mayoría de los académicos incurren en las mismas prácticas de escritura pues cada vez más trabajan en circunstancias similares.
Siguiendo el consejo de Billig no diré que lo que su libro nos permitirá hacer o cómo y cuánto ampliará nuestra perspectiva, porque el libro en sí mismo no permite ni amplía nada. En aras de dar su lugar a la gente, diré que valor de los contenidos de cualquier libro depende de lo que sus lectores hagan con ellos; lo
que entiendan y las decisiones que tomen al relacionar sus conclusiones con el resto de los conocimientos que poseen, es lo que los llevará a transformar su forma de actuar, pensar, sentir y escribir. De la misma forma, quien nos ofrece material para pensar no es el libro, sino su autor, Michael Billig.
Pienso que más de una persona estará interesada en cambiar su estilo de escritura tras finalizar el texto, pues al decirnos sin pelos en la lengua cómo escribimos, lo que el autor hace no es sino sugerirnos formas más claras de hacerlo. El mismo libro es ejemplo de ello: los lectores encontraran en él una claridad poco usual que se agradece. Y es que Billig hace todo lo posible por
demostrarnos que es posible escribir ciencias sociales de forma clara, precisa y
amena. Para él, no se trata de que todos escribamos a la Richard Sennett o a la Erving Goffman, sino de que dejemos de pensar que el lenguaje ordinario es
impreciso, inadecuado e inferior al lenguaje técnico. Sin embargo, es importante insistir en que cuesta más trabajo ser claros que pretensiosos.
Sin duda Billig nos invita a cuestionarnos qué clase de mundo estamos estudiando y qué clase de mundo estamos construyendo, no sólo en nuestros textos, sino en nuestro entorno laboral. Parece que no nos preocupa cómo decimos lo que decimos, ni si lo que decimos es comprensible, pero sí nos ponemos ansiosos si nuestra tasa de producción académica no es alta y nos tranquiliza y enorgullece cuando somos invitados a congresos o estancias, cuando nuestros artículos son citados, o cuando agregamos nuevos trabajos a nuestros curriculum.
Estoy seguro de que más de uno reconocerá que las críticas que el autor deposita en este libro son aplicables a su trabajo. Si nos preguntamos cómo
podemos arreglarlo, Billig nos da una serie de recomendaciones que según sus propias palabras no son más que “murmullos en el viento” (p.263) que hace con la esperanza de que en algún momento inspiren a otros científicos sociales y los encaminen hacia un futuro mejor, al menos en lo que respecta a su escritura. No obstante, este trabajo es una reseña, y la finalidad de toda reseña no es resumir una obra, sino ponderarla y, en el mejor de los casos, invitar a su lectura. Ya que
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esta es una reseña positiva, las conclusiones y demás detalles de la investigación de Billig tendrán que ser descubiertas por sus futuros lectores.
Ojalá que esta reseña sirva para incitar a otras personas a leer el libro pues, en la medida de lo posible, he evitado cometer los errores que Billig señala. Les toca decidir aquellos que me lean si este texto es claro y conciso o una maraña de palabras oscuras. Lo único que me resta decir es que, mientras sigamos escribiendo igual, la opinión de Billig seguirá siendo pertinente y siempre podremos pensar que, como científicos sociales, seguimos tomándonos “demasiado en serio para demeritarnos usando un lenguaje inferior, inapropiado. ¡Idiotas!” (p. 201).
“Reseña: Billig, M. (2014). Aprenda a Escribir Mal. Cómo Triunfar en las Ciencias Sociales. México: Editorial del Colegio de Postgraduados ”

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