Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021) ISSN 2448- 7317

Reseña: Lefebvre, G. (1986). El gran pánico de 1789: la Revolución francesa y los campesinos. Barcelona: Paidós (1932).

Sigrid Bethsabe Bravo Méndez 1

Sección: Reseñas Recibido: 16/02/2021 Aceptado: 04/03/2021 Publicado: XX/XX/2021

En este libro, Georges Lefebvre (1874-1859) hace un estudio historiográfico de lo que se llamó “el gran pánico de 1789”, ocurrido en Francia en tiempos de la efervescente revolución. Cada momento del libro (publicado en 1932) contiene una serie de capítulos que permiten entender el tema desde su contexto

político, económico y social, pasando por la formación de creencias colectivas y su propagación: el “complot aristocrático” y las crecientes sublevaciones a partir de las desigualdades sociales, hasta una detallada explicación de cómo se conforma y cómo se reproduce el gran pánico; siempre sustentado de diversos testimonios que él recauda: cartas, cuadernos de quejas, rumores, comunicados oficiales, que él encontró en diversos archivos de toda Francia.

El estudio es relevante porque agrupa la serie de terrores que se dieron en Francia y, aunque algunos historiadores los habían descrito por separado, él no los presenta aislados, sino en conjunto, conformando lo que se denomina: “el

gran pánico de 1789”, un fenómeno que impulsó la revolución. Para estudiarlo, Lefebvre dividió el libro en tres grandes momentos: I. “El campo en 1789”, que contiene los cinco primeros capítulos, describe el contexto social de las zonas campesinas, los inicios de la revolución, los comienzos de las sublevaciones y la toma de armas ante los primeros pánicos; II. “El complot aristocrático”, que estudia, hasta el capítulo once, tanto los inicios de esta idea, como su papel en los pánicos al detallar las diversas reacciones que tuvo en las poblaciones francesas; III. “El gran pánico”, el momento final del libro que comprende hasta el capítulo diecinueve, en donde él desmenuza puntual y claramente “el gran pánico”, haciendo un trabajo de clasificación de todos los pánicos que lo

conforman.

1 Estudiante de sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: sigrid.bethsabebm@gmail.com ORCID: 0000-0001-8346-5425 .

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Toda la primera parte del libro (“El campo en 1789”) es una contextualización detallada sobre la situación social, económica y política de la sociedad francesa. Para ello, el autor comienza con el capítulo: “El hambre”, que relata la condición miserable de los obreros en las ciudades, más el creciente despojo de la tierra a los campesinos que aceleraban el temor a la carestía y que “ante la menor crisis iba a engrosar la masa de vagabundos y jornaleros agrícolas” (1986, p. 11). Lefebvre recurre a su vez a documentos que le proporcionan información demográfica para entender el fenómeno en un contexto nacional y demuestra que la mayor parte de la población francesa en

1789 pertenecía a la clase proletaria (jornaleros tanto en el sector rural como en el urbano) mientras que una pequeña minoría estaba integrada por los

propietarios privados, que tenían la posesión de la tierra.

Las cifras que el autor encuentra en cada localidad de estudio demuestran que más del 75% de la población estaba conformada por jornaleros, mientras el resto se repartía entre los principales poseedores de la tierra: “sacerdotes, nobles y burgueses” (1986, p. 13), quienes acaparaban la tierra mientras la población rural crecía cada vez más. “Entre 1770 y 1790 se calcula que Francia aumentó su población en dos millones” (1986, p. 13), lo que agravó la situación en las familias de clase media y baja, ya que los salarios eran miserables, las

familias numerosas —entre 8 y 9 hijos por familia, escriben en un cuaderno de quejas las familias de La Caure— y el aumento del precio del pan (como alimento básico) se hacía cada vez más difícil de pagar.

Para comprender los inicios del miedo, en el capítulo segundo: “Los

vagabundos”, Lefebvre describe al pequeño grupo de hombres que poseía cantidades pequeñas de tierra; los pequeños poseedores requerían de un salario complementario para su manutención y las opciones para lograrlo eran convertirse en artesanos o comerciantes, pero quienes no tenían esa posibilidad (1 de cada 10 pobladores) tenían que recurrir a la migración errante por los

pueblos y ciudades de Francia (1986, p. 20). El vagabundeo por sí mismo ya imponía miedo entre los habitantes y pobladores del campo. Los “rostros extraños”, como enuncia el autor, siempre desencadenaban miedo o inseguridad por la llegada del desconocido; un agricultor de los alrededores de Aumale decía: “no nos acostamos sin temor; los pobres que andan de noche nos atormentan, sin contar con los que mendigan en el día, que ya son numerosos” (1986, p. 25). En tiempos de los pánicos, el vagabundo frecuentemente fue confundido con el “bandido”, y en muchas circunstancias su aparición fue el motivo para alertar a los pobladores y prevenirlos de un ataque. Esta confusión (vagabundo/bandido) fue una de las imágenes del gran pánico.

En el capítulo tercero: “Los motines”, Lefebvre revisa las crecientes sublevaciones del pueblo debido al hambre: “porque los ricos, propietarios y arrendatarios, en conveniencia con los comerciantes… ministros y demás funcionarios del rey… habían exportado los excedentes [de la producción del trigo] para venderlos al exterior a mejor precio”. A ello se sumaba el aumento

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en la venta del grano y las restricciones del derecho colectivo a la tierra, restricciones que desaparecían cada vez más al volverse la tierra propiedad privada de unos cuántos. Así nacen las primeras sublevaciones por una mejora en los salarios. A la par, estas movilizaciones del pueblo incrementaban el miedo, y quien no estaba enterado de ello, recurrentemente las confundía con los ataques de los “bandidos”. En palabras de Lefebvre: “el pueblo creaba el pánico en sí mismo” (1986, p. 47).

En los últimos dos capítulos de la primera parte, el autor relata a detalle la importancia de que Luis XVI convocara a los Estados Generales para que la

aristocracia retomara las riendas de los tres Estados, sin embargo, este contexto, señala el autor, hizo propicio un escenario de mayor pánico, pues las revueltas

se desencadenaron con gran enfado de parte de los estados sublevados. Finalmente, Lefebvre enmarca la situación de la toma de armas del pueblo, que exigía la justicia en torno a la tierra y el trigo, así como de la aristocracia, que

pretendía proteger el statu quo: las ventas al exterior y la propiedad privada, agregando que se incrementaba un gran sentimiento de unidad nacional que reclamaba el voto por cabeza, así pues, les competía retomar el orden. En medio del caos social, las noticias sobre los bandidos-saqueadores fue la pólvora que contribuyó a explotar el gran pánico y propiciar un escenario más catastrófico.

La segunda gran parte del libro se dedica a estudiar el principio del “Complot Aristocrático”, la idea de que la aristocracia se vengaría del pueblo por sus diversas acciones, junto con el imaginario de que los bandidos eran el instrumento de terror que esta última utilizaba para infundir miedo. Este error

colectivo, como dice el autor, se plasmaba de manera escrita en un principio. Las noticias difundidas y de las que se tiene documentación se encuentran en el segundo apartado: “La propagación de las noticias”, que viajaban por medio de las postas (las caballerías que se encontraban en los caminos, cada dos o tres leguas de distancia, para relevar los correos) y de allí se repartían las noticias a

los poblados cercanos para hacer pública la información. Finalmente, las noticias eran leídas en las plazas. Sin embargo, como escribió Marc Bloch en su reseña a esta obra: el instrumento principal de propagación fue la vía oral: “pues la inmensa mayoría de los franceses no sabían leer y cinco o seis millones de ellos incluso desconocían la lengua nacional” (1999, 241). Además, el correo postal solo era accesible para los que podían pagarlo.

En estos momentos del libro, Lefebvre ya deja ver a los nacientes pánicos en el campo y cómo se propagan. Ante el temor a los saqueadores, así en el campo como en la ciudad, hubo un crecimiento de la inseguridad y ésta fue caldo de cultivo para que se propiciaran otros pánicos, sobre todo en las épocas de

cosecha. Así que, “una vez que se anunciaba la llegada de bandidos de inmediato todo el mundo creía verlos aparecer por un lado y en otro y se desataba un pánico local” (1986, p. 187). Casi cualquier acontecer era, o podía ser, confundido con algún asalto de los bandidos; un incendio, una riña entre pobladores, o simplemente haber visto a personas desconocidas caminar por

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las leguas aledañas de las poblaciones, y la información podía venir de personas con peso oficial en sus anuncios, de sacerdotes o municipales, o de cualquier poblador: “no importa cuál sea su oficio o condición (un aparcero, un pastor, una anciana o un cazador)” (1999, p. 238). La noticia sobre la llegada de los bandidos fue vista por los revolucionarios como parte del “complot aristocrático” para someter a las poblaciones a través del miedo. Se habían dado cuenta que se difundieron noticias de falsas alarmas en distintos lugares, pero en las mismas fechas y horas. Sin embargo, las alarmas por los bandidos fueron una excusa para que los pobladores tomaran las armas y se organizaran en

guardias independientes, “los hechos se volvieron contra la aristocracia pues el gran pánico aceleró el armamento del pueblo y provocó nuevas revueltas

agrarias” (1986, p. 193). Como podemos ver, el Gran Pánico se conforma de los pánicos generados por el temor a los bandidos, el del complot aristocrático, las sublevaciones y los pánicos locales que se desencadenaban por cada uno de los anteriores.

Por último, la tercera sección llamada: “El gran pánico”, comprende una selección de capítulos para entender, esclarecer y tipificar los componentes del “gran pánico”. “Los caracteres del gran pánico” fueron aquellos componentes y su actuación en los distintos poblados de Francia, por lo cual, Lefebvre descri be

este fenómeno como un paroxismo que se extendió de manera rápida: “esas alarmas se propagaron hasta muy lejos y con gran rapidez en lugar de seguir siendo locales” (1986, p. 191). Así mismo, explica cómo los pánicos primitivos se encuentran relacionados con la idea del complot, al que va sumando los

pánicos locales provocados por rumores, ruidos o señales extrañas. Los pánicos primitivos eran aquellos que nacían de cada población por cualquier contingencia que se presentara, o de los movimientos y alzamientos de los campesinos ante un posible ataque de la aristocracia. La organización de los campesinos infundía miedo a sus mismos pobladores, e inclusive eran

confundidos desde otros lugares como si fueran desmanes de los bandidos. En la investigación, el autor encuentra que los pánicos tenían corrientes de partida y propagación; éstas, así mismo, se explican principalmente por incidentes locales surgidos por azar: está el pánico de Maine, de los Mauges, el del Franco Condado, el de Clemont y Picardía. Todos se expandieron desde sus localidades hacia los pueblos vecinos por medio del pueblo mismo, de municipalidad en municipalidad: “la población que se alarmaba pedía ayuda a la ciudad más próxima o creía que su deber consistía en advertir a la región limítrofe” (1986, p. 238). Sin embargo, Lefebvre encuentra que, en las regiones más apartadas y poco habitadas, la difusión del gran pánico no tuvo en ellas otro medio de

propagación, pues era evidente que no podían recibir ayuda o alertar a los demás vecinos.

Para finalizar, podemos observar en toda la evidencia reclutada por Georges Lefebvre, que el “gran pánico” no estalla al mismo tiempo en todo el país, pero aun así con su atemporalidad ayudó a que se aceleraran las organizaciones

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campesinas y comités para la caída del régimen. En “las Consecuencias del gran pánico”, el autor añade que la solidaridad del pueblo nace y se une contra la aristocracia para desmantelar el complot. Lefebvre observa que el Gran Pánico “fue un esbozo de reclutamiento en masa… para que se manifestara el espíritu guerrero de la Revolución” (1986, p. 283). Así, se despierta en el pueblo una colectividad consciente de clase, una colectividad unida ante la situación nacional que les brinda la fuerza necesaria para no soltar las riendas de la Revolución. A propósito, un administrador de la duquesa de Brancas escribió una carta a su esposa: “Madame, el pueblo es el amo; es ya demasiado

consciente y sabe que es el más fuerte.” (1986, p. 284) En conclusión, el “gran pánico”, entendido desde los habitantes como un instrumento que provocaría la

desarticulación obrera y, sobre todo, campesina, fue el móvil (el miedo) que desató la acción colectiva en contra del clero y los aristócratas seguidores del rey, para derrocar el régimen despótico.

El estudio de Lefebvre fue un parteaguas en la historiografía. Deja como herencia una forma de observar y tratar los hechos históricos completame nte original y relevante hasta nuestros días, por dos razones. La primera tiene que ver con una mirada que descubre realidades que no son obvias a los ojos del espectador, y al rastrear los hechos, o acontecimientos, descubre si son parte de

un fenómeno de mayor envergadura. La segunda nos brinda las herramientas para encontrar los hechos reales: las pistas o pruebas para identificar la producción de noticias falsas y así saber de dónde vienen, cómo nacen, cuáles son las vías de su reproducción; en otras palabras, observar cómo se mueve o

actúa el fenómeno. Esto último permite comprender sus consecuencias en las interacciones sociales, es decir, ver cómo reaccionan y actúan las personas, cómo al cambiar su realidad su acción se determina. En el caso de “el gran pánico” este propició que los intereses de la clase obrera y de los campesinos se articularan y materializaran en una dirección específica. Gracias a los pánicos y la

idea del complot aristocrático, la Revolución Francesa ocurrió tal y como la conocemos.

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REFERENCIAS

Bloch, M. (1999). El error colectivo del “gran terror” como síntoma de un estado social. En Historia e historiadores. Madrid: AKAL (1ª ed., 1933).

Lefebre, G. (1986). El gran pánico de 1789. La revolución francesa y los campesinos. Traducción de María Elena Vela Ríos.Barcelona: Paidós (1ª ed., 1932).

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