Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021) ISSN 2448- 7317
Reseña: Bloch, M. (2017). Los reyes taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder real, particularmente en Francia e Inglaterra. México: Fondo de Cultura Económica (1924).
Carlos Alberto Ríos Gordillo 1
Sección: Reseñas Recibido: 15/12/2020 Aceptado: 10/02/2021 Publicado: 12/04/2021
“El gran libro de historia que en esos mismos años él estaba escribiendo, y que es la historia de un error, de una impostura: Los reyes taumaturgos (1924) (…) Aquí sí podemos verdaderamente decir que Bloch [ya] ha definido los intereses historiográficos y también los criterios de método en los cuales se inspirará toda su actividad futura”.
(Ginzburg, 2015, p. 29)
1. A prácticamente un siglo de la aparición de Los reyes taumaturgos, publicado en 1924 por el historiador francés Marc Bloch (1886-1944), los tiempos actuales presentan una curiosa similitud con las condiciones en las que su autor concibió su primer libro de largo aliento; El affaire Dreyfus, y la Gran guerra europea (1914 - 1918), como ha sido estudiado, pero también la así llamada ‘gripe española’, cuyo efecto combinado generó veinte millones de muertos y repercutió en la visión del historiador sobre la historia, que él consideraba un punto de encuentro de las ciencias humanas. ¿No es acaso un libro que, mientras nos encontramos confinados en un mundo enfermo y esperamos la milagrosa vacuna que nos curará del coronavirus, rejuvenece ante nuestros ojos?
A diferencia de su colega Lucien Febvre (1876-1956), quien utilizó los trabajos
de Charles Blondel y de Lucien Lévy
-Bruhl para configurar sus estudios de
1Profesor del Departamento de Sociología de la UAM-Azcapotzalco. Correo electrónico:
car@azc.uam.mx ORCID: 0000-0002-0036-9188 .
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psicología histórica, sea Lutero, Rabelais o Margarita de Navarra, sea el terror, la muerte, la seguridad o los sentimientos; (Febvre, 1982, p. 793-849) Marc Bloch se acercó al universo mental a través de la sociología y las representaciones colectivas durkheimianas. Dos disciplinas, dos concepciones, dos filiaciones, entre
los padres fundadores de La Escuela de los Annales (Burguiére. 2006, pp. 71- 101) representan, a su vez, dos vías por completo distintas. Marc Bloch, para tener acceso a lo mental, escribió François Dosse: “se nutre más de la aportación de la sociología durkheimiana que de la psicología. Su proyecto se asemeja más al estructuralismo y anuncia los métodos de la antropología histórica” (1988, p. 83).
En este sentido, la orientación teórica de la segunda posguerra seguirá el camino marcado por Marc Bloch, pues Lucien Febvre, “que a menudo es presentado como iniciador de la historia de las mentalidades, no será quien tenga más
herederos.” (1988, p. 83).
En Los reyes taumaturgos, su autor se preocupó por saber cómo los reyes de
Francia de Inglaterra habían alcanzado el poder taumatúrgico, cómo lo habían usado y cómo lo habían perdido. Sumergido en la conciencia colectiva, Marc Bloch estudió la creencia en el milagro real de la curación de las escrofulosis (a través de la medicina, la psicología, la antropología, la historia, pero también el folklore, el mito, las supersticiones, la leyenda y las noticias falsas), que sobrevivió
durante más de ocho siglos, al estar basado en la creencia de la realeza sagrada (la reverencia al gobernante consagrado y la creencia popular colectiva de su
poder taumatúrgico), así como en un mundo mágico, maravilloso, pletórico de
leyendas, mitos y milagros. Se trata, por ende, de un estudio sobre un ritual extraño: el poder curativo atribuido a los reyes de Francia e Inglaterra y las creencias populares en torno del milagro real, desde los tiempos medievales hasta la época contemporánea. No obstante, el método de análisis y la mirada del historiador, que aparece en un momento específico de su biografía, se encuentra también en sus estudios sobre las “representaciones colectivas”: los
bulos, la vida de ultratumba, la memoria colectiva, los errores colectivos, los
síntomas sociales, en Historia e Historiadores (1999, p. 175-244), el ciclo de la leyenda del rey Arturo (2004, pp. 15-28) o las “condiciones de vida y atmósfera
mental”, de La sociedad feudal, donde escribió:
Lo mismo que los progresos de la enfermedad señalan al médico la vida secreta de un cuerpo, así mismo, a los ojos del historiador, la marcha victoriosa de una gran calamidad toma, para con la sociedad así atacada, todo el valor de un síntoma. (1986, p. 76)
Quizá por ello, convocando la relación entre la historia enarbolada por Annales, la sociología durkheimiana y la psicología, en su Apología para la historia, escribió notables reflexiones a propósito de la lógica del método crítico y la psicología del testimonio, con la intención de comprender a los testimonios voluntarios, pero sobre todo a los testimonios involuntarios y las condiciones de
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los testigos (cansancio, emoción, grado de atención), así como errores colectivos, mentiras gigantescas, atmósferas sociales, el renacimiento de la tradición oral, la desconfianza ante lo impreso, la transmisión de las noticias, la formación de las leyendas, los mitos e, incluso, los milagros, sea en la Edad Media o durante la Primera Guerra Mundial: “la historia ha conocido más de una sociedad regida por condiciones más o menos análogas, pero con una diferencia: en lugar de ser el efecto pasajero de una crisis totalmente excepcional, estas condiciones representaban la trama normal de la vida” (1996, p. 210). ¿No será la incredulidad y el escepticismo radical que muestran algunos ante el coronavirus, o la fe en el
milagro de su curación a través de recetas caseras, el uso de talismanes, ungüentos y remedios de tantos tipos, más que una condición pasajera que
podría desaparecer con el descubrimiento de la ansiada vacuna, es en realidad la trama normal de nuestra vida?
2. Correspondiente a la editio princeps de 1924, publicada bajo el pie de imprenta de la Facultad de Letras de la Universidad de Estrasburgo, donde su autor era por entonces profesor de historia medieval, la primera edición en español fue publicada por el Fondo de Cultura Económica (FCE), en 1988, en la Sección Obras de Historia, con un tiraje de dos mil ejemplares (en 1993 hubo una reedición con
el mismo tiraje). Como es evidente, la primera edición en nuestro idioma se publicó tan sólo sesenta y cuatro años después2 de la estrasburguesa, y de manera aún más extraña, a juzgar por la hoja legal, se basó en esta última y no en la que, cinco años antes, había publicado la editorial parisina Gallimard, con un notable prólogo del historiador Jacques Le Goff.3 No obstante, a la edición parisina de 1983 corresponde tanto la segunda edición de 2006, en la Colección
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2 A diferencia de otras obras suyas, e incluso de las obras de otros historiadores de Annales, la traducción al español de Los reyes taumaturgos fue sumamente tardía. En 1952 y 1953, el Fondo de Cultura Económica publicó Introducción a la historia, de Marc Bloch, (edición de 1949, a cargo de L. Febvre) y El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, de Fernand Braudel, aparecida también en 1949. En 1939 y 1942, el FCE tradujo Historia económica y social de la Edad Media, y la Historia de Europa. Desde las invasiones hasta el siglo XVI, del gran medievalista belga, Henri Pirenne. En 1956 se publicaba Martín Lutero. Un destino, de Lucien Febvre. La imponente Colección: “La Evolución de la Humanidad”, dirigida por Henri Berr, se publicaría en México entre finales de los años cincuenta y principios de los años sesenta del siglo pasado, en las bellas ediciones encuadernadas por la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (UTEHA). En ella figuran La sociedad feudal (en dos volúmenes, números 52 y 53), correspondiente a la edición de Albin Michel de 1939 y 1940, de Marc Bloch; La Síntesis en Historia (número 166) y Al margen de la historia universal (en dos volúmenes, números 167 y 168), de Henri Berr; El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais (número 84) y La aparición del libro (número 70) de Febvre, y el último con Henri-Jean Martin.
3 Los prólogos, prefacios y postfacios a las obras de Bloch, han convocado a historiadores de renombre: Henri Berr, Lucien Febvre, Fernand Braudel, Emmanuel Le Roy Ladurie, Maurice Aymard, Georges Duby, Pierre Toubert, Robert Fossier, Aleksandra Ljublinskaja, Girolamo Arnaldi o Carlo Ginzburg, por lo que han adquirido reputación propia. Por ejemplo, el prólogo de Le Goff fue traducido por Oscar Mazín y Adeline Rucquoi, y publicado quince años antes de la segunda edición del FCE. (Le Goff, 1991, p. 7- 54).
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Conmemorativa setenta aniversario (con un tiraje de dos mil ejemplares), como la tercera edición de 2017, en la Sección Obras de Historia y con idéntico tiraje. Veinte años después de su primera aparición en nuestro medio, la suerte de esta obra ha sido peculiar: una editorial, tres ediciones, una reimpresión y alrededor de ocho mil ejemplares publicados han hecho de Los reyes taumaturgos una de las obras más conocidas de Marc Bloch en español, y que un número importante de sus lectores en todo el planeta es, precisamente, un lector de nuestro continente y nuestra lengua.
3. La idea que finalmente cristalizó en esta obra, surgió durante la Gran Guerra
europea, hace un siglo. Al ser movilizado al frente de batalla el 1 de agosto de 1914, recién comenzada la conflagración, el profesor de liceo se vio inmerso en la dura vida de soldado. La experiencia militar ―que no sería la única, pues años después participó en una campaña de ocupación en Argel y luego en la Segunda Guerra Mundial― lo transformó profundamente, mientras transitaba de los veinte a los treinta años. En agosto de 1915, recibió su primera condecoración por energía en el mando y desprecio del peligro durante el contrataque francés; en abril de 1916, durante las batallas en Argonne, recibió la segunda y fue ascendido a segundo teniente y nombrado oficial de inteligencia, responsable de
informar sobre las transmisiones, la aviación, la cartografía y la topografía; en noviembre de 1917, en la ofensiva contra el fuerte Malmaison, obtuvo su tercera
condecoración por haber mantenido su trinchera de observación bajo el
bombardeo enemigo; en julio de 1918, obtuvo la cuarta condecoración, debido a la victoria francesa ante el ataque alemán al Aisne y la defensa del bosque cercano a Villers-Cotterrêts, que ayudó a salvar París. Fue mencionado como un ‘oficial destacado’ que había realizado varias arriesgadas misiones de reconocimiento bajo los intensos bombardeos, aportando información crucial y dando un ‘hermoso ejemplo de valor y fría resolución en el cumplimiento de sus misiones’
(Fink, 2004, pp. 75-83). Años después, desmovilizado luego de la derrota francesa ante los alemanes, se enroló en la Résistance, haciendo labor de inteligencia en el movimiento Franc-Tireur, y contribuyó a la liberación de Lyon.
Sirvió durante prácticamente toda la guerra, ya fuera en la batalla de Somme o en la del Marne, e incluso en la nada gloriosa tarea de pacificar Argelia. Con una treintena de años a cuestas, participó en todas las operaciones posibles: “Tomó parte en ataques absurdos y mortales por la conquista de un punto minúsculo sobre el mapa, que terminaban frecuentemente en la retirada hacia las posiciones de donde había partido”, recuerda su hijo en los Écrits de Guerre (1914-1918), para sentenciar: “Vio caer a su alrededor a numerosos compañeros. Durante más de cuatro años todos los días frecuentó a la muerte” (Bloch, 1997, p. 3). En reconocimiento a su valor, el sargento de infantería terminó la guerra
con el grado de Capitán, condecorado con la Cruz de Guerra (cuatro menciones) y con la Legión de Honor. “Usted es un guerrero”, le confesó un joven oficial al historiador, de acuerdo con lo que él mismo recordaba en su ensayo sobre las
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causas de la derrota francesa en 1940, La extraña derrota (2003, p. 32) piedra de toque de la historia del tiempo presente.
Étienne Bloch observó que de los cientos de miles de hombres que hicieron la guerra, eran raros los que, estando sumergidos en la acción, eran así mismo capaces de tener una mirada lúcida sobre los acontecimientos en los cuales ellos mismos participaban, de brindar una visión de conjunto mucho más amplia y de ahí obtener enseñanzas de gran magnitud. Sin duda, Marc Bloch era de esos pocos (1997, p. 3). La múltiple condición de testigo, soldado e historiador (cuyos testimonios y reflexiones son todavía invaluables) formaría una especie de
química que le permitiría observar la guerra desde un observatorio excepcional, al mismo tiempo que su obra se impregnaba por una triple experiencia: la Gran Guerra que terminó con la victoria de 1918, la guerra de 1939-1940 que terminó con la derrota, y la Resistencia antinazi que terminó en tortura y fusilamiento.
L’histoire, la Guerre, la Résistance (Bloch, 2006), como se intitula otra importante compilación de sus ensayos, es un testimonio de esa huella.
4. La guerra fue “un inmenso experimento de psicología social, de una riqueza nunca vista hasta la fecha”, escribió Marc Bloch (1999, p. 180), a propósito de las noticias falsas que se difundían con velocidad entre los soldados de las trincheras.
El nacimiento de las mentiras, e incluso de las leyendas, era producto de las “representaciones colectivas” que actuaban como un elemento deformante de las
noticias: una mala percepción que fuese contraria al sentimiento espiritual
colectivo, podría dar origen a un error individual mas no a un bulo popular de gran difusión. “Esta puesta en marcha sólo tiene lugar debido a que la imaginación ya había sido previamente dispuesta, de modo firme y callado, para ello”, (1999, p. 179) escribió. “La sociedad de las trincheras, el mundo creado en el frente de guerra deviene para él el centro de una experiencia moral e intelectual irrepetible, voluntad del destino” (Mastrogregori, 2001, p. 31).
Así, para el historiador movilizado al frente de combate, las trincheras se convirtieron en una “zona de formación de las leyendas” (Bloch, 1996, p. 210): la desinformación de los soldados en el frente de batalla, la desconfianza hacia la propaganda ―alimentada por la carencia de periódicos y de un servicio de correo bajo sospecha de estar intervenido―, conducían al escepticismo radical ante lo impreso. Estas condiciones hicieron posible “una prodigiosa revitalización de la tradición oral, antigua madre de leyendas y mitos”, en las que la censura hizo posible el retorno a una “situación intelectual de épocas muy antiguas anteriores al periódico, a la gacetilla o al libro”(Bloch, 1999, p. 194). Con su acostumbrada agudeza, Carlo Ginzburg escribió en el prólogo a la edición italiana de I Re taumaturgui que, a partir de esta experiencia, sobre todo al observar que las cocinas eran el “lugar privilegiado donde nacían y se difundían las “falsas noticias”, los mitos y las leyendas de la vida de trinchera”, Bloch reconstruyó “una sociedad casi medieval, y una mentalidad que le correspondía”. Por ende, según
considera el historiador italiano, “es de esta experiencia de la que nacen Los reyes Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021)
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taumaturgos” (Ginzburg, 2015, p. 60). ¿Acaso Perrin no recordaba que en una excursión a los Basses-Vosges, en febrero de 1919, el historiador le comentó: “cuando haya terminado con mis rurales [se refería a la tesis de doctorado de 1920 (Bloch, 2006a)], abordaré el estudio de la unción de la realeza sagrada de Reims”? (Bloch, 2011, p. XI).
5. En Los reyes taumaturgos, Marc Bloch estudia un rito extraordinario: en el día de su coronación y unción, los reyes de Francia e Inglaterra curaban a los enfermos de las escrófulas ―adenitis tuberculosa― con el simple toque de sus
manos. Entre los enfermos, el ritual creaba expectativa en el poder curativo de los reyes: “sólo en cuanto Rey era taumaturgo”, dice Bloch a propósito de Enrique II. (Bloch, 2017, p. 111) No obstante, la creencia en el toque real guarda estrecha relación con las ‘representaciones colectivas’ preexistentes al ritual de curación: “nadie habría pensado en proclamar el milagro si de antemano no se estuviese habituado a esperar de los reyes precisamente milagros” (2017, p. 388), es decir, la creencia popular en el poder curativo de los reyes y en el carácter sagrado de la realeza franco-inglesa, se basaba en una creencia anterior, mágica y maravillosa, de muy larga duración: la creencia en los milagros. “Lo que creó la fe en el milagro fue la idea de que tenía que tratarse de un milagro”, explica el
historiador. (2017, p. 388)
Así, provenientes de los más recónditos lugares de la geografía del reino
¡Aller voir le roi!, los enfermos se postraban ante el rey para que oficiara el ritual de curación, y al ser el supremo oficiante del rito, creara el milagro a la vista de todos. Por ello, en medio de la intensa rivalidad franco-inglesa “cada pretendiente debió tratar de atraer, por todos los medios, a los escrofulosos en busca de curación” (2017, p. 189): en 1611, Luis XIII tocó a 2210 personas, mientras que, en la fiesta de Pentecostés de 1715, Luis XIV tocó a 1700. De esta manera, cuando era necesario obtener respeto y lealtad popular, o mantener el derecho sagrado
de la realeza frente a la Iglesia, “siempre el ciclo de la realeza sagrada, y en particular el poder taumatúrgico, suministraban a la propaganda real sus temas predilectos” (2017, p. 217).
He aquí las características de la historia de un milagro: de sus orquestadores y sus creyentes, de sus analogías y diferencias recíprocas en uno y otro lado del Canal de La Mancha. ¿El objetivo? El estudio de la concepción de la realeza sagrada a través del rito de curación de los milagros; el análisis de las creencias colectivas en Europa Occidental, del siglo XI hasta el XIX. El autor parte de un rito de curación, por siglos referido, para construir el sistema de prácticas y creencias
de los pueblos de Europa Occidental, durante ocho siglos de historia compartida. Además, estudia una forma específica del poder político monárquico que echa mano de las creencias populares para obtener carisma, prestigio y legitimidad: “La idea de la realeza santa, legado de edades primitivas, fortalecido por el rito de la unción y por la gran expansión de la leyenda monárquica hábilmente
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explotada por algunos políticos astutos”, advierte Marc Bloch, “terminó dominando la conciencia popular” (2017, p. 388).
6. Esta obra que representa una “contribución a la historia política de Europa en sentido amplio, en el verdadero significado de esta palabra” (2017, p. 86) que, al ser ensamblada a partir del estudio de las creencias colectivas sobre la realeza maravillosa y sagrada en Francia e Inglaterra, es también la “historia de un milagro” (2017, p. 86). Pero es, con mayor propiedad, la historia comparada de un milagro. “En efecto, el milagro real es tan inglés como francés”, decía Bloch:
En un estudio explicativo de sus orígenes, los dos países no podrán ser estudiados en forma separada, si se trata de establecer por qué el rito de curación hizo su aparición en Francia en un momento y no en otro, no se puede intentarlo si antes no se establece la época en que el mismo rito surgió en Inglaterra, sin esta precaución indispensable, ¿cómo saber si los reyes de Francia no se limitaron a imitar simplemente a sus rivales del otro lado de Canal de la Mancha? Si se trata de analizar la concepción de la realeza, que el rito de curación no hizo más que traducir, se verá que las mismas ideas colectivas se encuentran, en su origen, en las dos naciones vecinas. (2017, p.
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En un claro ejercicio de historia comparativa, el historiador estudia las originalidades del ritual taumatúrgico, al igual que las similitudes y las diferencias recíprocas, explicándolas y sugiriendo un procedimiento de la comparación histórica extraordinariamente fecundo: 1) elección y descubrimiento de los fenómenos; 2) elección de los tipos de la comparación histórica: entre sociedades vecinas y contemporáneas, o entre sociedades distantes en tiempos y espacios ―él explora ambos―; 3) la interpretación de los fenómenos: causas de las
similitudes y las diferencias evolutivas; formulación de las unidades de análisis; investigación de influencias y préstamos; investigación de filiaciones y relaciones; y explicación de las supervivencias. A propósito, es muy probable que el historiador se haya cuestionado ¿de qué están compuestas las antiguas creencias
colectivas sobre el poder sobrenatural atribuido a los ‘reyes-magos’?, ¿de dónde viene el ritual taumatúrgico practicado por los reyes ingleses y franceses?, ¿tiene éste un origen común, o es una respuesta del espíritu humano ante causas parecidas?, ¿las analogías se deben a coincidencias, imitaciones o a influencias mutuas?, ¿cómo se explican las supervivencias en la Edad Media de las antiguas
creencias sobre los ‘reyes-magos’, que durante ocho siglos fueron puestas en práctica en uno y otro lado del Canal de la Mancha? Las preguntas llevan una orientación que marca el resultado concreto del hallazgo: unidades de análisis, influencias, filiaciones, supervivencias; es decir, el procedimiento de la historia comparativa arroja luz sobre el comienzo de la investigación (Ríos, 2016, p. 210 -
211). “¿Qué lectura puede hacer de Los reyes taumaturgos un historiador hoy?”, Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021)
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se cuestionaba Le Goff y respondía: “La primera fascinación que provoca el libro proviene, aún y siempre, de su perspectiva comparatista” (2017, p. 50).
7. En este procedimiento se encuentra la explicación de las originalidades y las diferencias, del ritual taumatúrgico practicado en uno y otro lado del Canal de La Mancha, del año mil al siglo XIX; al igual que la explicación de las creencias maravillosas de los pueblos de Europa sobre el carácter sobrenatural de los jefes - reyes, durante un período todavía más amplio: el que corresponde a las “representaciones colectivas que originaron el tacto de las escrófulas” (2017, p.
120). De este modo, el análisis emplazado en el tiempo de las estructuras es el mismo que años más tarde se llamaría ‘larga duración’ histórica: “prefiero la historia comparativa”, decía Braudel, añadiendo: “que es para mí la historia de larga duración” (1996, p. 88).
Aaron Guriêvitch decía que “en Los reyes taumaturgos ya está contenida una alusión a la teoría del “tiempo de la larga duración” (2003, p. 45). Su juicio es cierto, pero a condición de observar lo siguiente: las ‘representaciones colectivas’ que se convirtieron en la base de las creencias del poder político, no sólo persistieron después de la desaparición del toque real, sino que, como ha estudiado Ulrich Raulff (1997, p. 33-58), la huella de lo sagrado en la sociedad
moderna y de la teología en la política, la antigua creencia vinculada con el poder político de la cual surge una parte del sentimiento nacional francés, sobrevivieron en la memoria científicamente elaborada de la nación y de la patria, modernizándose o actualizándose al revestirse con las características de una
época distinta, como la nuestra.
Si en el poder político se encuentra la prodigiosa actualidad del milagro real, frente a la pandemia global de nuestra época, el viejo libro de Los reyes taumaturgos rejuvenece como por arte de magia.
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Carlos Alberto Ríos Gordillo
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