Revista SOMEPSO Vol.5, núm.2, julio-diciembre (2020) ISSN 2448- 7317
FUTURO(S) Y MODERNIDADES MÚLTIPLES
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FUTURE(S) AND MULTIPLE MODERNITIES
Gustavo Serrano Padilla 1
Sección: Disertaciones Recibido: 19/08/20 20 Aceptado: 21/09/20 20 Publicado: 04/12/20 20
Resumen
En el presente trabajo se pretende abordar la problemática del tiempo futuro a partir de la noción de modernidades múltiples desarrollada por el sociólogo Shmuel Noah Eisenstadt. A través de la noción de modernidades múltiples se argumentará que la propia noción de futuro conceptualizada en la modernidad ha sido matizada de diferentes formas en las diversas sociedades en las que se ha adoptado dicho
modelo. Para cumplir con los objetivos de este texto se propone seguir una línea expositiva en tres pasos: mostrar cómo aparece la noción de futuro en la
modernidad y el cambio cualitativo que este supone frente a ideas previas del mismo; explorar la noción de modernidades múltiples tal y como ha sido trabajada por Eisenstadt y retomada por diversos pensadores; argumentar cómo es que a raíz de dicha argumentación es posible pensar en temporalidades múltiples y, por consiguiente, en futuros diversos que se encuentran en disputa.
Palabras clave: Historia; utopía; esperanza; multiplicidad; civilizaciones
Abstract
The present work aims to address the problem of the future tense from the notion of multiple modernities developed by the sociologist Shmuel Noah Eisenstadt. Through the notion of multiple modernities, it will be argued that the very notion of the future conceptualized in modernity has been nuanced in different ways in the various societies in which this model has been adopted. In order to fulfill the
1 Estudiante de la maestría en Estudios Políticos y Sociales, UNAM. Correo: gustavosp94@outlook.com
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objectives of this text, it is proposed to follow an exposition line in three steps: to
show how the notion of the future appears in modernity and the qualitative change that this implies compared to previous ideas of it; explore the notion of multiple modernities as it has been worked on by Eisenstadt and taken up by various thinke rs; argue how it is that as a result of this argument it is possible to think of multiple temporalities and, consequently, of diverse futures that are in dispute.
Key words: history; utopia; hope; multiplicity; civilizations
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I. Breve historia del futuro: modernidad e historia
Se suele llamar futuro a ese tiempo que tenemos “por delante”, a lo que “todavía no es” y que, en sentido estricto, nunca termina por ser, puesto que en el momento que acontece se vuelve presente. Resulta fácil pensar que, al igual que nosotros, todas las generaciones y sociedades pasadas han tenido ante sí un futuro hacia el que se orientan las acciones del presente. Sin embargo, tal y como lo menciona Lucian Hölscher (2014), la idea de futuro es relativamente reciente, al menos el futuro tal y como lo entendemos hoy en día. Podría decirse que siempre hubo acontecimientos futuros que se debían esperar, pero no siempre existió la idea de un tiempo como flujo homogéneo que discurre y sobre el que acabarán asentándose dichos acontecimientos. Resulta dudoso que antes de
comenzar la era Moderna existiera este imaginario respecto al tiempo mismo que posibilita la conceptualización de un futuro como espacio abierto e indeterminado para la acción. Esta idea resulta un tanto extraña ya que las diversas ideas de futuro a lo largo de la historia han sido poco estudiadas por la ciencia histórica2 .
En cualquier caso, es posible asumir que el concepto de futuro moderno se forma apenas en los siglos XVI y XVII, en Europa occidental y emparejado con la propia noción de historia que se empieza a gestar en la época. Dicha noción de
historia concebía, por primera vez, el devenir histórico como un proceso
coherente de desarrollo de la humanidad (Hölscher, 1999; Koselleck, 2016). La historia, en este sentido, dejaba de ser una simple narración de lo factualmente
acontecido y pasaba a formar parte de una conciencia histórica, de devenir en el transcurso del tiempo.
Una descripción histórica del propio concepto de futuro no debe ser una mera presentación acumulativa de las diversas ideas, imaginarios y conceptualizaciones que se han hecho respecto a él a lo largo de la propia historia; antes bien se trata de mostrar cómo estos cambios cualitativos se han ido gestando en un mismo proceso histórico, respondiendo a diferentes matices de la época y la geografía. Esta descripción está basada en una breve hipótesis, a saber: que las nociones de futuro no son una constante antropológica o una facultad innata de la existencia humana, sino una forma de pensar históricamente, una conciencia del devenir temporal que tiene su origen en los albores de la modernidad. Esto pone de relieve que la ocupación y relación de la sociedad con
el futuro no ha tenido la misma intensidad en todas las épocas y que, al mismo
2 Al respecto conviene señalar el trabajo realizado por Georges Minois sobre Historia del futuro quien se ocupa, sobre todo, de rescatar las diversas “técnicas predictivas” a lo largo de la historia, no del cambio del concepto de futuro en sí mismo. Sobre el tema se pueden consultar los siguientes materiales: Elias, N. (1989). Sobreeltiempo. México: FCE; Koselleck, R. (2016). Historiade conceptos. Madrid: Trotta; Toulmin, S. y Goodfield, J. (1982). TheDiscoveryoftime. Chicago: University of Chicago .
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tiempo, ha pasado por distintas fases de contracción y expansión (Hölscher, 1999).
En la época medieval resulta interesante percatarse que los horizontes de futuro se diferenciaban de los de hoy en día en el sentido de que el propio tiempo por venir no aparecía como un espacio de tiempo abierto, contingente e indeterminado; la idea del tiempo que existía era la de un eterno retorno, un ciclo que tendía a repetirse. El futuro, en ese sentido, aparecía más bien como una especie de “pasado” que se volvía a hacer presente (Eliade, 2015). Sin emba rgo, lo que se sabe al respecto de las orientaciones de futuro en la época medieval resulta ser relativamente poco. El cristianismo, por ejemplo, contaba con el retorno de Cristo a la tierra e incluso con la instauración del “reino milenario”. Más allá de eso resulta difícil diagnosticar qué expectativas e ideas albergaba la sociedad medieval respecto al propio futuro, sin embargo, parece dudoso que
dicha sociedad conociera ya un futuro como el que se instaura a partir de la Edad Moderna, sobre todo porque la idea principal de futuro en la edad media recaía en lo que se podría denominar “futuro trascendental” (Zimbardo y Boyd, 2009). Instalado en el reino de los trascendental el futuro de la edad media escapaba al reino del hombre. Es sólo hasta la modernidad y a través de un largo proceso de secularización que el mismo concepto de futuro se trastoca y se convierte en un futuro mundano.
La novedad que introduce la modernidad respecto al tiempo futuro no es, primordialmente el discurso que se gesta sobre las cosas futuras. La característica principal es, la idea de un futuro como espacio de tiempo, como un periodo en
el que todas las cosas que “todavía no son” deberán acontecer o en el que, en
todo caso, es posible realizar representaciones de tales cosas. El tiempo moderno, tal y como lo apunta Josetxo Beriain “se caracterizaría por el ritmo abrupto de cambio con un futuro lleno de indeterminación” (2005, p. 1).
En esa misma línea y para ir finalizando este breve apartado conviene señalar cuatro características fundamentales que el futuro moderno contiene y que son señaladas por Ramón Ramos (2017) a partir de una reflexión sobre los trabajos de Luhmann, Koselleck y Barbara Adam, a saber: el futuro como novedad, la apertura del futuro, la colonización utópica mediada por los avances tecnológicos y, finalmente, la idea de una mejora o progreso permanente e indefinido.
La idea del futuro como novedad enfatiza la asimetría entre el espacio de experiencias y el horizonte de expectativas (Koselleck, 2012). Así, se asume que aquello que ha sucedido y que pertenece al espacio de experiencia es necesaria
y cualitativamente diferente de lo que todavía no acontece y habita en el horizonte de expectativas. El tiempo se alimenta de un flujo incesante de cosas y acontecimientos que siempre son diferentes a lo ya conocido. Por su parte, la apertura del futuro supone —como ya se ha expuesto anteriormente— que el tiempo por venir es un espacio indeterminado y contingente sobre el cual los seres humanos tienen un control relativamente pobre puesto que, siguiendo con
el rasgo de la novedad, la sociedad se enfrenta constantemente a elementos
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desconocidos. En tercer lugar, se puede observar una tendencia hacia la conquista
paulatina de la naturaleza por el hombre a través de distintas herramientas y avances tecnológicos. El último rasgo, la mejora o progreso permanente, se refiere fundamentalmente a la idea de un fin y una finalidad de la historia; dicha concepción fue plasmada, por ejemplo, en cuestiones literarias como la Utopía de Tomás Moro y en escritos de corte más político y filosófico tales como los tres estadios desarrollados por Augusto Comte.
Habiendo expuesto las características o rasgos principales del futuro moderno conviene explicitar las ideas centrales y postulados sobre la tesis de las modernidades múltiples que han sido trabajados por S.N. Eisenstadt y que han repercutido en diversas áreas de las Ciencias Sociales para, en el último apartado, tratar de argumentar cómo es que hablar de modernidades múltiples es, también, hablar de futuros diversos.
II. El concepto de modernidades múltiples
En el apartado anterior se realizó un breve recorrido por la historia y conceptualización del futuro para intentar argumentar que este —al menos como lo conocemos hoy en día— resulta ser un producto más o menos reciente cuya fecha de aparición puede rastrearse en los albores de la modernidad y que difiere, cualitativamente, de aquellas otras ideas y conceptos presentes, por ejemplo, en
la Edad media, así como en las sociedades premodernas.
Ahora bien, si se asume dicha idea, resulta curioso y a la vez necesario, plantear el propio problema de la modernidad ya que, como bien lo apunta
Eisenstadt, algunos eventos relativamente recientes de la historia —como la caída del régimen soviético— han supuesto y moldeado diversas dudas en torno a lo que entendemos hoy en día por modernidad. Alrededor del mundo y desde distintas disciplinas se han intentado dar diversas explicaciones respecto a la modernidad de cara a las intrigas que estos mismos eventos plantean; algunas de estas miradas asumen a la modernidad como una etapa histórica superada abriendo paso a conceptos tales como la posmodernidad, otros tantos prefieren argumentar que los elementos básicos de la agenda de la modernidad se h an agudizado dando paso a la hipermodernidad, incluso —y en términos más radicales— se ha diagnosticado el fin de la historia (Fukuyama, 2006) al asumir que, después de la caída del régimen soviético, las opciones históricas frente al capitalismo se habían agotado, resultando así en la culminación de la historia
entendida como ese proceso de cambio en el devenir del tiempo. Quizás en el sentido opuesto a la visión de Francis Fukuyama se encuentra el trabajo de Samuel P. Huntington y el concepto de choquedecivilizacionesen el que se da por sentado, de manera radical, que el proceso de modernización no conlleva a un mundo homogéneo y pacificado sino a una lucha entre la civilización occidental y —siempre en términos hostiles—civilizaciones del medio orient e.
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Si bien cada una de estas perspectivas resalta diversas características del
mundo contemporáneo y acentúa diversas contradicciones presentes en la agenda moderna, no es baladí retomar la postura del sociólogo judío S.N. Eisenstadt quien, frente a tales caracterizaciones, propondrá que, lo que actualmente presenciamos es el desarrollo histórico de las modernidades múltiples. Dos ideas resultan básicas de dicho modelo: 1) la modernidad, surgida en Europa, no se aplica de manera ingenua en diferentes latitudes y civilizaciones; por el contrario, es de acuerdo a la experiencias histórica de cada una de estas sociedades que la agenda moderna se adapta, rechaza o se asume de diversas maneras; 2) la tensión fundamental de dicha aportación recae entre el universalismoy el particularismo, entendiendo que la modernidad, tomada como una pretensión de universalidad del devenir histórico, no puede ser aplicada en su totalidad en ámbitos y regiones sin tomar en cuenta lo particular de cada una
de ellas. A lo largo de este apartado se intentará describir punto por punto la propuesta de Eisenstandt tomando como ejes de orientación las dos ideas básicas aquí propuestas.
La idea de modernidades múltiples se sustenta en el reconocimiento de que la modernidad debe ser vista como una cristalización de un nuevo tipo de civilización que, al igual que las expansiones de las religiones y los imperios antiguos, combinaba una serie de aspectos ideológicos, económicos y políticos (Eisenstadt, 1999, p. 284). Esto a la vez, genera una nueva tendencia en el
desarrollo histórico de la humanidad que se puede observar en la generación de
nuevos marcos y sistemas simbólicos o culturales. La modernidad, surgida en Europa, se expandió a lo largo del mundo, creando diversas combinaciones que
dieron lugar a marcos basados en las propias premisas básicas de la civilización que la acuñó, pero también con raíces en la propia agenda de la modernidad. Cada uno de estos marcos (ideológicos, políticos, económicos y culturales) deben ser considerados como heterogéneos y multi-centrados, con dinámicas propias y, siguiendo una de las premisas básicas de la modernidad, en constante cambio y relacionándose con otros marcos y modelos. Estas diversas combinaciones abren diversas opciones y posibilidades, dando como resultado una heterogeneidad de modernidades o, como bien se puede ir advirtiendo, modernidades múltiples. Al mismo tiempo esto ha generado que dichas sociedades puedan resultar parecidas en ciertos aspectos —pues abrevan de raíces comunes que provienen de la agenda moderna— sin embargo, también presentan diferencias y matices como resultado de las constantes interacciones
entre diversos marcos, además de que responden a su propia experiencia histórica. Es en ese sentido que, siguiendo la argumentación de Josetxo Beriain (2005), es posible asumir que las modernidades múltiples se encuentran basadas en una unidaddela diferencia.
La modernidad original, apunta Eisenstadt, se basaba en dos dimensiones íntimamente conectadas, a saber, la dimensión estructural que puede ser
entendida como el aspecto organizativo de la sociedad y remite a aspectos como
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la diferenciación, urbanización, industrialización y ampliación de las
comunicaciones. La segunda dimensión es la institucional, referida al desarrollo de diversas instituciones dentro de la sociedad moderna; instituciones que, por cierto, han sido el foco de atención de una gran parte de la teoría social y entre las que destacan: el nacimiento del estado moderno, las colectividades nacionales y, sobre todo, el surgimiento de una economía capitalista.
Ya dentro de la teoría clásica se apuntaba que todos estos aspectos, si bien podían ser separados analíticamente, resultaban inseparables en el proceso histórico de conformación de la modernidad (Eisenstadt, 1999). Sin embargo, uno de los aspectos más relevantes al pensar dicho proceso consistió en asumir que, al ser recibida en otras sociedades fuera de Europa, dicha agenda sería incorporada homogéneamente, dando como resultado una serie de copias idénticas al programa original. Actualmente los desarrollos dentro de las Ciencias
Sociales muestran que dicha incorporación está lejos de ser un p roceso homogéneo y pacifico; al contrario, dicha combinación depende de las raíces históricas de las sociedades en cuestión, su anclaje en la tradición e incluso el momento histórico por el que transcurren.
A través de un proceso histórico que se ha ido acelerando gracias a la globalización es posible asumir que la modernidad se ha expandido en gran parte del globo terráqueo, aunque, quizás, a diferentes ritmos, cadencias, velocidades y matices. Esta expansión no ha dado lugar a una única civilización, sino a
variaciones de un mismo patrón estructural y cultural. Gracias a ello se han
desarrollado, por decirlo de alguna manera, distintas civilizaciones o, mejor dicho, distintas modernidades.
A este respecto resulta pertinente citar como ejemplo el caso de Estados Unidos y, quizás el más interesante de todos, el de Japón. Esto no elimina las diferentes variaciones que se han desarrollado en los últimos años, sobre todo en la región de América Latina. Los Estados Unidos, tal y como apunta Josetxo Beriain (2005), puede ser considerada “la primera civilización completamente desarrollada que surge de la herencia revolucionaria” (p. 46). Resulta interesante que el propio mito fundacional haya supuesto la ruptura con la misma tradición europea y que, sobre todo, haya concebido a la tierra ya no como el campo de los antepasados, sino como la propia conquista de los colonos que posibilitaba la apertura de un horizonte cuya utopía se manifestaba en el presente que siempre se encuentra orientado hacia el futuro. Estados Unidos no representó un “fragmento de Europa”, al contrario: la particularidad de su orden político radicó
en su conexión fundamental con una identidad colectiva. La revolución norteamericana fue, sobre todo, un catalizador de esta nueva identidad.
Por su parte, el caso japonés, resulta atractivo al tomar como ideas centrales la nación y el progreso durante la era Meiji (Beriain, 2005). Además, fue a través de las diversas estructuras políticas y nacionales que el proyecto de restauración en la Era Meiji tuvo su éxito. A esto debe ser agregada la ya conocida
“domesticación del samurái” que, como disciplina militar, ponía el énfasis en la
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disciplina y en la expectativa del control de deseo a largo plazo. En el proceso de
modernización tardía dentro de Japón esta peculiaridad fue canalizada para producir una tendencia de armonía entre el sentido e identidad personal con las diferentes metas y responsabilidades de orden social. En ese sentido — y siguiendo con la propia exposición de Josetxo Beriain—es preciso resaltar la idea de que existía un ethos originario dentro de la cultura japonesa, a saber, el Samurái que, a través de la combinación de autoafirmación, honor y dignidad logró hibridarse con la agenda de una cierta modernidad, dando paso a una serie de marcos culturales, políticos e incluso económicos que no se anunciaban dentro de la modernidad originaria.
Sin pretender ahondar más en estos dos ejemplos, resulta pertinente insistir en que, como se ha tratado de exponer a lo largo de este apartado, son la experiencia y momento histórico de cierta civilización lo que, junto a la
implementación de cuestiones centrales de la modernidad, abren el camino para diferentes matices de lo que podríamos denominar como moderno, dejando atrás la idea de un proyecto homogéneo y totalizador de la sociedad global. Ahora bien, cabe decir que estos procesos no suponen un desarrollo pacífico,
por el contrario, ponen en el centro de discusión las antinomias y con tradicciones propias de la modernidad, haciéndolas más evidentes y agudas. Según Eisenstadt (1999, p. 286), las primeras tensiones desarrolladas por el programa original de la modernidad son cuatro: 1) entre una visión totalizante y una concepción diversa
de la razón y su lugar en la vida social; 2) entre la reflexividad y la construcción
activa de la naturaleza y la sociedad; 3) entre diferentes perspectivas sobre la experiencia humana; 4) entre el control y la autonomía.
Dichas antinomias se hacían presentes en la arena política generando diversas críticas gestadas dentro del propio programa o bien desde fuera de este. La crítica más extrema a la agenda de la modernidad negaba la posibilidad de un anclaje del orden social moral especialmente en el aspecto referido a la autonomía de los individuos y el papel que jugaba la razón. Del otro lado, la crítica interna, subrayaba el desarrollo de las sociedades modernas desde el punto de vista de las premisas sociales y culturales y resaltaba la confrontación entre el supuesto desarrollo de la autonomía frente a la pesadumbre del control, así como el dislocamiento entre diferentes sectores de la sociedad a raíz de la profunda industrialización del campo y las ciudades.
Uno de los mejores ejemplos de las distintas contradicciones y antinomias del programa moderno se puede localizar —en clave poética—dentro de la obra
del francés Charles Baudelaire, especialmente en Las flores del mal de 1857 y El pintor de la vida moderna de 1863. A lo largo de su obra el poeta francés, como un flâneurde la época distingue entre la maravillosa artificialidad de las grandes urbes frente a la decadencia de aquellas clases desfavorecidas, de los barrios bajos, de los burdeles. En ese mismo sentido, pero ahora en clave sociológica, se encuentra la obra de Georg Simmel quien, en su pequeño texto sobre la
metrópoli y la vida mental deshilvana y analiza el impacto que tuvo el proceso de
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industrialización dentro de las identidades, comportamientos y actitudes de las personas (Simmel, 2016).
Estas contradicciones, ubicadas ya en la agenda original de la modernidad, prevalecieron y repercutieron en constelaciones y dinámicas institucionales presentes en diferentes sociedades modernas. Junto a la expansión de las civilizaciones modernas en contactos como América e incluso Asia y las dinámicas de constante desarrollo de diversos marcos internacionales surgieron nuevos elementos que resultaron fundamentales en la constitución de modernidades múltiples. De especial importancia fueron los elementos presentes en civilizaciones no occidentales ya que, gracias a la diferenciación de estos patrones con los propuestos por la agenda de la modernidad europea, se generaron diversos desafíos a las esferas política e ideológica a las hegemonías existentes. Tal y como se mencionó anteriormente, la apropiación de los elementos
centrales de la modernidad no implica una aceptación pasiva de dichos elementos, se necesita de un selección, reinterpretación y reformulación de dichas raíces de acuerdo con la experiencia histórica y el aspecto tradicional de las diferentes sociedades. Esto no genera una simple copia de los patrones institucionales y culturales, sino un desarrollo y reconstrucción de dichos modelos que permiten la formación de nuevos elementos que tienden a reconfigurarse y reinterpretarse. Dicha selección y reinterpretación puede generar múltiples énfasis en distintos elementos de la matriz moderna original. Las tensiones y
conflictos de dicho proceso no se relacionan tanto con los programas culturales
como con los problemas en el ámbito político e institucional de las sociedades que puede ser relacionado, sobre todo en la composición básica de la política y
su tensión fundamental, a saber, “entre la política normal o revolucionaria, la voluntad general o la voluntad de todos, entre la sociedad civil o el estado y, finalmente, entre el individuo y la colectividad” (Eisenstadt, 1999, p.289).
Uno de los elementos centrales en la constitución de estas múltiples modernidades es, según Eisenstadt (1999) las “cosmologías” de cada civilización, así como los patrones ya existentes de instituciones que surgieron como resultado de la sedimentación a través del tiempo de distintas experiencias e interacciones entre civilizaciones. La interacción persistente entre est os elementos generó cambios en las dinámicas básicas y las premisas culturales de la modernidad, diferenciándose y reinterpretándose continuamente.
Como se ha podido ver el desarrollo del concepto de modernidades múltiples trabajado por S.N. Eisenstadt resulta ser un punto de vista atractivo y sugerente
que permite mirar y plantear preguntas respecto a la sociedad actual desde ángulos diferentes. Al asumir la existencia de las modernidades múltiples se opera un cambio en el panorama histórico, se posibilita una apertura de horizontes a la vez que plantea y agudiza algunas de las cuestiones fundamentales dentro de la teoría social. En este apartado se mostró un panorama muy general sobre dicha teoría, pues a partir de ella, siguiendo sus postulados básicos, en el siguiente
apartado se intentará argumentar que pensar en modernidades múltiples es,
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también, pensar en futuros diversos en el entendido previo que éste (el futuro)
es un producto reciente cuyo origen se puede datar en los albores de la modernidad.
III. Modernidades múltiples, futuros diversos
A lo largo de este breve texto se ha propuesto conjugar la problemática en torno al tiempo futuro con la tesis de las modernidades múltiples sostenida por S.N. Eisenstadt. En este último apartado se pretende, a partir del contexto anteriormente mencionado, esbozar la idea de que en la sociedades contemporáneas ya no es posible hablar de un único futuro que remite al programa original de la modernidad Europea; al contrario, a partir del presupuesto sobre modernidades múltiples se argumentará que también existen
futuros diversos y, muchas veces, futuros en disputa; lo que conlleva hablar, necesariamente, del futuro como un terreno de lucha en los ámbitos y marcos culturales, políticos y sociales.
Si el futuro como horizonte abierto de posibilidades, junto a la semántica asociada a él en la forma del progreso a través de la modernización fue uno de los elementos centrales en la concepción del tiempo inaugurada dentro de la modernidad, resulta interesante observar y conjeturar cómo es que esta idea básica se ha ido modulando a lo largo y ancho de diferentes latitudes en las que
se ha pretendido adoptar el programa de la modernidad. Evidentemente no se
concibe de igual forma el futuro en Europa central que en los Estados Unidos e incluso en América Latina; con matices más agudos o incluso con mescolanzas
entre la tradición y el progreso estos diversos futuros han aparecido a lo largo de la historia de las sociedades modernas o en vías de modernización. Uno de los ejemplos más básicos de esto último se puede observar en la discusión que Ramón Ramos Torre expone en torno a los Futurosclimáticosendisputa (2018); si bien algunas ideas del futuro y el progreso están íntimamente relacionadas con el dominio y explotación de los recursos naturales, muchas otras apuestan por la conservación de dichos elementos de cara a la inminente crisis ambiental que se vive globalmente: la tala indiscriminada de bosques, las cantidades industriales de desechos que se arrojan a los ríos y demás se enfrentan a posturas ecológicas que buscan establecer un tipo de vida sustentable que permita encarar un futuro amenazador.
Dichas disputas no sólo se dan en el terreno del cambio climático y la
amenaza ecológica, incluso en el terreno práctico de la vida cotidiana se pueden encontrar discursos que difieren en mayor o menor grado de aquellos rasgos fundamentales del futuro. El propio Ramón Ramos (2017), en una investigación empírica realizada en España, comprueba cómo es que a través de diferentes usos discursivos el futuro se dota de una carga negativa o, para decirlo sucintamente, alejada de los rasgos característicos como la novedad o el progreso ilimitado.
Lejos de que esto sea una muestra más de ese posmodernismo catastrófico
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(Ramos, 2017) que tiende a diagnosticar la paulatina desaparición del horizonte
del futuro o su reemplazo por un presentismo agudizado, da la impresión que esto no es más que un síntoma o un anuncio de un posible desdoblamiento de diversos futuros que no se rigen necesariamente por aquellos rasgos predominantes en la modernidad Europea sino que tal y como pretende la teoría de las modernidades múltiples son un producto del propio momento y experiencia histórica de las sociedades en las que se dan.
Que la historia terminó no es más que una mirada simple ante la complejidad del mundo y ante diversas manifestaciones o desdoblamientos del propio tiempo. Del mismo lado se localizan aquellas posturas según las cuales el futuro ha colapsado o se ha agotado y resulta insuficiente para orientar la acción del presente. Más valdría advertir que hoy en día, ante diversos procesos que se han gestado históricamente de acuerdo con diversas experiencias en el tiempo, el
futuro se ha matizado de distintas formas en diversas latitudes. Antes que diagnosticar el fin de este sería necesario prestar atención a sus diversas transformaciones y desarrollos, así como a los diferentes discursos que de él se elaboran y reinterpretan.
El futuro no puede empezar, decía Niklas Luhmann (1992), y no puede hacerl o porque es una instancia en la que se contrastan los que esperábamos que aconteciera (futuros pasados) con lo que esperamos pueda ocurrir (futuros presentes). Es un tiempo de contrastación caracterizada por las diferencias en los
matices y profundidad de cada uno de sus rasgos, tal y como lo muestra la teoría
de las modernidades múltiples. Una problematización efectiva en torno al problema del futuro necesita asumir que dicho tiempo no es unidimensional y
perteneciente a una sola agenda (aquella de la modernidad tradicional), sino que a lo largo de la historia ha sufrido reinterpretaciones, agregados y eliminaciones de aquellos rasgos fundamentales y distintivos con los que se inauguró. Problematizar el futuro exige una conciencia de su complejidad y multip licidad; conciencia que es alimentada con toda una serie de reflexiones provenientes de la teoría de las modernidades múltiples y que invitan a reflexionar sobre el carácter diverso o el desdoblamiento de la modernidad original. Cierto es que, tal y como menciona Eisenstadt (1999) aún se comparten coordenadas generales, sobre todo dentro de una sociedad global (la preocupación por el cambio climático, por ejemplo), sin embargo, desde diversas latitudes el futuro se manifiesta a través de distintos recursos y discursos fruto del propio momento histórico en el que se habita.
REFERENCIAS
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