Revista SOMEPSO Vol.3, núm.2, julio-diciembre (2018) ISSN 2448- 7317

GEOGRAFÍAS Y MAPAS DE LAS JUVENTUDES

CONTEMPORÁNEAS, EN MÉXICO Y AMÉRICA LATINA

* * *

GEOGRAPHY AND MAPPING OF CONTEMPORARY YOUTH, IN MEXICO AND LATIN AMERICA

Alfredo Nateras Domínguez 1

Sección: Artículos Recibido: 11/11 /2018 Aceptado: 18 /02/2019 Publicado: 10/03/2019

R esumen

La finalidad de este texto es delinear una serie de viñetas, a manera de imágenes — para armar/desarmar— que den cuenta de una forma rápida y concreta, de ciertas reflexiones teórico-metodológicas, a tener presentes cuando se trabaja a partir de la academia de la investigación y de la intervención comunitaria -en este caso desde la psicología social- con las juventudes en general -indígenas y rurales también- y, en lo particular, con las situadas en las precariedades; marcadas por la criminalización de sus prácticas sociales/de ciertas expresiones culturales y, por las violencias de muerte —el “¿juvenicidio?”—(Valenzuela, 2015a), que ciertos sectores están padeciendo, en este México violento y en una América Latina convulsionada. A su vez, se señalarán ciertas rutas a contemplar, cuando se interviene con estas juventudes; al borde, al límite y en los umbrales de la “para legalidad” (Valenzuela, Nateras y Reguillo, 2007).

Palabras clave: psicología social, precariedad, criminalización, “juvenicidio”, interven ción

1 Profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Correo electrónico: tamara2@prodigy.net.mx Página personal: www.alfredonateras.com

Geografías y mapas de las juventudes contemporáneas, en México y América Latina

A bstract

The purpose of this text is to outline a series of bullets, in the form of images — to

arm/ disarm— that explain quickly and concretely, certain theoretical -

methodological reflections, to keep in mind when working from the academy of research and community intervention- in this case from social psychology- with youth in general- indigenous and rural as well- in particular, with those located in precariousness; marked by the “criminalization” of their social practices / of certain cultural expressions and, for the violence of death —the “¿youthhicide?” — (Valenzuela, 2015a) that certain sectors are suffering, in this violent Mexico and in a Latin America convulsed. At the same time, certain routes to contemplate will be pointed out, when intervening with these youths; to the edge, to the limit and in the

thresholds of "paralegality”” (Valenzuela, Nateras y Reguillo, 2007).

Key words: social psychology, precariousness, criminalization, "youthicide", intervention

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Presentación

Coordenadas de entrada

Vamos a describir y a problematizar -de una manera plástica, flexible y plural- lo que he denominado como juventudessituadasysitiadas.2 Esto implica, por una parte; anclar/ligar a las/a los jóvenes, a sus contextos económicos, políticos, sociales, culturales e históricos, alejados de los determinismos —en su localidad — a fin de entenderlos y comprenderlos —en su globalidad—de la mejor m anera posible, a partir de la diversidad de sus prácticas sociales, la variedad de sus expresiones culturales y la heterogeneidad de sus acciones políticas —heahí lo situado— y, por la otra; volver a ubicar y a denominar las circunstancias/las condiciones más difíciles y complejas que están enfrentando en el hacer de sus

vidas diarias/cotidianas -en el aquí y en el ahora social- y, que les están dando los rostros, los matices y las tesituras, a su condición contemporánea como jóvenes, ya sean hombres o mujeres —heahílositiado—tanto en México como por extensión, en América Latina, resaltando ciertas similitudes y, sin negar, o pretender borrar -en el análisis psicosocial- las diferencias que también existen. Parto de una premisa o hipótesis teórica central, que he esgrimido en diversos espacios académicos y escritos anteriores: pensar a nuestras juventudes tendría que pasar necesariamente por reflexionar a nuestro país/a nuestros países; y, pensar a nuestro país, o a nuestros países, tendría que incluir i nvariablemente

reflexionar a sus juventudes. ¿Por qué? No sólo por su presencia numérica, que

es indiscutible, sino sobre todo, porque es claro que una parte de las juventudes tanto en México como en América Latina, están siendo los actores y los sujetos

sociales más emblemáticos y protagónicos —por lo que representan y lo que significan—ya que dan cuenta de una manera más nítida versuslos hegemónicos mundos adultos; de las tensiones y de los conflictos del modelo civilizatorio y del proyecto neoliberal —el del capitalismo depredador/salvaje/de “cuates”— que los ha colocado, a una gran parte de ellos y de ellas, en los umbrales de la precariedad (Jiménez y Boso, 2012; Moraña y Valenzuela, 2017); en los márgenes de las desigualdades sociales galopantes (Saraví, 2015); en los límites de la pobreza extrema y; orillado a insertarse en las lógicas y en los códigos de la “ para legalidad”3; o a incorporarse abiertamente a las filas del crimen organizado - en

2 Al respecto -para profundizar en tales conceptos sugeridos y construidos desde el quehacer etnográfico y la evidencia empírica- el lector interesado puede consultar los siguientes textos: Alfredo Nateras (2016a) (Coordinador) Juventudes sitiadas y Resistencias afectivas. Tomo I. Violencias y aniquilamiento; Tomo II (2016b). Problematizaciones (embarazo, trabajo, drogas y políticas). México. Gedisa-UAM- I.

3 La “para legalidad”, se propone considerarla como un registro con sus propias “reglas” y lógicas de “verdad” y de sentido, como, por ejemplo, el comercio informal, o las “economías criminales”. Ver, entre otros textos: Ricardo Monreal (2016) La Economía del delito (2016). L.D. Books. Méx ico.

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su versión de narcotráfico, sicariato, secuestros, o tratantes de blancas- en tanto que no les queda de otra, a fin de hacer el día a día4 .

A su vez, en la versión de jóvenes féminas, desde esta perspectiva de género —cada vez más— se están visibilizando las situaciones de abusos del patriarcado/del machismo y, de las violencias sociales; al protestar en contra de los acosos sexuales, como fue el suceso de un buen número de estudiantes universitarias chilenas que pararon sus universidades por lo menos tres meses como una forma de protesta y de visibilizar esos acontecimientos, a mediados del año pasado (2018). Y, por lo que hace a una parte de las féminas jóvenes estudiantes mexicanas, tenemos también una ola de protesta en varias Preparatorias y Colegios de Ciencias Sociales y Humanidades (CCH) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) —la máxima casa de

estudios del país— e incluso esto también se está dando en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Y, qué decir de la OlaVerde, impulsada por las jóvenes mujeres argentinas, que han tomado las calles para protestar y denunciar una diversidad de estas situaciones de violencias de género, a todas luces inaceptables.

Está claro también que en términos amplios, las prácticas sociales y las expresiones culturales, e incluso los posicionamientos políticos de una gran parte de las juventudes tienen el carácter de ser trasnacionales/globalizadas, es decir, estamos frente a adscripciones, culturas e identidades juveniles (Feixa, 1998)

locales/nacionales y, al mismo tiempo, globales/trasnacionales, interrelacionadas

entre sí, fagocitadas en parte, por el uso de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TICS).

Lo importante es situar a esas juventudes en sus particulares contextos, ya que estos devienen en textos como pistas hermenéuticas/comprensivas y, no como determinismos/estructuralistas; ya sean del signo que fuesen — económicos, sociales o psicológicos. Esto conlleva a señalar y a marcar las diferencias y similitudes entre las distintas formas de ser juventudes tanto en lo local/nacional como en lo global/trasnacional, por lo que estamos ante la imperiosa necesidad de plantear y de llevar a cabo estudios comparativos y con un nivel de análisis meso, es decir, articulando lo macro/lo micro social, lo etic /lo emic.

4A partir de los presupuestos básicos de una sociología visual (Ver, Ortiz, 2017) y, de lo que se podría postular como una psicología social de la imagen (Ver, De Alba, 2010); la imagen fija — la fotografía— y, las móviles —videos, films y documentales: son narrativas, relatos y discursos construidos -de inicio por el investigador(a) y, el cineasta- plagados de sentidos y de significados -significación- que habría que desentrañar o re significar. En ese espíritu, es que vale la pena analizar psicosocialmente la película, El Infierno (2010), del cineasta mexicano, Luis Estrada, ya que en esta película —entre otros aspectos— se da cuenta de que el modelo identificatorio para una gran parte de niños, adolescentes y jóvenes, en nuestro país, es ser narcotraficante, dados los contextos de precariedad y, de falta de horizontes de presente y de futuro, en los que se encuentran una gran parte de tales agrupamientos etarios- .

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Además, otro aspecto a contemplar y a tener muy presente con respecto a

nuestras juventudes mexicanas y Latinoamericanas, es lo relacionado a ciertas adscripciones a las que se les considera como “identidadesdescreditadas” o “identidadesdeterioradas” (Goffman, 1993); o también las podemos referir desde la sociología de la desviación como los Outsiders(Becker, 2009), por citar algunos ejemplos; a las y a los usuarios de drogas ilegales —en el país que fuese, pensando en la Mariguanao en la Heroína;5 a los integrantes de “pandillas” como los “cholillos” de NezaYork, en México; los Latín Kings, en Ecuador; o la Mara Salvatrucha (MS-13), o el Barrio 18 (B-18), en el Triángulo del Norte Centroamericano —El Salvador, Honduras y Guatemala; o a las juventud es migrantes (ahora con el éxodo de más de 7 mil personas que vienen en la primera oleada o caravana desde Honduras en su camino hacia los Estados Unidos de

Norte América); o las juventudes nicaragüenses señaladas como desestabilizadoras del Estado, que están siendo reprimidas y asesinadas por el autoritarismo del presidente Daniel Ortega y su esposa —la vicepresidenta, por cierto—; o las y los jóvenes en situación de pobreza/de precariedad; o las y los jóvenes negros (afro descendientes mexicanos, o brasileños); o los que están privados de la libertad (en el encierro) entre otros y, tantas circunstancias desfavorables que suscitan los discursos y las narrativas ultraconservadoras — tipo Donald Trump— llenos de prejuicios -hacer una valoración social negativa sin conocimiento de causa- y, de posturas discriminatorias y, racistas (ver, con

una mirada descriptiva y analítica, la película del cineasta y activista social, Spike

Lee, ElinfiltradodelKKKlan, ganadora de un Óscar (2019), en la categoría de mejor guión adaptado).

Desarrollo

Los lugares de enunciación

Uno de los aspectos centrales a tener en cuenta y a reflexionar siempre e incluso de manera permanente, a partir del lugar de la academia y de los territorios de la investigación cuando se indaga algo de la realidad social —como, por ejemplo, las juventudes o las violencias sociales— así como al intervenir en ella, digamos desde la psicosociología y el trabajo comunitario, serían: ¿Para qué investigo lo que investigo?, ¿cuál sería la utilidad social de lo que indago y de lo que intervengo?, ¿qué hago con eso de lo que descubrí o lo que hallé?

Atendiendo a las interrogantes anteriores, lo primero que hay que recalcar es

que: al investigar o intervenir cierta realidad social compleja, no existe una posición neutra o aséptica del lado del investigador o de la investigadora, o del

5 En lo que corresponde a México, es casi inminente que, a finales del mes de diciembre del añ o 2018, o en los primeros meses del 2019; finalmente se apruebe el uso lúdico de la marihuana con fines recreativos/lúdicos. Situación muy interesante ya que implicaría, entre otras consideraciones, replantear todas las políticas públicas prohibicionistas y los programas preventivos que han sido un rotundo fracaso y colocar en el centro del debate el derecho al consumo del cannabis.

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que o la que interviene esas determinadas realidades socioculturales, es decir,

desde algún lugar se está implicado o implicada/se está comprometido(a); ya sea con los actores sociales, o con la comunidad, o con los sucesos/los fenómenos, o con los contextos, o con la propia actividad o profesión de uno, cualquiera sea ésta. Lo cual nos remite a tener que considerar la parte subjetiva del investigador(a) en su quehacer de reconstruir las subjetividades sociales, no ya del “otro”, sino con el “otro”, desde una epistemología del sujeto que conoce en una relación social con el “otro conocido” (Vasilachis, 2006), que se traduce en lo concreto, en la apuesta y, en el diseño de dispositivos metodológicos horizontales, dialógicos y colaborativos (Corona y Kaltmeier, 2012).

Quizás, a partir de poner en el centro de la discusión lo referente a la subjetividad del investigador o investigadora, valdría traer a la luz, la propuesta

de Bourdieu (2003), Bourdieu y Wacquant (1995), en relación a la reflexividad/la auto reflexividad como una vía en la construcción del conocimiento objetivo, o un mecanismo que nos podría dar claridad a la interrogante de: ¿cómo objetivar la parte subjetiva del investigador(a) que investiga?; o desde la formación del espíritucientífico, apelando al gran epistemólogo francés, Gastón Bachelard (1982), de que todo hombre de ciencia debe guardar una vigilancia epistemológica, es decir, permanentemente atender la cualidad del tipo de conocimientos y de saberes que está produciendo, o construyendo; o reconoc er las ansiedadesque se le despiertan al etnógrafo(a), en la medida de que está

investigando o interviniendo una realidad social determinada, de ahí que George

Devereux (1994), postula que el dato más importante de la indagación, es el investigador. Por todo esto, habría que considerar seriamente la subjetividad del

investigador como una categoría o dimensión de análisis más, dentro de la matriz categorial que está trabajando.

Preguntábamos también acerca del ¿Para qué? Algunas respuestas provisorias, desde el lugar de la academia de la investigación —que al final de cuentas es una intervención de lo real complejo (Morín, 1998): lo que hacemos , entre otras consideraciones, es construir determinados tipos de saberes y de conocimientos, para tratar de comprender e incidir de la mejor manera posible esos fenómenos psicosociales como las migraciones, las precariedades y, las violencias, por ejemplo y; así dar cuenta de las tensiones y de los conflictos sociales en su configuración; de tal suerte que tendríamos que explicar ¿cómo y por qué se generan las violencias contra las juventudes? ¿Cuáles son las narrativas y los discursos hegemónicos que criminalizan ciertas prácticas sociales y

determinadas expresiones culturales de las y de los jóvenes, como, por ejemplo , fumar marihuana, o cuando se interviene el espacio público a través del grafiti ? En este sentido —a la interrogante con respeto a la utilidad social de lo que

se investiga, o se interviene—es imperativo y urgente, entre otros aspectos, que se construyan argumentos, narrativas/discursos teórico-metodológicos, lo suficientemente sólidos/potentes/convincentes y, con solvencia etnográfica ,

evidencia empírica, a fin de contraponerlos a ciertos discursos del sentido común

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(me refiero a esa sociología y psicología social ingenua); de las explicaciones

fáciles/de las narrativas hegemónicas/dominantes cuando se dice acerca de esos fenómenos o prácticas sociales y expresiones culturales —por ejemplo, de las identidades juveniles—a fin de desmontarlos y desarmarlos; ya que por lo común están plagados de lugares comunes, de estereotipos y de estigmas (Gofman,1993). En otras palabras, se entraría a la disputa en la construcción de sentidos con respeto a otras narrativas, discursos y postulados en el campo disciplinar y, con otros actores, o sujetos sociales.

Y, ¿qué hacemos con eso de lo indagado? Construir sentidos y significados, es decir, dar cuenta, visibilizar, nombrar, enunciar, poner en palabras, en términos y en conceptos, edificar y proponer nuevas categorías de análisis de aquello que en las coordenadas de lo social, de lo cultural y de lo político, está

emergiendo/está irrumpiendo de una forma estridente/ruidosa como en su momento fue el caso de la desaparición y después aparición de mujeres asesinadas, casi todas jóvenes, especialmente en Ciudad Juárez, Chihuahua, México, conocido en su momento como lasmuertasdeJuárezy; que ahora reconocemos desde el concepto de “feminicidio”,en el entendido de que si no se nombra, si no se dice, si no se pone en palabras, si no circula en el lenguaje académico, difícilmente existiría en el imaginario colectivo, o en los discursos, o en las narrativas, o en las consignas y, en las arengas de ciertos movimientos sociales de denuncia y de resistencia. Situación que está aconteciendo como un

clamor que se expande en varios países de América Latina, por ejemplo, en la

Argentina, o en Brasil, o en México, principalmente; a partir de la protesta callejera y de irrumpir el espacio público de las calles y de las plazas, bajo el eslogan: ¡Ni

UnaMás!¡NiunaMenos!¡Nosqueremosvivas !

¿Cómo se construyen socioculturalmente las juventudes?

De inicio es importante afirmar que no hay una sola forma de ser joven y, además, no se reduce a un rango de edad. Uno se hace o se construye joven — o juventudes— a partir de la interrelación y de la combinación compleja de varias categorías o dimensiones de análisis de lo sociocultural -Ver, Maritza Urteaga, 2010, 2011-, por ejemplo; la clase social, sea que se pertenezca al sector favorecido (alto) o desfavorecido (bajo), o a lo que queda de la clase media de este país; a partir de la etnia o de la raza (indígena, negroide, mestizo o “morocho”); o de sus creencias religiosas: cristiano o seguidor de la Santa Muerte

o de San Juditas (religiosidad popular); de las afiliaciones políticas, sean cuales fuesen: ultra conservador (seguidores de Bolsonaro, el presidente neofascista de Brasil), o liberal, o de centro izquierda, o de centro derecha; o del lugar geográfico en el que se viva: del norte o del sur del país; o del género al que se pertenezca hombre/masculino o mujer/femenino; e incluso, en función de las preferencias sexuales que se tengan: heterosexual o no heterosexual y de la familia que le toco

a uno, por accidente biológico: violenta o protectora, por ejemplo.

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En este sentido, la juventud —o, mejor dicho, las juventudes— son una

categoría de análisis de lo sociocultural, situadas en un tiempo social y en un espacio histórico definido, caracterizadas por lo múltiple, lo diverso y lo heterogéneo. De ahí que sea una etapa de la vida transitoria (como cualquier otra, la infancia/la adultez) por la que se pasa y, no por la que se está permanentemente (Valenzuela, 1997). Luego entonces, podemos construir una metáfora al respecto —decir una cosa para dar a entender otra— (Lakoff y Johnson, 1980): las juventudes se parecen a los productos lácteos como el yakult , el requesón, o el yogurt; ya que tienen fecha de caducidad, en este caso, social y cultural.

Sin embargo, hay que considerar —como en otros países está pasando, España, por ejemplo—que la etapa de las juventudes ha tendido a extenderse en

el tiempo social y en el espacio histórico de ser considerada en un rango de edad entre los 12 y los 29 años, para ciertas instituciones como el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ), ahora se le ubica a partir de los 12, hasta los 34, o incluso, 36 años de edad, para ser considerados jóvenes, hombres como mujeres. Esto es así, por las condiciones difíciles de vida marcadas sustancialmente por las precariedades en lo laboral, lo económico y lo educativo, que están impidiendo alcanzar la plena independencia con respecto a los mundos adultos.

Ligado con lo anterior, es muy controvertido hoy en día explicar las prácticas sociales y las manifestaciones culturales de una parte de las juventudes desde las

narrativas de la psicología social psicológica/clínica —cuya unidad de análisis es

el individuo, en este caso, el joven o el adolescente— que tienden a sustraer lo social a lo individual y a individualizar lo social; de tal forma que determi nadas

conductas o comportamientos juveniles —como grafitear, o consumir alguna droga ilícita, digamos la marihuana, o tener inclinaciones sexuales gay o lésbicas—todavía son consideradas por lo común como expresiones patológicas, de anomia, o antisociales; el determinismo psicológico en toda su presencia y expresión.

En este sentido, las miradas holistas y comprensivas, provenientes de lo que se ha dado en llamar, la sociología y la antropología de las juventudes (Feixa 1998; Urteaga, 2010, 2011; Valenzuela, 1997), por ejemplo, suelen ser más pertinentes y potentes, ya que apuntan no sólo al hecho fáctico, o desde la materialidad de esas prácticas sociales y de tales manifestaciones culturales, sino que interesa el valor simbólico, a nivel de las subjetividades sociales juveniles, desde sus colectividades y sus adscripciones identitarias, en otras palabras; las reflexiones,

las preguntas y, las interrogantes que podríamos formular, podrían ser: ¿qué me quiere decir, comunicar o expresar ese o esa joven cuando grafiteaalguna pared de la ciudad, del pueblo o de la localidad correspondiente; o cuando fuma un carrujode mota(marihuana) en un concierto de música de Rock/de Hip Hop; o por el particular diseño de su estética corporal, que por lo común está plag ado de tatuajes y de perforaciones? Eso es lo importante y lo trascendental a entender

y a comprender, desde las coordenadas y matices de lo simbólico.

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La propuesta del estado benefactor ha expirado

El Estado benefactor mexicano duró relativamente muy poco, de los años 40s, a los 80s. Y con la llegada del discurso y de la narrativa del proyecto neoliberal (traducido como la tecnocracia o los tecnócratas) el Estado se fue debilitando y desapareciendo en el ejercicio de sus más elementales funciones como procurar el bienestar social de la población en general —educación, salud, trabajo, vivienda, recreación, cultura—y también como garante de la seguridad pública o ciudadana; aspectos en los que ha quedado en deuda. Situación que llevó irremediablemente —incluso para gran parte de los países de América Latina — que segmentos importantes de la población —especialmente las juventudes — empobrecieran. Y esto es una de las características que marcan los rostros y las

tesituras de una gran parte de las juventudes en Guatemala, El Salvador, Honduras, Brasil y Argentina, por mencionar tan sólo a estos países.

Hoy en día existen en la República Mexicana -según reportes del Instituto Nacional de Estadista y Geografía (INEGI/2015)- 119 millones 530 mil, 753 habitantes en México. De esos se calcula que hay alrededor de 36 millones, 210.692 jóvenes entre los 12 y los 29 años, es decir, un tercio de la población total. En la Ciudad de México, antes Distrito Federal, se estima que hay 2 millones 494.657 jóvenes. Y Según un reporte del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL/2014) existen 14.9 millones de hombres

y mujeres jóvenes en situación de pobreza multidimensional, por lo que

proporcionalmente es alto el número de jóvenes pobres, es decir, pareciera ser que nuestras juventudes son las más afectadas con respecto a la implementación

del proyecto neoliberal que no sólo es económico sino también cultural y los coloca en situaciones de desventaja social, es decir, en la precariedad (económica, laboral, educativa), lo que explica en una parte el asunto de los procesos migratorios en los que las juventudes son uno de los actores sociales más v isibles, en tanto están huyendo de la “marginalidad” y también de las violencias sociales de muerte.

No tengo ninguna duda en afirmar y en sostener que esa es una de las características contemporáneas que definen los rostros, las tesituras y los matices de una gran parte de nuestras juventudes en México como en el resto de América Latina. Estas situaciones de precariedad, hace que las y los jóvenes experimenten y consideren que el futuro social no existe, es decir, aquellas narrativas y discursos festivos del Estado, de sus gobiernos y, de sus instituciones, construidos en las

bonanzasdelamodernidadtardía, acerca de que los jóvenes son el futuro del país, es y ha sido una falacia. Situación que ha llevado a la configuración de determinados climas afectivos de zozobra, de melancolías colectivas, de incertidumbre, e incluso de tristezas compartidas, por lo complicado que están siendo sus existencias.

Para empezar, las juventudes son el presente del país, lo que nos queda de él/o lo que nos han dejado. Y, no hay que olvidar que es controlado más o menos

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por 20 familias, lo cual se traduce en que cada vez más los ricos están siendo una

minoría muy poderosa con respecto a las mayorías empobrecidas muy debilitadas. En este tenor, una gran parte de las juventudes, no tienen posibilidades reales de ni siquiera diseñar su presente, en el aquí y en el ahora de su vida social, por lo que ingresan o se incorporan a los circuitos de la “ para legalidad”, que tiene al menos dos vertientes como ya habíamos señalado: una ; el comercio informal y, laotra; el crimen organizado.

Existe una precariedad material, es decir, en los ámbitos de lo económico, en lo laboral, en lo educativo, en la salud y de vivienda para las juventudes, pero también una a nivel de lo simbólico, que tiene que ver con lo afectivo, que conlleva a tener que hablar de una precariedad del espíritu, máxime cuando se dan situaciones al límite/de riesgo, de vulnerabilidad/de violencia, de tener que

migrar/o de usar, particularmente, determinadas drogas ilegales. Tal aspecto por ejemplo, en el caso mexicano, lleva a determinados agrupamientos juveniles como los reagueatoneros, o los autodenominados tepichulos y tepichulas (oriundos(as) del barrio bravo de Tepito, en la Ciudad de México, reafirmando su identidad local) a la configuración de las religiosidades populares, en torno al culto de SanJuditas, el benefactor de las causas imposibles/de las situaciones difíciles, ya que le piden que las y los ayude a conseguir trabajo, o incluso que puedan ingresar al sistema educativo nacional, ya sea a la preparatoria, o a alguna universidad pública como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),

o la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), o al Instituto Politécnico Nacional (IPN).

Una de las interrogantes, a partir de estas situaciones difíciles y muy compleja,

para una gran parte de las y de los jóvenes de nuestro país sería: ¿Qué les quedaría a estas juventudes, más por su valor simbólico? Enprimerlugar; el barrio, los “carnales”, los “cuates” y la “pandilla”; ya que les posibilita construir un lugar social, tener un grupo de referencia y de pertenencia, ensegundotérmino ; un trocito de escuela (prepa o universidad) para aquellos que logran ingresar y llegar a esos niveles de estudio, entercero; sus cuerpos o sus corporalidades (Muñiz, 2010) en tanto que es un espacio de toma de decisiones relativas de sí, en el entendido de que con su cuerpo pueden hacer lo que les venga en gana y, encuarto; cuando el Estado, sus gobiernos y las instituciones, no proporcionan recursos o estrategias para solventar esas situaciones al límite/al borde, aparece el crimen organizado —nos agrade o no—como modelo identificatorio.

Las narrativas del crimen organizado como matriz identificatoria; exaltan y

pregonan vivir con intensidad. Ofrece un sentido de la existencia basado en la fugacidad, en la inmediatez y, en la rapidez del presente —y, por consiguiente, en la búsqueda constante del placer: mujeres, drogas, dinero, joyas, autos— ya que no es a largo plazo. Esto va configurando también la “vidalíquida” (Bauman, 2005) —una forma en la que se vive en las sociedades contemporáneas— y, la prontitud de los afectos y de las emociones en la edificación del sentido de la

vida social. Tal situación se da sobre todo en los varones y, en el caso de una

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parte de las mujeres jóvenes, por lo común se crea otra constitución de sentido

algo diferente y muy fuerte: convertirse en mamás, ya que quizás sea lo único que pareciera les quedaría (García, 2016).

Para estas jóvenes mujeres, ser mamá favorece la reconfiguración de sus identidades, ya que tienen y adquieren así una identidad para ser; por lo mismo presionan al varón a que las embarace o se embaracen, ya que es el único sentido donde pueden asirse contraponiéndose a la fatalidad de las violencias de muerte, ya que probablemente alcanzaría a sus parejas hombres, más rápido que tarde . Regularmente esto se da en las jóvenes “pandilleras” integrantes de los “cholillos” de NezaYork, en el Estado de México (Valenzuela, Nateras y Reguillo, 2007), o en las adscritas a la Mara Salvatrucha (MS-13) y al Barrio 18 (B-18), en El Salvador, Honduras y Guatemala (Nateras, 2015).

Este mismo anhelo de ser mamás, sucede en el día a día de la mujer joven en situación de precariedad (económica, laboral o educativa), ya que no encuentra sentido, ni en la familia, ni en el barrio y, tampoco en la escuela. Prefieren embarazarse por más que sean conscientes del complicado/difícil presente y futuro que les espera. Sienten que ser mamás les gestionará un lugar social, además de una identidad del lado de la maternidad y, algo importante, cierto respeto del “otro” /de los “otros” y del todo social (García, 2016).

Hay que señalar también que una situación que ha estallado en el caso mexicano, es el asunto del embarazo de las chicas adolescentes, ya que además

de que va en aumento, se sabe que esta situación, en la mayoría de los casos ,

tiene que ver con la violencia de género que sufren particularmente en el espacio privado de su familia, lo que conlleva que por lo común son violadas y, de ahí, la

situación de embarazo, que tienen que enfrentar en las condiciones materiales y afectivas más desfavorables, habidas y por haber.

La educación .

Con respecto al asunto de la escuela/de la educación, si bien es una de las temáticas más tratadas y recurrentes en los estudios de las juventudes, quizás junto con el tema del empleo/el trabajo, es muy interesante lo que está ocurriendo con las juventudes mexicanas, tanto a nivel de la secundaría como de la preparatoria/el bachillerato, principalmente. Recuérdese que una de las rebeliones y de los movimientos juveniles más importantes al respecto, se ha dado en Santiago de Chile, desde 2011, a la fecha (Andino, 2011).

Además de que la calidad de la instrucción escolar, en términos generales, es muy mala. Se sabe que en el nivel de la preparatoria el índice de deserción escolar es el más alto con respecto a los demás niveles de educación; lo revelador es que la primera causa para abandonar la escuela, no es por cuestiones económicas , que es la segunda, sino que una gran parte de las y de los jóvenes desertan porque se aburren, es decir, no les crea ningún sentido ir, o estar, o permanecer

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en la escuela, en función de lo que les están enseñando y de lo que están

aprendiendo (Suárez, 2015; Suárez y Pérez, 2008; Pogliaghi, Mata y Pérez, 2015). A la escuela, no sólo se va a aprender, lo que cognitivamente se tenga que saber —Español, Matemáticas, Biología, Antropología, Sociología o Psicología Social— sino que más que nada les sirve y, les ayuda, para agruparse y hacer comunidades de pares y agrupamientos de sentido y, seguir diseñando o rediseñando sus identidades estudiantiles-juveniles, en otras palabras, es de los pocos espacios socioculturales que les permiten y les facilitan a las y a los jóvenes encontrarse con las y los otros parecidos/similares a ellos/a ellas, y, también diferentes, incluso desde sus problemáticas y, sus múltiples preocupaciones, inventivas y creatividades. De tal suerte que es un lugar y un territorio psicosocial muy significativo que facilita la construcción identitaria de lo juvenil como

estudiantes que son.

Aunado a lo anterior, probablemente en la escuela como ámbito educativo y de socialización secundaria (Berger y Luckmann, 1991), se vayan aprendiendo determinado tipo de herramientas frente, por ejemplo, al asunto de la tolerancia ante la diversidad en la orientación sexual de las y de los otros-; o quizás se den las primeras experiencias afectivas en torno al amor o al desamor; y los acercamientos frecuentes e intensos a las fiestas y; al consumo de ciertas sustancias prohibidas como pueden ser la mariguana o la cocaína; o a las participaciones en lo político; o asistir a las manifestaciones de protesta callejera,

para manifestar el malestar y el descontento juvenil.

Aunque en términos amplios, para determinadas juventudes, la escuela les dice muy poco, hay que hacer algunos cortes analíticos a fin de no homologar y

de no generalizar estos comportamientos para todas y todos los jóvenes y, aunque parezca obvio, es necesario describirlo y explicarlo, a través de determinados matices, tonos y tesituras.

Para una parte de las juventudes de lo que queda de la clase media de nuestro país, están teniendo bastantes conflictos y tensiones en el espacio escolar y, con las figuras de autoridad, representadas por las autoridades, las/los profesores, las/los orientadores vocacionales, e incluso con los prefectos. Es en sus filas donde se están registrando más vacíos/pérdidas de sentido y, de significación, a la interrogante de: ¿para qué estudio si no me garantiza una mejor situación de vida o cierta movilidad social?

Por el contrario, en un segmento de las juventudes de zonas y de barrios populares, de extracción humilde (pobres) la escuela todavía tiene algo de

sentido y de significado, ya que probablemente —con respecto a sus padres y a sus familiares como generación inmediatamente anteriores— van a ser las y los primeros que alcancen una instrucción escolar más alta, o incluso, las y los primeros que logren terminar una licenciatura, por lo que además adquirirán un lugar/un reconocimiento social y prestigio ante “el otro” u los otros, en el todo social.

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Y, ¿qué pasa, en términos amplios con las juventudes escolares más

favorecidas desde sus capitales económicos, sociales o culturales, es decir, de las clases altas? Por lo común, la universidad es un territorio con la idea de consolidar su estatus social, en el entendido de que reciben bastante presión de sus familias para que concluyan sus estudios, a fin de que estén en las condiciones sociales, culturales y profesionales de llevar a cabo los relevos generacionales y, así hacerse cargo de los negocios familiares, de conducir sus empresas desde el lugar de gerentes, o las industrias que heredaran en el futuro. Al mismo tiempo, sus aspiraciones están más ubicadas en seguir, en todo caso, sus estudios a nivel de posgrados en las universidades norteamericanas y europeas, también por todo el prestigio social que ello implica.

Es importante resaltar que se han generado otro tipo de estructuras

educativas para que las y los jóvenes estudien y se formen desde lugares alternos como la Fábrica de Artes y Oficios (FAROS).6 La oferta en estos centros es cultural; actividades que tienen que ver con el teatro, con la danza, con la música, o la serigrafía. Además, los FAROS, están situados en zonas de escasos recursos y de marginalidad. En este sentido, sigue siendo urgente seguir abriendo espacios en los que se ofrezca ciencia, tecnología y cultura, para habilitar mecanismos de auto gestión, lo cual implica, entre otros aspectos, que hay que dirigir la propuesta educativa-estudiantil, además, a las Bellas Artes.

Actualmente con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (2018- 2024), se están implementando como programas culturales lo que han llamado: Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes (PILARES), como una estrategia

para la inclusión comunitaria y, dispositivo a fin de disminuir las violencias sociales en cada una de las 16 alcaldías de la Ciudad de México.

Las tecnologías de la información y de la comunicación (TICS): ¿la ciber militancia juvenil?

Bastante se ha insistido con respecto a una de las características que están definiendo a gran parte de las juventudes -locales y globales- de finales del Siglo XX y, principios del Siglo XXI; me refiero al uso de las llamadas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (las TICS). Sus usos, por lo común, se han satanizado y han sido una de las críticas más fuertes y desmedidas que una parte de las instituciones del Estado (la familia, la escuela y, por supuesto, determinado segmento de los hegemónicos mundos adultos) han hecho con respecto a las y

a los jóvenes que utilizan tales tecnologías.

En el imaginario colectivo se cree y se piensa que esto favorece al hiper individualismo y la falta de interacción social de las y de los jóvenes con los “otros”, es decir, que los está alejando de una manera preocupante de los espacios de la socialidad y de la socialización primaria y secundaria (Berger y

6 Los FAROS dependen de la Secretaria de Cultura de la Ciudad de México y actualmente se cuenta con seis: Aragón, Oriente, Indios Verdes, Milpa Alta, Tláhuac y Milpa Alta- Miacatlán.

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Luckmann, 1991). Sin embargo, lo importante a entender es que con la llegada y

la incorporación de estas tecnologías en las vidas diarias; las prácticas sociales, las expresiones de las afectividades y las manifestaciones políticas de una parte de las juventudes -entre otras consideraciones- han cambiado sustancialmente y están siendo difíciles de comprender para una gran parte de los mencionados mundos adultos.

A través de las TICS, los vínculos sociales con el grupo de pares han favorecido la proximidad/la cercanía, además de que se crean y, se es parte de comunidades virtuales, es decir, de comunidades de sentido y de significación, que ayudan a la construcción de identidades juveniles y además, son un ordenador y un articulador socio-cultural muy significativo, que ha vehiculizado una gran diversidad de temáticas, de sucesos, de acontecimientos, de preocupaciones y de

problemáticas sufridas y compartidas en común/colectivamente a partir de su condición de ser jóvenes —hombres como mujeres—en el aquí y ahora social. Por otra parte, ha sido notorio y sobresaliente el uso de las denominadas redes sociales o redes digitales, por una parte de las y de los jóvenes, a fin de dar cuenta de su enojo, de su malestar y de su descontento social, por las condiciones desfavorables en las que por lo común transcurren sus vidas cotidianas en l a configuración de nuevas formas de organización social y de participación política en una gran diversidad de espacios públicos tanto en lo local como en lo global, a través de lo que se está empezando a denominar como la cibermilitancia, la

ciberpolítica(Feixa, 2014; Reguillo, 2017), o la tecnopolítica.Algunas rebeliones

juveniles, movilizaciones, o nuevos movimientos sociales (Valenzuela, 2015b) como los casos de #YoSoy132yTodosSomosPolitécnico, en la Ciudad de México

y, MovimientoPasseLivreydelosSecundaristas, en la Ciudad de Sao Paulo- Brasil (Andrade, 2018); dan cuenta precisamente de estas reflexiones, señaladas líneas atrás.

En los bordes del desencanto, o lo que es lo mismo; en las periferias colectivas-existenciales de los límites

Un estado de ánimo/de clima afectivo y de conciencia que continuamente aparece en el imaginario de las juventudes insertas en los códigos del crimen organizado es que pronto van a ser asesinados o desplazado por otros. Esto conlleva una particular/especial condición y, situación de vida, cruzada por una suerte de constelación de énfasis en ciertas prácticas sociales, como por ejemplo;

el uso de drogas legales (demasiado alcohol) y, también ilegales ( marihuana, crack, cocaína, ácidos); incluso la constante vivencia o exposición con la violencia de muerte, activa mecanismos de conversión religiosa, o de una efervescencia con lo que se ha dado en llamar, la religiosidad popular, plagada de rituales y de santos protectores, por ejemplo, LaSantísimaMuerte, La Dama Blanca o San Juditasy la veneración de la VirgendelosSicarios .

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Con respecto al uso de drogas ilegales, para una parte de las juventudes —

pensemos en las que están en situación de precariedad y, las que conforman las “pandillas”/ los “barrios”/las “clicas”—le da sentido a la vida del desencanto y de la incertidumbre. Y hay al menos dos rutas imaginadas para elegir el tipo de droga, laprimera; la marihuana, porque en los relatos y en las historias orales se cuenta/se dice, que no mata y que es justa para los “callejeros”, o para los que caminan el barrio: los pandilleros/los “homies” (Ver, Nateras, 2015). Lasegunda ; la cocaína/el crack, que es más dañina/letal y, se dice que esa sí mata. Desgraciadamente la cocaínay el crackson las que más consumen las juventudes desfavorecidas; la cocaína activa el cuerpo y como tal lo va consumiendo; la marihuana activa el espíritu y se entra en una especie de letargo social con tintes de cierto misticismo o espiritualidad, es decir, se experimenta la vida social a un

ritmo muy lento.

El uso de las drogas ilegales, al parecer se acomoda en un “lugar” o en “algún sitio”, en la construcción de sus identidades o culturas juveniles, es decir, es una práctica o expresión cultural más, como podría ser escuchar determinado tipo de música; o diseñar o rediseñarse cierta estética corporal ataviados con un particular corte y color de cabello; o traer tatuajes y arracadas; mucho en función de sus grupos de pertenencia y de afiliación, así como de su organización social y de su participación política.

Este desencanto, aunado a las fachas y a la estética corporal (el estilo juvenil ) con la que se vive y se circula la ciudad, el pueblo, la colonia, el barrio, o la comunidad, están produciendo que determinadas prácticas sociales y

expresiones culturales de una parte de estás juventudes, tiendan a ser

criminalizadas. Explico: como una manera de apropiarse simbólicamente de los espacios públicos de las ciudades, algunos jóvenes -hombres como mujeres - rayan, pintan y grafitean un buen número de paredes y de edificios públicos/privados, por lo que comúnmente son detenidos, reprimidos y, tratados como si fuesen delincuentes, cuando a lo más no deja de ser una falta administrativa; o cuando están bebiendo cerveza en la esquina, o en la calle, o fumando marihuana, pasa algo parecido, ya que esas prácticas sociales y manifestaciones artísticas se han criminalizado .

La situación se complica aún más cuando concurren y se articulan las siguientes características socioculturales; imagine el lector o la lectora, que un joven hombre está caminando por la calle, o circulando su ciudad y, es indígena, o el color de su piel morena; vive en zonas populares; trae una estética corporal

muy llamativa -tatuajes/perforaciones/el cabello de colores-; pertenece a una cultura o identidad juvenil desacreditada (Goffman, 1993), por ejemplo: cholillo o reagueatoneroy; es pobre; por lo que tendrá muchas probabilidades sociales y culturales de ser detenido por los cuerpos de seguridad del Estado ( policía federal, estatal, municipal, el ejército, o los marinos) ya que es sospechosamente sospechoso de ser joven y, además, afea el paisaje neoliberalcon su presencia y

estética.

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A su vez, una parte considerable de estas juventudes en México como en los

demás países de América Latina, especialmente en El Salvador, Honduras, Guatemala, Colombia, Brasil y Argentina- están siendo -además de criminalizados- asesinados, ejecutados extrajudicialmente y desaparecidos. Situación emergente que se está empezando a nombrar y a decir como “juvenicidio” (Valenzuela, 2015a). Si bien estamos frente a un término y un concepto nuevo y en construcción, lo que se desea caracterizar es que desde las narrativas y el imaginario del Estado/sus instituciones y, de sus cuerpos de seguridad, estás juventudes supuestamente frenan el desarrollo, ahuyentan el capital y, por lo tanto, los hacen fracasar, de tal suerte que son fácilmente desechables/aniquilables. Agregar, que el “juvenicidio”, no sólo implica la muerte “artera”, sino también las condiciones de precariedad: lo laboral, la salud, la

recreación, la escuela, la vivienda en la que se encuentran una gran parte de estos jóvenes (hombres como mujeres) que desde su valor simbólico representaría la muerte social en vida.

Conclusiones

¿Cómo investigar psicosocialmente e intervenir comunitariamente con estas juventudes?

Se debe ser muy claros de que se trabaja, por unaparte; en y, con el desorden/el caos social; las tensiones/los conflictos; las violencias y la violación constante de los derechos humanos, por laotra;con el desencanto cada vez más amplio de la

gente en general; con las precariedades/las desigualdades sociales; con la pobreza/la miseria; por lo que se tienen que establecer -aunque sea- un mínimo de tácticas y de estrategias, para la intervención e inmersión psicosocial/sociocultural, en tales contextos, escenarios y, particularmente, con respecto a las juventudes más desfavorecidas de nuestro país y, por extensión, las de América Latina.

De inicio, hay que transitar de la erudición teórica-teorética del confort del cubículo, o de la oficina y, desplazarse a donde están y, conviven, las y los jóvenes -el quehacer etnográfico, o desde el dispositivo del trabajo comunitario- ; entender y comprender junto con ellos sus códigos, sus coordenadas de sen tido; no hay que olvidar que las juventudes (y no sólo ellas) se debaten, entre otras cuestiones, en la configuración y en el re diseño de sus identidades, es decir, en

lo más profundo de su ser como jóvenes (hombres/mujeres) está el asunto de ser alguien, de pertenecer a algo, de alcanzar un lugar y cierto reconocimiento social, por lo común negado por el desdibujamientodel Estado benefactor y, por el fracaso de las políticas sociales, a fin de contrarrestar la incertidumbre social en la que una gran parte de ellos y de ellas, se encuentran y viven.

Una de las rutas y de los caminos (no los únicos) es trabajar en la comunidad con diferentes dispositivos, por ejemplo, con talleres culturales ya sea con

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niños(as), adolescentes y jóvenes, principalmente. Lo relacionado a valores

universales y, no con valores generacionales ya que es excluyente y, un callejón sin salida, es decir; los valores universales ayudan a establecer relaciones sociales más igualitarias/horizontales con las y los otros, independientemente del grupo etario al que se pertenezca; tenderían a fomentar el respeto al otro, a ejercitar la escucha, a saber dialogar y argumentar.

Recordar, que una de las/los actores y, sujetos sociales imprescindibles en el trabajo comunitario y, con la comunidad, es la figura materna, las madres, ya que son claves en el dialogo por su valor en esta sociedad también matriarcal; es el miembro de la familia que tiene un valor real como simbólico muy significativo e importante socio-culturalmente; son las dadoras de vida, las protectoras (en la mayoría de los casos) no en balde las consignas y las pintas que uno se encuentra

caminando el barrio, por ejemplo, en El Salvador y, andando por las comunidades, versan así: “vivopormimadreymueropormibarrio”(Nateras, 2015).

Esta situación es muy interesante, ya que desde este imaginario social/colectivo, la madre es la primera —la que “rifa” /la“jefecita”— y, además, la primera madre, desde el sentido y el fervor religioso, es la Virgen de Guadalupe; por lo tanto, desde este valor simbólico, las madres/las mamás son estratégicas como actoras comunitarias, para facilitar el acercamiento-inter barrial, la conversación intergeneracional e, incluso, inter pandilleril en la colonia. Y, en concreto, son muy importantes para incidir en la regulación o disminución de las

violencias sociales que se estén padeciendo y afrontando. Por su parte, las

juventudes, en su mayoría, respetan a la figura de la madre porque “ser mamá”, es de los pocos sentires muy profundos y que calan hondo, por lo que todavía

provocan afectos/emociones positivas/creativas que vehiculizan una de las posibilidades para retejer los vínculos sociales y colectivos rotos.

Otros actores, o sujetos sociales a considerar como aliados para el trabajo comunitario son los que conforman, o los que se han dado en nombrar la Pastoral Urbana, constituida por una gran diversidad de cultos o de congregaciones religiosas, por ejemplo: los pasionariosdecristo, o losjesuitas.Ya en el trabajo con los adolescentes y los jóvenes, no se trata de adoctrinarlos (política o religiosamente) sino de respetar la diversidad, recuperar la parte humana de la humanidad de estos adolescentes y juventudes, es decir, apuntar a lo esencial de lo cristiano: la amistad, la confianza, la solidaridad, el compañerismo, el amor, la preocupación por el otro y los otros. En este sentido, hay que ir más allá de cualquier creencia religiosa; no implica refugiarse en un discurso o narrativa que

trate de encontrar certezas o verdades absolutas; sino de ser continentes, de gestionar, es decir, acompañar los procesos afectivos, emocionales, sociales y culturales, a que haya lugar.

En el trabajo y en el quehacer con las juventudes inmersas en las precariedades y en las violencias de muerte, se busca volver a recuperar el valor de la vida social/comunitaria y, aunque pareciera que la existencia no vale nada

y, no tendría sentido —como cantaba José Alfredo Jiménez— entonces hay que

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construirlo/edificarlo y, apuntar -a pesar de todo- a que es viable la justicia social

y, apostarle a lo cultural, sobre todo a la música. Y, de los plurales ritmos, al rock; ya que, desde sus orígenes, es una música de las juventudes, tocada por jóvenes, que da cuenta de las realidades socioculturales de una gran parte de ellos y de ellas. Algo semejante puede decirse del Rap que habla, entre otras cuestiones, de drogas y de violencia y también del Hip Hop, que refiere a las minorías de la diversidad cultural. A través, principalmente de una parte de estas músicas - Rock, RapyHipHop- es viable incentivar a los grupos de la comunidad, para que se instalen y, se vehiculicen discursos/narrativas a favor de la equidad de género; o apoyando a la heterogeneidad social con respecto a las orientaciones sexuales no heterosexuales; o a las comunidades indígenas/de los pueblos originarios. Este tipo de músicas, o mejor dicho, las músicas, ciertamente son una

herramienta privilegiada en el trabajo comunitario/con la comunidad que debe contemplarse y facilitarse ya que son y han sido una matriz muy potente de sentido y de significación, a partir de la cual, han abrevado una gran variedad de juventudes en México y en los demás países de América Latina y del mundo en la construcción de sus culturas e identidades juveniles, de mediados del siglo pasado/siglo XX y, de lo que va de este siglo XXI. Y, no solamente estamos hablando de las y de los jóvenes urbanos, o de las grandes ciudades, sino t ambién de las juventudes indias/indígenas, o de la ruralidad, que, en sus lenguas originarias, trasmiten mensajes y comunican de las vivencias y de sus realidades

como juventudes indígenas.

Hay una tendencia cada vez más pronunciada en el trabajo comunitario, en utilizar las estrategias de la cultura y del arte, para enfrentar las diversas

situaciones de las violencias sociales, de favorecer la construcción de ciudadanías juveniles, de luchar por los derechos sexuales/ reproductivos/humanos, de fomentar una cultura de paz. Aunque se reconoce y se sabe, que la cultura y las bellas artes, no resolverán las problemáticas referidas, sin embargo, sí mejoran las relaciones sociales y, posibilitan construir y, estar en un mundo diferente y mejor.

Otra cuestión muy significativa para tener en cuenta desde la intervención psicosocial y comunitaria es saber que el discurso judeocristiano no tiene tanto impacto en una parte de las juventudes que ejercen determinado tipo de violencias; ya que no inhibe su práctica social de seguirlas ejerciendo, ni tampoco les enciende, o motiva una experiencia religiosa tradicional. En cambio -como ya se mencionó líneas atrás- hay que reconocer que en la religiosidad llamada

popular (San Juditas, o la Santísima Muerte —LaDamaBlanca—), crean más sentido y significado socio-espiritual, ya que se ven identificados como agrupamientos o conglomerados que viven en los umbrales y en los circuitos de la “paralegalidad”; o que habitan los “bajosmundos” y, que constantemente se encuentran en el juego de la vida y de la muerte, por lo que hacen.

Como un caso más, en Colombia y en México, la llamada “Virgende los Sicarios”; es central ya que tales santos, le dan sentido tanto a la precariedad en

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la que se está viviendo como a la dignidad ante la muerte que por el estilo de

vida que se lleva se puede aparecer en cualquier momento, es decir, la vida adquiere sentido a través de la muerte, por la forma en que se va a morir, situación muy clara para las y los integrantes de los cholillosen México; o de la Mara Salvatrucha (MS-13), o de la pandilla del Barrio 18 (B-18), en El Salvador, Honduras y Guatemala; ya que para ellos y ellas, morir en la batalla urbana por defender al barrio; o por un homie, es un acto de honor y de bastante valen tía, que la clicalo reconocerá, adquiriendo así un lugar de prestigio social ante la comunidad, después de la muerte (Nateras, 2015).

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“Geografías y mapas de las juventudes contemporáneas, en México y América Latina ” por Alfredo Nateras Domínguez es un texto registrado bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License .


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