Revista SOMEPSO Vol.4, núm.1, enero-junio (2019) ISSN 2448- 7317

RESEÑA: Carpio, A. y Mendoza, J. (2018). Pensamiento social: historia de las mentalidades, memoria colectiva y representaciones sociales. México: Universidad Pedagógica Nacional.

Gustavo Serrano Padilla 1

Sección: Reseñas Recibido: 27/03/2019 Aceptado: 25/07/2019 Publicado: 29 /07/2019

Apenas el año pasado, a mediados de diciembre, cuando todo mundo estaba más o menos emocionado porque se acercaban las fiestas de fin de año, mientras se rompían las piñatas en las posadas de la respectiva colonia,

apareció —casi sin esperarlo— el cuaderno de investigación editado por la Universidad Pedagógica Nacional que aquí se intenta reseñar. A lo mejor, como un mero exceso de confianza, valga la pena mencionar que desde hace algunos años la Universidad que ampara la publicación de este tipo de materiales se dio cuenta que, probablemente, lo que hacía falta eran cuadernos de introducción o

de trabajo para los estudiantes; según se dicta en los criterios de algunas convocatorias, dichos cuadernos deben tener una extensión de entre treinta y cincuenta cuartillas, lo cual podría indicar, en el mejor de los casos, que se trata de materiales de trabajo, de campo, de la investigación cotidiana, esa que se presenta sin tanto barullo burocrático y cinismo académico. En efecto, quizá para lo que sirvan estos pequeños cuadernos es para que los estudiantes, que bien o mal lleguen a ellos, tengan, en una sentada de metro, un panorama más o menos general de los temas que se investigan y decidan —ahora sí— si involucrarse en alguno de ellos mientras que repudian algún otro.

En fin, el pequeño texto trabajado por Amílcar Carpio Pérez y por Jorge Mendoza García(historiador y psicólogo social, respectivamente) resulta sugerente desde el título porque suena tan rimbombante que dan ganas de

abrir el libro a ver de qué va eso que se llama pensamiento social, sobre todo en un momento histórico en el que prima lo individual sobre lo social y en el que gracias a la ideología más o menos ramplona del individuo-todo-poderoso, se asume que el único pensamiento que existe es el que cada quien trae adentro de su diminuto cráneo. Al tiempo que se puede observar el incremento de

1 Estudiante de la maestría en Estudios Políticos y Sociales, UNAM. Correo:

gustavosp94@outlook.com

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investigaciones que hablan de las partículas de la realidad, lo que se sugiere y

aborda en este cuaderno son, por decirlo rápido, distintas formas de poder pensar y comprender el mundo en el que nos situamos a través de, como se verá más adelante, los ritmos, las cadencias, latencias y velocidades de los procesos que en él se dan.

Ya desde la introducción se anuncia el objetivo de este trabajo: reflexionar sobre el pensamiento social a partir de tres dimensiones de análisis o corrientes que han surgido en diversos momentos históricos y, que corresponden a diferentes niveles y temporalidades del pensamiento social. Para ello, desde la primera página, se anuncian los acompañantes, los insumos bibliográficos, los interlocutores en el tiempo que servirán para construir dicho aparato crítico; a lo mejor los más destacados (pero no los únicos) sean Charles Blo ndel

acompañado de Wilhelm Wundt mientras que Lev Vygotsky se empieza a unir de a poco; el primero olvidado, el segundo confundido por haber hecho un laboratorio y el tercero rebajado a cómo hacer que los individuos se desarrollen. Las caracterizaciones de estos tres autores reflejan, en cierto sentido, el propio carácter del trabajo que aquí se planteó, uno que se dedica a recuperar una serie de tradiciones, conceptos y formas de mirar la realidad que, ciertamente, parecen haberse esfumado de los pasillos, las discusiones, los salones de clase y las conferencias de los psicólogos sociales en la actualidad.

“Sin lo social y lo cultural no hay pensamiento” (p. 7), dicen los autores. Esto, en cierta forma, trastoca la relación común y malentendida que supone a los individuos dotados de razón y genio como artífices de una realidad; al

mismo tiempo, introducir lo social y lo cultural conlleva, necesariamente, a

plantear el cuestionamiento histórico de todo conocimiento; por lo tanto, dicha frase podría resumirse en algo que cada vez empieza a sonar más en las discusiones contemporáneas de las facultades de ciencias sociales, a saber, que el fundamento de todo pensamiento se inscribe en la dimensión histórica de lo social y lo cultural.

Ahora bien, ya se ha mencionado que en este trabajo se presentan, sucintamente, tres formas de manifestaciones del pensamiento social: en primer lugar, las representaciones sociales, después la memoria colectiva y al final las mentalidades. Aquí, quizás por cuestión de didáctica o de resumen o vaya el lector a saber por qué, se apunta que cada uno de estos modos del pensamiento social corresponden a una temporalidad particular; mientras que se nota a leguas que se hace uso del modelo tripartita de Fernand Braudel,

también se hace presente la ausencia de una articulación efectiva que permita entender que este modelo no opta por la separación total de sus elementos, al contrario, propone su articulación, implicación y localización en los lindes de cada uno de ellos. Así, decir que las representaciones sociales son un pensamiento presente mientras que en la memoria colectiva “se asiste” a recuerdos implicaría una forma más o menos sencilla de entender dichos

procesos, aunque no siempre correcta; ciertamente también se recuerda desde

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el presente, la memoria es siempre memoria presente, actual, apuntaba Henri

Bergson, por eso mismo se puede decir que recordar siempre es volver a vivir en el momento- ahora.

De igual forma, se asume que las mentalidades, la memoria colectiva y las representaciones sociales son, cada cual, “una forma de estar dentro del pensamiento social de una sociedad”; pleonasmos aparte, habría que argumentar que es la conjunción, convivencia, interacción y entrecruzamiento de las tres lo que puede servir para asumir el pensamiento social o, por lo menos, sus manifestaciones, relación que se asume, más o menos, en uno de los párrafos introductorios pero que se termina desechando a lo largo del texto — valga esta anotación como una pequeña guía para el lector interesado en el documento. Más que tres formas separadas de estar dentro del pensamiento

social, cada una de estas aproximaciones representa niveles de análisis, momentos y temporalidades diversas, algunas más densas que otras en términos históricos y sólo separadas analít icamente.

A partir de aquí el texto se dividirá en tres apartados, cada uno de los cuales abordará una de las dimensiones analíticas propuestas por los autores. Ciertamente resulta un acierto que, siguiendo el modelo de larga, mediana y corta duración, se aborde primero la cuestión de las mentalidades, luego la memoria colectiva y, hasta el final, las representaciones sociales. Esto da a entender, sobre todo, que lo primero, lo fundamental, lo primigenio es la alta

densidad histórica de las mentalidades, terreno sobre el que se despliega o

desdobla la memoria colectiva y, sólo hasta el final, aparecen las representaciones sociales entendidas como ese momento presente del

pensamiento social o, en otros términos, aquel conocimiento que está a la mano para pensar pero que hunde sus raíces en la temporalidad profunda de las mentalidades.

Las mentalidades, se dice, encuentran sus antecedentes desde principios del siglo XX (p. 11) y, a pesar de haber sido trabajadas desde diversas disciplinas, es posible encontrar un fuerte punto de encuentro entre la Historia y la Psicología. Fue Henri Berr quien, aunque poco reconocido, resultó ser una influencia fundamental en dos de los autores más importantes de dicha corriente: Marc Bloch y Lucien Febvre. Además, entre los representantes de esta corriente es importante destacar a Georges Duby, Phillipe Ariès, Jacques Le Goff o Emmanuel Leroy, todos ellos pertenecientes —en mayor o menor medida—a la conocida escuela de los Annales, que revolucionó la forma de hacer historia e n

el siglo XX frente a la llamada Historia tradicional, la cual concebía una narración objetiva de los acontecimientos, además de centrarse en los grandes eventos, hazañas o guerras.

La historia de las mentalidades, en un amplio sentido, se interesa por t emas hasta el momento inéditos dentro de la tradición historiográfica: las actitudes ante la muerte, la mujer en la historia y, por supuesto, la vida cotidiana en toda

su extensión fueron temas de interés para esta nueva corriente. Interesada

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sobre todo en “las formas de sentir, pensar e imaginar la realidad” (p 19), esta

nueva historia fija su atención en lo mundano, lo irrelevante y, a la vez, lo más importante, íntimo y fundamental de la vida social. Al mismo tiempo, es posible considerar, ya a mediados de la década de 1960, un giro en las formas de hacer historia relacionado, fundamentalmente, con la aparición de los nuevos movimientos sociales y el deseo de comprender a estos desde ópticas diferentes a la tradicional. Posibilita, en suma: “acercarnos a una historia desde abajo, desde lo cotidiano, de los grupos marginados por la historia oficial” (p. 24).

El segundo momento por abordar corresponde a la memoria colectiva. Esta, al contrario que las mentalidades, ha sido abordada con una mayor amplitud en México por lo menos en las últimas dos décadas. Como idea general, hace

referencia a “recordar juntos”, colectivamente, en grupo. Frente a la concepción de aquella memoria individual, hasta intracraneal, se propone un recordar de corte intercultural, localizado ya no adentro de los individuos, sino entre ellos, en sus prácticas, sus lugares comunes, sus monumentos. Acuñada por Maurice Halbwachs en tres textos de 1925, 1941 y otro en 1950 (póstumo), se entiende que la memoria colectiva se genera porque las experiencias se inscriben en marcos compartidos por ciertos grupos como lo son, fundamentalmente, el espacio y el tiempo. No se recuerda sólo, sino con ayuda de los otros y junto a ellos. Por eso mismo se puede entender que, aunque uno nunca se acuerde

cabalmente de sus primeros años de vida, puede crear una narración que dota

de sentido a dicha etapa a partir de elementos provistos por los otros: fotografías, cuentos, narraciones, chistes y demás.

Si la memoria es vida, resulta que la memoria colectiva se encuentra supeditada a la vida de los grupos, a la capacidad que se tenga, todavía, de recordar juntos a través de marcos y artefactos específicos delimitados por la propia colectividad. Por eso mismo, en los procesos de destrucción y desplazamiento de grupos indígenas, lo primero que se ataca es la memoria, los lugares en común: panteones, iglesias, plazas, quioscos, zócalos o centros ceremoniales; eliminar la memoria es, a la vez, asesinar a una colectividad.

Se recuerda a través de marcos, de localizaciones precisas como las fechas a las que uno se remite para poder acordarse de algo: aniversarios de bodas (y ahora de divorcios), cumpleaños, exámenes profesionales, los primeros besos y demás acontecimientos comunes resultan inscritos en localizaciones p recisas dentro del tiempo, gracias a éstas es que resulta posible y plausible volver a

recordar cada año lo que sucedió. Los marcos son, ante todo, condiciones de posibilidad para recordar.

La forma predilecta de la memoria colectiva es, como se ha dicho anteriormente, la narración. En ese sentido, se encuentra mediada profundamente por el lenguaje y es a través de este que es capaz de mantenerse entre generaciones. Como características generales de las

narraciones se pueden mencionar las siguientes: son inciertas, ambiguas y de

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múltiples interpretaciones (p. 33); esto no quiere decir, sin embargo, que

carezcan de efectividad a la hora de reconstruir el pasado, al contrario, son estas características las que posibilitan una negociación de significados que invita a resignificar, constantemente, los eventos pasados. Así, la memoria colectiva no resulta meramente factual, sino significada, vivida y siempre experimentada. Casi al final del texto se puede encontrar una serie de categorías referentes

a las prácticas sociales que también posibilitan recordar juntos, entre ellas destacan: las de orden familiar, laboral, cívico, religiosas y las reivindicativas (referidas, sobre todo, a movimientos de carácter político). Encontrar agrupaciones más complejas que excedan esta breve pero efectiva clasificación, corresponderá a los lectores, a aquellos que todavía se interesan por aquello que a casi nadie parece interesar dentro de una sociedad cuyo ídolo es el

individuo.

El último apartado, el de la temporalidad más corta, es el de las representaciones sociales. Dicha idea puede ser localizada, se dice, desde dos vertientes: la primera, la de Wilhelm Wundt en su völkerpsychologie y las producciones colectivas como el lenguaje, frente a la tradición heredada de Émile Durkheim y las representaciones colectivas, inamovibles, endurecidas y cuya modificación es profundamente lenta (p. 45). Sin embargo, es posible reconocer a Serge Moscovici como el pensador fundamental de las representaciones sociales, abrevando de ambas propuestas. En esta propuesta

las representaciones sociales serían los pensamientos, teorías y conocimientos

que se van forjando a partir de las creencias del sentido común y que sirven para orientar las acciones de los individuos, grupos y comunidades (p 46). Sin

embargo, en su carácter de orientadoras no terminan por ser determinantes del pensamiento social, al contrario, también ellas pueden ser modificadas a lo largo del tiempo, en ese sentido podrían pensarse en su ambivalencia de fenómenos estructurantes y estructurados.

Fundamentalmente, las representaciones sociales se desempeñan como orientadoras y articuladoras de las prácticas y dinámicas sociales en la interacción, ya que permiten entender y explicar la realidad que se habita, así como definir la identidad y salvaguardar la especificidad de los grupos, además de esto, contienen un carácter justificador de las posturas y comportamientos. Hasta aquí, el breve recorrido por el aparato crítico construido por los autores. La última parte del libro se encuentra dedicada a observar, vagamente, cómo es que estas tres modalidades del pensamiento social pueden servir de

marcos y ejes analíticos en investigaciones posteriores; como ejemplo se retoma una investigación cuyo foco central es el movimiento del 2 de octubre en México durante el año de 1968. A través de una serie de cintillas narrativas, es posible detectar la complejidad y profundidad histórica presente en algunos relatos de participantes, dirigentes y espectadores de dicho movimiento. A l identificar esa profundidad se puede categorizar cada uno de los fragmentos

narrativos como referido a mentalidad, memoria o representación.

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La sugerencia está echada. El pequeño texto que aquí se intentó reseñar

podría servir de guía para futuros interesados en el tema. Hoy en día, con los cambios vertiginosos de la sociedad tanto en la esfera política, cultural y hasta económica quizá convenga detenerse por un momento y adoptar otro ritmo, otras cadencias, la lentitud de la mentalidad sin olvidar la posibilidad de construcción que, todavía, queda.


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