Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021) ISSN 2448- 7317

EL VIRUS, EL SÍNTOMA Y EL GRAN PÁNICO. REFLEXIONES SOBRE UN ESTADO SOCIAL

* * *

THE VIRUS, THE SYMPTOM AND THE BIG PANIC. REFLECTIONS ON A SOCIAL STATE

Carlos Alberto Ríos Gordillo 1

Sección: Artículos Recibido: 07/12/2020 Aceptado: 08/03/2021 Publicado: 12/04/2021

Resumen

Todo cambió en el planeta con el COVID-19 y México no fue la excepción. El virus llegó a una sociedad que presenta enfermedades crónicas, derivadas de la pobreza y la mala alimentación, con servicios de salud en franco deterioro. La debilidad de los habitantes y las instituciones de salud es proporcional a la del cuerpo social, así como el miedo al coronavirus lo es con respecto a la incredulidad en amplios sectores de la población. Al acercarse el peligro del virus y el miedo al contagio, surgieron por doquier las pulsiones de muerte, las expresiones de resentimiento, odio y rencor, a partir de la activación de estereotipos racistas, xenófobos, misóginos y clasistas, que adquirieron,

en una sociedad que se siente atacada, todo el valor de un síntoma. Su veloz reproducción obedece a una sociedad polarizada políticamente, que desde hace años sufre la violencia heredada por “la guerra del narco”, así como por la de los feminicidios y la delincuencia organizada. En la medida en que el contagio al virus y su letalidad han avanzado, así también ha evolucionado el resentimiento, el miedo y el odio. El virus y el síntoma son una especie de sonda de penetración al cuerpo social de nuestra

sociedad.

Palabras Clave: coronavirus, miedo, odio, pánico, estereotipos.

Abstract

1 Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Correo electrónico:

car@azc.uam..mx. ORCID: 0000-0002-0036-9188 .

El virus, el síntoma y el gran pánico. Reflexiones sobre un estado social

Everything changed on the planet with covid-19 and Mexico was no exception. The

virus reached a society with chronic diseases, derived from poverty and poor nutrition, with deteriorating health services. The weakness of the inhabitants and the hea lth institutions is proportional to that of the social body, just as the fear of the coronavirus is proportional to the disbelief in broad sectors of the population. As the danger of the virus and the fear of contagion approached, death drives, expressions of resentment, hatred and rancor arose everywhere, from the activation of racist, xenophobic, misogynist and classist stereotypes, which acquired, in a society that feels attacked, all the value of a symptom. Its rapid reproduction is due to a politically polarized society, which has suffered for years from the violence inherited from the "drug war", as well as from the violence of femicide and organized crime. As the spread of the virus and its

lethality have advanced, so too have resentment, fear and hatred evolved. The virus and the symptom are a kind of probe of penetration into the social body of our society .

Key words: coronavirus, fear, hate, panic, stereotypes .

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“Lomismoquelosprogresosdela enfermedad señalanalmédicolavidasecretadeun cuerpo, asímismo,alosojosdelhistoriador,la marcha victoriosadeunagrancalamidadtoma, para conlasociedadasíatacada,todoelvalorde un síntoma ”.

Marc Bloch, 1986. Lasociedad feudal.

1.Nomepreguntescómopasaeltiempo,escribió alguna vez José Emilio Pacheco (1939-2014), cuando era todavía muy joven, a propósito de los años sesenta del siglo XX: “una época como no volverá a haber otra igual” (Pacheco, 2019). Así se

han ido los últimos días, desde que el confinamiento comenzó: sin saber cómo pasa el tiempo. El martes 17 de marzo de 2020, dio comienzo la reclusión masiva de la población en México. De pronto, los virus recordaron que, así como el capital, no tienen patria y la historia universal existe pese a los escépticos. La unificación microbiana del mundo, entre los siglos XIV-XVII, (Ladurie, 1989, pp. 33 – 69) se hizo presente en 2020, unificando al planeta en torno a un enemigo invisible: el SARS-COV-2, el virus que genera el COVID-19, aparecido en la provincia China de Wuhan en los últimos meses del año 2019. Para aislar el virus,

un cerco inmenso fue creado para encapsular a 11 millones de habitantes, pero

éste migró con velocidad fulmínea por todo el planeta. Y así, el sol de la historia universal se movió de Oriente a Occidente.

De acuerdo con el Center for Systems Science and Engineering (CSSE) de la

Universidad Johns Hopkins (JHU) el mundo está por alcanzar los ciento veinte millones de infectados, con dos millones y medio de decesos (JHU, 7 de marzo de 2021) y cientos de millones en confinamiento. El aumento del miedo al contagio es proporcional al número de infectados y al colapso de la economía internacional. Su impacto en nuestra época es tal que invita a pensar que el siglo XXI ha sido parido por un virus (Baschet, 2020). Sí, los historiadores suelen partir la historia en rebanadas (Le Goff, 2016). El siglo XX comenzó con la doble ruptura de 1914-1917 y finalizó con la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del sistema soviético, según periodizó Eric Hobsbawm (1917-2012) (Hobsbawm, 2003). Trazada la frontera con el fin del socialismo realmente existente, la historia del tiempo presente comenzaría con el “nuevo orden mundial” basado en la supremacía militar norteamericana y el dominio occidental de la economía (Milne,

2014, p. 9). El periodista del diario TheGuardian,Seumas Milne, ha analizado cómo entre el ataque a las torres gemelas (11/IX/2001) y la caída de Lehman Brothers (15/IX/2008), ese orden entró en declive. La invulnerabilidad norteamericana se había resquebrajado (que dio pie, con la gigantesca noticia falsa de las armas de destrucción masiva en poder de los talibanes y Sadam

Hussein, a la invasión de Afganistán e Irak); mientras que la doctrina del libre Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021 )

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mercado había propiciado la peor crisis del capitalismo, después de la gran depresión de 1929.

Los límites del poder militar norteamericano, por un lado, y los del modelo capitalista neoliberal, por el otro, mostraron que ese nuevo orden, neoconservador y neoliberal, en realidad había hecho agua. Así, para algunos, el siglo XXI había comenzado en 2001; mientras que, para otros, lo hizo en 2008. ¿Cuál de estas fechas será capaz de subsumir a las demás, diría Hegel, el ataque a las torres gemelas en 2001, la bancarrota de Lehman Brothers en 2008, o la pandemia del Coronavirus en 2020?, ¿Cuál será el rasgo característico al que se asociará el inicio del nuevo siglo, estado de excepción-normal, crisis económica global, pandemia global? Quizá la nueva rebanada de tiempo tendrá todas estas

características: naufragio de la economía mundial en dimensiones todavía desconocidas, e ingeniería social a gran escala para controlar la lucha de clases

(Badiou, et. al., 2020).

Mientras nosotros, encerrados y amedrentados, nos habíamos acostumbrado a llevar las cuentas macabras de los asesinados durante la “guerra del narco” y de los terribles feminicidios, ahora hemos aprendido a contar otros muertos. El 18 de marzo se registró el primer fallecimiento por coronavirus y, desde entonces, la ‘cifra’ no hizo más que superarse a sí misma: el 1 de junio ya eran: 10,167; el 6 de agosto: 50, 517; el 19 de noviembre: 100,104; el 25 de enero de 2020: 150, 273… A un año del primer fallecimiento estamos al borde de los 200 mil y la cifra seguirá

creciendo.2 Tal parece que, en este país, el arte de contar el tiempo es el arte de contar muertos.

2 En México, el Gobierno Federal creó una estrategia para combatir la pandemia de COVID- 19, diseñada en tres grandes fases, de acuerdo con el tipo y la velocidad del contagio, el aumento de la letalidad del virus, el confinamiento poblacional masivo y el plan de expansión y reconversión hospitalaria a nivel nacional (aumento exponencial de camas con ventilación mecánica y contratación de personal médico). La Secretaría de Marina y la Secretaría de la Defensa se encargaron que fabricar cubrebocas, batas quirúrgicas, resguardaron instalaciones médicas, reparándolas o haciéndolas funcionar. Cada fase tuvo una duración de un mes y sus características fueron distintas. La primera (29/II): contagios exógenos, generalmente del extranjero y rastreables; la segunda (24/III): aumento de contagios, transmisión comunitaria, aplicación del “Programa Centinela” (predicción matemática para medir el crecimiento del contagio, según el cual 1 caso detectado se multiplica por 8 posibles) e inicio del confinamiento y la Jornada Nacional de Sana Distancia (JNSD): “Quédate en casa”; y la tercera (24/IV): contagio epidémico y aumento de la ocupación hospitalaria, ante el riesgo de tener mayor número de personas enfermas que camas disponibles. El primer fallecimiento se confirmó el 18 de marzo (meses después del primer muerto por COVID-19, en Wuhan). El virus golpeó en una de las zonas más densamente pobladas y más contaminadas del continente: la Zona Metropolitana del Valle de México (con más de 25 millones de habitantes), cuyo sistema de salud había sido lentamente desmantelado durante la etapa del neoliberalismo. A esto se aunó la pobreza, la marginación, el estancamiento de los salarios y el progresivo encarecimiento de los productos de la Canasta Alimenticia, factores que crearon el caldo de cultivo de la morbilidad: más del 70% de los fallecidos tenían obesidad, hipertensión arterial y diabetes (México se convirtió en el segundo consumidor de bebidas gaseosas en el mundo y, además, año tras año mueren más de 50 mil personas por tabaquismo). A estas alturas, las enfermedades postraumáticas posteriores a la pandemia son incalculables. El 31 de mayo terminó la JNSD y, un mes después, en su conferencia vespertina del 26 de junio, el Subsecretario

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2. El tiempo se ha convertido en una acumulación incesante de datos sobre infecciones, contagios y muertes. Si hay algo que caracteriza esta época de encierro e inmenso consumo de noticias desalentadoras que llegan de China, Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos, España y Ecuador, ha sido el miedo a la muerte sistémica, los dilemas de la sobrevivencia cotidiana, el incremento de las pulsiones de muerte. De pronto, hablar de epidemias, virus y bacterias (peste bubónica de 1348, gripe española de 1918, gripe aviar de 1997, epidemia de Sida en África) se ha vuelto tan popular como hablar de futbol. La realidad brinda toda clase de analogías con experiencias pasadas. La dispersión del virus y su letalidad progresiva encuentra, en el estudio de Le Roy Ladurie, un escenario que le

confiere actualidad: “buena parte de las masas humanas, especialmente en Europa y en América … fueron pasadas entre 1348 y 1648 al horno de un

holocausto microbiano” (Ladurie, 1989, p. 66) (Semo, 2019, pp. 49-70). ¿Esta pandemia también lo será?

No es la historia, sin embargo, la que confiere explicaciones y brinda certidumbres, sino la literatura: LaPeste, de Camus; Ensayosobrelaceguera, de Saramago, destacan entre las novelas más vendidas en Italia o Francia, y evocan, indirectamente, al proceso creativo durante el encierro: El Decamerón, de Bocaccio, o Frankenstein,de Mary Shelley. El cine de escenarios apocalípticos, producidos por pandemias o zombies, se encuentra entre los primeros lugares

del consumo: Contagiode Soderbergh; Virusde Kim Sung Soo; Epidemia de

Petersen; Ceguerade Meirelles; GuerraMundialZde Forster; Soyleyenda de Lawrence; BirdBoxde Yeong Sang-Ho. No es la historia, la literatura o el cine lo

que aterra y genera el consumo, es la realidad lo que aterroriza y genera la demanda.

Circularon noticias de hospitales colapsados en las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos, sin camas, respiradores artificiales, ni material sanitario suficiente, cuyos médicos y enfermeras, exhaustos (y en ocasiones infectados) , deben elegir a quién de los enfermos salvar. Lo peor es que la muerte no cierra el ciclo del duelo: los cadáveres son incinerados; no hay entierros ni velatorios. Una vez que el enfermo se ha condenado con la enfermedad no hay posibilidad de que la familia pueda verlo de nuevo, ni de brindarle un lugar para que sea homenajeado y rememorado. Al no haber tumbas ni cenizas, la socialización con los muertos y la despedida no son posibles. Su ausencia prolonga el adiós, la aceptación y el consuelo. En Italia, un video mostró una docena de camiones del

ejército transportando los cuerpos que debían ser incinerados. Para evitar que el virus se propague, los cuerpos deben ser destruidos. En Guayaquil, la necro - capital de Ecuador, decenas de cadáveres fueron abandonados en las calles por la incapacidad del Estado y los servicios forenses. Cadáveres putrefactos dentro

de Salud, Dr. Hugo López-Gatell, informó que el confinamiento en todo el país había sido del 80%, se contaba con 899 hospitales Covid, el 69% de las camas con ventilador estaban disponibles y se había contratado a 45 mil miembros del personal médico.

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de los domicilios orillaron a los familiares a permanecer fuera de casa,

exponiéndose al contagio; o se secaron al sol en plena calle, cubiertos con plásticos, o sábanas largas y en avanzado estado de descomposición. Esto obligó al gobierno de ese país a reconocer su fracaso: “La realidad siempre supera el número de pruebas y la velocidad con la que se presta la atención” MSN Noticias (03 de abril de 2020). En la Guayaquil de los muertos insepultos y los ataúdes de cartón, el realismo mágico sudamericano todavía tiene lugar.

Mientras presenciamos el colapso de los sistemas públicos de salud en el primer mundo (debido a los recortes neoliberales al gasto público), regresamos a la lógica de las hogueras: quemar a la herejía con el hereje, es lo mismo que hacer arder el virus con todo y huésped. Quienes lo han testificado ven arder una

parte de sí. Con el fuego de las hogueras se consume la humanidad de los caídos. “Murió por coronavirus”; es peor que la peste. Ése es su monumento.

3. En México, el país del “se acata, pero no se cumple”, mientras que algunos descreen del coronavirus, o lo subestiman e incluso han aprovechado las medidas excepcionales de emergencia sanitaria para irse de vacaciones y llenar las playas, otros expresan el miedo al contagio echando mano de antiguos dispositivos que, ante el avance de la pandemia, se han activado y mezclado con la angustia, la desesperación y las dificultades de la sobrevivencia cotidiana. El racismo, el clasismo, la homofobia, el patriarcado, la xenofobia son quizá peores que el

contagio y actúan en el comportamiento social.

Una exploración a la sección de comentarios en algunos periódicos mexicanos permite dar cuenta de la idiosincrasia de los usuarios. A saber: “el virus

chino”, “ése chino-japonés-amarillo tiene la culpa”, “que cierren las fronteras y no dejen entrar a los turistas italianos, franceses, alemanes, españoles”, “debieron haber cerrado las fronteras, los aeropuertos, todo el país, desde febrero”. Incluso, aquellos mexicanos que el gobierno mexicano ha repatriado han sido estigmatizados, condenados: “Se hubieran quedado donde estaban”, “sólo han venido a enfermarnos”. Los miles de migrantes que atraviesan México con destino a los Estados Unidos son estigmatizados al igual que los refugiados de Medio Oriente lo son en Grecia, o en los enormes centros de detención en las islas que bordean Turquía y el Mediterráneo. “Que se regresen a su país”, “sólo vienen a contagiarnos”, “vienen por nuestros trabajos, no pagan impuestos, traen el virus”. Es el miedo a la otredad: el otro, el extranjero, el extraño, lo que asimila, a su vez, el miedo al COVID-19. Y éste no viaja solo: lo hace en compañía de otros miedos,

anteriores a él, que le sirven de correa de transmisión y, en conjunto, modern izan la xenofobia bajo el estereotipo del fuereño enfermo. “¡Que el virus no entre a México, a mi ciudad, mi pueblo, mi casa!” parece ser la consigna. Esta distancia no es un intervalo de lugar o tiempo que media entre dos cosas, sino, sobre todo, ética y moral. Es una “ausencia de empatía como deshumanización” (Ginzburg, 2000, p. 12). El miedo a la letalidad del virus se acrecienta en la medida que se

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asimila a miedos previos, actuando bajo ese radio de acción y haciéndolo a nuestra semejanza: el miedo al virus nos define en tanto cultura.

“Que los pobres respeten la cuarentena y se encierren”, “que no nos expongan al contagio”, “que acaten las recomendaciones o después no se quejen”. Eso sí: “queremos todos los servicios, víveres y comida a domicilio”, “queremos que recojan la basura, limpien las calles, arreglen los desperfectos de los servicios de agua, luz, internet”. A la mala conciencia del mestizaje (y de un ideal de sociedad blanqueada) se añade la mala conciencia de la condición de clase (Echeverría, 2010 y 2018). En una sociedad polarizada entre quienes concentran la riqueza y quienes no acceden a ella (¡4 de cada 10 mexicanos no reciben salario ni cuentan con servicios públicos de salud!), donde el color más

blanco de la piel es sinónimo de mejores trabajos, se exalta el ascenso social y la acumulación material, los valores de éxito, realización o triunfo, el individualismo

y la disciplina de trabajo, la puntualidad, la eficacia, y todo lo que hace a un triunfador por esfuerzo propio, en demérito de los pobres y de cualquier sistema de asistencia social (por ejemplo, una renta básica para sortear la crisis) (Arcarons et. al. 2020) porque es considerado un derroche, una manutención a vagos y holgazanes que son pobres porque así lo quieren. Ese derroche, para muchos, se traduce en clientela y asistencialismo político. Así, el desprecio por los pobres se une al miedo de su participación política. La necesidad del trabajo de agricultores, trabajadores, empleados, limpiadores, crea la necesidad de su inclusión a partir

de su propia exclusión.

Pero hay más. Enfermeras han sufrido agresiones verbales, rechazos y discriminación. Junto al periodismo ―México es uno de los países más peligrosos

para ejercer esta profesión, lo cual ha convertido a los periodistas en corresponsales de guerra en territorio nacional―la enfermería se ha convertido en una profesión de riesgo (aunado al género: la amplia mayoría son mujeres) en tiempos de la pandemia. Mientras en China, Francia, Italia o Estados Unidos, hay muestras públicas de admiración y respeto, aquí se les ha vilipendiado en la calle o en el transporte público y privado. En el paroxismo de la mezquindad, una de ellas fue agredida al rociarle cloro con agua; a otra le aventaron café caliente en la espalda mientras salía del hospital. Y la violencia se incrementa conforme crece la cercanía al virus: mientras en un pueblo de Morelos un grupo de lugareños amenazó con quemar un hospital regional, ante el temor de que ahí llegaran enfermos de coronavirus de otros lugares; en Nuevo León intentaron quemar un hospital para atender pacientes de COVID-19, sin lograr destruirlo. El miedo

generado por la proximidad del virus desata la violencia contra los propios medios de salvación. No es un estereotipo preexistente, sino la distancia justa lo que dispara el irracionalismo: la “ausencia de empatía como distancia crítica” (Ginzburg, 2000, p. 12).

La diseminación del odio, la discriminación, la hostilidad, la violencia ha venido también de sectores reaccionarios. Un obispo de la iglesia católica dijo en

su homilía: “La pandemia de COVID-19 es un grito de Dios a la humanidad ante Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021 )

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el desorden social, el aborto, la violencia, la corrupción y la eutanasia y la

homosexualidad” (Redacción, 24 de marzo de 2020). En medio del marasmo, algunos medios de comunicación, a través de periodistas y conductores de radio y televisión, han caldeado la opinión pública y arreciado sus críticas al presidente López Obrador, responsabilizándolo, sistemática y cotidianamente, de todos los males que aquejan al país, e incubando ciertas ideas: “irresponsable”, “incompetente”, “autoritario”, “intolerante”, que se diseminan y reproducen con velocidad fulmínea en la opinión pública. Algunos crean noticias falsas para responsabilizar al gobierno (Joaquín López Dóriga, Raymundo Riva Palacio, Carlos Loret de Mola o Sergio Sarmiento); otros más, han llegado al grado de pedir que se le “detenga” (Ricardo Alemán, Pablo Hiriart), invitando al atentado o al golpe

de estado. En la misma sintonía están algunos empresarios (Confederación Patronal de la República Mexicana, Coparmex), quienes han considerado que el

presidente y la secretaria de Gobernación podrían ser destituidos de sus cargos, e incluso encarcelados por no ejercer debidamente sus funciones. El poderoso grupo de empresarios nucleados en torno del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), con quien López Obrador tejió alianzas después de que durante años los consideró mafiosos, pidió a los detractores del gobierno votar por la revocación del mandato presidencial en el año de 2022.

4. El clima político se ha vuelto asfixiante, congestionado por linchamientos, provocaciones, descalificaciones y desengaños. Es un fuego cruzado entre simpatizantes del gobierno, detractores e incrédulos. Un columnista de ElPaís ,

escribió:

Todo lo que hace o deje de hacer el Gobierno de la 4T muestra su impericia, su negligencia y su dañina ingenuidad a los ojos de sus adversarios. Si no lo hace, porque se está tardando y si lo hace, porque lo hace mal. No hay explicación técnic a que valga, así venga de un experto calificado como el Dr. Hugo López- Gatell, responsable de la campaña en contra de la propagación del virus. Para los anti lopezobradoristasla tragedia que se avecina ya tiene nombre y apellido tabasqueño, así esté sucediendo en el resto del planeta. En última instancia, para ellos, todo remite a la burbuja de negación en la que el presidente está perdido, una negación que llevará al país al abismo. Es tal la animosidad que en las reacciones que provoca cada mala noticia, sea el deterioro de la moneda o la escasez de un medicamento, se advierte el festín embozado de todos aquellos que celebran el cumplimiento, por fin, de la negra profecía que habían anticipado con respecto a AMLO. (Zepeda, 1 de abril de 2020)

El expresidente Felipe Calderón (2006-2012) fue señalado por ser la cabeza (con el apoyo de su ex partido, el Partido de Acción Nacional, y un poderoso grupo de empresarios) de esta ola anticlimática contra el gobierno: “Si desde antes de iniciarse la emergencia había una campaña para minar al gobierno y magnificar

sus propios errores”, campaña que inició al día siguiente del triunfo de López Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021 )

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Obrador, de acuerdo con Álvaro Delgado, ésta “incluye al PAN, pero el orquestador principal es Calderón” (Delgado, 31 de marzo de 2020).

Hace algunos años, después de la elección presidencial de 2006, el periodista Jaime Avilés escribió una aguda reflexión que mantiene toda su carga: “Urge una clínica del odio”, le llamó. En ella responsabilizaba al gobierno panista por haber “inoculado ese veneno en el cuerpo del país”, al que consideraba un “material explosivo usado para dominar y destruir a los de abajo”. El entonces candidato, Felipe Calderón, contrató los servicios de Antonio Solá (famoso por crear campañas mediáticas basadas en estereotipos y odio) quien le vendió la receta “al partido de Acción Nacional, a las televisoras, a los empresarios y al “gobierno” de Vicente Fox”. Esos actores ―los mismos de hoy día― contribuyeron a hacer

del odio el sello distintivo de su propaganda. ¿Su resultado?

Ahora, millones de mexicanos estamos enfermos de odio, odiamos y somos odiados, y no estamos reflexionando con la suficiente seriedad al respecto. Yo odio, tú odias, él odia, nosotros odiamos, ustedes odian, y en uno y otro bando de la confrontación política todos percibimos por igual que ellos nos odian. ¿Yo me odio, tú te odias, él se odia? Sí, nosotros nos odiamos, nos obligaron a odiarnos, tuvieron la habilidad de dividirnos sin importarles que fuéramos ciudadanos independientes o militantes de cualquier partido político, se colocaron por encima de nosotros para dominarnos a placer. (Avilés, 2 de septiembre de 2006)

Según él, era necesario entender el fenómeno para superarlo. Sólo extirpando el odio de nuestro organismo podía impedirse que su veneno corroyera el organismo social y siguiera siendo un instrumento de control para los de abajo.

Tenía razón, a condición de considerar algo más: entre los de abajo y contra sí mismos. En 2006, nadie podía suponer que esta estrategia electoral se convertiría en política de gobierno. Los años posteriores, los de la “guerra del narcotráfico y el crimen organizado” (que comenzó justo cuando Calderón tomó el poder), incubarían más odio, más desangelamiento, más frustración. De la terrible realidad surgió el deseo desesperado, magnificado, de cambiar el estado de las cosas. Tuvo que transcurrir el sexenio de Peña Nieto (2012-2018), para que ese horizonte se concretara. El triunfo de López Obrador obedeció a ese deseo de cambio social, templado a cal y canto durante tres sexenios, cuyas expectativas, ―contenidas durante años, maduradas en la protesta social―, se presentaron como un desafío difícil de superar (Gómez, 2019). Sus rivales acechan y actúan abiertamente de manera peligrosa. (Canal 6 de julio, 24 de noviembre de 2019).

El sociólogo Boaventura de Sousa ha considerado que en México está en marcha un “golpe blando”, “utilizando a la prensa para demonizar al gobierno”. El apoyo de la clase media urbana que votó mayoritariamente por MORENA y definió la elección presidencial de 2018 “es muy volátil” y depende de la satisfacción de su estatus y sus necesidades de consumo. Por lo cual, si el

descontento hacia el gobierno crece, entonces “viene el resentimiento” y la derecha lo usará. Ante el retorno de la derecha a los gobiernos América Latina (y

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los procesos jurídicos contra Zelaya, Lugo, Lula, Rousseff, Kirchner) el escenario

para México, en caso de que este gobierno fracase, es algo parecido. (De Sousa, 15 de marzo de 2020). Y es que un gobierno democrático minado en su legitimidad social es presa fácil de sus detractores. Los errores de los gobiernos progresistas en América Latina (Zibechi, 2016, p. 111–118) y el feroz cerco de la derecha (con el apoyo de los medios de comunicación), derivaron en la caída de estos gobiernos emblemáticos de la segunda década del siglo XXI y el retorno de la derecha: los macris, los bolsonaros. De ahí que, una parte de los medios de comunicación en México no jueguen a la crítica, sino a la descalificación sistemática. Si su objetivo es socavar al gobierno ―y los errores de este ayudan a contribuir a ello― la pandemia suministra las condiciones propicias para que

las noticias falsas circulen.

5. Durante un cuarto de siglo, una generación ha crecido marcada por la incesante acumulación de resentimiento. Los insultos y las invectivas que los fieles partidarios (en ocasiones triunfalistas e intolerantes) de este gobierno intercambian con los críticos acérrimos (en ocasiones hipócritas y golpistas), han configurado un campo de batalla que se ha expresado en las elecciones y la opinión pública. Pese a su apariencia, no es un juego democrático sino una confrontación marcada por el rencor y el odio entre sectores distintos de la misma sociedad.

El resentimiento que se ha expresado durante estos años (desde el año 2000

hasta hoy) constituye algo más que la herencia con la que ha crecido una generación. Revela mucho de su naturaleza: un odio, a veces reprimido, a veces

expresado abiertamente, que se ha afianzado en pulsiones de muerte y en estereotipos de distinto tipo, función y antigüedad, que se manifiestan de distintas maneras, se adaptan a las circunstancias del medio y resurgen en momentos de crisis y mayor crispación social. El resentimiento, el odio, la violencia, el miedo y el terror quizá están presentes desde el comienzo mismo de la historia. La suya es una fuerza oscura que moldea las relaciones entre grupos sociales y civilizaciones. México no se aparta de esas coordenadas de la historia universal, pues el resentimiento entre razas y clases sociales que se formó en el pasado actúa entre nosotros. Marc Ferro ha considerado que este es un fenómeno “individual o colectivo afecta tanto a los grupos como a las naciones o comunidades enteras y es más inasible que, digamos, la lucha de clases y el racismo” (Ferro, 2008, p. 9).

No obstante, ese trendsecular se mueve en fases o estaciones, delimitando períodos o épocas. El nacimiento del odio y el resentimiento contemporáneos pueden datarse en una coyuntura específica: la toma del poder en 2006 (entre el desafuero de 2005 y la elección presidencial de 2006). Nació en el gobierno de Vicente Fox (2000-2006) como estrategia electoral y propaganda política, orquestadas desde la presidencia para dividir, fragmentar, romper en pedazos la

solidaridad de los sectores populares e impedir sus reivindicaciones. Si el objetivo Revista SOMEPSO Vol.6, núm.1, enero-junio (2021 )

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inmediato de la derecha gobernante fue socavar el respaldo popular de López

Obrador (“Un peligro para México”, decía la propaganda) para impedirle contender por la presidencia de la república, esto cambió por la acción misma de la izquierda. La energía social, la esperanza de transformación colectiva, la acción de las resistencias democráticas nucleadas en iniciativas de la sociedad civil (el desafuero) o en movimientos sociales (el pueblo de Atenco, la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca) y anticapitalistas (el neozapatismo); todas entre 2005 y 2006, debilitó al gobierno y lo obligó a convertir la ponzoñosa propaganda electoral ―una vez pasada la elección presidencial― en el discurso político y la estrategia gubernamental del sexenio siguiente, caracterizado por la ‘ guerra contra el narcotráfico’, que convirtió al país en una fábrica de destrucción de la

vida humana.

El miedo, el odio, el resentimiento y el razonamiento binario de la retórica y

las acciones de Felipe Calderón encontraron en la violencia desatada por la guerra una extraordinaria caja de resonancia. Mientras más violenta se turnaba la geografía nacional, más cruento se volvía el discurso oficial. “Esa plaga que es el crimen y la delincuencia, es una plaga que hemos decidido exterminar en nuestro país, tómese el tiempo que se tome y los recursos que se necesiten”, decía Calderón (Urrutia y Herrera, 2011), al racionalizar la violencia a través del eliminacionismo: las ‘bajas’ (“que se maten entre ellos”) de los ‘malos’ y los ‘daños colaterales’ (“es el precio que hay que pagar por la libertad y la seguridad”) de los

‘buenos’. Útil para tipificar a un enemigo, inventado o sobredimensionado, el

discurso partió al país en dos: en malos y buenos, en delincuentes y ciudadanos, en hundidos y salvados, todos ellos, sin embargo, condenados a la pérdida de

vidas humanas y al extravío de un proyecto social con justicia y dignidad. Incubado desde arriba, el odio se diseminó entre los de abajo, reproduciéndose vertiginosamente dentro de la propia sociedad, primero para neutralizar e interiorizar la violencia, al volverla un medio de sobrevivencia a la vida dañada (Adorno, 2004), pero también como mecanismo de reproducción social de esta misma, que la externaba y multiplicaba. “Esos hijos de la chingada van a pagar lo que hicieron. ¡La van a pagar!”. “A esos desgraciados deberían matarlos, aniquilarlos de raíz”. “Qué bueno que los estén exterminando”. “¡Que sufran lo que yo he sufrido!”. “Qué importa si los muertos eran pandilleros, si lo tenían merecido”. “Pinches nacosde mierda, ojalá y los maten a todos”. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. “¿Cuál inocente? de seguro en algo malo andaba metido. Qué bueno que los maten, a ver si los demás aprenden”. “Si yo

conociera quién le hizo esto a mi hijo, voy y lo mato, como dice la Biblia, ojo por ojo…” (Turati 2011, p. 67). Al perder a sus únicos hijos, dos madres norteñ as expresaron su dolor mostrando cuánto se había transformado:

¡Que se maten todos, que se acaben entre ellos! (…) no sentimos nada de verlos muertos, porque sabemos que algunos de esos jóvenes, quizáejecutó a los nuestros. Me duelen los hijos de ellos, eso sí, pero por ellos me alegro, mejor que se mueran.

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[A lo cual, otra le alterna] ¡Les deseo a todos que les maten un hijo! (Turati, 2011, p. 141)

Incubada desde arriba, la estrategia de dominación se reprodujo entre los de abajo. Esta manifestación de odio se ancló en una sociedad dividida y polarizada en razas y clases sociales que había venido sumando estereotipos y pulsiones de muerte con el paso del tiempo. A propósito, Daniel Golhagen (2010) ha sugerido que, cuando la mentalidad de los líderes eliminacionistas encuentra circunstancias políticas propicias para actuar, ésta “se alimenta de unas creencias o un discurso preexistentes sobre la eliminación, los presenta como esenciales, y a veces contribuye a solidificarlos y amplificarlos, inflamando las brasas de los anhelos de la gente hasta convertirlos en ardientes deseos”; estos discursos que desaprueban y desprecian a los grupos sociales que son su objetivo, su enemigo,

“llevan a la gente a odiarlos y sentirse amenazada por ellos” (p. 326).

En el caso de López Obrador, hábil para enardecer a sus enemigos y cautivar a sus seguidores, el odio hacia él y su perfil amenazante han sido hábilmente esculpidos a través de una propaganda que lo trasciende. Se trata de un uso faccioso y contrainsurgente de los medios de comunicación, que sirve para representar enemigos, generar confusión política e ideológica, distorsionar las opciones progresistas y neutralizar a los movimientos sociales (Ríos, 2019, pp. 146–157; Álvarez, 2015, pp. 113–134). Para representar a un enemigo se echa

mano de estereotipos y pulsiones de muerte, que favorecen la confección de un

personaje o un fenómeno (Ginzburg, 2010, pp. 267–296). No es casual que un país con gran efervescencia política tenga tantas noticias falsas circulando en todos los medios de comunicación: no se trata de errores u omisiones, atribuibles

al descuido o la falta de atención, sino de actos conscientes, mentiras o imposturas que transforman muy hábilmente (cual escultor que pule una roca hasta convertirla en estatua) una mentira en verdad. Esta noticia falsa, o bulo, no es fortuita, de lo contrario no se afianzaría en una corriente de opinión, ni se transmitiría con velocidad fulmínea. En este sentido, Marc Bloch (1999) escribió:

todo bulo nace siempre como consecuencia de representaciones colectivas preexistentes a su propio nacimiento; el bulo sólo es fortuito en apariencia o, más precisamente, todo lo que en él hay de fortuito se limita exclusivamente al incidente inicial, cualquiera que éste haya sido, pone en funcionamiento a la imaginación; sin embargo, esta puesta en marcha sólo tiene lugar debido a que la imaginación ya había sido previamente dispuesta, de modo firme y callado, para ello. (p. 180)

6. En el mes de abril, el canciller mexicano decretó la “emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor”, en el marco del Informe Técnico, precedido por el doctor Hugo López-Gatell, subsecretario y vocero de la Secretaria de Salud. En el informe del 3 de abril, la titular del Consejo Nacional para Prevenir la Dis criminación

(CONAPRED), la maestra Mónica Maccise, informó los “hechos de rechazo, violencia y discriminación” durante la pandemia, considerando la absoluta

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desigualdad del país donde 4 de cada 10 personas no tienen sueldo fijo,

prestaciones médicas ni oportunidades reales para quedarse en casa. En estas condiciones, el rechazo, la violencia y la discriminación se expresaron a través de cuatro grupos: a.“Personas diagnosticadas con COVID-19”, por no haber recibido atención en hospitales o servicios públicos. b.“Personal médico y enfermería”, en su traslado de la casa al trabajo o viceversa. c. “Personas de la diversidad sexual”, por líderes religiosos que atribuyen a homosexuales el origen del covid. d. “Personas con rasgos físicos de Asia Oriental y extranjeros”, por racismo y xenofobia. (Informe Técnico diario por Coronavirus en México, 3 de abril de 2020, 18m22s). El mensaje era categórico: cesar las acciones de rechazo y discriminación, en particular, las agresiones al personal de salud: el frente de

vanguardia en la lucha contra la pandemia. A causa de ello, López-Gatell señaló:

El odio, y con ello la fobia, la discriminación y el estigma, están cimentados en una combinación muy tóxica de ignorancia y miedo. Efectivamente, estas dos pulsiones humanas pueden llevarnos a confundir y a ver al otro como extraño y querer encerrarnos en nosotros mismos rechazando lo demás. Eso es muy inadecuado, porque como he explicado, el control de una epidemia requiere de la solidaridad y la conjunción humana. (Informe Técnico diario por Coronavirus en México, 3 de abril de 2020, 47:00m- 48:20s)

La ignorancia sobre el virus, su nacimiento, las vías de contagio, propagación y letalidad generan incredulidad, desconfianza y escepticismo: “es una mentira”, “¿usted ha visto los muertos?”, se dice. El razonamiento mágico y religioso genera el sentimiento de protección, seguridad y tranquilidad porque en este país los

milagros están a la vuelta de la esquina. Curiosamente, esta actitud detiene al miedo: lo neutraliza, volviéndolo maleable, soportable. Entre los sentidos, decía Aristóteles, la vista es la que procura más conocimiento de la realidad; lo que en el lenguaje popular se dice: “Hasta no ver, no creer”. Así que los descreídos se despreocupan (sean, o no, los mismos que carecen de las condiciones para guardar el confinamiento). Por ahora, el descreimiento a los informes técnicos del gobierno, considerados ocultamiento de las dimensiones de la pandemia o propaganda sin valor alguno, es el filtro que impide creer en la ciencia y en los científicos a cargo de los informes técnicos. Hemos vuelto, en este momento de shock, a una época de descreimiento casi total a lo impreso: para algunos, ni lo que puede ser visto, escuchado y leído es evidencia convincente.

El racismo, el clasismo, la homofobia, el patriarcado, la xenofobia son

endémicos de la sociedad y la cultura en México; son dispositivos que actúan permanente y simultáneamente, pero es el miedo al virus lo que los ha activado de tal manera que sirven para tipificar a los sujetos-objeto, y representar, a través de ellos, el peligro al contagio. Si el miedo al virus se ramifica, este, a su vez, moderniza los dispositivos anteriores al conferirles una función en el presente: el

pobre necesario y estorboso; el fuereño enfermo; el homosexual contagioso. Todos son sospechosos, precisamente porque lo eran antes de la llegada del

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virus. Fue el miedo al contagio, a su letalidad, los que los convirtió en enfermos potenciales.

Así, los escépticos y los creyentes comparten la solidaridad entre contrarios. Ninguno ve lo que es, sino lo que existía antes: las condiciones preexistentes al nacimiento del virus y su llegada a nuestra tierra. Esto ha sido posible porque el virus llegó a una sociedad polarizada y confrontada desde hace una generación, donde el odio ―vehículo de segregación social incubado desde arriba―, se dispersó en todo el cuerpo social. En este sentido, la epidemia ha sido un extraordinario experimento psico-social que ha revelado, a través de la incredulidad o del miedo al virus, nuestra conciencia colectiva. Nunca antes tal grado de ignorancia había sido tan genuinamente revelador, ni habíamos tenido

tal grado de conciencia sobre las dimensiones de nuestra ignorancia, y las causas de nuestros miedos y nuestros odios.

A principios de abril, el doctor López-Gatell exhortó a vernos al interior para sacar la mejor versión de nosotros mismos: una actitud compasiva, unida y solidaria, con la cual nuestra sociedad saque el mejor provecho de uno de los mayores retos de la historia reciente. (Informe Técnico diario por Coronavirus en México, 3 de abril de 2020, 39:20m-41:10s). Pero nada aprenderemos si volvemos a la normalidad, como si esta se limitara al fin del encierro. Seremos los mismos e incluso peores3. Las pulsiones de muerte (cuya cimentación, según explicó él mismo, se debe a “una combinación muy tóxica de ignorancia y miedo”) atentan

contra la bondad, la compasión y la solidaridad, e impiden sacar lo mejor de nosotros mismos en cuanto generan lo contrario.

7. La normalidad a la que anhelamos volver después de que el confinamiento termine y el peligro del contagio haya disminuido es en realidad el campo de concentración. No podemos volver sin el examen de conciencia, sin aceptar que nuestra derrota es cultural, por no haber reconocido los estereotipos de nuestra cultura y sociedad; que nuestra derrota es política, por no haber luchado para destruirlos con todo y el capitalismo que los reproduce; que nuestra derrota es humanista, por no haber construido nuevas relaciones sociales, fraternas, solidarias, igualitarias; que nuestra derrota es en tanto especie, porque es la ún ica que destruye el hábitat que le dio la vida, y regresará a destruirlo (ahora que la naturaleza respira y se abre camino) cuando ‘todo haya pasado’. Reconocer que nuestra derrota es intelectual ―en el sentido que un día le dio Marc Bloch (2003) a la derrota francesa en la Segunda Guerra Mundial: no por las armas, sino por la

inteligencia― es la condición necesaria para crear, en tanto habitantes de un mundo lleno de seres vivos, un mundo para la vida, “un mundo donde quepan muchos mundos” (EZLN, 1996). Pues es la utopía ―en cuanto realidad separada de esta, desangelada y terrorífica―, lo que nos hace el mundo tolerable,

3 Durante la cuarentena no sólo ha aumentado el trabajo doméstico para las mujeres, sino también la violencia física y sexual por parte de sus parejas. La población infantil también comparte el encierro con sus abusadores. (Castellanos, 13 de abril de 2020)

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precisamente porque ahí está la otra mitad de la historia de la humanidad. Hoy

más que nunca es preciso luchar por el reencantamiento del mundo (Mumford, 2015).

De lo contrario, si no reconocemos que “estamos subyugados por mentiras, de las que nosotros mismos somos los autores”, escribió Carlo Ginzburg (2014) , no podremos “crear una distancia ―y por ende, también una defensa―” (pp. 10 – 11); será imposible transformar eso que los zapatistas definieron en 1996: “ Hay palabras y mundos que son mentiras e injusticias” (EZLN, 1996). Si la alegría y la fiesta que precederá al fin del confinamiento nos reconfortan al grado que nos hagan creer que la pandemia fue por fin superada ―como si el fin de la Primera Guerra Mundial no hubiese sido la antesala de la Segunda―, entonces los dí as

de confinamiento serán un mal chiste comparados con la amarga gravedad del porvenir. Habremos olvidado que los virus mutan mientras nosotros no lo hicimos

y quizá entonces se cumpla el vaticinio de Camus (2012): “puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa” (p. 255).

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